A través del espejo

escribe Pablo Staricco 
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Las Wachowski lo consumían todo. Las directoras responsables de revolucionar al cine de ciencia ficción y acción con Matrix crecieron en los 70 entre cómics, radionovelas y juegos de rol. Lana y Lilly Wachowski salieron de Chicago como dos fanáticas de Blade Runner con un hambre voraz por hacer cine. Dejaron la universidad, trabajaron en una compañía de construcción y escribieron guiones hasta que pudieron dar el salto que las hizo aterrizar, finalmente, en Hollywood.

Matrix fue, en el comienzo, una colección de ideas, dibujos y notas a mano destinadas a convertirse en un cómic. Tras llamar la atención con su debut de 1996, el sensual suspenso Sin límites, las Wachowski convirtieron esos retazos en un libreto de una película que dejaba estupefacto a quien lo leyera. La historia era la de un hacker llamado Neo, quien, tras despertar en una realidad en la que la humanidad fue sometida por las máquinas y esclavizada a vivir en una simulación digital, emprende un camino que lo convierte en “el Elegido”. Lo hace entre un sinfín de armas, acrobacias imposibles y una serie de impecables atuendos de cuero negro.

Pocas películas logran irrumpir en la cultura como lo hizo Matrix en la antesala del nuevo milenio. Dos décadas después de su estreno en marzo de 1999, el encanto sigue ahí, completamente intacto. La catarata de revolucionarios efectos especiales; las tribulaciones sobre la popularización de Internet y el ímpetu filosófico por cuestionar lo que nos rodea se encuentran en una historia que se ha repetido tantas tantas veces —la del héroe único destinado a salvar a la humanidad— pero jamás con el mismo impacto que significó ver, por primera vez, cómo Keanu Reeves esquivaba disparos en cámara lenta en la azotea de un rascacielos.

El mundo concebido por las Wachowski se extendió lo suficiente para convertirse en universo. Con dos películas, una animación y algún que otro videojuego, la franquicia Matrix llegó a su fin. O eso creíamos.

Tras completar la serie dramática de ciencia ficción Sense8 para Netflix, Lana y Lilly Wachowski sintieron que, al igual que Matrix, su carrera audiovisual también debía terminar. Ninguna sentía la particular necesidad de volver a filmar, al menos por un tiempo. Fue la muerte de sus padres, quienes se enfermaron y murieron en el transcurso de unas pocas semanas entre ellos, lo que motivó a Lana a lidiar con el duelo en una historia que pudiera sentir como “reconfortante”. La cineasta sintió que su cerebro “resucitó” tras un largo tiempo de dolor y les dio vida a dos personajes que, ante los ojos de todos, estaban muertos. Neo y Trinity, la dupla responsable de liderar la revolución humana contra la tiranía de las máquinas, volverían.

Matrix Resurrecciones nació entonces como un acto de amor. Y como todo amor, es complicado.

La película comenzó su preproducción sin Lilly, marcando el primer largometraje sin la presencia de ambas hermanas. Lilly, quien se declaró como mujer trans (al igual que su hermana) en 2016, expresó que atravesar el proceso de transición, además de una serie sin cesar de proyectos audiovisuales, la motivó a declinar la propuesta de participar de la película. Otorgó, sin regañadientes, su visto bueno. En febrero de 2020 comenzó la filmación de Matrix Resurrecciones pero se vería interrumpida, hasta agosto de ese año, por la emergencia sanitaria mundial provocada por el Covid-19. La película se terminó de filmar en noviembre del año pasado, en locaciones entre Estados Unidos y Alemania.

Cuando se filtraron en la prensa y redes sociales las primeras imágenes de la dupla protagonista de actores, conformada por Reeves y Carrie-Anne Moss, la sensación de déjà vu fue innegable. Se los vio en motocicleta escapando de explosiones, saltando de edificios al vacío y vistiendo —cuándo no en esta franquicia— fenomenales ropas negras, como si el tiempo nunca hubiera pasado.

La sensación de asombro por lo que ya parece haberse vivido se repite, intencionalmente, a lo largo de Matrix Resurrecciones. La continuación dirigida y escrita por Lana Wachowski busca criticar abiertamente la tendencia en el cine estadounidense de las grandes corporaciones en extender, reciclar y homenajear propiedades intelectuales populares. Lo hace de manera singular: combatiendo en el mismo terreno que ha permitido que Disney y Marvel se alcen, en la última pasada década, como la máquina que domina al cine. Una parodia introspectiva con cuotas iguales de acción, humor y metanarración, Matrix Resurrecciones es un palíndromo audiovisual absurdo, imperfecto y descarado. Una demencia genial y una genialidad demente.

La propuesta es una disonancia absoluta al reversionar lo narrado en Matrix (no así de sus secuelas) bajo la mirada de una artista que ha decidido reclamar su obra, ahuyentando de una vez por todas cualquier significado que se le haya atribuido al texto y que considere como ajeno. Casi que un uroboro fílmico, la intención de Lana Wachowski es “volver a donde todo empezó”, como lo indica uno de los personajes, bajo sus propios términos y los de nadie más.

Neo murió y lo que quedó ahora es Thomas Anderson, un diseñador de videojuegos que Keanu Reeves personifica inicialmente con un aura soporífera. Como el habitante de un mundo parecido al nuestro pero con características hiperreales que lo acercan más a la promoción de un proyecto arquitectónico, Anderson es responsable de haber creado Matrix, un videojuego que no se trata de otra cosa más que la primera película. Es decir, en Matrix Resurrecciones, los eventos de la primera película nunca sucedieron, sino que son una ficción dentro de otra.

Hay una serie de mensajes que se hacen explícitos alrededor del primer visionado de este puzle de espejos. Para la cineasta, el amor salvará el mundo; Hollywood está destinado al eterno retorno y Carrie-Anne Moss merecía una carrera legítimamente más exitosa que la que terminó teniendo. En una segunda revisión Matrix Resurrecciones permite que las secuencias y escenarios sobresalgan más aún desde un punto de vista técnico. En términos narrativos, el primer acto, sin duda, es lo mejor que la película tiene para ofrecer. Planteado como una revisión y reformulación del inicio de Matrix, se siente muy alineado con un fenómeno muy vigente: el comentario (o “reacción”, como se le conoce más comúnmente) en tiempo real a lo que se está mirando, pero nunca viviendo en carne propia.

La motivación siempre es, al igual que antes, provocar el “verdadero despertar” de los personajes. Una escena muestra a Thomas Anderson/Neo ingresando en un teatro en el que analógicamente se proyectan, en una tela resquebrajada, imágenes de la primera película. No es coincidencia que el cine sea, en los ojos de Wachowski, el único mecanismo capaz de remover a Neo de su letargo. Hay algo esperanzador y casi ingenuo en ello que lamentablemente no vuelve a tratarse. La obra va apagando sus motores en la construcción de su clímax y, por más acumulación de persecuciones y peleas que ocurren, nunca se acerca al asombro provocado por la acción de las entregas anteriores. Se podría plantear que la propia Lana Wachowski atina contra la tendencia de los blockbusters en resolver insulsamente todo a los ponchazos, pero tal vez sería darle demasiado crédito.

Una coda atípica y emocional, Matrix Resurrecciones también es innegablemente terapéutica. Parece funcionar como una experiencia curativa para todos sus involucrados y en especial para su directora, que no solo logró concebir un romance de calibre y escala heroica envuelto en los harapos familiares del cine de alto presupuesto, sino que audazmente convenció a un estudio de que este era el camino genuino que la saga debía tomar para ser consumida, una vez más, por quienes aún siguen maravillados por la creatividad, innegable, alrededor del apellido Wachowski.

Vida Cultural
2021-12-29T23:34:00