• Cotizaciones
    sábado 05 de julio de 2025

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    Neurociencia y mucho más en ‘Una red viva: La historia interna de nuestro cerebro en cambio permanente’, de David Eagleman

    El investigador estadounidense logra conectar neurociencia con psicología, ingeniería, robótica, ciencias de la computación y filosofía, a la vez que cuestiona y explora qué hace humanos a los humanos

    Colaborador en la sección de Cultura

    El neurocientífico estadounidense David Eagleman explora y revela en Una red viva: La historia interna de nuestro cerebro en cambio permanente (Anagrama, 2024) fascinantes secretos de la neuroplasticidad, las diversas estrategias que el cerebro humano lleva a cabo para reconfigurarse y aprender sobre la marcha, respondiendo tanto a los pequeños como a los grandes estímulos que se producen desde el ambiente exterior o desde el interior del propio cuerpo.

    Eagleman (Nuevo México, 1971) es profesor en la Universidad de Stanford y director del Center of Science and Law. A menudo es saludado como el Carl Sagan de la neurociencia. Su obra más popular, Incógnito: Las vidas secretas del cerebro, expone investigaciones asombrosas y casos insólitos, desde la dinámica de los recuerdos hasta la posibilidad de que las personas ciegas puedan aprender a ver con la lengua. Se trata de una modélica labor de divulgación científica para el gran público. Al autor le llueven elogios precisamente por la forma en la que hace accesibles temas complicados. Y también cada tanto le dan algún palo por eso: algunas voces sentencian que simplifica demasiado, generaliza un poco de más y recurre a unas analogías que quizá no sean las más ajustadas, lo cual también es una simplificación.

    Una red viva es una suerte de ampliación de Incógnito, ahora sumergiéndose en la plasticidad cerebral, a pesar de que él mismo no está del todo de acuerdo con el uso de esa expresión. Plasticidad sugiere moldear algo y darle forma para mantenerlo así para siempre. “Darle forma a un juguete de plástico y que nunca más vuelva a cambiar”, escribe Eagleman. Desde su punto de vista, resulta imposible considerar el cerebro como algo así, divisible en capas de hardware y software. “Necesitamos la idea de liveware para captar su sistema de búsqueda de información adaptable y dinámica”. De ahí el título original del libro, síntesis de la idea central del autor: Livewired, cableado vivo.

    El cerebro no es una máquina preprogramada. Es un organismo vivo, dinámico, en constante cambio. Las neuronas y sus conexiones crecen, se retraen, forman nuevas uniones y se desconectan de las antiguas y conquistan nuevos territorios. Este sistema “vivo y cableado” sigue moldeándose toda la vida. Y es una de las razones por las que ninguna persona es la misma año tras año.

    Los humanos son capaces de prosperar en prácticamente cualquier ecosistema de la Tierra. Incluso podrían adaptarse a la vida en otros planetas. El gran truco: llegan al mundo con un cerebro que, en gran medida, está incompleto. “Nuestro cerebro invita al mundo a modelarlo, y así es cómo asimilamos ávidamente nuestras lenguas, culturas, modas, política, religiones y moralidades locales”, escribe. “No es que seamos más robustos, más resistentes ni más duros que otras criaturas: con esos parámetros, perderíamos con casi todos los demás animales”.

    Ejemplo. Un varano de Komodo nacido hace 30.000 años se comportaría casi igual que uno actual. El hecho de que los humanos, en cambio, lleguen al mundo con un cerebro “incompleto”, que se moldea según la cultura, la tecnología y las experiencias, permite que un bebé en Silicon Valley maneje una tablet tan naturalmente como un niño en una comunidad agrícola usa herramientas. Esta flexibilidad es la clave detrás de la capacidad humana para componer sinfonías o construir rascacielos.

    Eagleman es un maestro para crear analogías imaginativas. La manera en la cual las personas entablan amistad en un barrio le sirve para explicar cómo se producen los llamados potenciales de acción (pulsos eléctricos) en la actividad cerebral. En virtud de hacer comprensibles sus teorías, compara el proceso de colonización de Norteamérica con la forma en que las neuronas compiten y se reorganizan para adaptarse a las experiencias y necesidades de cada persona. El oído musical absoluto está sobrerrepresentado en los ciegos (Stevie Wonder, Andrea Bocelli, Ray Charles), 10 veces mejores a la hora de determinar si la altura de un sonido está un poco por encima o por debajo de lo que corresponde. El cerebro de las personas ciegas reasigna áreas de la corteza visual para procesar información táctil o auditiva. Dicho de otro modo: conquista más territorio cerebral dedicado a la tarea de escuchar. Las fronteras neuronales se redefinen constantemente, como un mapa vivo que se ajusta a los objetivos y las experiencias.

    La forma en la que operan las aerolíneas en un aeropuerto es la imagen que utiliza para ilustrar lo que ocurre en la interacción del cerebro con los inputs sensoriales, los estímulos que el cuerpo recibe a través de los sentidos. En otros tramos, invita a imaginar el cerebro como una ciudad. El ejemplo que usa de la evolución de Tokio a lo largo de las décadas es sencillamente magistral. “Una ciudad siempre fluye. No la diseñan unos urbanistas y luego queda petrificada como una pieza de museo. Está en constante evolución”. Y, al igual que las ciudades, el cerebro nunca alcanza su punto final.

    A lo largo del recorrido por esa ciudad vibrante en la que viven 86.000 millones de neuronas, que se acomodan conforme a la información que llega desde el otro lado del cráneo, Eagleman logra conectar neurociencia con psicología, ingeniería, robótica, ciencias de la computación y filosofía. Cuestiona y explora qué hace humanos a los humanos. Muestra vínculos sorprendentes como el que existe entre la rotación del planeta y el acto de dormir. Explica por qué los sueños son pictóricos y fílmicos en lugar de conceptuales o abstractos.

    Eagleman ofrece evidencias acerca de cómo el cerebro puede utilizar información procedente de la piel del mismo modo que si viniera de los ojos; presenta estudios sobre la anafia, la incapacidad de percibir el tacto, y también casos asombrosos, como el de niños que nacieron sin orejas o el de una mujer brasileña que nació sin lengua. Vale decir que el neurocientífico también es el fundador de NeoSensory, una compañía que se dedica a la creación de dispositivos de ayuda y ampliación sensorial.

    En concordancia con el neurocientífico español Santiago Ramón y Cajal, que sostiene que cada ser humano puede ser el escultor de su propio cerebro —y, en consecuencia, artífice de su destino—, presenta estudios como los realizados por el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) sobre cómo los cerebros de los bebés podan conexiones neuronales para especializarse en su lengua materna. Lo que hace fuerte al cerebro es su flexibilidad, incluso cuando le falta la otra mitad.

    El caso paradigmático presente en este libro es el de Matthew, un niño de tres años que sufría convulsiones constantes por una extraña condición cerebral. Sus padres tuvieron que decidir entre dejar que las convulsiones continuaran o permitir que los médicos quitaran la mitad de su cerebro. Eligieron la cirugía. Tras la operación, el niño no podía caminar ni hablar. Sin embargo, con el tiempo, recuperó el habla y otras habilidades, viviendo solo con la mitad de su cerebro, que se adaptó reorganizando sus conexiones neuronales.

    La mejor manera de predecir el futuro es creándolo, sostiene el autor, e invita a una cata de cómo se está esculpiendo parte de ese futuro. Con dispositivos como el BrainPort, por ejemplo, que convierten datos visuales en patrones eléctricos que estimulan la lengua y que el cerebro traduce en una especie de visión. “Millones de años de evolución no presagiaron la llegada del lenguaje escrito, mucho menos del teclado, y sin embargo nuestro cerebro no tuvo ningún problema a la hora de aprovechar estas innovaciones”, escribe, abriéndose a las posibilidades de que esta red viva pueda fusionarse con inteligencia artificial y adaptarse a otros planetas. El autor va más allá y se pregunta cómo sería tener un nuevo sentido. Plantea hipótesis acerca de cómo los datos procesados por el cerebro pueden dar lugar a nuevos qualias —experiencias subjetivas de cómo se perciben las sensaciones—.

    Si la idea de aprender un nuevo sentido parece demasiado extraña, quizá convenga recordar que los humanos lo hacen desde bebés. Así lo cuenta David Eagleman: “Los bebés aprenden a utilizar el oído dando palmadas o balbuciendo algo y captando el sonido con el oído. Al principio, las compresiones del aire no son más que actividad eléctrica en el cerebro. Con el tiempo se experimentan como sonido. Dicho aprendizaje se puede ver en personas sordas de nacimiento a las que de adultos se les practican implantes cocleares (dispositivos médicos electrónicos que reemplazan la función del oído interno dañado). Al principio, la experiencia del implante coclear no se parece en absoluto al sonido. Una amiga a la que se lo hicieron describió que el primer efecto era como indoloras descargas eléctricas dentro de la cabeza. Lo que le llegaba no tenía nada que ver con el sonido. Pero al cabo de un mes se convirtió en sonido, aunque horrible, como una radio de sonido metálico y distorsionado. Con el tiempo acabó yendo bastante bien. Este es el mismo proceso que ha ocurrido en cada uno de nosotros cuando aprendíamos a utilizar nuestro oído, solo que no lo recordamos”.