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    Cada vez mejor

    Netflix lanzó la tercera temporada de House of Cards

    Las series televisivas dividen las aguas. Los cinéfilos de paladar negro se niegan a entrar en esta rosca que consideran artísticamente menor, que crea una dependencia casi tonta del espectador, angustiado porque llegue el día de la semana en que se emite un episodio (cuando los ve de a uno) o más angustiado aún cuando tiene una temporada entera disponible y es capaz de saltearse la cena y pasarse 6 o 7 horas devorando los episodios hasta que cae vencido por el sueño. Con todo, esos mismos paladares exigentes admiten algunas excepciones por su calidad indiscutible y su duración más manejable como son los casos de Olive Kitteridge (de HBO, cuatro episodios) o Happy Valley (de la BBC, seis capítulos). Lo cierto es que el fenómeno de las series ha venido para quedarse y que cuando el guion, los actores, la trama, la fotografía, y demás rubros cumplen con creces la exigencia de calidad, el hacer una cuestión de lo extenso de una serie frente a la mayor concisión narrativa de una película se me ocurre tan arbitrario como sostener que en literatura el cuento es mejor que la novela.

    Esta página ya se ocupó del estreno de la primera temporada de House of Cards (ver Búsqueda Nº 1748, 16 de enero de 2014), escrita por Beau Willimon, producida y emitida por el sitio de streaming Netflix, que cuenta los entretelones de la política estadounidense, en torno a la pareja de Frank Underwood (Kevin Spacey) y su esposa Claire (Robin Wright). Durante las dos primeras temporadas él ha sido un ambicioso diputado sureño que desconoce los escrúpulos para escalar posiciones, apuntalado en esa tarea por su igualmente fría y calculadora esposa. Así llega a ser vicepresidente de los Estados Unidos. Es posible que ese personaje sin barreras con tal de conseguir lo que quiere, y a quien además todas las jugadas le salen bien, pueda haber fatigado a algún espectador que haya transitado por las dos temporadas de la serie. En efecto, por momentos Spacey aparecía casi robótico en sus actitudes conspirativas.

    Pero en esta tercera temporada, Underwood se transformará en el presidente de los EEUU, ya desde el primer episodio. Y no todo le saldrá tan bien. A partir de ahí y durante los 13 episodios de la temporada, se podrá disfrutar del notable cambio que Spacey le confiere a su personaje en cada mirada, en cada inflexión de la voz, en sus silencios y en sus frecuentes diálogos con el espectador, mirando fijo a la cámara. Es natural: ya no es necesaria la obsecuencia porque llegó a la cima. Ahora lo que predomina es la arrogancia: es menester domar y doblegar a los que lo rodean para que los obsecuentes sean ellos. “Yo solo necesito incondicionales” dice en un momento en que las cosas se le ponen difíciles. Pero el personaje es todavía más complejo porque hay una ambigüedad instalada sobre la firmeza de su personalidad o la posible dependencia de Claire, su esposa, esa Lady Macbeth del siglo XXI. Y esta a su vez resulta más enigmática que su marido. En una de las varias escenas notables, el escritor Thomas (Paul Sparks) que fue contratado para escribir sobre la campaña de Underwood, le dice a Claire: “Les hago una pregunta y ninguno de los dos contesta. Es cansador tener que martillar en la fachada todo el tiempo, solo para poder espiar por las grietas.” La frase evidencia ese muro infranqueable que protege la compleja psicología de la pareja presidencial.

    Dentro de una larga lista de escenas y episodios enteros para el recuerdo, no puede omitirse la visita del Presidente ruso Petrov (un obvio Putin) a la Casa Blanca, sin desperdicio alguno. O las dos escenas del presidente Underwood con un Ministro de la Corte Suprema aquejado del mal de Alzheimer. O las reuniones de campaña con militantes de Iowa, tan naturales que parecen un documental. O el debate entre tres precandidatos a la presidencia por el mismo partido, donde el voltaje de las acusaciones, traiciones y dobleces escalan a alturas casi repugnantes. O la guiñada del guion al presidente Obama, a través de la visita al salón oval del nieto del jardinero de la Casa Blanca.

    Hay también otros brillos, como el vestuario de Claire Underwood, exclusivamente en variaciones de negro, gris y blanco: ninguna primera dama de la realidad ha tenido la elegancia de esta mujer. Y el elenco que rodea a la pareja, de calidad sin desmayos: el escritor Thomas Yates (Paul Sparks), la procuradora general Heather Dunbar (Elizabeth Marvel), la diputada Jackie Sharp (Molly Parker) y el complejo, leal e inescrutable Doug Stamper (Michael Kelly).

    Siéntese y disfrute. Es casi seguro que el final le subirá la adrenalina a niveles que le provoquen una noche de insomnio, no solo por lo que allí ocurre, sino porque es evidente que se viene una cuarta temporada.

    Vida Cultural
    2015-03-12T00:00:00