Actualmente se encuentra en Montevideo, donde cantó en agosto el personaje Malatesta de Don Pasquale en el Teatro Solís, y en setiembre-octubre cantará el Germont de La Traviata en el Auditorio Adela Reta. Más allá del éxito en los escenarios internacionales, el duro trabajo de educar la voz le rinde frutos en la conversación, porque tiene una sonoridad y una limpieza propias de un profesional del tema. También el estudio de la música y de la escena asoma en esa conversación a través del manejo de los silencios, a veces largos, porque piensa la idea pero además elabora la frase, que pronuncia calmo y sin vacilaciones después de ese silencio. Darío Solari (Montevideo, 1976) no terminó Secundaria porque siempre quiso cantar y ganarse su propio dinero. Así pasó por el coro para casamientos y por el tango, hasta que aterrizó en el canto lírico. Se fue a Italia en 1999 con una beca de 23 días y allí se quedó hasta hoy. Se casó a los 23 años, fue padre de su primer hijo a los 25 y del segundo a los 29. Cuando repasa sus comienzos de estudiante de canto lírico lo estremece el recuerdo del sacrificio, de la exigencia permanente. Conoce y cuestiona el rumbo y la calidad de la docencia del canto en Uruguay, lo que le ha valido algún encontronazo. Con calma y cordialidad, habla a calzón quitado. Lo que sigue es un resumen de su conversación con Búsqueda.
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—¿Cuándo empezó a cantar?
—Abrí la boca en público a los 14 años cantando en los casamientos en las iglesias. A los 16 años empecé a cantar tangos. Con el tango tuve una historia breve e intensa: primero, la noche montevideana; después, a los 20 años me fui a Japón con la orquesta de Donato Racciatti y por último terminé haciendo tangos con la Filarmónica de Montevideo y Federico García Vigil, en el Teatro Solís. Y pensar que me reía de mi padre que se pasaba escuchando tangos en la radio (risas).
—¿Por qué dejó el tango?
—Era mi sustento económico, pero me preocupó ver qué pronto se estropeaban las voces de estos cantantes, cuando todavía eran relativamente jóvenes. Un día vi en televisión el recital de los tres tenores y me asombró cómo a esa misma edad los cantantes líricos podían lucir esas voces. Entonces a los 18 años conocí a la soprano Virginia Castro, que fue mi primera maestra de canto, y empecé a educar la voz para cuidarla. Después ingresé en la Escuela Nacional de Arte Lírico y luego estudié con Juan Carlos Gebelin, a quien siempre admiré y del que me hice muy amigo.
—¿Cómo llega a Europa?
—Conseguí una beca por 23 días a Parma, Italia, para estudiar con Katia Ricciarelli. Fui decidido a encontrar el modo de quedarme. Los primeros nueve meses lo hice con la ayuda de la propia Katia y del Instituto Italiano de Cultura, entre otros; después me arreglé por las mías trabajando y estudiando.
—Y en Italia ¿con quién estudia?
—Estudié con Victorio Terranova, que fue el maestro de José Cura, de Carlos Ventre y de Darío Volonté, pero nunca le entendí nada (risas). Después estudié muchos años en Florencia con el bajo Paolo Washington, que me cambió la vida porque a la primera clase le entendí todo. Y después, cuando empezás a trabajar, les preguntás a los que saben más, y si te dan corte seguís aprendiendo (risas). Tuve la suerte de ser cuatro veces segundo elenco de Renato Bruson y de Leo Nucci, y ambos me ayudaron muchísimo. Actualmente sigo mis estudios en Florencia con el tenor argentino Jorge Ansorena.
—Hace 17 años que está en Italia, ¿extraña Uruguay?
—En realidad, los primeros tiempos que estuve allá no lo extrañé nada porque cuando me fui en 1999 mi salida fue trabajosa y dejé el país con un gusto amargo, que después se me fue pasando.
—¿A qué se refiere?
—No tenía un peso para viajar por Europa. Vengo de una familia humilde que tampoco estaba en condiciones de ayudarme. Golpeé un par de puertas: el Ministerio de Educación y Cultura y la Intendencia de Montevideo y no me dieron ni la hora. El que me dio una mano y lo quiero nombrar con todas las letras fue Martín Aguirre Gomensoro (actual director consultor del diario El País).
—¿Usted conocía a Aguirre?
—Mire, yo tengo una pasión que practico diariamente hasta el día de hoy, que es el básquetbol. En aquella época yo jugaba las “domas” los sábados en Trouville.
—¿Qué son las domas?
—Se llama así a los partidos improvisados donde se mezclan jóvenes y veteranos. Aguirre siempre jugaba, pero yo no sabía quién era él ni qué hacía hasta que un día se presentó y me citó al diario para hacerme una nota para la sección de tango de Sábado Show porque me había escuchado cantar y le había gustado.
—¿Y entonces?
—Ahí lo conocí personalmente. Después seguimos jugando al básquetbol los sábados, como siempre, y cuando en 1999 se me cerraron las puertas para conseguir una ayuda para ir a Europa, se lo comenté a él. Me preguntó adónde iba a estudiar y le dije que a Parma. Entonces me dijo que iba a conseguir algo con una publicidad de Parmalat y unos días después me entregó novecientos dólares. Gracias a él tuve ese dinero en el bolsillo para vivir los primeros tiempos en Italia y lo estiré lo más que pude (risas).
—¿Y cómo se pagó el pasaje?
—Esa es otra historia. Como mis padres no tenían tarjeta de crédito, le pidieron a un vecino que con su tarjeta pagara el pasaje y ellos se lo fueron devolviendo en cuotas.
—Volvamos a Italia. Usted es un estudiante de canto, ¿cómo consigue trabajo como cantante?
—Mi maestro en Italia me puso en condiciones de concursar internacionalmente en solo un año. Me presenté y gané los primeros premios del Ferruccio Tagliavini sección jóvenes en Austria, a los 23 años; al año siguiente el Iris Adami Corradetti en Padua y después el Tito Schipa, en Lecce. Después debuté con El Barbero de Sevilla, a los 25 y con Don Carlo a los 26, pero eso fue posible por las puertas que te abren los concursos. A mí me llevó un año pero el tiempo que te lleve depende de cada uno.
—Dicho así parece todo muy fácil…
—(Se ríe) Debe haber pocas cosas más difíciles que educar la voz. A mí me llevó mucho tiempo aprender a dominar la voz y me sigue llevando hoy un disparate. El primer año de clase allá no hacía nada bien, no podía terminar una frase. “Está mal”, me decía el maestro, “ya te corregí esto y lo seguís haciendo mal”. Para tomar la clase yo viajaba de Spoletto a Florencia, que es un viaje largo. A veces pensaba: ¿no me enfermaré esta semana? (risas). En todos lados hacerse una carrera de cantante cuesta mucho trabajo y sacrificio. Quienes piensen que en Uruguay es más difícil que en otros lados están muy equivocados.
—¿Qué rutina sigue en la actualidad para mantener la voz en forma?
—Estudiar, estudiar y estudiar. Hacer vocalizaciones a las que mi voz no esté habituada. No gritar nunca, ni siquiera cuando voy a ver a mi hijo jugar al básquetbol (risas). En la previa a una actuación me cuido sobre todo en la última comida del día anterior y tomo mucha agua.
—¿Cómo ve al Uruguay en materia de canto lírico?
—Creo que en este país hay voces maravillosas pero pocas ganas de estudiar. Yo querría que se tomara muy en serio la enseñanza del canto. Escuché algunos estudiantes que me dejaron la sensación de que no saben qué es el canto lírico. La falla está en los docentes y el sistema y aquí hay varias cuestiones: primero, no se pueden hacer clases colectivas de canto; la clase de canto es por definición individual. Segundo: las escuelas deberían hacer una selección previa para elegir qué alumnos van a formar y descartar en esa selección a los que no tienen condiciones mínimas. No se puede tener diez alumnos en una hora cuando solo tres de esos tienen verdaderamente condiciones naturales. La selección previa es imprescindible. Tercero: evitar el abordaje prematuro de repertorio para el que el estudiante no está técnicamente preparado. Si se cantan cosas que no se deben cantar, esas voces jóvenes se pueden lastimar. Además, la memoria muscular que tiene el instrumento vocal es impresionante y todo lo que se hace mal o prematuramente queda memorizado y después cuesta muchísimo corregirlo.
—En otros ámbitos educativos del país la selección previa al ingreso de estudiantes no se ha visto con buenos ojos...
—Yo no opino de otros ámbitos pero en el terreno del canto lírico las escuelas de formación deberían dedicarse a formar solo a las personas que tienen condiciones naturales. Estas condiciones son las que uno tiene porque Dios se las dio. En cambio, el talento es lo que uno debe desarrollar para llegar a hacer algo con esas condiciones naturales. Las escuelas deben apuntar al desarrollo del talento. Y no lo pueden hacer perdiendo el tiempo con aspirantes que no tienen esas condiciones mínimas. En el canto no se puede perder el tiempo estudiando mal, no solo porque nos llenamos de vicios y la memoria muscular es grande y nos juega en contra, sino porque los concursos son hasta determinada edad y si perdemos tiempo estudiando mal no se llega a concursar con la edad adecuada.
—¿Reducir la cantidad de estudiantes de canto lírico, no es de alguna forma escamotearles acceso a la cultura?
—Hay que priorizar los contenidos por encima de las formas. Democratizar la cultura no consiste en que los niños de las escuelas llenen los teatros sino en cuidar la calidad de los contenidos culturales que esos teatros les brindan. La cultura no es cualquier cosa, es el absoluto y la belleza artística, ya sea literaria, musical, audiovisual o plástica. Para acercarnos a ese ideal de belleza hay que trabajar seriamente y dejar tonterías ideológicas de lado. Hay que refinarse, porque ser refinado no quiere decir ser elitista ni cajetilla.
—¿Cuáles son sus compromisos líricos próximos?
—Aquí La Traviata, en setiembre-octubre, en la Sala Adela Reta. Luego en octubre empiezo ensayos de Macbeth en Polonia; en noviembre Nabucco, en Alemania. El año que viene comienzo en Francia con Un ballo in maschera y después voy a Copenhague con Macbeth.
—Para distraerse qué prefiere, ¿cine, teatro o series televisivas?
—Nada de eso. Amo la radio. Escucho mucha radio uruguaya desde Europa. Creo que lo mejor de este país está en la radio, más que en la televisión o en la prensa. Fíjese que Sergio Puglia me invitó a su programa de televisión y yo le dije que no y fui al de radio (risas).
—¿Qué está leyendo?
—Los cinco tomos de Orientales, de Lincoln Maiztegui. Soy un apasionado de la historia. Solo leo novelas si son históricas.
—¿Qué explora primero en una ciudad extranjera, los restaurantes o los museos?
—Ninguno de los dos. Me gusta perderme caminando por los barrios de las afueras y conversar con la gente, entender qué piensan. Mi carrera me permite hacerlo porque estoy por lo menos un mes en cada lugar.