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    Carlos Alberto Castellanos en el Palacio Taranco

    “¿Pérez Castellanos? Al fondo”, señala muy segura la señora que cuida los salones del primer piso. Es una escena curiosa, entre muebles antiguos, retratos pasados de moda con aire de una época que cuesta mirar. Es un salón amplio, con tapices, ventanales y un silencio abrumador. Esa tarde de temporal nadie se anima a refugiarse en el Palacio Taranco, la enorme casona de la Ciudad Vieja, cuyos jardines dan a la Plaza Zabala y la entrada con escaleras señoriales se abre magnífica hacia la proa de 25 de Mayo. Es una tarde terrible, pero la gente corre, los autos tocan bocina y no hay mucho interesado en sumergirse en otro mundo, aunque este proporcione el ambiente necesario para dejar pasar el ciclón. Hay más cuidadores y empleados que visitas. Y algunos, como la guardia del primer piso, se confunden fácilmente con los nombres de las calles y los artistas. En realidad, el periodista busca la muestra del pintor Carlos Alberto Castellanos (1881-1945), inaugurada días atrás. Otro Castellanos, no el Pérez de la calle, que a pocas cuadras recibe la furia de los elementos de la naturaleza. Es otro Castellanos, un pintor que nació a fines del siglo XIX y con sus cuadros de corte modernista se instaló en la historia del arte nacional con estilo propio.

    No se ven por allí a primera vista. El lugar está repleto de cuadros de artistas muy variados, de diferentes épocas y origen. Hay algunos nombres pesados como José de Ribera (1591-1652), Doménico Ghirlandaio (1449-1494), Diego Velázquez (1599-1660), Ignacio Zuloaga (1870-1945) y Joaquín Sorolla (1863-1923), los más cercanos a esta época, a inicios del siglo XX, cuando los inmigrantes traían baúles llenos de ropa, recuerdos y arte. Una época en la que la clase patricia montevideana podía también hacerse traer lo que quisiera de Europa, incluso obras importantes de los artistas más nombrados.

    El propio Palacio, construido a partir de 1908 y residencia de la familia Ortiz de Taranco, es un ejemplo del país que alguna vez tuvimos. Un país que se daba el lujo no solo de contratar arquitectos franceses (Charles-Louis Girault y Jules Léon Chifflot), sino a los mejores y más caros, glamorosos responsables de obras como el Arco de Triunfo y el Petit Palais de París. Basta recorrer su interior para entender la jerarquía y calidad de una época gloriosa: los famosos tapices de Aubusson (tradición centenaria francesa) tejidos especialmente para la casa, bronces de escultores importantes entre los que se destaca el de Paul Landowski (1875-1961), autor del Cristo del Corcovado. En esa época no se andaban con chiquitas. Pisos de roble, mobiliario y adornos realizados en base a un proyecto con dibujos en cartones que viajaron a Francia, aprobados por los arquitectos y proporcionados por la Maison Krieger de París. Y así se puede seguir, aunque no hay forma de entender todo esto si uno no lo recorre, imperdible paseo para el día del patrimonio, por ejemplo.

    La casa está impecable, aunque curiosamente, el museo no abre los fines de semana. Una pena, allí descansa una época a pleno, cargada de historias y evidencias formidables. El arranque de un siglo tan complejo como fascinante, de una sociedad no tan distante, todavía presente en herencias tangibles, materiales, artísticas, sociales.

    El Novecientos fue una época de inagotable dinamismo cultural, en la producción de los artistas e intelectuales nacidos en estas tierras, en el tráfico de bienes culturales y en la importación de conocimientos del continente europeo, especialmente Francia. Una época de viajes y viajeros incansables. Castellanos fue uno de ellos. No murió en Europa como Florencio Sánchez o José E. Rodó; se vino a causa de la II Guerra Mundial y murió en Uruguay. Pero también anduvo por ese mundo en el que aparecían “locos sueltos” ofreciendo caminos artísticos de innovación y creatividad. Ecos románticos, euforia positivista, la remada fulminante del impresionismo y otras vanguardias, la lucha desatada por los intentos de entender y responder a un mundo desorbitado, dinámico y cambiante hasta extremos incomprensibles. Entre máquinas y bombas, entre la euforia de los cambios y la tradición implacable, entre la modernidad que se asoma y los rincones vírgenes de mundos desconocidos que muchos artistas descubrían y ofrecían a sus compatriotas.

    Castellanos recogió sus incursiones europeas, africanas y orientales, pero también sudamericanas, en especial de Paraguay. Todo era nuevo y viejo a la vez, pero se lo veía como nuevo. Entre estas luces transitó este artista inquieto de apellido de calle, perdido entre tantos monumentos. En la historia nacional del arte, Castellanos tal vez no esté inscripto entre los más grandes de su época o no tenga la resonancia de Pedro Blanes Viale, Milo Beretta o Carlos María Herrera, con quienes compartió experiencias y preocupaciones formales. Fundador también del famoso Círculo de Bellas Artes (1905), que tanta responsabilidad tuvo en el desarrollo artístico moderno en Uruguay. Pero sus obras generan un placer inigualable: son definitivamente poderosas.

    Están escondidas, al final del pasillo del primer piso del Palacio Taranco, en reposo, en el silencio histórico de una casa señorial donde unos quince cuadros raros, de notable exotismo, ofrecen la curiosa soledad histórica de un pintor importante. Es el mundo de un artista que viajó mucho, recogió enormes influencias, encontró un camino para expresar la magnífica emoción de ese mundo que guardaba todavía la ingenuidad primitiva, en cierto punto, el paisaje más interesante que un artista pueda encontrar. Entre luces y colores de increíble tonalidad, entre rosados, verdes y azules y pinceladas por momentos impresionistas, luminosas, a veces suaves, serenas. Hay mucho hedonismo, cuerpos desnudos, temas mitológicos, paisajes de clara pertenencia latinoamericana. Hay un tapiz y un retrato que develan al pintor y artista más completo, sutil y muy disfrutable. Este Castellanos es muy bueno, aunque no sea el de la calle.

    “Carlos Alberto Castellanos” en el Palacio Taranco (Museo de Artes Decorativas), 25 de Mayo 376. De lunes a viernes de 12.30 a 17.40 h.

    Vida Cultural
    2013-09-19T00:00:00