“En tiempos de coronavirus y con la situación de aislamiento social que implica, la disponibilidad de una herramienta madura y consolidada”, con las características de los remates por pantalla, “adquiere una relevancia enorme a la hora de sostener los motores de la economía ante la nueva normalidad”. Así lo sostienen los investigadores de la Unidad de Economía Aplicada del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (Inia), Bruno Lanfranco y Bruno Ferraro, en un trabajo elaborado este año.
Destacan que los remates por pantalla, transmitidos por Internet o televisión por cable, “permiten sortear el aislamiento”.
En un contexto de emergencia sanitaria el sector agropecuario fue uno de los pocos rubros que prácticamente no paró en las distintas actividades, tanto en la producción ganadera como en la agrícola, granjera y forestal, entre otras.
La implementación de protocolos sanitarios y los ajustes que requirieron a medida que se detectaron fallas permitieron continuar sin mayores sobresaltos, más allá de algún susto por sospechas de casos de coronavirus en empresarios o trabajadores del sector.
Y uno de los factores que favoreció la prosecución de las tareas, y en el que hicieron hincapié los técnicos del Inia, fue la utilización de tecnologías para evitar los contactos directos entre los actores de los negocios del agro.
“El remate ganadero en su modalidad de pantalla, al sustituir la apreciación directa del producto por la imagen de video, desconcentra el mercado físico y permite incrementar el volumen ofertado”, valoran.
Comentan además que “su transmisión por distintos medios facilita una afluencia casi irrestricta de la demanda”.
“Cualquiera que acceda a televisión por cable, computadora o teléfono inteligente puede participar del mercado”, indican.
Y consideran que “su influencia excede ampliamente su ámbito particular de acción”.
El interés de los técnicos del Inia fue poner de manifiesto el papel que puede jugar una tecnología como las ventas virtuales de ganado y, más específicamente, los remates por pantalla en un escenario de distanciamiento social como el impuesto por la actual pandemia.
“Es sabido que las medidas de aislamiento buscan aplanar la curva de contagios. A las ya terribles consecuencias en la salud humana se suman las de una abrupta caída en la actividad social y económica”, señalan.
Advierten a su vez que, “sin pretender compararlas con las primeras, es cierto que estas últimas también pueden tener consecuencias muy graves, tanto por su intensidad como por su duración”.
Situaciones incomparables
Cuando el 23 de abril de 2001 apareció un nuevo foco de fiebre aftosa en Palmitas (Soriano) —seis meses antes se había aislado y controlado rápidamente uno en Colonia Rivera (Artigas)— “todo hacía suponer que la ganadería entraría nuevamente en un largo período de depresión y estancamiento”, relatan los técnicos en el trabajo.
Recuerdan que “la debacle de uno de los principales motores de la economía nacional amenazó con más desesperanza y frustración, en momentos que se abatía una grave crisis financiera”.
“Autoexcluido inmediatamente de los mercados internacionales de la carne, el movimiento interno de ganado quedó restringido al mínimo”, destacan.
Es que con más de 2.000 focos aftósicos registrados en el campo uruguayo las pérdidas llegaron a unos US$ 700 millones de la época, según estimaciones oficiales.
“No es objetivo” del análisis, según los autores, “hacer un paralelismo entre el brote epidémico de aftosa de 2001 con el de la pandemia del Covid-19, que actualmente afecta al Uruguay y al mundo con enorme costo en vidas humanas”. “Son situaciones incomparables”, aclaran.
La aftosa es una enfermedad contagiosa causada por un virus que afecta a animales de las especies de “pezuña partida”, tanto domésticas (bovinos, ovinos, caprinos, porcinos) como salvajes (jabalíes, venados, ciervos, entre otros). Y argumentan que esa enfermedad “no se trata de una zoonosis, es decir, no hay evidencias claras de su posible contagio en humanos”.
“En 2001, las ventas por pantalla permitieron la operativa de los mercados de haciendas en forma segura al minimizar los movimientos de ganado”, resaltan. Y sostienen que “de no haberse contado con esa tecnología hubiera sido mucho más difícil y costoso normalizar las operaciones sin arriesgar la aparición de nuevos focos epidémicos”.
“En 2020, los remates ganaderos por pantalla aparecen nuevamente como una gran oportunidad, al permitir la interacción de compradores y vendedores, pero sorteando el aislamiento físico y permitiendo el funcionamiento de los mercados”, plantean.
Riqueza y variedad
En el marco actual, los técnicos del Inia consideran que “parece oportuno” repasar las características que convierten a las pantallas “en una formidable herramienta para la comercialización de ganado en tiempos de pandemia”. La información que dan es de una “enorme riqueza y variedad” que “beneficia a todo el sector ganadero y confluye al principal objetivo: equilibrar la información entre agentes y dar transparencia y garantía a los mercados de haciendas”, aseguran.
Calculan que “en casi 20 años de operación” el negocio de los remates por pantallas involucró transacciones en el entorno de “US$ 2.840 millones”.
“A diciembre de 2019, los tres consorcios (Pantalla Uruguay, Plaza Rural y Lote 21) sumaban 574 remates por pantalla, involucrando casi 7 millones de reses, a razón de 360.000 cabezas al año, casi 12.000 por remate”, detallan.
Lanfranco y Ferraro explican que el siglo XXI marcó el despegue definitivo de los remates en ese formato, ya que en julio de 2001 se realizó la primera edición de Plaza Rural y dos meses más tarde, en setiembre, se concretó la primera actividad de ventas de ganado de Pantalla Uruguay. Y en marzo de 2005 el primer remate de la firma Lote 21.
“Esos remates siempre incluyeron una instancia presencial desde donde el rematador accionaba la subasta frente a las imágenes de video”, recuerdan. Y precisan que “a partir del desencadenamiento de la actual pandemia se realizan en forma totalmente virtual”.