Cabildo Abierto ofrece “soporte social y legal” a clasificadoras que se rebuscan a la par de los hombres en el vertedero municipal

escribe Juan Pablo Mosteiro 
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El hedor a basura ácida recorre la calle Felipe Cardoso. Circula por la usina como marca distintiva. Cobra fuerza al adentrarse en los caminos de tierra, pedregullo, matas de pasto y mugre esparcida por donde se bifurcan varios senderos y se filtra por el interior de cada rancho de chapa. El asentamiento brota por entre los desechos y derrama del vertedero de residuos municipal de Montevideo, una montaña de 40 metros de altura alimentada por más de 2.600 toneladas diarias de residuos ciudadanos. Por allí se rebuscan la vida familias enteras de recicladores, una veintena de ellas encabezadas desde hace cuatro generaciones por mujeres que “trabajan en la usina” a la par de los hombres y se ocupan de sus hijos que pasan este lunes de vacaciones escolares, como todos, invadidos por la basura.

La basura, como suele pasar, fue uno de los tópicos de la última campaña electoral municipal en todo el arco político. “Junto a la candidata Laura Raffo, la coalición (opositora al gobierno capitalino del Frente Amplio) lo vio como algo de primer orden, porque la basura es claramente un problema para los montevideanos”, dice a Búsqueda Vanesa Sánchez, secretaria de la Junta Departamental de Cabildo Abierto (CA), volcada a la política social. Pero la basura, prosigue, es “un gran negocio” para empresas dedicadas por ejemplo a la logística de recolección y transporte. Y es también “la principal fuente de ingreso para mucha gente que vive de lo que junta, clasifica y vende —cartones, metales, nylon—, y saca para el día”; con suerte, 500 pesos, a veces “chirolas” y otras ni eso.

“El hambre no terminó con las elecciones del 27 de setiembre en el Municipio F —donde el 34% de la población vive por debajo de la línea de la pobreza—, que más que el Montevideo olvidado, es el que más duele”, sentencia Sánchez. Esta cabildante trabaja allí, “en territorio”, con su agrupación Fraternidad Artiguista para dar “soporte social y legal a los más necesitados”, sobre todo mujeres con hijos. Ayudándoles con trámites burocráticos, a conseguir donaciones para “parar la olla de alimentos solidaria”, vacunarse u organizarse en una cooperativa social. “Parecen pavadas, pero se trata de que los niños estén inscriptos para el próximo año lectivo o recuperen su escolaridad; o que las madres se capaciten, sepan armar un currículum y presentarse a una entrevista de trabajo, o que ellas levanten su propia cooperativa”, añade quien atiende, además, proyectos sociales de CA en Manga rural.

El colectivo Nueva Esperanza tiene un mayoritario componente femenino, de madres jóvenes —con un promedio de 28 años de edad—, que esperan contar con el apoyo de empresas para procesar la recolección y la venta de una cooperativa social liderada por más de 20 mujeres de Felipe Cardoso. La iniciativa tiene el respaldo del titular de la junta cabildante, Eduardo Radaelli, mano derecha del senador y líder partidario Guido Manini Ríos, que fue el enlace político durante la campaña de Raffo a la intendencia capitalina.

Sánchez asegura que uno de los desafíos de CA para este quinquenio es mejorar “la educación del reciclado de basura” y la calidad de los servicios de limpieza, así como el de tecnificar la gestión de residuos municipales. Fuentes cabildantes mencionan la necesidad de optimizar los costos de la recolección y el transporte de basura, y potenciar el reciclado.

La usina de Felipe Cardoso, cuyas celdas de relleno están saturadas, ha mejorado con el tiempo, sostienen las autoridades municipales, que prevén ampliar su vida útil en el área disponible y el crecimiento en altura, para servir 10 años más. Comenzó a funcionar en la década de 1990 como un vertedero irregular, sin ninguna infraestructura para prevenir el impacto ambiental; luego se fue equipando tecnológicamente y hoy es un sitio de disposición final con “potenciales impactos ambientales mitigados”.

Según la intendencia, Montevideo debe avanzar ahora hacia la recuperación de los materiales. La comuna anunció que se construirá una “laguna de homogenización de lixiviados (líquidos muy tóxicos producidos en los rellenos sanitarios)”, se instalarán unidades para la descarga de camiones barométricos y se mejorará la vigilancia del predio. (Búsqueda Nº 2.082)

Creada en 2006 por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) la cooperativa social es un instrumento legal para la generación de empleo e integración de colectivos en condiciones de vulnerabilidad social fuerte. “La cooperativa genera sentido de pertenencia, porque ya no es Carolina y Roberto que van a juntar cartones por la suya, sino que ahora trabajan juntos y en base a los principios y valores cooperativos, como el de la solidaridad, esencial en los barrios y más en pandemia”, sostiene Sánchez, también licenciada en dirección de organizaciones civiles.

Gaviotas sobre montañas.

Este lunes el runrún entre las vecinas de la calle que bordea la usina de Felipe Cardoso dice que la cooperativa social se formará pronto. Lo dicta el sentido común: nadie cree que tantas familias puedan seguir así, “arriesgando el pellejo” por mucho más tiempo. Se diría que los hechos, sin embargo, sugieren lo contrario.

A este colectivo de mujeres le parece “bárbaro” que haya una planta que recupere materiales y un lugar donde los residuos se dispongan de manera adecuada. Pero pretenden ser incorporadas a la formalidad para “salir de la mugre”, y en buenas condiciones laborales. Por un lado, piden que las empresas les asignen un espacio para trabajar los materiales, sea para recoger el cartón o el sobrante plástico y comercializarlo. Por otro, que la intendencia les facilite un predio y “cinco o 10 camiones” para clasificar los residuos, con una remuneración acorde, en un lugar apropiado y seguro.

Aunque reconocen que actualmente “hay un claro choque de intereses, entre la ley privada y la necesidad de comer”, y que la gestión de los desechos ha tenido avances en los últimos años, los problemas persisten, sobre todo por los conflictos sociales en torno al trabajo informal que alimenta a decenas de familias. Es el caso de los García, con cuatro generaciones de hurgadores, que denuncian “muy malos tratos” por parte de quienes vigilan el predio de la usina.

“Acá para trabajar siempre es complicado. Arriba (en las canteras) la policía te corre y tenés que entrar por los rotos del tejido y esconderte entre la basura para que no te vean, porque si te agarran, te muelen a palos o te pasan los caballos por arriba. Nos han pinchado con varillas. Mi marido tiene un fustazo en la espalda y el tobillo como el de un elefante. Y no importa si sos mujer, te dan igual”. Es Claudia García quien habla con Búsqueda, tiene 34 años, tres hijos y “toda la vida en la usina”, hurgando, cargando al hombro y reciclando sobre todo papel, cartón y metal, y, “con suerte, nylon limpio”, que es lo que mejor pagan, a $ 10 el kilo.

Esta vecina desconfía de los rumores, demasiadas promesas políticas, dice con desdén, casi mecánicamente. “Con suerte son 500 pesos por día, y eso no te da para nada; entre que comprás el azúcar, la yerba, la leche y el pan para darle el desayuno a los gurises ya se te fue toda la plata”, dice.

“Somos todos una familia, madres, hijos, nietos, y acá de un día para el otro dejaron de venir las donaciones”, interviene María, que enumera las necesidades para parar la olla: “Todo, la cocina, la garrafa, una olla de 60 litros, los comestibles...”. Consultada sobre cómo hacen hoy para completar el menú diario, eleva los hombros como si no supiera esa respuesta o considerara aburrida la pregunta.

A medio kilómetro de ahí, por una senda interna, espera en su casa Mabel, apoyada en muletas. Invita a pasar al jardín, toma asiento, un sorbo de mate y cuenta con voz pausada, mientras espanta mosquitos, que a fin de año murió “del corazón” quien había sido su pareja durante casi tres décadas, y que días después, el 4 de enero, le “entraron a robar dos tipos encapuchados”. Mientras inclina el termo para mojar la yerba, dice que ella se resistió para defender lo suyo, y recibió tres tiros: uno en la mano y dos en la pierna. No le llevaron nada, tampoco los capturaron. Dice que son “rastrillos” del barrio, y ella solo saca fuerzas para vivir de su hijo, de siete años. “Por suerte él no vio nada”, añade y ríe ásperamente.

Mabel no iba a la cantera como sus vecinas; salía con un carrito a la calle a levantar lo que podía y a veces comía en la olla popular. “El caso es que por suerte —busca la palabra— el destino me puso en el camino de ellas”. Sus vecinas y amigas la escuchan con respeto abochornado. Alguien cambia de tema y la reunión se disgrega en conversaciones banales.

En el cielo de la usina las gaviotas sobrevuelan montañas de mugre.

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2021-01-20T23:58:00