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    Alcohólicos Anónimos cumple 50 años en Uruguay y busca que se visibilice su trabajo

    Hay unos 155 grupos con 3.000 asistentes a un programa basado en lo espiritual, con adeptos y críticos

    Delma no olvidará nunca el 15 de mayo de 1978. Ese día llegó como pudo a un centro ecuménico por 8 de Octubre, cerca de Propios. Estaba borracha, como había estado casi siempre en los últimos seis años. En ese lugar funcionaba un grupo de una organización que hacía menos de un lustro se había instalado en el país, Alcohólicos Anónimos (AA). Había unas 15 personas, solo una mujer aparte de ella. “Sentate y escuchá”, le dijeron. Eso hizo.

    Antes había hecho muchas otras cosas. Había consultado a médicos y “brujos” para dejar de tomar. Había estado a punto de perder a su familia. Había prometido dejar de tomar, o tomar menos, sin resultado alguno. Había dejado a su hijo de siete años olvidado, sentado en un bar en 8 de Octubre y Comercio, cerca de su casa y –“por suerte”, dice– una hermana suya lo rescató. Había hecho “todos los papelones posibles” por culpa del alcohol. Había tomado en todos lados: “El único lugar donde no tomé fue en el cajón, porque no me morí”. Ese día de 1978, cuando ante ella y ante otros desconocidos se reconoció impotente ante el alcohol, primero de los 12 pasos que desde entonces regirían su vida, nació por segunda vez.

    “Ese día sentí por primera vez que el alcoholismo era una enfermedad del alma. Y que había que decirle no a la primera copa, no a la última. Que la lucha era un día por vez. Entonces, empecé a ir todos los días. Empecé a tener fe en alguien, en AA, y después tuve fe en mí...”. Delma se emociona. Su primer “solo por hoy” está cerca de cumplir 46 años. “Yo era una cosa que caminaba... y me volvieron a la vida”, cuenta.

    Delma era una empleada pública con 33 años recién cumplidos, hoy tiene 78. En estos años vio cómo cada vez hay más mujeres y cada vez hay más jóvenes en los grupos. Las famosas “previas”, notan quienes llevan muchos años asistiendo, les “detonan la cabeza” a muchos veinteañeros. También hoy perciben mucho policonsumo. Ella ha visto recaídas, ausencias y ha festejado regresos. “Si vuelven es porque hay chance de que se salven”, dice. También hay muchos a los que no volvió a ver. Entre ellos dicen que el que deja de asistir no tiene más futuro que la cárcel, la internación psiquiátrica o el cementerio.

    Desde el día de su segundo nacimiento Delma no volvió a tomar una gota de alcohol. “Ni en vinagre ni en bombones. El programa consiste en no tomar más. Yo decía que quería tomar menos... pero eso no existe”.

    Alberto, 70 años de vida, 25 de sobriedad, adicción iniciada a los 11 “tomando en las fiestas los restos que otros dejaban en los vasos”, también ha participado en varios grupos de AA en Montevideo y fue “padrino” o “referente” de otros que han librado su misma batalla. Llegó a su primer grupo “arrastrando los pies, buscando el bordillo bajo de las veredas porque no podía subir al cordón”. Lo hizo para poder recuperar a sus hijos. Había tocado fondo. Hoy repite el “solo por hoy” como un mantra, pero con la felicidad que le da un cuarto de siglo lejos del trago. “Todos los adictos se mienten a sí mismos y a los demás. Nos volvimos tan expertos en disimular y poner excusas que nos creemos nuestras propias mentiras. Y eso causa mucho dolor”, dice.

    Presente y pasado

    El de Alcohólicos Anónimos, que este 18 de marzo cumple los 50 años en Uruguay, es el encare más conocido en todo el mundo para tratar el alcoholismo. Incluso hay médicos que recomiendan a sus pacientes asistir a un grupo. Hoy tiene dos millones de miembros distribuidos en 123.000 grupos en 180 países. Su documentación inicial se conoce en El libro grande o El libro azul, al que se puede acceder en internet y que se ha traducido a más de cien idiomas.

    Anonimato pero no invisibilidad. Ese es el objetivo que AA Uruguay busca en su aniversario. Para conmemorarlo se está preparando una conferencia de prensa para el 18 de marzo en un lugar todavía a definir. Dos días después, a las 19.30 horas, se realizará una actividad abierta en la parroquia de la calle Michigan, en Malvín, que incluirá una recorrida histórica por la primera organización de autoayuda de este tipo del país y del mundo. Para el 23 de marzo se prevé una jornada de información callejera.

    En esa parroquia de Malvín funciona uno de los 155 grupos presenciales que hay en todo el país y a los que asisten aproximadamente 3.000 personas. Los hay en todos los departamentos, en número variable y no necesariamente proporcional a la población; en Rivera hay la misma cantidad que en Flores y en San José hay casi el doble que en Maldonado. A esos grupos hay que sumarles las reuniones virtuales, que proliferaron en la pandemia y de las que hoy subsisten ocho.

    “Es difícil llevar un registro de la gente que asiste y todavía más de toda la gente que vino en estos años. Es mucha la rotación”, dice a Búsqueda Javier de los Santos, docente y estudiante del último año de la carrera de Medicina. Él es uno de los dos custodios clase A que hay en AA Uruguay; el otro es el exdirector de Salud Mental de ASSE, el psiquiatra Pablo Fielitz. Pese a integrar la comunidad a la que asisten en tareas administrativas u organizacionales, estos no son alcohólicos y hablan por eso con su nombre completo.

    Comunidad pionera de ayuda mutua entre adictos en recuperación en todo el mundo, la historia de AA comenzó en Akron, Ohio, Estados Unidos, el 10 de junio de 1935. El psiquiatra uruguayo Juan Carlos Chans Caviglia conoció a uno de sus fundadores, Bill W. (William Griffith Wilson), en un viaje a Estados Unidos en la década de 1940, y quiso traer este sistema al país. En 1948 fundó El Club de los Martes en un inmueble en calle Maldonado, en el que quiso replicar ese método a través de una terapia de grupo. En ese mismo lugar funcionaba antes la Liga Nacional contra el Alcoholismo, fundada por Joaquín de Salterain en 1915, y hoy funcionan tres grupos diarios de lunes a viernes y uno los domingos bajo el nombre de Chans Caviglia. En 1964, un alcohólico que pudo detener su adicción en un grupo de AA en Argentina impulsó una iniciativa semejante en el club Ferrocarril, bajo el nombre Amigos del Enfermo Alcohólico (ADEA). La movida empezó a crecer y se pidió autorización al directorio internacional de AA para ser parte de la organización.

    La primera reunión de Alcohólicos Anónimos Uruguay como tal, con su programa de recuperación de 12 pasos, se realizó el 18 de marzo de 1974. Como pasó en el mundo, también fue la primera de su tipo en el país. Delma, que fue una de las primeras integrantes mujeres, dice que esta tuvo lugar en una habitación de club céntrico al que había que subir 23 escalones. “Abajo había una cantina”, recuerda.

    Prejuicios

    El anonimato visible del que habla De los Santos no comienza con este medio siglo. Los horarios y lugares de las reuniones están publicados en la web de la organización (www.alcoholicosanonimos.org.uy). Estas se realizaban y realizan en teatros barriales, parroquias u otros lugares comunitarios. “El vínculo de AA con la comunidad es desde siempre”, señala De los Santos.

    Son sus propios miembros los que financian la organización. “Nosotros no aceptamos aportes de estatales ni de privados. Nos financiamos con nuestras propias contribuciones, que no son obligatorias, ni tienen una periodicidad ni tarifa fija. Pero si no aportamos no funcionamos”, añade.

    Es martes de tarde en la enorme casona de calle Maldonado, donde hoy funciona el grupo Chans Caviglia. A lo largo de las habitaciones se ve un retrato de De Salterain y carteles con distintas frases: “Hazlo con calma”, “Si no vienes a las reuniones no preguntes por qué recaíste”, “La madre de todas las drogas es el alcohol”. Hay varios cuadros con los 12 pasos resumidos y las 12 promesas de AA. También son 12 las preguntas que, en caso de contestar afirmativamente al menos cuatro, pueden revelar que alguien tiene problemas con el alcohol. Llueve y eso ha conspirado contra la afluencia: hay solo ocho personas, siete de ellos hombres, todos de edad mediana, cuando podría haber entre 15 o 20. Cada uno es libre de manejar la asiduidad, dicen, aunque no auguran nada bueno para el que deja de venir. El mundo exterior no ayuda. “La sociedad, y lo ves en la publicidad, asocia al consumo de alcohol con la felicidad. Muestran a los jóvenes tomando y de fiesta. No vas a verme a mí, hecho pedazos, tirado abajo de una mesa como estaba a los 29 años”, cuenta Roberto, sobrio desde 2002.

    Toda reunión comienza con una ronda en la que cada uno se va presentando por su nombre, admitiendo ser alcohólico y, como tal, impotente frente al alcohol. Hablan de un “poder superior”, lo que provoca no pocos recelos en personas ajenas a esta dinámica, al cual entregarse. Alberto no profesa ninguna religión pero defiende los pasos y principios de AA.

    AA no ha estado libre de críticas. No falta quien diga que es “una secta”, ya que sus integrantes se entregan a ese “poder superior” –señalado en el segundo de los 12 pasos– para que los ayude a encontrar la abstinencia. Los pasos originales aluden directamente a “Dios”, que los miembros actuales atribuyen al momento del inicio, el muy cristiano Estados Unidos de 1935. Esto, se ha dicho, le quita responsabilidad activa al participante. El apoyo es entre pares, no profesionales médicos. Está mucho más enfocado a lo testimonial y lo espiritual que centrado en lo técnico, aspecto inexistente. En el mundo tampoco hay unanimidad a la hora de considerar al alcoholismo como una enfermedad crónica. Y el programa de AA apunta a eliminar toda ingesta para tener una buena calidad de vida.

    “Hay muchos prejuicios y hay cosas que hacen ruido. A mí también me lo hacían”, admite De los Santos, integrante de AA desde hace cinco años. Le choca, aunque entiende, que haya quienes los vean como una secta. Hoy asegura que el “solo por hoy”, las metas cortas, son el mejor camino para la sobriedad.

    “La idea de que un ‘poder superior’ los puede llevar a la sobriedad puede ser difícil de entender, pero no tiene connotaciones religiosas. El alcoholismo es una enfermedad física y del alma. El nuestro es un programa espiritual que no usa fármacos. Con el tiempo yo he entendido a ese ‘poder superior’ como un despertar espiritual que surge en algún momento y permite lograr determinadas cosas”, dice el custodio.

    Asegura que eso no les quita responsabilidad. Al contrario, sostiene que “esto también les hace entender lo que ellos mismos causaron tanto en ellos como en sus familias y hace que, en la medida de sus posibilidades, trabajen en una reparación”. También se han formado grupos de familiares de personas alcohólicas, tan afectados como ellas. Las reparaciones están incluidas en los pasos octavo y noveno.

    La palabra

    El trabajo que se realiza en AA está muy lejos de ser una cura mágica. El psiquiatra Lance Dodes, de la Escuela Médica de Harvard, Estados Unidos, dijo en su libro Sober Truth (Verdad sobria, 2014) que la tasa de éxito de este programa es del 8%. Es mucha la reincidencia y la rotación. Algunos describen las primeras semanas o meses como lo más difícil que han transitado en sus vidas. “No quiero pontificar, pero la sobrevivencia merece una medalla y no un estigma. Y con que uno solo sobreviva a ese infierno, ya cumplimos”, dice Alberto.

    En 2020, otro estudio, este realizado por la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), que evaluó a su vez 35 investigaciones que contemplaron 10.000 casos, concluyó que AA es “al menos tan efectivo” como las psicoterapias o los tratamientos médicos para lograr la abstinencia.

    El psicólogo especializado en adicciones Miguel Hernández, director de la comunidad terapéutica Izcali, una de las principales del país, dice a Búsqueda que AA “ayuda a mucha gente” y que su metodología “basada en la palabra”, “testimonial y no psicoterapéutica”, pese a no tener una base profesional “logra buenos resultados y más tiempo de abstinencia”. Si bien no hay muchos datos que sustenten ese éxito, señala que comunidades terapéuticas como la que dirige surgieron desde la experiencia de estos grupos de autoayuda.

    El alcohol es la droga más consumida en Uruguay: el 59% de la población de entre 15 y 65 años son bebedores habituales. Es un consumo, habitual o no, democrático y nada clasista: está presente en el 85,8% de las personas de sectores socioeconómicos altos, 76,2% en medios y 71,3% en bajos. Distintos estudios ubican en el entorno de 250.000 personas la población del país que presenta un consumo problemático de alcohol, cuando este produce consecuencias negativas al individuo y a su entorno. Hombres y mujeres de todos los entornos integran los grupos de AA.

    “Lo mejor de esta agrupación es conocer historias de personas que han vivido situaciones difíciles de imaginar, que hoy se mantienen sobrias y que día a día ayudan a otras personas. No se juzga: es un lugar para contar las cosas que te pasaron. La clave de esto es el servicio”, dice De los Santos. Alberto sigue ese camino porque sus compañeros, los viejos y los nuevos, le siguen levantando espejos en los que verse. “Acá también aprendés a ser paciente contigo mismo… y no existe una inversión mejor”.

    Delma aún hoy va todos los días a una reunión de AA, ahí donde esté. Así ha estado desde hace casi 46 años. Es un ejemplo de lo que sostiene el custodio. “Primero, voy a diario porque siento que yo no puedo funcionar sin ellos. Y después, porque si cuando yo fui no hubiera habido nadie, yo no me salvaba. Yo tengo que estar ahí para otros”.

    Ciencia, Salud y Ambiente
    2024-02-07T19:14:00