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El 27 de marzo de 1973 a las 10 de la mañana, el entonces jefe del Estado Mayor Conjunto (Esmaco), Gregorio Álvarez, recibió en su despacho al general retirado Víctor Licandro, que fue en representación del presidente del Frente Amplio, el general Liber Seregni.
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Ambos habían hecho su carrera en el arma de caballería. Licandro había sido profesor de Álvarez y este lo había apoyado en las elecciones internas del Centro Militar.
Licandro explicó al jefe del Esmaco cuál era la posición del Frente Amplio en relación con el pedido de renuncia de Juan María Bordaberry y su sustitución por el vicepresidente Jorge Sapelli. Álvarez dijo que con lo que habían obtenido en Boiso Lanza estaban satisfechos.
—Ustedes están equivocados, nosotros no tenemos ninguna intención de tomar el gobierno. Si fuese así, ya lo habríamos hecho hace rato —le dijo Álvarez.
Licandro contó luego que salió convencido de que los mandos militares eran el poder detrás del trono, pero que se mantendría en la sombra, y así lo comunicó a Seregni y a los principales dirigentes del Frente Amplio. Sin embargo, algunas semanas después, comprobó que su apreciación fue equivocada, porque cuando volvió a encontrarse con Álvarez ya se había producido la segunda fase del golpe y Licandro estaba preso en Minas.
—Buenas tardes, general, ¿precisa algo? —preguntó Álvarez.