En 1929 Erich Maria Remarque golpeó la conciencia de la humanidad con su novela Sin novedad en el frente. La premiada película de Edward Berger con el mismo nombre fue rodada casi un siglo después y se estrenó muy cerca de otras guerras tremendas.
Demasiado tarde para despertar. ¿Qué nos espera cuando no hay futuro? es el título del último libro del polémico filósofo esloveno en el que analiza los actuales conflictos bélicos, el poder de plataformas como Amazon o Apple y el comienzo de la tercera guerra Mundial
En 1929 Erich Maria Remarque golpeó la conciencia de la humanidad con su novela Sin novedad en el frente. La premiada película de Edward Berger con el mismo nombre fue rodada casi un siglo después y se estrenó muy cerca de otras guerras tremendas.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSuena fuerte: cuando en febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania habría comenzado la tercera guerra mundial. Aunque comparte con muchos una mirada pesimista sobre el futuro, a diferencia de ciertos pensadores y creadores distópicos, el popular filósofo esloveno Slavoj Zizek advierte que nos encaminamos a una catástrofe no solo por las guerras, sino también —y sobre todo— por el colapso ambiental, pero mantiene la esperanza de que la humanidad pueda evitarlo.
Claro que este gurú no siempre ha acertado y tiene muchos críticos, en especial en la izquierda. Noam Chomsky, por ejemplo, ha dicho que no posee un verdadero pensamiento propio sino puro histrionismo, una buena mise en scène.
Sin embargo, algunas de las muchas reflexiones de este provocador filósofo dan en el medio de la diana. Zizek admite que entender y cambiar el mundo no es una tarea sencilla, pero, lejos de refugiarse en el silencio, no para de producir ideas. Demasiado tarde para despertar. ¿Qué nos espera cuando no hay futuro? es el título del último libro traducido al castellano y editado en la colección Argumentos de Anagrama. No se trata de un canto a la vida, pero ayuda a pensar.
El autor naturalmente no es el clásico filósofo recluido en su cátedra que sale cada tanto a confrontar con sus pares. No, él se enfrenta con éxito al desgaste de aparecer mucho en los media y al mismo tiempo no para de escribir, hacer videos y hasta películas (es un fanático del cine) y promover el pensamiento crítico desde el instituto que dirige en la Universidad de Londres.
Una de sus apariciones recientes más polémicas se produjo hace menos de un año, cuando fue uno de los invitados a dar el discurso inaugural en la Feria del Libro de Frankfurt (disponible en YouTube).
Sus palabras recibieron el rechazo de muchos —incluso el alcalde de la ciudad se retiró en señal de protesta— pero también sonoros aplausos cuando advirtió, con la vehemencia que lo caracteriza, que había que rechazar el ataque de Hamás pero también la política neocolonial de Israel hacia los palestinos y se plantó en defensa de la escritora Adania Shibli, premiada y luego cancelada por los organizadores de la feria editorial más importante del mundo.
Ojo con los tigres de papel. “Somos la especie dominante en un planeta relativamente pequeño que impulsa a su civilización hacia múltiples tipos de autodestrucción (colapso climático y ecológico, autoaniquilación nuclear, malestar social global) sin hacer gran cosa al respecto”, advierte.
El filósofo esloveno promueve acciones urgentes: “Un verdadero despertar, un despertar que sea más que un mero reconocimiento de cómo son realmente las cosas”.
La mayor parte del libro se concentra en la guerra en Ucrania. “¿Y si este conflicto es tan peligroso no porque refleje la creciente fuerza de las dos exsuperpotencias sino, por el contrario, porque demuestra que no son capaces de aceptar que ya no son verdaderas potencias globales?”, se pregunta. El filósofo concluye: “Cuando en plena Guerra Fría Mao Zedong dijo que Estados Unidos era, a pesar de todas sus armas, un tigre de papel, olvidó añadir que los tigres de papel podían ser más peligrosos que los reales”.
Luego explica que “el fiasco de su retirada de Afganistán” fue solo el último de una serie de golpes a la supremacía geopolítica estadounidense, mientras que los esfuerzos de Rusia por reconstruir el imperio soviético no representan más que “un intento desesperado de encubrir el hecho de que ahora es un Estado débil y en decadencia”, ya que, como ocurre con los violadores, “la violación señala en última instancia la impotencia del agresor”.
Al analizar los orígenes del conflicto concluye que la invasión “es el acto final de una larga lucha por eliminar la tradición leninista en Rusia”, y llamó la atención sobre la paradoja que representa que, en 2014, se derrumbaran las estatuas de Lenin en Kiev. Fueron tiradas como representación de la opresión soviética, “como signo de su deseo de afirmar la soberanía nacional”, aunque en realidad “la época dorada de la identidad nacional ucraniana no fue la época preleninista de la Rusia zarista, sino la primera década de la Unión Soviética, en que establecieron una identidad nacional en pleno derecho”, unos logros que se revirtieron de forma dramática cuando Stalin se consolidó en el poder en la década de 1930.
Para Zizek, “la política exterior de (Vladímir) Putin es una clara continuación de esta línea zarista-estalinista”, algo que algunos “izquierdistas” no aceptan porque lo ven como enemigo de Estados Unidos, aunque en realidad es “un nacionalista conservador”, mientras que, por el contrario, algunos “rastros” de “internacionalismo proletario” pudieron verse en la Ucrania invadida, cuyo “ingreso” a Europa está tan cuestionado como el viejo continente mismo.
“Rusia debe ser tratado como lo que es, un Estado fallido muy peligroso”, pero hay que saber que “el verdadero objetivo de la guerra es el desmantelamiento de la unidad europea, propugnado no solo por los conservadores estadounidenses y Rusia, sino también por la extrema derecha y la extrema izquierda europeas”, sostiene Zizek. Y luego la emprende contra los nuevos media, que borraron la frontera entre lo público y lo privado.
Es un defensor a ultranza de Julian Assange y un crítico feroz de los “señores neofeudales”: Bill Gates, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, entre otros.
Cree que hay que defender a Assange “no solo porque sus actos avergüenzan a los servicios secretos estadounidenses, sino porque ha develado que todas las demás grandes (y no tan grandes) potencias (de China a Rusia, de Alemania a Israel) también son culpables de hacer lo mismo (en la medida que disponen del potencial tecnológico para hacerlo)”.
Con Amazon, Apple, Facebook, las plataformas han privatizado bienes comunes, “lo que nos coloca a nosotros, sus usuarios, en posición de siervos que pagamos una renta al propietario de un bien común como si fuera un señor feudal”.
Del peligro nuclear a Hegel. La resistencia inesperada de Ucrania colocó con más vigor el riesgo nuclear, porque para Zizek no se trata solo de que las dos partes tengan armamento atómico, sino que “nos acercamos a una tormenta perfecta en la que toda una serie de catástrofes (pandemias, calentamiento global, escasez de alimentos y agua, guerras) se refuerzan mutuamente, lo que significa que la cuestión no es solamente si hay guerra o paz, sino más bien si nos adaptaremos a un estado de emergencia global en el que nuestras prioridades deben cambiar todo el tiempo”.
Lo que más le inquieta es que la guerra llega como gran distracción en el momento en el que habría que preocuparse de la supervivencia por razones ambientales y entonces el conflicto armado aparece como un acelerador de “nuestro suicidio colectivo”.
Este “choque de civilizaciones” no se puede explicar solo por los intereses del gran capital y el control estatal, de modo que propone recurrir a la dialéctica del amo y el esclavo desarrollada en la Fenomenología del espíritu, de Hegel.
Es que el esloveno tiene dos doctorados: uno en filosofía y otro en psicoanálisis. Hegel, Marx y Lacan son los pesos pesados más influyentes en él, desde la época en la que escribía discursos para la Liga de los Comunistas de la Yugoslavia del mariscal Tito, que lo tuvo luego como disidente al que había que mantener a raya, antes de que se marchara a París.
Siguiendo a Hegel, Zizek recuerda que este veía la paz como un “armisticio temporal” porque, a diferencia del amo y el esclavo, que recurren a la violencia excepcionalmente, en el caso de los Estados se trata de una lógica establecida.
Si como plantea Hegel la ética de un Estado se conceptualiza en el acto más elevado de heroísmo, es decir, estar dispuesto a sacrificar la vida por el propio Estado nación, entonces la guerra está a la orden del día. Algo latente en Estados Unidos o Corea del Norte, con su obsesión atómica, pero también en China, que no ha entrado en combate desde la lejana y fallida intervención en Vietnam.
Entre muchos otros cita al filósofo alemán contemporáneo Peter Sloterdijk para explicar la contradicción entre la tendencia a fundar la soberanía nacional mediante la guerra y la “necesidad apremiante” de “un cambio político-económico radical”, que su colega de Karlsruhe denomina “la domesticación de la cultura del animal salvaje”.
Cree que ya no es posible tener, como en la época de Lenin, la esperanza de que una guerra llevará a la revolución. Afirma que “en cierto sentido, la tercera guerra mundial ya ha comenzado, aunque hasta ahora se haya librado principalmente por delegación”. Pero además nos avisa que, “cuanto antes lo admitamos, más probabilidades tendremos de evitar su pleno estallido”.