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    Atrapado en la red

    El escritor español Agustín Fernández Mallo y “Limbo”, su última novela

    Considera que en todo puede haber materia poética, incluso en aquello que es residual: una fotografía borrosa, las bolsitas para vomitar de los aviones, las vísceras de un animal en el matadero. “Uno de los conceptos del creador es saber reciclar los residuos ya sean físicos o simbólicos”, explica. El escritor se llama Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967), es físico, poeta, narrador y músico. Le gustan los libros con títulos extraños, como el que le puso a uno de sus poemarios: Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus. También le gustan las novelas fragmentadas, en las que se incluyen dibujos, fotografías, cómics y muchas, tal vez demasiadas, referencias culturales y científicas. Así elaboró su primera novela Nocilla Dream, que inició una exitosa trilogía en España. A partir de entonces, se lo consideró el líder de la “Generación Nocilla”, integrada por escritores que comparten similares intereses narrativos. La última novela de Fernández Mallo es Limbo, y cuenta tres historias en apariencia independientes, pero que tienen sus vínculos o links, para usar un término más acorde con el escritor. Fernández Mallo concibe su narrativa como una red, porque para él hoy el mundo es una gran red. En Limbo hay una joven secuestrada, dos músicos encerrados en un castillo en el que intentan grabar algo que no es precisamente música y una pareja que viaja por Estados Unidos tras el Sonido del Fin. Es una novela con olores desagradables, ruidos que desentonan, un desierto “que es un cuerpo” y sordomudos que interpretan lo que queda grabado en cámaras de seguridad. Con este científico atrapado en una red literaria, Búsqueda mantuvo la siguiente entrevista.

    —¿Cómo llegó de la física a la literatura?

    —Creo que no llegué a la literatura, sino que fue apareciendo al mismo tiempo que la física. No podría separarlas porque es mi forma de ver y de ordenar el mundo. En general encuentro belleza y metáforas en la ciencia. Como toda construcción hecha por el ser humano, la ciencia también está sujeta a una estética. Pero no me interesa usarla como argumento de una trama, sino para encontrar lo que puede tener de metafórico. Al principio de Limbo cuento la historia del físico Heisenberg, y esa es una metáfora, porque para él lo que importaba era el comienzo y el final de un proceso, y para mi historia lo importante es lo que está en el centro, lo que yo llamo Limbo.

    —¿Sigue trabajando como físico?

    —Desde hace dos años que no lo hago, pero he trabajado durante 20 años con radiaciones nucleares, en lo que se llama técnicamente aplicación de la física a la radioterapia.

    —¿Por eso tienen tanta importancia los cuerpos en sus novelas?

    —No lo había pensado así, a lo mejor viene por mi profesión y yo no me doy cuenta. Sí creo que el cuerpo es de los grandes temas de la historia del arte, y lo sigue siendo, aunque ahora seamos muy digitales. Como físico creo que todo es materia, pero le he dado mucha vuelta a la poesía mística que niega el cuerpo y la materia, y eso aparece en mis historias.

    —El nombre de Heisenberg se hizo popular porque el protagonista de la serie Breaking Bad lo usa como apodo. ¿Tuvo algo que ver para que lo eligiera?

    —No, nada que ver, pensé en él como físico. Es verdad que entre la gente más joven se hizo popular por la serie. Pero hasta un poco me fastidia porque el personaje de Breaking Bad es químico, y es como si fuera lo mismo la física y la química. Lo peor que se le puede hacer a un físico es confundirlo con un químico.

    —Su primera novela Nocilla Dream la escribió después de un accidente en Tailandia. En ese momento miró mucha televisión, ¿de allí surgió la idea de zapping con la que estructura sus novelas?

    —Aunque no me gusta viajar y solo lo hago por trabajo, cometí el error de ir por placer a Tailandia. Allí me atropelló una moto y tuve que quedarme postrado 25 días. Es cierto que estuve viendo canales de televisión en un idioma que no entendía, pero lo del zapping aplicado a mis novelas lo desmiento un poco porque parece que hubiera intercalado trozos al azar. Creo que si no estuvieran atravesadas por metáforas y líneas poéticas no serían nada. En ese momento de quietud recordé una imagen que había visto en The New York Times: un árbol al que la gente le tira zapatos de todo tipo en mitad del desierto de Nevada. La fotografía me pareció preciosa, potente, extraña. A partir de ahí comencé a desarrollar algo que no sabía qué era. Hasta el momento solo había escrito poesía y no se me había pasado por la cabeza escribir una novela. Entonces empecé a escribir compulsivamente en esas libretitas que dan en los hoteles y a los 25 días tenía una historia. Cuando llegué a mi casa tuve una convalecencia de ocho meses y quise investigar en ese modo de narrar como si fuera una red, y así salieron Nocilla Experience y Nocilla Lab. Fue una sorpresa que se convirtieran en un boom y que dijeran que mis novelas cambiaron la forma de narrar en español.

    —Nocilla es la marca de una crema. ¿Por qué eligió ese nombre para la trilogía?

    —Es una crema de cacao, pero no le puse el nombre por eso, sino por una canción de un grupo español de la época punk, Siniestro Total, que se llama Nocilla qué merendilla. Es una canción dadaísta, con una letra absurda. Tomé su espíritu experimental, de romper barreras. El público aceptó ese título aunque no lo entendiera.

    —Por su trilogía Nocilla lo ubicaron como referente de una generación que lleva ese nombre. ¿Usted se ve como ese referente?

    —Fue la prensa cultural española la que etiquetó a un grupo de escritores como “Generación Nocilla”. A partir del éxito de mis novelas, salieron a luz otros narradores que hacía tiempo venían escribiendo cosas muy interesantes, pero que no habían tenido la suficiente visibilidad.Yo no tuve repercusión en ellos, tal vez sí en otros más jóvenes. Tampoco creo que formemos una generación, sino una corriente literaria que narra en forma diferente a lo que se hacía años atrás.

    —Comenzó Limbo en Guatemala, ¿por algún motivo en especial?

    —Fue por casualidad, estaba allí por trabajo. En la mesa de noche del hotel encontré un Nuevo Testamento y me di cuenta, como en una especie de epifanía, que era un libro estructuralmente muy moderno. Se podría decir que es una remake de la historia de Jesús contada por muchas voces. Por donde lo abres encuentras microcuentos autónomos. Entonces me dije que algún día tenía que escribir sobre eso, no sabía si en forma de poesía, ensayo o novela. Esa misma noche en Guatemala comencé a escribir lo que después sería la segunda parte de Limbo, la historia de un músico que dice que el Nuevo Testamento es el primer libro fragmentado, que prefigura la literatura blog y que los apóstoles fueron los primitivos internautas. También allí me enteré de la noticia de un secuestro, algo lamentable aunque natural en ese país. Ahí comencé a pensar que todos mis personajes son gente que vive aislada, pero por voluntad propia, y que nunca había escrito sobre un aislamiento forzoso. Se me apareció la idea de que cuando te cortan todos los lazos afectivos y te sacan tus objetos personales lo único que te queda es tu cuerpo y que has de percibir diferente tu voz, tus olores y tu sexualidad.

    —La idea surgió en Guatemala, pero el secuestro de la novela ocurre en Ciudad de México. ¿Por qué en ese escenario?

    —México es el país latinoamericano que más conozco. Allí también hay muchos secuestros y se convive en forma muy extraña con la vida y la muerte. Además los desiertos me interesan desde siempre, sobre todo los lugares fronterizos donde lo orgánico pasa a ser inorgánico. Allí se puede dar un ADN interesante.

    —Utiliza múltiples referencias al cine, a la música, a la literatura. ¿Cuando escribe piensa en el público al que le hace esos guiños?

    —Trato de que las historias se puedan sostener sin esas referencias. La prueba está que mi literatura les interesa tanto a estudiantes de 18 años como a gente de 70 con un gusto clásico. En principio podría pensarse que va dirigida a un público joven, pero también hay referencias a la alta cultura y a la filosofía.

    —Suele ponerles títulos estrafalarios a sus obras, pero Limbo es más sencillo, aunque el concepto es más complejo. ¿Cómo lo explicaría?

    —Cuando me piden que defina mi literatura es difícil porque no es realismo mágico, no es realismo objetivo, no es fantasía ni costumbrismo. Yo digo que es realismo complejo, porque hoy el mundo hay que leerlo en red, y si quieres ser realista hay que narrar así. No creo que exista un solo concepto de limbo. Creo que lo explico al final de la primera parte, cuando la chica secuestrada empieza a notar que los objetos van rompiendo lazos con ella. Hay allí un concepto de la muerte: cuando lo que tienes alrededor se va de ti. Me di cuenta de que llevaba años dándole vueltas a esa idea sin saber que la buscaba, pero cuando escribí que los objetos quebraban lazos, lo pude concretar.

    —Menciona a Borges varias veces en la novela. ¿Es uno de sus autores más influyentes?

    —Es uno de mis maestros estéticos.

    —A propósito, tuvo un problema con María Kodama por su libro El hacedor (de Borges), Remake. ¿Cuál fue el problema?

    —En ese libro hice una versión personal de todos los cuentos y poemas que hay en El hacedor de Borges. A María Kodama no le gustó y se tuvieron que retirar todos los ejemplares de las librerías. Fue una historia desagradable en la que no quisiera ahondar. En toda mi literatura hay muchas citas de otros autores, de la ciencia, de spots publicitarios. Eso siempre me ha interesado, ver cómo dialoga lo que escribo con lo que ya se ha escrito. Si alguien usa algo de mis libros, para mí es un honor, pero son formas diferentes de entender la literatura. Por otra parte, creo que es lo que hizo siempre Borges, reescribir a los que él consideraba sus maestros.

    Limbo tiene ecos de Los detectives salvajes, del escritor chileno Roberto Bolaño: se desarrolla en Ciudad de México, el desierto es uno de sus escenarios, se divide en tres partes. ¿Siente la influencia de ese escritor?

    —Es curioso, me lo han dicho en España otras dos personas. No detecto la influencia directa de Bolaño, un autor que me parece bueno y que me interesa, pero todo lo que hice fue en paralelo a él. Cuando escribí el proyecto Nocilla no lo había leído. Creo que son concomitancias, paralelismos, algo que está en el ambiente cultural. Pero no reconozco una influencia tan clara como en otros autores. En Brasil, cuando fui a presentar mis libros, me presentaban como el “posible sucesor de Bolaño”, algo que también me extrañó. Está bien, tal vez tenga un eco que yo no distingo.

    —Además se parece físicamente.

    —Bueno, eso no sé si me gusta tanto (se ríe).