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El aroma es lo primero que se siente, suave y con un rastro reconocible. Es el aroma de la lana. Después impacta el color que cubre las paredes y proviene de los 18 tapices que integran El arte de la trama, muestra que se exhibe hasta el 22 de setiembre en el Espacio Cultural Edificio Artigas (Rincón 487). Mantenidos en colecciones privadas, los tapices pertenecen a 13 artistas uruguayos de diferentes generaciones. Los más antiguos son de la década de 1920, pero el grueso de estas obras fue elaborado entre los años 70 y 90, cuando el tapiz uruguayo tuvo su mayor desarrollo e impulso.
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“Por fortuna, en la muestra tenemos dos de los artistas más representativos: Ernesto Aroztegui y Jorge Sosa Campiglia. A través de sus talleres han formado generaciones de tapicistas. El más revolucionario, o el que realmente marcó un punto de inflexión, fue Aroztegui a través del Taller Montevideano de Tapices. A través de estos talleres se fue modificando la idea de tapiz. Las piezas planas siempre continuaron, pero se fue experimentando con el vacío, la escultura blanda, los volúmenes, y entonces el arte textil cobró otra dimensión”, comentó a Búsqueda Roxana Pallota, directora de la sala que se encuentra en el subsuelo del bello Edificio Artigas. Otras de las obras de la muestra pertenecen a Miguel Ángel Tejera, Aldo Curto, Walter Deliotti, Carlos Alberto Castellanos, Rosario Alaluf y Lira Armstrong.
En la Bienal de San Pablo de 1961, los tapices de artistas europeos concursaron al mismo nivel que el resto de las disciplinas plásticas, y a partir de 1967 tapicistas uruguayos comenzaron a ser reconocidos con premios, como sucedió con Cecilia Brugnini, Mario España y Aroztegui.
Los tapices tienen un origen que puede rastrearse en la antigua Roma. Al comienzo tuvieron un uso práctico: colgados de las paredes, servían como aislante térmico para calentar los castillos helados, las grandes casas de los nobles o las iglesias. Pero de ese fin utilitario, surgió el arte de la tapicería que se desarrolló en el siglo XIV en Europa y combinó el talento pictórico de los artistas, quienes creaban el dibujo o cartón, con la mano de los artesanos, quienes seguían aquel boceto, entrelazaban la lana y lograban la maravilla. Así los tapices fueron también elementos decorativos y verdaderas obras de arte, en los que incursionaron grandes genios de la pintura como Rafael, Rubens o Goya con sus cartones. Desde mediados del siglo XX el arte del tapiz utilizó variados materiales y técnicas de elaboración, entonces las piezas planas pasaron a incorporar también el volumen.
Aroztegui (Melo, 1930-Montevideo, 1994) es considerado pionero del tapiz uruguayo. Docente de Dibujo e Historia del Arte, fue investigador de este arte en diversas culturas, y elaboró una metodología con la técnica kelim. Fueron famosos sus retratos hiperrealistas en gobelinos, experimentó con papel, con metales, con fibras, con yute, cáñamo, hilo sisal y crin. En El arte de la trama se destaca uno de sus tapices hiperrealistas, La sagrada familia, con un fondo azul intenso en el que resaltan las figuras blancas, anamórficas. Otro de sus retratos incorporados a la muestra es de 1980 y mide 2,30 metros de altura, su título: Retrato del obispo Arnulfo Romero. Sobre fondo negro, se despliega la inmensa figura del obispo en la que sobresale su trabajado traje que lo cubre hasta los pies y la mitra enorme y alta sobre su cabeza menuda.
Retratos coloridos en Bañistas, de Miguel Ángel Tejera
Pallota destaca el carácter de formador de tapicistas que tuvo Aroztegui, igual que lo tuvo Brugnini. “Le daban mucha importancia al dominio de la técnica. Aroztegui en particular fue un autodidacta a través de la experimentación. Descubrió el arte textil por una exposición del Círculo de Bellas Artes con tapices de Flandes del siglo XVI al XVIII. A partir de entonces generó su metodología de trabajo. Originalmente estaba el artista que diseñaba los cartones y el tejedor. Sin embargo, estos artistas nacionales son completos, realizan el diseño y el tejido”.
Discípulo de Aroztegui, Jorge Sosa Campligia (Montevideo, 1957-2004) realizó en los últimos años de su vida tapices figurativos. Uno de ellos se llama La ofrenda (1990) y exhibe una técnica asombrosa en la que combina lana, sisal y crin sobre algodón. Hay una pequeña historia narrada en ese tapiz con duendes y un ogro que ofrenda su corazón a una mujer tan halagada como asombrada. El efecto volumen está tan logrado que quien observa podría tener el impulso de tomar a alguna de aquellas criaturas. Sin dudas, uno de los tapices más destacados de la muestra.
La lana es la materia primaria en estas obras, pero los artistas la fueron combinando con otros elementos a medida que iban experimentando. Así fueron usando fibras naturales, crin, nylon y, en algunos casos, también metales. La incorporación de estos materiales brinda la sensación de volumen y, también, de profundidad en las obras. Este es el caso de los paisajes de Lira Armstrong (ver foto) y Rosario Alaluf, de lana y sintéticos, llenos de luz, movimiento y juego de planos que le dan una espectacular dimensión a sus obras.
Entre los tapices más antiguos está el de Carlos Alberto Castellanos (Montevideo, 1881-1945), uno de los primeros en impartir la formación en diseño de cartones. Esa enseñanza la había incorporado a la Escuela Industrial el artista Guillermo Laborde en 1923. Castellanos creó una serie de cartones, titulada América tropical, que fueron tejidos en Bruselas. En 1927 expuso en la galería Durand Ruel de París y ahora uno de sus tapices de aquella época se exhibe en esta muestra. Castellanos es de los primeros artistas nacionales en este arte. En una vitrina figuran libros y publicaciones que se han hecho sobre el arte del tapiz. Hay libros sobre la trayectoria de Aroztegui y de Sosa, catálogos sobre encuentros nacionales de arte textil, y uno de esos libros está abierto en la página que menciona la muestra de Castellanos en París.
De 1994 son los tapices planos (Unicornio y Muerte del unicornio) del artista belga Rudy Wanzelle, quien trabajó en Uruguay con el método tradicional: él diseñó los cartones, pero el tejido lo realizaron en los talleres de Manos del Uruguay. En estas piezas, la lana parece casi una tela en la que se despliegan figuras estilizadas. Entre los tapices planos, llama la atención el de Walter Deliotti, integrante del Taller Torres García. Su tapiz Los Andes (1960) es prácticamente un mural constructivista.
Otros artistas más asociados con la pintura tuvieron también su faceta tapicista. Es el caso de Miguel Ángel Tejera con su colorido Bañistas, y Aldo Curto con su luminoso Bodegón. El trabajo con la luz y el color asombra en el conjunto. “Muchos han estado expuestos a la luz y al sol y conservan muy bien los colores. La lana es un material muy noble”, señaló Pallota.
La sagrada familia, de Ernesto Aroztegui, pionero en el arte del tapiz
Hay un precioso Árbol azul (1970) de Adela Muñoz, armado como si fuera un tríptico; hay un enorme conejo blanco de autor anónimo y una Casa de pescador (1977) de María de las Mercedes T. de Grondona. Y también hay una creación compartida, Selva (1982), entre la artista María Pérez Quinteros y la colorista Luciana Maiorano. Curiosamente, el tapiz está firmado solo por Maiorano.
En La figura en el tapiz, una de las nouvelles más célebres de Henry James, un crítico literario debe descubrir cuál es el misterio que oculta un autor en su obra. En su vano intento por encontrarlo, imagina que la respuesta está en alguna trama oculta, igual a la que se forma en el reverso de un tapiz: una figura que nunca ve quien observa. En este cuento, la palabra trama, tan agradable al sonido, despliega su amplitud de significados. Implica historias, conversaciones, intrigas, hilar y tejer; también implica figuras ocultas detrás del tapiz. En El arte de la trama hay una muestra de ese mundo lleno de arte y de manos laboriosas guiadas por los nobles hilos de la lana.