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Están en las zonas más altas del país, y se han encontrado en la Sierra de las Ánimas de Maldonado, en la Sierra de Aguirre en Rocha, en el cerro Tupambaé de Cerro Largo, en el Cerro del Pastoreo de Tacuarembó o en el Cerro Minuano de Rivera, entre otras elevaciones. Tienen forma de anillos o de montículos de piedra no muy elevados y se llaman cairnes, una palabra que deriva del término inglés cairns, que usó Charles Darwin en su diario cuando anduvo por estas tierras en el siglo XIX y encontró en la Sierra de las Ánimas construcciones similares a las que había en las Islas Británicas.
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Se sospecha que los indígenas construían los cairnes para enterrar a sus muertos, y que las cimas eran lugares sagrados. En 2009 comenzó una investigación sobre estas extrañas construcciones en el Laboratorio de Arqueología del Paisaje y Patrimonio de la Facultad de Humanidades de la Udelar, y cobró mayor impulso a medida que se fueron encontrando cairnes en distintas zonas del país.
Moira Sotelo es arqueóloga y forma parte de esta investigación, que fue tema de su tesis de maestría y ahora de doctorado. En 2013 se presentó con un grupo interdisciplinario a una convocatoria de proyectos de popularización de la ciencia de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). “La convocatoria de la ANII prioriza la difusión científica para niños y adolescentes, entonces nos pusimos a pensar en un producto que pudiera tener llegada y a formar un equipo que lo llevara adelante”, explicó Sotelo a Búsqueda.
Fruto de ese trabajo es el libro Más cerca del cielo. Misterios de la arqueología uruguaya para niños curiosos (Banda Oriental-ANII, 2014), que tiene cuatro autores: Sotelo en la investigación arqueológica, Silvia Soler en la escritura y las entrevistas, Sebastián Santana en las ilustraciones y el armado, y Pablo La Rosa en la fotografía y filmación.
El resultado es un libro estéticamente hermoso y cargado de historias y de información, no solo sobre los cairnes, sino sobre lugares del interior profundo de los que poco se sabe. Está pensado para niños de unos 9 o10 años, pero los adultos encontrarán una lectura placentera que podrán compartir con los más chicos.
Santana tiene larga experiencia en la ilustración de libros infantiles y en este trabajo se hace notoria su trayectoria. Sus dibujos, mapas y esquemas se complementan muy bien con las fotografías de La Rosa. Él creó el personaje de Sofía Cairnes, una niña flaquita, curiosa y audaz, de unos diez años, que acompaña a un grupo de antropólogos en sus búsquedas. “Nací en 19 de abril en el departamento de Rocha. Si me paro en la puerta de mi casa veo la Sierra de Aguirre, un lugar precioso y lleno de encanto en los atardeceres”, dice en el comienzo del libro el personaje. Así, a través de esta niña, a quien le da voz la narración de Soler, se sigue la travesía del grupo por diferentes departamentos.
“Ha sido muy enriquecedor trabajar con un equipo tan diverso. Para divulgar ciencia se necesita un comunicador, porque los investigadores no estamos preparados, aunque ahora en Uruguay hay un impulso de cultura científica”, comenta Sotelo. Para la arqueóloga, en Uruguay se han estudiado mucho los cerritos de indios, que son montículos de tierra, pero son nuevos los estudios sobre los cairnes.
“Sabíamos muy poco sobre estas estructuras de piedra, pero de a poco vamos descubriendo qué función tenían. Suponemos que son tumbas porque hay muchos documentos europeos a partir del siglo XVI, diarios, cartas, mapas, tratados, que hacen referencia a que los indios tenían por costumbre enterrar a los muertos tapándolos con piedras, y en general lo hacían en los cerros, donde las piedras son más accesibles y están sueltas”.
El equipo de antropólogos ha hecho pequeñas excavaciones en torno a los cairnes de Rocha y encontraron material indígena asociado a la estructura, restos de tallas e instrumentos elaborados con piedra. “Ahora tenemos que hacer una excavación más grande que supone desmontar las piedras, que lleva mucho trabajo, porque después hay que restituirlo todo como estaba”, explica la arqueóloga.
Algunos cairnes se han mantenido intactos, pero otros han sufrido la depredación de animales o de humanos. “Ahora el problema mayor son los parques eólicos, porque se van a distribuir por la parte más alta de los cerros, en el lugar donde los indígenas colocaron los cairnes. Se supone que se están haciendo estudios de impacto ambiental, que incluyen un estudio de impacto arqueológico”.
Uno de los atractivos del libro son los relatos orales que se rescataron de los pobladores, posiblemente descendientes de indígenas. Uno de ellos es Juan, un tropero de casi 90 años de Paso Cementerio, en Salto, que en una entrevista cuenta en su español abrasilerado sobre su trabajo. “Juan habla de los misterios del campo, luces que ha visto en la noche, una grandísima pedra furada (piedra agujereada) para la que no encuentra explicación, un velorio indígena en una cueva...”, le dice el personaje de Sofía al final de la entrevista, que se reproduce en el libro.
“Tengo grandes expectativas en seguir indagando en el norte entre los descendientes de indígenas”, cuenta Sotelo. “Hay tradiciones y oficios que quedan en el campo que vienen de una época ancestral, pero no de Europa. A veces se le pregunta a la gente de estos lugares de dónde eran sus bisabuelos y dicen ‘de acá’. No tienen a nadie de su familia, que ellos sepan, que provengan de España o de Italia. Ahora hay menos vergüenza de decir que los abuelos o bisabuelos eran indios”.
Además de los cairnes, el grupo encontró conos de piedras, construcciones más altas que una persona, que se asemejan a las mangueras o corrales de piedra que hacían los europeos cuando llegaron a América. Esa labor la pasó a desarrollar en la campaña el picapedrero, de los que quedan muy pocos. Uno de ellos, Alberto Rodríguez, vive en Tambores y habló con el grupo de investigadores. Les dijo que aprendió su oficio pensando “en el sacrificio enorme que habrán hecho en otros tiempos”, para calzar las piedras y construir esa estructura.
Sotelo explica que los conos que han encontrado los están “desnorteando”: “Algunos deben de ser europeos, porque la inmigración española, vasca o gallega venía con la tradición de la piedra. Nos gustaría estudiar cómo ese conocimiento europeo se mezcló con el trabajo de los indígenas, que eran grandes talladores de piedra. Los conos en principio los veíamos muy europeos, pero no sabemos si no existían antes de su llegada”.
El equipo que trabajó para este libro subió con mucho esfuerzo el cerro Charrúa, que después del verano tenía la vegetación de su monte indígena muy tupida, llegó a poblados de 24 habitantes y durmió en escuelas rurales. “Siempre fuimos muy bien recibidos. La gente se entusiasma porque puede acceder a información sobre los indígenas en su propia zona. Los cairnes podrán ser patrimonio si la gente los siente como propios, si no, nos verán como arqueólogos locos que andan entre las piedras”, dice Sotelo.
Ella cuenta que los cairnes siempre están en las alturas, y que sucede lo mismo en todos los países en los que han encontrado construcciones similares. Al parecer era parte de la cosmovisión indígena, aunque ese sentimiento suele atravesar el tiempo, las culturas y las creencias. En un cerro de Rivera, un médico les dijo a los investigadores, antes de enterarse de qué eran los cairnes: “Siempre he pensado que me gustaría que me enterraran allá arriba”. Y señaló la cima del cerro, bien cerca del cielo.