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    “Hay que apuntar a quienes no se acercan a una sala teatral porque les parece un mundo ajeno”

    José Miguel Onaindia, de jerarca cultural de los gobiernos frenteamplistas a nuevo director artístico de los auditorios del Sodre

    “En mi casa se respiraba radicalismo y antiperonismo, lo peor que te puede pasar en Argentina”, dice entre risas este porteño criado en un hogar donde se seguían las ideas “más republicanas” de la Unión Cívica Radical, en la vereda opuesta del poderoso Partido Justicialista. “Algunos miembros de mi familia sufrieron persecución política por esas ideas”, agrega. Luego de la crisis de 2001, cuando cayó el gobierno de Fernando de la Rúa, y con él todo su gabinete, este abogado, académico y programador artístico argentino, ampliamente reconocido en el plano jurídico primero y en el de la gestión cultural después, comenzó a alejarse de Argentina.

    Desde su infancia se acostumbró a ver teatro, cine, ópera y ballet, por lo general con su madre. Recién recibido de abogado, en los años 70 y 80 se vinculó a entidades culturales privadas relacionadas al fomento de las artes clásicas (ópera y ballet, especialmente) como la Institución Wagner y la Fundación de Amigos del Teatro Colón. Ya en su juventud se habituó a ver en Montevideo lo que estaba prohibido en Argentina. “Vine a ver Naranja mecánica y otras películas y obras de teatro; allá las tijeras eran feroces”. Como abogado se fue especializando en asuntos jurídicos vinculados al mundo del cine, el teatro y los derechos culturales.

    En 2000 y 2001 fue director del Instituto Nacional del Cine, y en ese tiempo acentuó la promoción en festivales europeos de cineastas argentinos entonces emergentes como Lucrecia Martel, Daniel Burman, Fabián Bielinsky y Juan José Campanella. En 2007 dirigió el Centro Cultural Rojas, de la UBA, un lugar de perfil experimental donde se fogueó en el cruce entre las artes escénicas y de las letras.

    “Luego del 2001 sufrí un gran desencanto, cuando lo material empezó a pesar más que lo institucional, se desataron las pasiones más bajas y se instaló un sistema político muy poco republicano y muy poco respetuoso de la tolerancia. Los terrenos donde me movía, el derecho, la cultura, la academia, empezaron a teñirse de una cultura amigo-enemigo de la cual no quería ser partícipe”, dijo José Miguel Onaindia a Búsqueda. El gobierno peronista que se instaló en 2002 no lo convocó nunca más. Paulatinamente, los periodistas de los diarios dejaron de llamarlo para consultarlo sobre los temas jurídicos y culturales sobre los que solía hablar. Tenía una columna en una radio y un día le dijeron que no la haría más. Escribía una columna en Página 12, pero un día le dijeron que no escribiera más. Esa especie de destierro mediático no lo afectó en lo económico porque seguía viviendo de su profesión de abogado. Pero el ánimo empezó a decaer. Y también las ganas de seguir viviendo en Buenos Aires. “De a poco el círculo cultural se fue haciendo cada vez más pequeño hasta que desaparecí del mapa”. Intentó radicarse en España, pero las posibilidades laborales no eran lo suficientemente interesantes como para cerrar su estudio porteño. En 2004 vino a presentar un libro jurídico en Montevideo y la idea de cambiar de orilla comenzó a crecer. Podía mantener su estudio abierto en Buenos Aires y mantener su actividad académica, viajando periódicamente a dar sus clases universitarias. Pasaron los años, y un apartamento en venta en plaza Zabala inclinó la balanza, y en 2011 se hizo montevideano.

    Desde febrero de 2013 es uno de los principales actores de la política cultural pública uruguaya. Primero como asesor artístico del Teatro Solís, a cargo de una parte importante de su programación. Luego, al frente del Instituto Nacional de Artes Escénicas (INAE), donde fue artífice de la reciente internacionalización del teatro uruguayo, una política de fomento que ayudó a que apellidos como Blanco, Morena, Calderón y Sanguinetti llegaran a lugares insospechados. En paralelo, desde el INAE estuvo a cargo de las últimas tres ediciones del Festival Internacional de Artes Escénicas (2015, 2017 y 2019), en las que llegó a los 19 departamentos del país.

    Desde marzo es director artístico de los auditorios del Sodre, un nuevo cargo creado en esta administración. Junto con Martín Inthamoussú y Enrique Aguerre, es uno de los pocos jerarcas culturales de las gestiones frenteamplistas que continuaron en el nuevo gobierno de coalición. Tiene a su cargo la programación de cuatro salas de espectáculos y una de cine: las dos del Auditorio Adela Reta, las salas Tosar y B del Auditorio Nelly Goitiño y el Auditorio Vaz Ferreira, recientemente restaurado e incorporado al Sodre. En su trabajo como gestor existe una continuidad entre el Solís, el INAE, el Fidae y el Sodre: buscar contenidos atractivos para el público, y valiosos para los intereses de una institución pública, y promover la labor de artistas nacionales, dentro y fuera de fronteras. No hay charla con Onaindia en la que no se hable del éxito internacional de los dramaturgos uruguayos: “Es un fenómeno importante. Cuando hoy se habla de teatro iberoamericano, se habla de uruguayos como chilenos y argentinos a la par. Uruguay ranquea alto en artes escénicas”. En torno a su trabajo en la política cultural uruguaya y su actualidad en el Sodre gira esta entrevista que Onaindia concedió a Búsqueda.

    —¿Cuando apareció Uruguay en tu mapa?

    —Presenté un libro en 2004 en Montevideo y me quedé unos días en Atlántida. Empecé a venir cada vez más seguido hasta que conocí la plaza Zabala y me enamoré de ese lugar. Compré un apartamento allí, que es en el que vivo, y me vine. Era el lugar perfecto, cerca de todo mi ámbito laboral, los teatros, los cafés. Me permite moverme caminando. Hay zonas de Montevideo quizá mejores, pero esa plaza tiene algo muy especial. Entro y salgo tres o cuatro veces por día y cada vez que llego siento la misma magia.

    —¿Cómo es tu plan de trabajo para las salas?

    —Los primeros planes que tenía se suspendieron por la pandemia. Primero se armaron los contenidos de la plataforma de Sodre en casa con los materiales que teníamos y después entramos en la zona de incertidumbre sobre la programación, con cancelaciones mes a mes, el teletrabajo, el rearmado de las grillas hasta que reabrimos. También comenzamos a diseñar la programación de 2021, año en que está prevista una nueva edición del Festival Internacional de artes Escénicas (ahora en la órbita del Sodre). Todo lo internacional sigue estando en una zona incierta. Y desde agosto ya estamos programando en el presente.

    —El Sodre tiene cuatro salas de artes escénicas y una sala de cine. ¿Cómo se organizará la programación en las salas?

    —La sala Fabini, por supuesto, es la sala de los cuerpos estables, las orquestas, el ballet y el coro, y de las grandes producciones. Este año nos pareció que era un buen signo abrir la sala mayor para Marx in Soho, por la figura de Troncoso, que es un actor de gran presencia internacional, con gran popularidad. De hecho, la gente respondió porque después de dos funciones agotadas (más de 600 localidades cada una) se agregó una más. Era un símbolo: los auditorios están a disposición del teatro nacional, y si la propuesta lo amerita, también la sala mayor. La sala Balzo comparte música, teatro y danza, con un perfil muy contemporáneo. Y La Vaz Ferreira, que es la última incorporación, cuenta con una acústica estupenda, es una sala ligada históricamente a la Biblioteca Nacional. Entonces hay que explorar ahí los vínculos menos tradicionales entre literatura y artes escénicas. No hablo de textos dramáticos, sino de combinaciones entre textos narrativos, ensayos, música y otros lenguajes. Es un terreno muy fértil para investigar, en un país con una literatura tan rica como este, tanto por su patrimonio literario como por las actuales generaciones. Hay mucho para trabajar ahí. En noviembre haremos una prueba piloto en esta línea de programación, con dos obras basadas en la vida y obra de escritores importantes, estrenadas en 2019. Primero, Devenir Felisberto, sobre la vida y obra de Felisberto Hernández, basada en el cuento Por los tiempos de Clemente Colling (escrita y dirigida por Doménico Carperchione y protagonizada por Agustín Urrutia). Y luego, Esta noche: Oscar Wilde, de Jorge Denevi, con Alejandro Martínez y dirección de Daniel Romano. Otro aspecto que me interesa abordar es la cercanía de la sala con la feria de Tristán Narvaja.

    —¿Por el público con avidez cultural que congrega??—Sí, y todo ese mundo universitario, joven, con la Facultad de Artes al lado. Tenemos que ver de qué manera aprovechar ese flujo de público y los domingos armar una programación especialmente pensada para el público que va a la feria. Creo que el Sodre debe actuar para hacer entrar a una sala a gente que nunca va a ver nada. Puede ser al mediodía o temprano en la tarde, dependiendo del contenido, que puede ser orientado a los niños o al público adulto. Mucha gente que va a la feria tal vez no sabe que ahí está esa sala. En una ciudad donde hay tanta gente que lee, que sigue yendo a las librerías, que va los domingos a la feria a buscar libros viejos o raros, hay que apuntar a quienes no se acercan a una sala teatral porque les parece un mundo ajeno, no se sienten invitados.

    —Por lo general, quien va al teatro y no le gusta lo que ve, deja de ir al teatro, cosa que no sucede con el cine o con los libros, por ejemplo...

    —Sí, pero creo que no hay una estrategia de la comunidad teatral para ser más masivo. Hay como una resignación de que la gente va menos al teatro, y no hay nada que hacer. No es un problema solo uruguayo, es un problema latinoamericano. Por suerte ahora puedo capitalizar el conocimiento de la escena uruguaya de mi trabajo en el Solís, el INAE, y en los festivales, porque además del Fidae hicimos dos ediciones del festival Cervantino con el Centro Cultural de España (CCE). Por ejemplo, el vínculo con Igor Yebra comenzó apenas asumió la dirección del Ballet Nacional del Sodre (BNS), a través del entonces director del CCE, Ricardo Ramón Jarne. Y así surgieron tres producciones nuevas del BNS: El Quijote del Plata, en 2018, que recorrió Europa en varios festivales el año pasado, La tregua, versión de la novela de Mario Benedetti, un proyecto que se inició en 2018 y se concretará en noviembre, con su estreno por el BNS; el vínculo entre el INAE y el BNS continúa porque el año próximo la compañía estrenará un ballet nuevo basado en la poesía de Delmira Agustini. Así se extendió a la danza el campo de trabajo de tres autores teatrales uruguayos de proyección internacional: Santiago Sanguinetti, que creó la dramaturgia de El Quijote, Calderón con La tregua y Marianella Morena con la de Delmira.

    —¿Qué rol jugará el Auditorio Nelly Goitiño, con su sala Tosar, para espectáculos, y su sala B para el cine?

    —Es una muy buena sala para todo tipo de espectáculos. De música y danza, por supuesto, pero también de teatro. Había programado en esa sala festivales. Tiene un tamaño intermedio entre el Solís y las salas más chicas, y unas condiciones técnicas bastante atípicas en Montevideo. La platea permite una gran cercanía entre el público y el escenario, por lo que combina las ventajas de las salas chicas y las grandes. Y desde la platea alta se ve muy bien. Es tan versátil que permite hacer tanto un ballet, un concierto sinfónico o una obra teatral de cámara.

    Foto: Nicolás Der Agopián / Búsqueda

    —Más allá de los cuerpos estables, ¿qué rol jugarán las producciones privadas?

    —Los auditorios están abiertos a recibir todo tipo de producciones privadas: de música, de teatro, de danza contemporánea, folclórica, tango, flamenco y otros géneros como el circo, que tiene mucha actividad. Creo que los espacios determinan las estéticas. Lo que puede ir a la Balzo es claramente diferente de lo que es ideal para la Goitiño o la Vaz. Por eso estamos seleccionando entre las propuestas que nos llegan y también proponiendo programación. Por ejemplo, el montaje que hizo Gustavo Saffores de Barbarie, de Sergio Blanco, en la Goitiño, era solo posible ahí, por su enorme concepción escenográfica. Ese decorado que recrea un gran iceberg con un barco encallado era perfecto para el tamaño del escenario.

    —¿Cómo surgió el proyecto de adaptar La tregua, una novela muy austera en su ambientación, al ballet?

    —Antes que nada, La tregua (se estrena el 26 de noviembre, con coreografía de Marina Sánchez, música de Luciano Supervielle y dramaturgia de Gabriel Calderón; entradas a la venta en Tickantel) es una idea total de Igor Yebra y el proyecto es llevado adelante por el BNS. Lo que hicimos desde el INAE fue hacer los contactos y las consultas para aportar la dramaturgia de los espectáculos. Santiago Sanguinetti en El Quijote, Calderón en La tregua. Había que ver, dentro de los autores en actividad, quienes podían y querían hacer ese salto artístico, de escribir para teatro a escribir escenas que después van a ser coreografiadas. Creo que esa es una de las funciones de la política pública. Esto lo destaco porque estos proyectos no hubieran existido si no existiesen entidades culturales públicas que los promovieran. Los artistas no se hubieran comunicado porque no había un vínculo entre el ballet y el teatro. El armado de estos proyectos es muy complejo. La tregua llevó mucho tiempo porque hubo que adaptar una gran obra literaria, con un gran peso en el imaginario colectivo uruguayo y latinoamericano, con todo lo que significó la novela y luego la película de Sergio Renán. Había que llevar todo eso a un lenguaje muy distanciado de lo narrativo. Creo que será un gran aporte, algo que en Latinoamérica se ha dejado de hacer. Son muy pocas las compañías de danza latinoamericanas que promuevan una nueva creación, un nuevo título. Es lo que va a definir un repertorio propio de la compañía, traza una continuidad a futuro y le permite a la compañía construir su identidad en el mundo, mucho más que con una versión de El lago de los cisnes.

    —Es una obra que perfectamente puede ser llevada a países como Argentina y España, dada la trascendencia de Benedetti...

    —Bueno, de hecho la obra ya tenía giras aseguradas ni bien bajaba de cartel. Estaba prevista para octubre una gran gira por Argentina, no solo en Buenos Aires, sino en varias de sus principales ciudades, como Rosario, Córdoba, Mendoza y San Juan. Y para el año próximo continuará la alianza con el INAE, con la obra sobre Delmira, que está a cargo de la coreógrafa colombiana-belga Annabelle López Ochoa (ganadora de un premio Critcs Circle en Inglaterra por la coreografía de Broken Wings, obra sobre Frida Kahlo producida en 2016 por el English National Ballet), con la creación dramatúrgica de Marianella Morena (quien ya llevó al teatro la vida y obra de la malograda poeta montevideana en No daré hijos, daré versos). En la dramaturgia para danza es muy interesante el vínculo entre el texto y la coreografía. Y esta unión entre teatro y danza abre una sinergia muy interesante en las artes escénicas uruguayas.

    —En esta pandemia ha vuelto a surgir desde Argentina el tema siempre polémico de “cómo nos ven”. Tan es así que se habla de un “éxodo al paraíso oriental”. Tras más de una década como residente en Uruguay, y ya casi como ciudadano uruguayo, ¿cómo ha evolucionado tu visión de la sociedad uruguaya, desde adentro?

    —Siempre hubo un segmento de argentinos que veíamos a Uruguay como una especie de “tierra prometida” o, fuera de broma, como el lugar ideal para vivir. Y algunos, no masivamente, claro, concretamos ese deseo. Hoy está en evidencia: el fracaso de la política sanitaria del gobierno argentino y el éxito uruguayo; de un lado los signos de convivencia política y social que ves en las transmisiones de mando, en el lenguaje de la discusión, y del otro un país que se quedó durante meses sin Congreso y sin Justicia, que aún no han vuelto a funcionar normalmente, una crisis económica que no parece tener solución. Todo se dio en forma coincidente, porque los cambios de gobierno fueron con pocos meses de distancia. Estamos en un país que pudo tomar las riendas de una crisis muy fuerte en todo el mundo, al menos con mayor racionalidad. Me cuesta mucho analizar, hace ya un buen tiempo que no viajo a Argentina, pero sigo en permanente conexión (además publica una columna semanal en la revista Perfil). Siento una profunda tristeza y al mismo tiempo vivo la incertidumbre de saber cómo será la relación futura entre ambos países. Espero que sea un vínculo positivo y, si hay gente que tiene ganas de venir a vivir aquí, que lo haga. Sí, creo que hoy Uruguay está visto mayoritariamente en Argentina como un ejemplo. No estamos admirando a nada muy lejano, estamos muy cerca.

    —Pero vos de este lado has demostrado que sabés poner el contrapeso necesario a esa idealización exacerbada en la que suelen caer algunos de tus compatriotas...

    —Sí, pero así como existe esa idealización hay mucho resentimiento en un gran segmento argentino. Cuando subí a redes información sobre las aperturas de los teatros me han dicho que es un país con la misma población de una provincia como Santa Fé, como minimizando. Igual esa comparación ya murió porque ahora hay provincias que están igual que Buenos Aires. Ahora han insistido con que en Montevideo ganó el Partido Comunista, desconociendo totalmente que en la política uruguaya, gane quien gane, el sistema republicano y democrático no cambia. Se sabe que es una parte de un partido que está integrada a la democracia, como lo estuvo en Europa. Entonces, hay una mezcla. Y también es cierto que muchos uruguayos van asiduamente a Argentina y los lazos culturales son múltiples. Son tan distintas Buenos Aires y Montevideo que está muy bueno que estén cerca para poder visitarlas seguido y aprovecharlas. Montevideo tiene todas las ventajas de una gran ciudad y de una capital sin casi ninguna desventaja. La facilidad del traslado y sobre todo el increíble volumen de actividad cultural, académica, gastronómica, política, social, algo que el montevideano promedio no valora. Incluso creo que Montevideo es más cosmopolita de lo que los montevideanos creen. Cosmopolita no solo es una ciudad con extranjeros, sino una ciudad que mira hacia el mundo. Yo por ejemplo siento que Buenos Aires es mucho más provinciana que Montevideo: está todo el tiempo hablando de sí misma. Es más aldea: los medios hablan del diputado que hizo esto o lo otro o el vestido de Cristina Kirchner. ¡No ves destacada una nota de política internacional! Acá, al no ser una sociedad tan voluminosa, se está más atento a lo que sucede en el mundo. Por eso creo que vivir acá es mucho más interesante.

    Vida Cultural
    2020-10-08T00:24:00