Para el experimentado y reconocido actor montevideano, “el teatro se divide entre el que respeta al público y el que no lo hace”
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCuando tenía dos años, falleció su madre y a sus cuatro años perdió a su padre, por lo que se crió con sus tres hermanos. Los mayores tuvieron que hacerse cargo. Si bien de niño apenas conoció lo que era un teatro, el impacto que sintió, a los 16 años, al ver a Roberto Jones en el Solís fue el primer impulso que lo acercó al escenario. Álvaro Armand Ugón es uno de los actores más completos y reconocidos del medio local. Además de actuar en teatro, cine y televisión, desde hace unos 15 años dirige su propia escuela de actuación, instalada en Pocitos, que cuenta con más de un centenar de alumnos y un nutrido plantel docente, y por la que han pasado ya más de un millar de personas. Su imagen en los afiches callejeros a comienzos de año, que promociona el inicio de cursos, es toda una postal montevideana. Muchos de sus alumnos se han dedicado a actuar, en tanto que otros lo han hecho para incorporar la actuación como herramienta, para ganar una competencia personal o para vencer la timidez. En este otoño protagoniza Psicópata, unipersonal escrito por Fernando Schmidt, y dirigido por Fernando Toja, en cartel en Undermovie (funciones en venta los sábados de junio). Es su segundo unipersonal consecutivo después de Recuerde esto. Un guionista presenta una idea de serie a la principal plataforma audiovisual que rechaza su proyecto y después lo desarrolla a sus espaldas. En venganza, el sujeto no deja títere con cabeza. “Esta obra, si bien lo que tiene por delante es el humor, se mete con la psicopatía y contiene una fuerte crítica social, una denuncia a ciertos males y enfermedades que alimenta nuestra sociedad”. En esta entrevista con Búsqueda, Armand Ugón cuenta sobre Psicópata, sobre su vida y su carrera.
—¿Recordás el momento en el que decidiste ser actor?
—Yo había ido al teatro cuando era niño, pero nunca me había generado nada. Mi hermana Marisa era socia del Circular y cada tanto comentaba algo que había visto. Poco más. Después, en el liceo, cuando tenía unos 16 años fui a ver una de la Comedia en el Solís con Roberto Jones. Nunca recordé el nombre de la obra pero sí fue fuerte el impacto de verlo. Impresionante. Ahí tomé conciencia del fenómeno teatral y unos años después, cuando tenía que elegir qué estudiar, decidí que quería ser actor y me anoté en la escuela del Circular. De mi generación también salieron Lucio Hernández, Moré, Paola Venditto y Fernando Dianesi. Hice un cursillo de prueba con Ernesto Clavijo como docente, en el que hicimos La isla desierta, de Roberto Arlt, una obra divina, ideal para hacer en escuelas de teatro. Pero quedé eliminado. Fue bastante duro. Y al año siguiente Ernesto me convocó para un papel pequeño en La metamorfosis. Era solo un bolo, pero me volvió a enganchar con el teatro. Un tiempo después me anoté en la Escuela del Actor, que abrió su primera generación en el Anglo Ombú. Ahí ya sentí con mucha fuerza que actuar era mi vocación. Y desde ahí en adelante siempre estuve en el teatro. De esa escuela egresé.
—¿En qué trabajaste mientras te armabas como actor?
— Hasta los 25 años trabajé en lo que viniera. Restaurantes, cadete de farmacias, en la Liga Sanitaria, deshollinando calderas de calefacción en edificios. Trabajaba de día y de noche iba a la escuela de actuación. En los sótanos de los edificios está lleno de diarios. Y en los tiempos muertos buscaba en los diarios las críticas y las entrevistas de teatro, las cortaba y me las llevaba para leer en casa.
—¿Cuál fue tu primer papel?
—Cuando estaba terminando la escuela me enteré que Omar Grasso estaba preparando en el Circular una obra llamada Después del manzano, y que necesitaban gente. Hicieron un llamado, me presentó Margarita Musto, que había sido docente mía. Y quedé. Cuando empecé a ensayar, resulta que en el elenco estaban muchos compañeros en aquel curso de Clavijo con el que hicimos La isla desierta, por lo que ya conocía a unos cuantos. En seguida en una audición quedé en el elenco de Rey Liar que dirigió Eduardo Schinca y ahí enganché con continuidad. Mi primer trabajo grande y por el que gané mi primer sueldo como actor fue en televisión, en Canal 4, en la telenovela El año del dragón. Después vinieron las tiras dirigidas por Jorge Muniz y Oscar Estévez Mañana será otro día y Charly en el aire. Eran producciones muy rudimentarias, con planos generales eternos, casi sin exteriores, con poco trabajo de fotografía, sonido y edición. Pero para mí y varios más, como Leo Lorenzo, Mario Ferreira y Rogelio Gracia, durante dos o tres años seguidos fue una gran escuela de actuación ante cámaras. En ese momento pude dejar otros trabajos y decidí dedicarme a actuar, pasara lo que pasara.
—Poco después, actuaste por primera vez con Marianella Morena y empezaste a dar clases...
—Sí, en 2005 me llamó Beatriz Massons para dar clases de actuación en cámara en su escuela. Fue la gran decisión de vida que me permitió vivir siempre de la actuación. En ese mismo año hice un papel muy importante en mi carrera que fue Don Juan en la obra Don Juan, el lugar del beso, de Marianella Morena, con quien volví a actuar varias veces. Un espectáculo muy jugado, que tuvo un proceso de trabajo de más de seis meses, tremenda investigación. Fue mi primer gran desafío actoral. Muy intenso. Me permitió descubrir otra forma de hacer teatro, un teatro de arte alejado del realismo, nada figurativo, en el cual el actor también propone. La dramaturgia del actor. En todo eso Marianella fue mi gran maestra.
—Poco después hiciste con ella Resiliencia, aquella adaptación de El furgón de los locos, de Carlos Liscano...
—Fue mi primer unipersonal. Muy psicológico. Un relato del encierro, la prisión y la tortura. Siempre trabajé sin prejuicios en diferentes ambientes, en tres vertientes que son sumamente valiosas y dignas: el teatro de texto clásico, más formal en su estructura, muy psicológico en lo actoral y figurativo en la puesta en escena, el teatro de vanguardia, que insume mucha investigación, muy poco figurativo, y el teatro comercial, que busca sobre todo el entretenimiento pero con un trasfondo que también puede ser muy profundo.
—El sistema teatral uruguayo suele desdeñar el teatro comercial, pero vos tenés un largo camino...
—Sí. El método Grönholm, Gorda, Dos hombres desnudos. Hay un gran prejuicio ahí pero yo no lo tengo. Hay buen teatro y mal teatro en todos los géneros. Creo que el teatro se divide entre el que respeta al público y el que no lo hace. Entre el mal y bien actuado. Eso pasa en el teatro de arte y en el teatro comercial. Y cada uno te enriquece como actor y te requiere desarrollar herramientas que respeto y valoro. Este año, entre Psicópata y lo próximo que voy a hacer, un trabajo también para el Movie, una obra llamada Para anormales, estoy haciendo un tipo de teatro que me requiere un gran esfuerzo actoral. Sostener un personaje desde un lugar más liviano, no tan psicológico, sino a través de herramientas más espontáneas, es muy dificultoso. Esa diversidad me mantiene activo, me mantiene vivo actoralmente. No me interesa encasillarme en: yo solo hago teatro de investigación. El Coco Rivero dice siempre que el carnaval, o sea, nuestro teatro popular por excelencia, es la comedia musical uruguaya. Hay cosas maravillosas y muy ricas en el carnaval, como la murga.
—Pero no te atrajo como para ir a trabajar ahí...
—No. Este año me lo propusieron, pero creo que requiere una gran dedicación, cierta forma de producción y de exigencia de tiempo que no está a mi alcance. No me puedo comprometer, pero no es algo que desdeñe artísticamente. El teatro popular de calidad es de lo más difícil de construir. Y hay que ver lo que mueve el carnaval a nivel de público, y la cercanía y la intensidad del vínculo con el espectador que logran. Lo que no puedo respetar es cuando veo que un espectáculo, de cualquier género, no se hace con rigor y con compromiso, cuando se ve que no hay un centro en el trabajo. Cualquier espectáculo demanda trabajo, búsqueda, profesionalismo, respeto al público. Se lo digo siempre a mis alumnos: el teatro requiere mucho trabajo. Que te vea mucha gente y que te hagan notas en la tele puede estar muy bueno, pero esa no es la verdad del trabajo teatral. La verdad es el esfuerzo. Horas y horas estudiando letra. No es lo más divertido. Sacar adelante un espectáculo es muy sacrificado.
—Nunca te llamó la Comedia Nacional, sin embargo, sos uno de los pocos actores del medio local en actividad que ha hecho Hamlet . ¿Cómo lo recordás?
—Bueno, eso se lo debo a Gabriela Iribarren, que confió en que yo podía. Fue un trabajo de veinticinco personas. Fue monstruoso. Hicimos la versión integral, eran tres horas y media, con un intervalo. Armar los ensayos, con la lógica del teatro independiente, era una locura. Gabriela vivía adentro del Espacio Palermo, haciendo ensayos parciales. Parcializó todo y ensayábamos desde la mañana hasta la noche. Yo al mismo tiempo estaba grabando en la tele Charly en el aire, casi no dormía. Lo más demencial fueron las últimas dos semanas, cuando empezamos a hacer los generales. El único horario en que podíamos reunirnos todo el elenco era a las once y media de la noche. En invierno, en Espacio Palermo. Terminábamos a las cuatro de la mañana. Una locura. Una semana antes, entre el frío, la exigencia y el cagazo que tenía, me quedé sin voz. Tuve que tomar corticoides y llegué al estreno como pude. Una semana antes aún no había llegado al punto óptimo para estrenar. Pero Gaby hizo una dirección perfecta. No se desesperaba, me daba toda la tranquilidad. Y en los cuatro últimos días todo encajó y apareció el personaje. Fue maravilloso poder superar ese desafío actoral gigantesco. En las funciones perdía cinco kilos y medio. Me pesaba antes y después de cada función. Terminaba muerto. Después, tomando mucho líquido recuperaba. La exigencia no solo era física sino emocional, por todos los lugares y estados que transita ese personaje, y te hace transitar a vos como actor. Tiene humor, drama, es un estudiante de filosofía que reflexiona sobre la vida, combate con espadas, encabeza escenas de batalla, y al final, la muerte. Y después está el folclore del personaje vinculado al ego, que dice que o salís triunfante o te das contra el piso. No tiene medias tintas.
—¿Cómo trabajás en tu escuela la dualidad entre la actuación en teatro y ante cámara?
—En la tele el actor lo vive interiormente y la cámara se encarga de mostrarlo. No hay proyección. Y en el escenario la energía fluye directamente entre los actores y los espectadores. Por eso a veces el actor teatral puede quedar pasado de rosca en la pantalla, subrayando cosas de un modo innecesario. Y viceversa: el actor de televisión que se queda corto en el escenario. El tema es el equilibrio. Hoy hay mucha más experiencia acumulada. En la escuela enseñamos actuación teatral y también ante cámara. En aquella época no había escuelas: te equivocabas y veías el error en televisión. Ahora te podés equivocar y corregir en las escuelas. Grabamos todo y los alumnos se ven después. En la pantalla lo fundamental es verte después, y corregir. En cambio en el teatro el trabajo está vivo siempre, hasta que empieza la función. Y después que termina también podés seguir corrigiendo.
—¿Cómo ves tu camino en la pantalla? ¿Te gustaría tener un protagónico?
—En cine he hecho solo cosas pequeñas. En las series tuve personajes con mayor desarrollo. No tengo esa ambición de protagonizar. Es difícil acá. Pero sí quisiera tener un personaje secundario que pudiera desarrollar una sustancia que capaz pueda ser tan interesante como un protagónico. Hace poco hice un secundario muy lindo en Trenza de espinas, una película uruguaya de Juan Alonso, en la que actué con Carla Moscatelli y Roberto Suárez. Pude desarrollarme como me gusta.
—¿Qué falta para generar acá esa retroalimentación entre pantallas y escenarios, para que el público vaya a ver al teatro al actor que conoce de la tele y viceversa?
—El mundo de las pantallas cambió. Los canales de televisión solo hacen formatos y las series para las plataformas las hacen las mismas productoras que hacen cine. Y eso es bueno. Mirá, el año pasado actué en Amia, la serie de la productora Cimarrón que se rodó acá, que es la primera coproducción entre Argentina y Uruguay en series. Por eso la mayoría del elenco es uruguayo. Se va a estrenar en plataformas a fin de año y si eso funciona bien, puede haber segunda temporada y puede ayudar a que aumente el volumen de producción nacional en series. Tenemos muy buenos equipos técnicos, tenemos buenos actores. Está el fenómeno de La sociedad de la nieve con Enzo (Vogrincic). La gente, a escala masiva, reconoció a un actor que salió del teatro local, pero el asunto es que es una productora española. Aún nos falta esa llegada directa a las plataformas con una producción uruguaya.
—¿Cómo describís Psicópata ?
—Es un unipersonal que tiene un componente de comedia pero no es una comedia liviana. Fernando (Schmidt) tiene una escritura con muchas capas. La primera te saca una risa, con un humor muy popular y después tiene una dimensión mucho más profunda, en su crítica social. Describe muy bien este trastorno de personalidad, esta psicopatía que padece el personaje, que es algo universal. Es muy de Estados Unidos, más propio de una metrópolis. En la obra además interpreto dos personajes más, lo cual disfruto mucho. Como su condición le impide sentir empatía por nadie y le impide sentir culpa, le otorga una forma de ver los temas muy cruda y totalmente incorrecta. Por eso es tan divertido. También ayuda que sus víctimas sean más villanos que él. Mata gente que no es nada querible, lo cual genera mucha simpatía del público. Igual no es un humor que provoque carcajadas todo el tiempo. Empieza contando que mató una mascota, algo que hoy no es muy bien visto que digamos. Es un trabajo corporal muy físico, que sale más del cuerpo que de la mente. Trabajamos mucho en eso con Toja. No es stand up, pero requiere de un ritmo propicio para el humor. Para mí, es muy demandante pero también muy liberador.