Miró recita de memoria los títulos estrenados en Montevideo y sus directores: El principio de Arquímedes, Mario Ferreira; Nerium Park, Gerardo Begerez; La travesía, Jorge Denevi; Umbrío y El cuerpo más bonito que se habrá encontrado nunca en este lugar, Fernando Parodi; y Olvidémonos de ser turistas, Gabriela Izcovich. Hacer Tiempo salvaje en el Solís fue una idea de Mario Ferreira cuando era director de la Comedia. Ahora, con Calderón al frente, Ferreira integra el elenco. Es la primera dirección del catalán en Uruguay, lo que lo tiene muy entusiasmado. Tanto como caminar por Montevideo, ir a ver teatro o entrar a los museos a ver lienzos de Torres García o de Carlos Federico Sáez. “Montevideo es una ciudad muy cercana para mí. Pasan los días y me siento conectado. Me gustan sus artistas, sus pintores, voy por la calle y me siento muy en casa, cosa que no me pasa en todas las ciudades”.
—Me encontré con un equipo de un gran talento. Estoy feliz. Un equipo cómplice, comprometido, que se entregó entero al texto. Llego en un buen momento de la Comedia, en un año con espectáculos muy diversos y muy celebrados. Estudio para la mujer desnuda, La trágica agonía, un muy buen estreno de Esperando la carroza, el éxito de Constante en España. Encontré una Comedia ilusionada, en un momento ideal para hacer este montaje de gran formato, para 10 actores, con un engranaje escenográfico complejo de Adán Torres, uno de los grandes. Hizo una escenografía espectacular, en el sentido de que el montaje lo reclama. La obra necesita tres espacios claramente diferenciados. Son espacios protagonistas, con carácter operístico.
—Esa llegada de un personaje que viene a romper la rutina recuerda a Estudio para la mujer desnuda y a El cuerpo más bonito..., tu obra que acaba de protagonizar Alfonso Tort.
—Sí. Hay un perfil que me gusta mucho, que también está en El cuerpo..., que son los personajes teorémicos: alguien que con su belleza y su juventud llega y dinamita la sociedad burguesa. Teorema, de Pasolini, es esto. Albert en El cuerpo... hace esto. Aquí en Tiempo salvaje, Ivana juega este papel de poner en evidencia a esa comunidad. Yo le digo a Emilia que es un ángel exterminador. Es alguien que pone en jaque los valores de esta gente: quiénes son, dónde están, cuáles son sus puntos de referencia. Aunque no parezca, y lo digo mucho estos días, creo que hago un teatro profundamente optimista. Porque Tiempo salvaje reclama la necesidad de encontrar instrumentos éticos para vivir con el otro y con uno mismo. Esta comunidad se tiene que plantear cómo están sus mecanismos de relación con el otro y se ve forzada a ordenar la violencia y el deseo. Es la clave constante.
—La violencia en la actualidad, cómo reaccionamos frente a ella y las diversas formas de ejercerla, parece ser un común denominador entre esta obra y otras tuyas como Nerium park, La travesía y El principio de Arquímedes...
—Te voy a llevar levemente la contraria. Yo creo que un autor contemporáneo tiene que ser un cronista de su tiempo pero no de eso que entendemos como “la actualidad”. La actualidad pertenece al periodismo. Contar un tiempo es distinto a contar la actualidad. Los temas pueden ser, o parecer, actuales, pero lo que busco es narrar un tiempo. El otro día un amigo vio un ensayo y me dijo: “La escribiste hace cuatro años pero este año llega en un momento perfecto por la situación mundial”. En ese año teníamos muy fresca la crisis de los refugiados en Europa, pero el miedo al otro se produce igual en España como en cualquier país de Europa o de América, también en Uruguay. Todos hemos tenido crisis migratorias. La llegada del otro siempre expone los prejuicios que tenemos. Aquí hay un grupo de gente que de golpe, cuando empiezan las pintadas, empieza a colocar todo en el otro. Hasta que el problema puede estar en la propia casa. Raquel dice: “Pensamos que habían agredido nuestras casas pero las paredes transpiraron lo que había dentro de nuestras casas”.
—¿Tiempo salvaje, con su gran porte, es tu obra más ambiciosa?
—La escribí en 2018 originalmente en catalán. No la veía para una gran sala, no tenía esa ambición, y por suerte me convencieron de lo contrario. Y le fue muy bien. La veo como una obra de síntesis. Logré plasmar allí una buena parte de mi poética en un gran formato. Está el aroma de otras obras. Sucede en un complejo cerrado como el de Nerium Park, pero allí el problema era que no había vecinos y el problema aquí justamente son los vecinos. Están los niveles de sospecha que aparecen en Arquímedes (sobre un supuesto abuso de un profesor a un niño en un club deportivo) o en La travesía (sobre el tráfico de personas). El título también tiene algo explícito. La primera línea es: “¿Cuánto hace que no llueve?”. Está a punto de llegar el verano pero ya hace un calor inhumano, “inclemente”, según uno de los personajes. En varios planos les toca vivir un tiempo que es salvaje.
—Ahora... ¿qué tiempo no fue salvaje?
—Eso lo dice un personaje: siempre pensamos que estamos pasando lo peor. Si ponemos el retrovisor, veremos que nuestros antepasados no fueron mejores personas ni más considerados que nosotros. Pero en todo caso, los hombres y mujeres contemporáneos tenemos que tener el compromiso de hacer que nuestro tiempo sea mejor. El pasado no es una excusa.
—¿Hablás de hombres y mujeres. En qué medida está reflejado el que quizá sea el tema del siglo?
—¿Cuál es para ti?
—El vínculo entre hombres y mujeres, el auge de los feminismos y su búsqueda de igualdad, la violencia de género...
—Creo que todo mi teatro habla de una generación que tiene que reeducar sus claves afectivas, de género y emocionales. El otro día vino Alfonso Tort a ver un ensayo y me dijo: “Las mujeres aparecen todas con sus problemas pero luminosas”. Creo que los hombres estamos reviendo cómo nos comunicamos, cómo son nuestros silencios, cómo aparece la violencia en lo que hacemos y decimos. Están muy presentes esos temas, no hace falta explicitarlos. Están los conflictos. Siempre está el conflicto de las violencias con el otro y de qué forma le ponemos límites al deseo, algo que es una clave para mí. Cómo ordenamos las pulsiones y su vínculo con la violencia. Creo que he hablado siempre de esto. En Arquímides, un gesto de ternura de un hombre es visto como algo muy peligroso. En Nerium Park, si en lugar de perder el trabajo el hombre, lo perdiera la mujer, la historia sería otra. Ella habría sobrevivido. Él no lo logra porque es de una generación a la que no han educado para fracasar. Las fragilidades del hombre están en Tiempo salvaje. “Volveremos para violar a sus mujeres”. El personaje de Leandro plantea cancelar la fiesta porque el lugar está cerca del bosque donde transita esta gente. Y dice: “Nos han amenazado”, y el personaje de Stefi responde: “No, no, no. No os han amenazado, nos han amenazado a nosotras, y a vosotros os han dicho que somos propiedad vuestra y que nuestra seguridad está en manos masculinas. Y esto es lo que vienes a hacer”. Allí afloran conflictos de entendimiento de todo tipo: generacionales, de hombres y mujeres, económicos. No he hablado del feminismo en una forma directa pero sí de la fragilidad de un tipo de hombre educado en unos conceptos que han quedado caducos.
—La violación sigue siendo una poderosa arma de guerra y miles de mujeres siguen muriendo a manos de varones...
—La violencia existe desde siempre. Pero la frase de amenaza se dirige a las mujeres. Insisto, es un macguffin, es un disparador de otro tipo de violencias. En mis obras siempre está el concepto del miedo, la violencia y la muerte; pero intento que aparezcan desde una dimensión ética. Nunca he intentado matar un personaje para dar un giro dramático o una sorpresa. Me parece una banalización de la muerte en ficción. En El cuerpo más bonito... la muerte del joven protagonista es una muerte sacrificial que obliga a la regeneración de una comunidad.
—¿Cómo viste la reciente puesta en escena de El cuerpo más bonito, con Alfonso Tort?
—La primera acotación que pongo es que ese personaje lo puede hacer un actor o una actriz, sin importar su edad ni el físico ni nada. Es una obra en la que todo tiene que ver con el cuerpo y que está sostenida por eso que todos sabemos: que en el teatro el cuerpo también es una convención. Lo único que no pongo es que requiere de un gran intérprete, que se comprometa a fondo. En Cataluña la hizo un gran actor: Pere Arquillué; en Italia la hizo una gran actriz: Maddalena Crippa. Y en Uruguay la acaba de hacer un actor con todas las letras. Alfonso Tort es magnético. Se enamoró de este texto. Y yo me enamoré de su trabajo. Es fascinante su manera de pasar de un cuerpo a otro. La delicadeza con la que lo hace. No es un monólogo convencional, empezando por su duración, que escapa del promedio. Tienes que tener un instrumento preparado para encarnar este cuerpo que se diversifica en varios.
—Puede resultar larga pero la actuación de Tort la sostiene...
—Lo que me parece que sucedió, y por eso creo que este montaje de Parodi funcionó, es que el público resultó absolutamente atrapado e hipnotizado, viendo un hombre y la palabra. Esta obra necesita una bestia y Tort lo es.
—Así como Tiempo salvaje presenta resonancias con artistas contemporáneos como Michael Haneke, El cuerpo remite fuerte a Pasolini. ¿Fueron influencias?
—Sí. Haneke me encanta. Me identifico con su uso de la violencia, que nunca es desde un lugar espectacular. No es frívolo. Hay mucha violencia en sus películas, pero él te la entrega en partes para que la ordenes. Igual que (Pablo) Larraín cuando hace una película como El club. Son materiales profundamente violentos pero nunca desde lo banal. El cuerpo..., además, tiene algo profundamente catalán. Es un pueblo del interior, como el de donde vengo. Yo me apropio de mi paisaje y construyo un relato sobre ese paisaje. Lo interesante es que cuando lo leyó Parodi dijo: “Este es un pueblo del interior de Uruguay”. Y luego en Italia me dijeron que era perfectamente una villa italiana.
—Pero no es una autoficción...
—No, solo he hecho una de autoficción, al estilo de lo que hace Sergio Blanco, que es Restos del fulgor nocturno, que estrené este año en Madrid. Ahora bien, El cuerpo es una especie de geoficción, si se me permite la expresión que acabo de inventar, porque ficcionalizo mi pueblo. En esencia es mi pueblo. Conozco muy bien a esos personajes. Solo que la historia es inventada.
—Si me apurás, es la historia más dolorosa que has escrito...
—Es muy luminosa (ríe). Como Tiempo salvaje. Mi teatro es luminoso porque, justamente, transita por la oscuridad y reclama ir a buscar la luz. En Restos del fulgor nocturno, la última frase dice: “Y de nuevo la oscuridad que lo inunda todo de luz. La oscuridad en la que, tal vez, empezará algo”.
—Hablando de oscuridad, ¿cómo ves este año en Europa?
—Europa y el mundo están en el tiempo salvaje del que habla esta obra. En Europa estamos bajo las grandes amenazas. El envejecimiento de la población, las violencias con el otro, que son sexuales, migratorias, laborales también, de explotación y degradación de los sistemas de trabajo. Estamos bajo las amenazas de las extremas derechas, a las que incluso algunos partidos que se dicen democráticos les han tirado la alfombra roja para que entren en las instituciones. A mí, que los partidos supuestamente democráticos pacten con las extremas derechas me parece muy preocupante. El problema es que la extrema derecha ha salido del armario con toda la tranquilidad para decir: “Ya no me da vergüenza decir que soy extrema derecha”. Y eso es un peligro. Pero es un peligro que no es exclusivo de Europa. Los populismos más exacerbados los hemos visto también en Latinoamérica, en Asia y en Estados Unidos (ríe). En Tiempo salvaje alguien dice: “Van a llegar tiempos muy difíciles. Igual ya estábamos en ellos y no nos habíamos dado cuenta”.