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    Avelina Lésper: la crítica de arte mexicana presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara su ensayo “El fraude del arte contemporáneo”

    Para artistas, curadores, galeristas y directores de museos que se dedican al arte contemporáneo, el nombre de Avelina Lésper (Ciudad de México, 1973) produce un inmediato rechazo, como si se hubiera nombrado a un ser diabólico. Es que la crítica de arte mexicana no se ha guardado ninguna opinión sobre lo que ha llamado arte VIP (video, instalaciones y performances) obras de arte contemporáneo que para ella no son arte. Columnista y crítica en el periódico Milenio y en revistas especializadas, Lésper ha hecho de las redes sociales su principal plataforma para expresar sus comentarios. Tiene un canal de YouTube, que promociona con su cuenta en Instagram, y allí aparece asiduamente para hablar con su voz potente y grave sobre arte contemporáneo o sobre historia del arte. Estudió literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y se graduó en Historia del Arte de la Universidad Politécnica de Lódz de Polonia. En diciembre de 2022 publicó un libro con sus ideas, que se resumen solo con su título: El fraude del arte contemporáneo (Madre Editorial). Eligió un color rosado y potente para la tapa, donde aparece ella con su semblante serio, como si fuera un personaje. Es que Lésper se ha convertido en un personaje que tiene seguidores y detractores. Ha recibido insultos en la calle y hasta algún tortazo en su rostro. En 2020 en una feria de arte apoyó una lata de refresco en una obra del artista Gabriel Rico, un gran panel de vidrio, con una pelota y una pluma, que se hizo pedazos. “No me arrepiento de haberla roto. En este libro rompo mucho más. Cuando accidentalmente rompí una obra en una feria de arte en la Ciudad de México, dije que ‘la obra se deshizo como si supiera lo que pensaba de ella’, es verdad, ese objeto no era arte. Es momento de que todos rompamos con el arte contemporáneo VIP, Video, Instalación, Performance, un falso arte sostenido en la mediocridad, la especulación económica y el enchufismo. Aquí expongo mis argumentos para afirmar que esas obras no son arte, ese estilo es una expresión sin valor intelectual y estético. Esa obra merece estar hecha pedazos como millones de obras de arte VIP”, escribió en la introducción de su libro que puede conseguirse por Amazon. Cuando aparece en la pantalla del Zoom, Lésper no tiene el aspecto grave y severo. Detrás de ella hay una biblioteca en la que sobresale su libro de tapas rosadas y orgullosa se lo muestra a Búsqueda al inicio de esta entrevista.

    —¿Cómo te iniciaste en la crítica de arte?

    —Siempre estuve vinculada a las áreas de la creatividad y he estudiado arte. Lo que sucedió es que un día le estaba contando a José Luis Martínez, editor en las páginas de Cultura del periódico Milenio, donde sigo escribiendo, lo que había visto en museos de Nueva York. Yo había ido a hacer mi training de yoga y siempre iba a las galerías de Chelsea, que muchas y a todas las conozco. Cuando regresé le conté que había visto un reloj adentro de un vaso con agua y obras de ese tipo, y que era increíble que le llamaran arte. Entonces él me dijo que escribiera sobre eso, sobre lo que nadie dice. En ese momento había críticos aquí en México que no decían nada y ahora mucho más siguen sin decir nada. El editor me dio un espacio de prueba para publicar esa nota y la reacción de los lectores fue inmediata. Incluso me llamó la atención la reacción dentro del periódico. Para los periodistas, es importante que te lean tus colegas y los del periódico comenzaron a comentar el artículo. El editor me propuso que entrevistara a un curador y la primera entrevista que le hice a uno fue un golpazo. Me empezaron a enviar cartas de protesta, incluso de las universidades. Le pedían al periódico que me corrieran. Pero en lugar de eso, decidieron darme un espacio permanente de crítica de arte. La crítica es un gran detonador de diálogo social.

    —¿Y cómo definirías qué es arte para decir que esas obras no lo son?

    —El arte es un producto de la inteligencia, del talento y de la sensibilidad humana. Antes que nada es creación, es el resultado de trabajar y dedicarse muchas horas para aprender y formar el propio talento. Pero es diferente a simplemente trabajar, porque en el proceso hay una intención de crear un objeto que pueda comunicar y participar de la sensibilidad del otro. La obra de arte no requiere de su contexto para existir, el arte es lo que trasciende y va más allá de su momento sociopolítico, es lo que sobrevive al artista mismo, no necesita de una explicación para que se entienda como ocurre con las obras de arte VIP.

    —En tu libro planteás que el arte contemporáneo se fundamenta en dogmas. ¿Podrías explicarlo?

    —Me refiero al arte VIP, video, instalación y performance, que son las nuevas manifestaciones en las que todo se vale. Llegas y en el museo hay una cantidad de ropa interior femenina y le llaman obra de arte, porque todo lo que esté dentro de un museo es arte. Pero el arte nunca va a estar hecho, no es un readymade. Un texto no existe si no lo piensas, no lo escribes, no lo depuras. De repente surge una corriente artística en la que todo está hecho. El dogma es algo que asimilas sin cuestionamiento, y es una gran contradicción con la esencia del arte. Mientras que el arte es una manifestación crítica per se, porque el artista debe ser muy autocrítico, en estas manifestaciones se niega la crítica y se tiene que asimilar dogmáticamente. Ves un objeto y tienes que asimilar que es arte, porque te lo dice el artista y te lo dice un curador con un texto enorme escrito con jerga estructuralista-filosófica. Hay una disociación entre los hechos y la palabra, que es una de las características del dogma. No tienes que aceptar los hechos, sino la palabra, lo que se te está diciendo de la obra.

    —También usaste el concepto de transubstanciación, es raro recurrir a una metáfora religiosa para hablar de arte…

    —Utilizo ese concepto porque todo se convierte en una cuestión de fe. El objeto conserva su forma pero cambia su substancia, que es lo que no ves y es en lo que tienes que creer. Esto es lo que sostiene toda esta estructura artística: el hecho tangible lo tienes que negar. Por eso es un dogma. Además es el arte mesiánico por excelencia. Puedes ver a alguien que vomita en una performance y te van a decir que es una reflexión acerca de la náusea que nos produce la sociedad. Entonces me pregunto: ¿No puedes hacer una obra de teatro, escribir un poema? ¿Tiene que ser algo elemental y visceral? ¿Tienes que vomitar? He visto las performances más abyectas, pero todo tiene maniqueamente algo bueno. Es un arte moralista, mesiánico, y lo único que enmascara es falta de talento y maestría. Para vomitar y hacer una instalación tipo Yoko Ono o un readymade gigantesco como los de Ai Weiwei no necesitas talento, necesitas dinero o estar bien enchufado en un museo.

    —Es un arte que tiene sus compradores, que ha entrado al mercado. ¿Cómo se compra una performance, quiénes la compran?

    —Compran un papel que dice que es un performance y que se puede representar por equis tiempo. Lo compran quienes tienen dinero. Detrás están las buenas intenciones y las buenas ideologías, pero todo es una enorme diarrea verbal que tiene en la punta de la pirámide el dinero. Si compras como arte esta botella de agua, entonces la botella es arte. Y se vienen abajo todas las buenas intenciones, mientras más caro es más arte. Si Jeff Koons vende una de esas esculturas que hace de animales en 170.000 dólares es muy artístico, y si la vende más caro es más artístico. La expresión más depurada de consumo es que compres algo que no vale nada por una suma enorme de dinero.

    —Otro de los dogmas de tu libro gira en torno a los curadores de arte, que en general son una figura importante al cuidado de las exposiciones.

    —El curador es muy importante, es la persona capaz de discriminar y decidir sobre lo que se quiere mostrar en la sala. Si un artista no tiene un aliado con distancia que le diga que para una antología de su obra tienen que ir determinadas obras y otras no, la muestra falla. Muchos de ellos son grandes eruditos que saben no solo de arte sino de historia. Esa es una raza de curadores. La otra solo cura performances, una manifestación efímera que no persigue ningún tipo de maestría. Estos curadores son los que entran en los museos obras que muchas veces fuera del contexto de esa catedral no serían consideradas arte. Ese es su trabajo, una transacción muchas veces aliada con las galerías. Aquí en México es de una corrupción pasmosa, de un descaro enorme.

    —¿Qué fue lo que te pareció peor de lo que has visto en arte contemporáneo?

    —Detesto cuando usan animales. Me pone histérica porque denigran el concepto de animal. Cuando denigras la condición natural de un ser es porque estás en una etapa de abyección muy seria. Aquí además se hace con todo el apoyo institucional de curadores y directores de museos. Este arte no tiene ética y eso es muy grave. He visto gente que ha expuesto pordioseros y te dicen que es para que los veamos. Igualmente los ves en la calle, pero me parece denigrante que los pongan en el museo para observarlos como si fueran un fenómeno de circo de comienzos del siglo XX. En una ocasión vi a una chica completamente dormida sobre una cama. El museo le pagaba las drogas para que se durmiera todo el día y ella permanecía de noche despierta. Le trastocaron el sueño y después tuvo problemas psiquiátricos. Las esculturas con mujeres dormidas son muy bellas, pero esto me pareció obsceno, una forma de violar la intimidad.

    —¿Cómo se enseña arte hoy en las universidades mexicanas?

    —Aquí en México hay universidades que ofrecen la carrera de arte contemporáneo, y eso no significa nada porque el término contemporáneo alude a una temporalidad efímera. Aquí hay universidades en las que el dibujo se ha reducido al mínimo y aparece en materias optativas que ni siquiera forman parte del currículo obligatorio. La UNAM, que es la más grande del país y tal vez la más grande de Latinoamérica, empezó a jubilar a los maestros que enseñaban a dibujar y pintar, mientras que los más nuevos obtienen doctorados y dicen: “Ya soy doctor y no sé dibujar”. Es un descaro. Incluso cuando los estudiantes quieren aprender a dibujar les dicen que ya no se usa. En México gradúan a chicos cuyo examen final es orinarse. Hacen su performance, se orinan y están graduados. Suceden cosas penosas. Es algo que se replica en América Latina, en Estados Unidos, en Europa.

    —¿No es extraño que esté tan extendido ese tipo de enseñanza del arte?

    —Porque no les enseñan. Es que para hacer esta forma de arte no hay que tener talento ni saber hacer nada. De hecho no sé qué les enseñan, porque no les enseñan a actuar, ni a bailar ni expresión corporal para sus performances. Una carrera universitaria de actor o danza exigen una disciplina tremenda. Pero en las carreras de arte contemporáneo no les enseñan disciplina, ni a hablar, ni a proyectar la voz ni a crear un personaje.

    —Un representante del arte contemporáneo mexicano es Gabriel Orozco, a quien has criticado duramente. ¿Por qué?

    —Orozco es el artista del régimen. Primero fue artista de un gobierno de derecha y neoliberal, pero ahorita que tenemos un gobierno populista también es el artista de este gobierno. Hace lo mismo con unos y con otros. Ahora se reúne con el presidente por un proyecto, aunque en realidad no lo hace él, sino que se rodea de un equipo gigante de arquitectos y diseñadores. Orozco tiene dos o tres ideas que son las que siempre tuvo. Pero al margen de esto, forma parte de una generación de artistas mexicanos de VIP, más o menos de la misma edad, Cruz Villegas, Teresa Margolles, Gabriel Kuri, que han sido muy privilegiados por el gobierno. Como es un arte que maneja con mucha demagogia la bandera de la libertad, apoyar sus obras es apoyar una supuesta libertad artística que no es tal. La libertad en el arte se da a través de la creación, no a través de la demagogia.

    —Hace unos meses, un grupo de jóvenes ecologistas tiró pintura y sopa en varios museos europeos. ¿Qué te parecieron esas expresiones?

    —Un horror, es resultado de que tengamos una sociedad infantiloide, incapaz de tener un criterio claro. Además es increíblemente corrupta porque todos estaban financiados por una heredera de la fortuna de Paul Getty. En el momento en que se acabó la subvención, se acabó su heroísmo y se borraron. Con esa manera iconoclasta de agredir al arte no solucionaron nada ni lograron que las compañías petroleras redujeran su producción. Hubo que limpiar los marcos y dañaron el de La maja desnuda de Goya, muy antiguo y costosísimo. Pero lo peor fue que dañaron el valor intangible del arte. Dañaron la trascendencia de la obra de arte. La agredieron, esa es la palabra.

    —En 2020 rompiste una obra del artista Gabriel Rico en una feria de arte. ¿Qué pasó ese día? ¿Tuviste que pagar por esa obra?

    —Fue un accidente, pero la volvería a romper. Le dije al artista que me diera el vidrio y la pelota y yo le regresaba la obra. Era un simple vidrio y varios artistas amigos me dijeron que la reparaban en su taller. Costaba menos de cien dólares hacerla reparar. Le dije al galerista que dejara los vidrios esparcidos como si fuera una obra, y entre bromas me dijo: “Ahora cuesta más caro porque la rompiste tú”.

    —¿Tuviste problemas para publicar el libro?

    —Busqué durante tiempo publicar y todas las editoriales le sacaban el cuerpo porque no querían tener problemas. Incluso un supuesto amigo dueño de una editorial no quiso publicarlo. Afortunadamente Madre Editorial me abrió las puertas y con mucho entusiasmo. Nos está yendo muy bien, con mucha aceptación del público. No está en el resto de Latinoamérica porque la editorial no llega y mandarlo cuesta muy caro.

    —¿Cómo convivís con las críticas que te hacen, que suelen ser muy feroces?

    Las reacciones positivas y negativas generan el movimiento en el periodismo y en la crítica de arte. Yo les digo a los haters, que son siempre muy leales, que no soy señorita simpatía. Me han agredido incluso físicamente, me han insultado en la calle. Pero es parte de lo mismo, el arte se convirtió de repente en algo endogámico y onanista, en un evento para estar con una copa de vino en una galería con mirada indiferente, sin la mínima actitud de crítica. Se volvió en una postura, en pasividad y apatía porque los artistas se separaron del público. Lo marginaron y le dijeron: “Usted no entiende”, y entonces perdieron la reacción. Yo quiero tener diálogo con el público, aunque me odien.

    —Los dadaístas dieron lugar a que surgiera el surrealismo. ¿No puede pasar lo mismo con los artistas contemporáneos? ¿No hay nada que rescates de sus obras?

    —Los dadaístas se subían al escenario y rompían cuadros, insultaban, le pegaban a la gente en las exposiciones, y cuando salían los periódicos y las críticas que les hacían, insultaban a los editores porque les habían insultado sus obras. Generaban reacción, no eran apáticos. Lo que sí rescato, porque veo que ahora está sucediendo, es que está resaltando mucho la gente que tiene talento. Conozco jóvenes que dibujan con furia, que son perfeccionistas pero de malhumor, como diciendo “soy diferente”, ser diferente es algo que se ha perdido en el arte. Hay gente joven que dice con mucho orgullo que se toma tiempo para hacer su obra. No buscan lo inmediato. Eso es muy positivo.