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    “Al género policial le van bien los espacios disfuncionales de la sociedad”

    “La marca del meridiano”, de Lorenzo Silva, Premio Planeta 2012

    El sargento de la Guardia Civil Rubén Bevilacqua es un viejo conocido para los lectores españoles. Ha sido el protagonista de siete novelas policiales junto con su compañera, la sargento Virginia Chamorro, y sus historias aparecieron también en una serie televisiva. El escritor Lorenzo Silva (Madrid, 1966) publicó en 1998 “El lejano país de los estanques”, la novela en la que nació la dupla Bevilacqua-Chamorro, que obtuvo el Premio Ojo Crítico. De allí en más el éxito fue sostenido: las siguientes novelas recibieron nuevos reconocimientos, traducciones a varios idiomas y, recientemente, La marca del meridiano, último título de la serie, ganó el Premio Planeta 2012. En esta nueva entrega, Bevilacqua y su equipo deben trasladarse de Madrid a Barcelona para resolver un asesinato que le toca muy de cerca al sargento porque el muerto había sido su compañero y maestro. Y lo que encuentran en tierra catalana no es agradable: un cuerpo terriblemente torturado y varias pistas que vinculan el asesinato con redes de delincuencia y corrupción. Con una narración muy cinematográfica, Silva crea un retrato verosímil de la España actual a través de los ojos de su protagonista, un guardia civil con inquietudes culturales que, curiosamente, nació en Montevideo. Lo tengo que traer aquí en una historia, a lo mejor de vacaciones, o podría venir para reencontrarse con su padre del que no sabe nada desde 1970. Tengo hasta ubicada la casa, que no está lejos de aquí”, comentó el autor al finalizar la entrevista que mantuvo con Búsqueda en la rambla de Punta Carretas.

    —¿Por qué eligió Montevideo como ciudad de origen de su protagonista?

    —Quería que mi personaje no fuera español del todo, que tuviera algo diferente en el nacimiento y en la primera infancia, como si fuera una especie de extranjero en su propio país. Me gustaba que el nombre fuera italiano y raro, entonces pensé en algún inmigrante y tuve dos alternativas: que viniera de Argentina o de Uruguay. Elegí Uruguay por simpatía y también como un pequeño homenaje a Onetti. He leído desde la adolescencia a muchos escritores latinoamericanos y el que siempre me impresionó más fue Onetti. Ya había contado en otras novelas que el personaje había nacido en Montevideo. Lo que añadí ahora es que su familia viene de San José, ciudad que conocí en el 2010. Allí me enteré de que hay muchos apellidos Bevilacqua, lo que le da un sustento real a la historia. 

    —La novela policial ha ganado un nuevo lugar en el ámbito literario, ¿le parece que fue por el éxito de los novelistas nórdicos?

    —Cuando quise publicar mi primera novela en 1995 muchos editores me la devolvieron. No tenían interés porque decían que no era un género comercial ni especialmente apreciado por lectores españoles. Finalmente se publicó tres años después y marchó muy bien desde el comienzo, pero era una especie de rara avis, una novela policial que extrañamente funcionaba a pesar de que a los lectores españoles no les gustaban las historias policiales que ocurrían en su propio país. Ahora es todo lo contrario, los editores quieren esas novelas y casi me obligan a hacer más de las que hago. No creo que este empuje venga solo de los novelistas nórdicos, también viene de una madurez de un género que comenzó siendo controvertido, que se miraba con desprecio en muchos círculos literarios. Pero ya ha pasado bastante tiempo como para que el género haya producido clásicos. También ha coincidido con una época propicia para estas historias. Si queremos entender el mundo que nos rodea, tenemos que preocuparnos por cómo influyen en él los criminales. Para empezar tienen mucho dinero, y en este mundo el dinero manda. Buena parte del dinero mundial está en manos de delincuentes y ese dinero se mueve, invierte en países, desinvierte, compra deuda pública, la vende, dispara países, los hunde. Al género policial le van bien los espacios disfuncionales de la sociedad, y en momentos de crisis, casi es una herramienta natural para contar lo que allí ocurre. 

    —¿Tiene un escritor policial que sea su referente?

    —Raymond Chandler, no solo por sus novelas, sino por todo lo que dejó sobre el arte de escribir. Para otros es Dashiell Hammett, a quien Chandler consideraba su maestro, pero para mí Chandler le puso un plus a la novela policial, le puso poesía, literatura. 

    —En la novela menciona a “The Wire” y a “Breaking Bad”. ¿Le gustan las series policiales? 

    —Las series norteamericanas cada vez son mejores, de una calidad extrema. Para mí “The Wire” y “Breaking Bad” son las dos más grandes series norteamericanas. No me viene a la cabeza ninguna ficción televisiva que retrate de forma tan demoledora por una parte, y tan completa por otra, la sociedad occidental. Son un fresco contemporáneo de los Estados Unidos.

    —Usted es abogado y dejó la profesión por la literatura. ¿Desde cuándo escribe?

    —Desde los 13 años sabía que quería ser escritor. Me busqué una profesión para ganarme la vida y ejercí la abogacía, pero siempre tuve mi proyecto literario, aunque no tenía esperanza de que alguien me publicara. Lo que sucedió es que presenté una novela (“La flaqueza del bolchevique”, 1997) al Premio Nadal y quedé finalista. A partir de ahí todo comenzó a funcionar de otra manera. Empecé a tener éxito como escritor, también éxito económico y mucha demanda de tiempo con la promoción de los libros. Cada vez era más difícil mantener dos trabajos, se engrosaba mi cuenta bancaria, pero no tenía tiempo para gastar el dinero. Entonces en el 2002, opté por la literatura. 

    —El sargento Bevilacqua es psicólogo y lee novelas de Houellebecq, no tiene la imagen habitual de un policía. ¿Por qué le dio esas características?

    —Es que se tiene una imagen del guardiacivil que viene de estereotipos antiguos, de hace cincuenta años, de la época de Franco o de la transición, cuando Antonio Tejero intentó un golpe de Estado. Pero el guardiacivil de ahora es joven, por lo pronto más joven que yo, ni siquiera conoció a Franco y empezó a trabajar en un Estado de derecho. Los policías tienen que enfrentarse a delincuentes que son inteligentes y manejan muchos recursos, y eso no lo puede hacer cualquier persona sin formación. Bevilacqua tiene un título superior y es una persona culturalmente inquieta. No digo que todos sean así, ni que en una reunión de treinta guardiaciviles estén todos con un libro de Houellebecq bajo el brazo. Pero los hay que los llevan, porque es un autor que se vende en los grandes almacenes. También hay varios psicólogos en la Guardia Civil.

    —¿Se inspira en policías verdaderos para sus historias?

    —Tengo amigos policías y alguno es guardiacivil. He hablado mucho con ellos y nos vemos regularmente. A veces he ido a alguno de sus trabajos y sé cómo funcionan. 

    —Ubica su novela en el 2011 y en un momento se narra el linchamiento a Gaddafi. ¿Tuvo un interés especial en nombrar ese acontecimiento?

    —En mis novelas intento mostrar que los policías son tipos que viven en el mundo y se enteran de las cosas. En este caso, están viendo el linchamiento a Gaddafi y lo asocian con el asesinato que tienen que resolver. Además elegí esa fecha porque en el mismo día se produjeron dos hechos muy relevantes para Bevilacqua y también para mí: desapareció Gaddafi y ETA dejó las armas. Toda mi vida he vivido con esas dos coordenadas: en Libia gobernaba un hombre que hacía disparates con los libios y siempre había estado ahí. También desde que tuve uso de razón la ETA ha matado gente, ha matado a vecinos en mi barrio, en el portal de al lado. Que esas dos coordenadas desaparezcan en un mismo día es, por lo pronto, llamativo. 

    —También se mencionan los ajustes presupuestales de la Policía. ¿Cómo se está viviendo la crisis económica?

    —El año pasado y el anterior fueron muy duros, hubo muchos desahucios (desalojos, despidos) que frenó un juez y el sistema se corrigió un poco. En este momento se sigue viviendo en la escasez. Pero todo es relativo, hay escasez según con qué se lo compare. El español compara con tiempos de opulencia, como decimos allá, se llegaba a atar perros con longaniza. En España se ha gastado dinero de una manera desproporcionada, disparatada, y ahora se piensa muy bien cómo se gasta cada euro. Eso no es necesariamente malo. Tal vez ahora la Policía no necesita llevar siempre coches nuevos y tiene que usar los que les requisan a los delincuentes. Otra cuestión es cuando los recortes afectan aspectos más esenciales. La sociedad española ha respondido contra esos recortes que no son sostenibles y no va a tolerar que le desmantelen la educación pública y la sanidad pública o que la Justicia se quede sin recursos. Los recortes siempre tienen un límite y en España ese límite se ha rebasado, y la sociedad no va a permitir que a los gobernantes les salga gratis. 

    —¿Qué le llevó a escribir “Y al final, la guerra”? 

    —Es un reportaje sobre la intervención española en Irak. Aunque no se sabe, en la invasión a Basora, la seguridad la hizo un contingente de la Armada española. Luego siguieron las misiones en Nayaf y Diwaniya, entre 2003 y 2004. Fue una historia poco conocida, a los periodistas no los dejaban ir y el gobierno fue hermético. Teóricamente era una misión de paz, iban a llevar agua y a darles caramelos a los niños. Pero en cierto momento hubo una insurrección chií muy bien armada que atacó la base española. La tuvieron sitiada todo un día y los soldados se defendieron. Fue un hecho bélico con 200 bajas iraquíes y eso no lo contó nadie. Con un compañero escritor fuimos rastreando a los que habían participado en esa invasión, cuando volvieron a España. Encontramos a todos, desde el general a los soldados. La historia es interesante porque muestra la falta de comprensión de los occidentales hacia Oriente Medio. Y no hablo solo de Estados Unidos porque aquello fue una cagada compartida. Irak era un país muy complicado, pero ahora es una mierda de país en el que no merece la pena vivir. A los españoles les dijeron que los soldados habían sido destinados a dos prósperas regiones hortifrutícolas. Parecía que iban a recoger tomates y lechugas. Pero en Nayaf está el mausoleo de Alí, el líder supremo de los chiitas. Nayaf es el Vaticano de los chiitas. ¿Qué les pasó a los 300 españoles que estaban allí en una ciudad de dos millones de habitantes? Pues que se les tiraron encima, salvaron el pellejo de milagro. Ni misión de paz ni región hortifrutícola, ni narices. Volvimos a la Edad Media de una forma estúpida, fue todo a sangre y fuego.