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¿Qué probabilidad hay de que una serie de Netflix que trata sobre un refugiado palestino que vive en Houston (Texas) no sea una oda al llanto en clave woke? ¿Una que en vez de indicarle al espectador qué debe sentir sobre las injusticias identitarias que nos agobian se concentre en las tragicómicas peripecias de ese personaje y su entorno? Baja, por no decir nula. La clave de que la agridulce Mo no sea así quizá sea que Netflix solo distribuye esta serie creada por la productora neoyorquina A24. En todo caso, Mo es una presencia más que bienvenida en el panorama de las nuevas comedias dramáticas que ofrece la popular plataforma.
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Basada en buena medida en su propia peripecia vital, fue creada por el comediante palestinoestadounidense Mohammed Amer junto con su habitual socio artístico, el también comediante, solo que de origen egipcio, Ramy Youssef. Sus ocho breves capítulos fluyen de manera natural en terrenos de la comedia dramática. La serie logra un balance casi perfecto entre el humor, que en general es ligero pero que a veces se oscurece bastante, y la narración del drama real de la vida de un “sin papeles” en EE.UU. E incluso ese aspecto dramático, que podría mostrarse de forma solemne, es presentado de manera graciosa, realista y en absoluto excesiva.
Aunque hace más de 20 años que viven en EE.UU., Mo (cuyo nombre completo es Mohammed Najjar) y su familia no tienen aún estatus legal. Como el Viktor Navorski interpretado por Tom Hanks en La terminal, están anclados en un limbo legal y tampoco pueden salir de Estados Unidos, ya que carecen de documentación que los acredite como refugiados. Siendo palestinos huidos de Kuwait en 1991, cuando la invasión iraquí de entonces, Mo y su familia se han pasado las últimas dos décadas intentando regularizar su situación sin lograrlo. Y ese factor es de hecho el centro profundo del conflicto que plantea la serie: lo complejo y difícil que resulta mantenerse dentro de los márgenes legales cuando la burocracia no hace sino ponerle trabas a esa legalidad. Así, cuando el grandote y más bien regordete Mo pierde su empleo (en negro) en una tienda de informática, se ve forzado a sobrevivir haciendo chapuzas en el mercado laboral más informal: DJ improvisado, seguridad de discoteca, vendedor de relojes truchos y ropa de marca de imitación, recolector de aceitunas y todo aquello que le permita hacer un peso lejos de la vista de las autoridades de migración. Incluidos algunos roces involuntarios con el narco.
Mo tiene una novia mexicana, María (la actriz oaxaqueña Teresa Ruiz), una mecánica de autos muy competente que también tiene sus menos con un sistema social que desconfía de manera casi automática de quien no tiene el color de piel o el origen social que se considera adecuado. Así, cuando María intenta ampliar su próspero taller mecánico, descubre que los bancos no le prestan dinero. Oficialmente, debido a una deuda de su padre, también mexicano. Extraoficialmente, y así se lo hacen saber, por su origen pobre y por ser socialmente dudosa. Lo interesante es que la serie no elige el camino de la victimización étnica, que habría sido el más sencillo. Al revés, opta por señalar el aspecto de clase que tiene esa discriminación, aunque le tome más tiempo y matices exponerla. Y lo hace sin abandonar el humor agridulce que caracteriza al show.
Mo es musulmán, María es católica, y eso supone un problema a la hora del casamiento, ya que ninguno de los dos parece estar dispuesto a ceder en cuanto a su religión si el otro no da señales en ese sentido. Esto es especialmente notorio en el caso de Mo, quien al mismo tiempo que es un estadounidense más, en su ropa, en sus gustos musicales, en su humor y hasta en su forma de pararse diariamente en la ciudad vive con una intensa culpa cada paso que da en la dirección de las costumbres de Occidente. De nuevo, la serie tiene la inteligencia de plantear esa dualidad de manera poco dramática, aunque no por eso menos seria.
Resulta en especial ajustada la descripción del “conflicto” cultural (entre comillas porque no siempre se presenta bajo la forma de un conflicto) que implica vivir en el cruce de varias culturas, seguramente gracias a que la serie se basa en las vivencias del comediante Amer y no apela a una mirada académica y paternalista. Allí donde la versión académica se preocuparía por exponer la paleta de relaciones de poder que aplasta y condiciona a los personajes, la serie propone algo mucho menos frío y teórico, mucho más vivencial. Esa carnalidad logra que la combinación de humor y drama, que es marca de la casa, funcione a la perfección y resulte mucho más convincente. Aunque es una ficción, Mo bebe de fuentes mucho más ricas y realistas que la didáctica woke imperante en Netflix en estos tiempos.
Mención aparte merece la galería de secundarios, en la que aparecen palestinos y judíos que se juntan a jugar al dominó, peligrosos mafiosos de poca monta que a pesar de su peligro tienen sentido del humor y toda una galería de personajes de las clases bajas y distintas comunidades que viven en la periferia de Houston. En esa galería se destacan Nick (interpretado por el rapero Tobe Nwigwe), amigo de infancia de Mo, su hermano mayor Sameer (muy bien, Omar Elba) y Yusra, su madre (Farah Bsieso). Bien actuados y apoyados en los buenos textos que les ofrece el guion, los personajes de ese trío aportan riqueza a las tramas de los ocho episodios. La banda sonora de la serie es también estupenda, poblada de raperos de la escena local de Houston que contribuyen a volver más concreto el atípico marco urbano en que se desarrolla la acción.
Si algo caracteriza a Mo, es la calidez de su mirada, ese afecto profundo que muestra por sus personajes y por su peripecia. Una mirada que, al tiempo que es cariñosa, es capaz de complejizar la circunstancia sin construir buenos y malos de cartón. Al revés, todos los personajes, Mo incluido, cargan con la adecuada dosis de ambigüedad como para poder preocuparnos por ellos y, cuando reaccionan de manera torpe o absurda, enojarnos con ellos. La serie logra algo especialmente valioso cuando muestra lo delicado que es el equilibrio que, de manera inconsciente, necesitamos cuando nos vemos trasplantados a vivir de manera abrupta en una cultura que no es la nuestra.
En su célebre canción Solo le pido a Dios, León Gieco cantaba “desahuciado está quien tiene que marchar a vivir una cultura diferente”, seguramente pensando en quienes se veían obligados a exiliarse. Mo muestra que esa idea no es absoluta, que no es verdad que quien se marcha esté desahuciado. Que se puede ser parte de una cultura diferente y al mismo tiempo conservar aspectos clave de la que se trae de origen. Que, por supuesto, encontrar un balance que resulte “vivible” para cada uno es difícil, costoso y toma tiempo. Pero que incluso alguien en una posición tan desventajosa como la de un “sin papeles” palestino forzado a vivir en el borde de la ilegalidad en Houston puede encontrar lo que hace falta para construirse como un ser único e irrepetible. Alguien como Mohammed Amer, y su alter ego Mohammed Najjar, capaz de crear esta serie llena de humor, humanidad y personajes tan delirantes como queribles y disfrutables. Mo es el perfecto ejemplo de una serie que es profundamente política sin mencionar jamás la palabra política. Recomendada.