En la era del streaming HBO, señal que ha estado al frente del ascenso de las series como objetos culturales de consumo masivo, mantiene aún una de sus tradiciones más longevas: no cualquier programa puede ocuparse de las noches de los domingos.
¿Podemos ser héroes?
En la era del streaming HBO, señal que ha estado al frente del ascenso de las series como objetos culturales de consumo masivo, mantiene aún una de sus tradiciones más longevas: no cualquier programa puede ocuparse de las noches de los domingos.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl drama Succession, por ejemplo, inició su cuarta temporada el pasado domingo 26 y, de continuar en la línea de sus entregas anteriores, va en camino a pelear su lugar entre las mejores series de los últimos tiempos. Pero antes de dedicarse durante 10 semanas a la implosión de los Roy, HBO apostó por otra historia enfocada en el poder, la familia y la supervivencia, aunque con el agregado de un brote apocalíptico de fondo.
The Last of Us estrenó el primero de sus nueve episodios el domingo 15 de enero. Hasta ese momento, su promoción se centraba en más de un factor auspicioso. No solo se trataba del nuevo trabajo de su cocreador Craig Mazin, responsable de la serie Chernobyl, sino que también era la adaptación de un popular y celebrado videojuego lanzado en 2013. Además, al frente de su reparto principal se encontraba Pedro Pascal, el actor de origen chileno convertido en una de las figuras recientes más solicitadas de Hollywood.
La serie se presentaba, también, como una reformulación de un escenario narrativo hoy ya sobreexplotado, al presentar una distopía provocada por una pandemia que dejó a la sociedad contemporánea en ruinas y en combate con una horda interminable de zombies.
“Zombies” no es una palabra, de todas formas, que se asocie o se utilice de manera estricta para referirse a The Last of Us. Tanto en el videojuego como en su adaptación para televisión, es un hongo el agente responsable de transformar a la mayoría de la población humana en criaturas abominables. Los “infectados”, como se los llama, se ven y se comportan como zombies, pero las diferencias en su físico y comportamiento son suficientes para que la ficción pueda escaparle a la denominación. El interés de Mazin y Neil Druckmann, creador del juego y cocreador de la serie, no se centró, de todas formas, en construir para HBO una nueva The Walking Dead.
En Chernobyl, Mazin expuso, con una ficción de tintes muy realistas, los peligros de la energía nuclear y la responsabilidad detrás de la toma de decisiones sobre su uso. El realizador ha dicho en entrevistas que el corazón de esa historia, inspirada en el accidente nuclear ocurrido en la Unión Soviética, se encontraba en intentar responder qué sucede cuando nos desconectamos de la verdad de los demás. Para el guionista y director, The Last of Us plantea dos nuevas interrogantes: cuál es el verdadero precio del amor y cómo debemos sentirnos sobre nuestros héroes cuando sus acciones son cuestionables.
Con mecanismos habituales de las narrativas apocalípticas, The Last of Us indaga en la naturaleza humana sujeta a situaciones extremas, en escenarios en donde el instinto de supervivencia y la protección de los seres queridos son puestos a prueba de forma constante. En un mundo que se ha desmoronado y se ha quedado sin sus instituciones más reconocibles, Mazin y Druckman indagan el lugar de la moralidad con los dilemas que les proponen a sus personajes —y, por defecto, a sus espectadores.
La serie se centra en el encuentro entre Joel (Pascal), un sobreviviente de la primera ola de infección, quien se ve traumatizado por una pérdida familiar cercana, y Ellie (Bella Ramsey), una joven adolescente perspicaz y malhablada que esconde un secreto y es inmune al virus. Eso es, al menos, lo que Ellie y sus chaperones creen tras atestiguar que ha sido mordida y no ha sufrido mutación alguna. Joel tiene la misión de atravesar junto a Ellie parte del desolado páramo antes conocido como Estados Unidos, para encontrarse con un grupo de sobrevivientes capaces de desarrollar una cura para la pandemia global.
Basta con que finalice el episodio inicial, donde se recorre el pasado de Joel y el presente de Ellie, para que la serie se apodere de otro esquema reconocible: el de la transformación personal sujeta a un viaje en la carretera. Una vez en el camino, la pareja deberá luchar contra sobrevivientes humanos con intereses opuestos y algún que otro grupo de infectados para que sus personalidades vayan transformándose a medida que los protagonistas se vuelven más cercanos.
No hay nada novedoso en este planteo inicial de The Last Of Us. Son ingredientes que ya han sido utilizados en otras recetas. Para el tercer episodio, sin embargo, el foco se aleja por completo de Joel y Ellie y la serie da la primera indicación de que sus creadores están dispuestos a ir más allá de los lugares comunes de los cataclismos ficticios.
Mientras que el videojuego original lleva al jugador a cuestionar su propio accionar en situaciones límite, ese sentimiento es trasladado en la serie a sus personajes, interpretados con naturalidad y aplomo por Pascal y Ramsey.
Pascal ha sabido construir una carrera gracias a su carisma y figura paternal, pero aquí, con unas canas artificiales y un bigote teñido que lo envejecen con poco éxito, es capaz de sacar a luz un dolor apaciguado por años de combate que hará de su personaje un antipático pero afable héroe. Ramsey, quien tuvo su gran debut actoral en Game of Thrones, es la contracara perfecta de su acompañante, y transmite el asombro y miedo de una niña que jamás ha conocido el mundo en el que habita.
En general, la dirección de los episodios es sólida y el diseño de producción de The Last of Us saca a relucir el holgado presupuesto de la serie con sus escenarios, paisajes y monstruos. La fotografía se luce mejor en las escenas nocturnas y no tanto en las diurnas, donde parece que el apocalipsis es sinónimo de la pérdida absoluta de todo brillo en cualquier cosa colorida. Con duraciones variables entre episodio, el montaje también tiene una propuesta dispar en donde la percepción del tiempo transcurrido es difícil de comprender.
Es fácil, sin embargo, querer emprender el viaje con Joel y Ellie hasta el final, dado el cariño que se les va tomando a medida que su misión los acerca. Si se sigue el patrón narrativo de Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, es interesante la construcción de un héroe moralmente gris que la serie hará de Joel. Al principio se lo muestra como un personaje que ha perdido su fe en la humanidad, pero con la llegada de Ellie también aparece la oportunidad de salvar al mundo; y a medida que la serie avanza y sus protagonistas sobreviven a diferentes desafíos, los demonios internos de cada uno salen a la luz.
Con cada logro en la misión de los personajes, parece haber un costo que deberán pagar con un poco de su humanidad. El último episodio de la primera temporada gira en torno a un sacrificio personal en uno de ellos. Con una segunda temporada ya confirmada, habrá que esperar hasta 2024, o quizás 2025, para explorar aún más esta historia, que no innova en su fin del mundo pero sí en el principio de dos grandes nuevos personajes de la televisión.