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Posiblemente lo primero que llame la atención de esta muestra sea su título, que remite a la forma circular que adopta el uróboro, la serpiente que se come su propia cola. Ese símbolo de la mitología griega, que representa el ciclo eterno de las cosas, adquiere nuevos significados al transitar por la enorme exposición de Claudia Anselmi en el Museo Blanes. Enorme por la cantidad de obras —individuales, series o instalaciones— que son cerca de 75 y abarcan 50 años de trayectoria, rica en formatos, técnicas y materiales. Uróboros, que se puede visitar hasta noviembre, ocupa dos salas del Blanes y también una de las galerías del precioso pabellón techado que da hacia el jardín. Es ideal para recorrer ahora con aroma a primavera, sonido de aves y rumor de agua.
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Anselmi fue una artista precoz. A los 13 años ya había tenido su primera muestra individual de dibujos a tinta china y óleos en la Galería de Arte Palacio Salvo. Dos años antes, en 1970, cuando estaba en 6º de escuela, había ingresado al Centro de Expresión Artística (CEA), taller que dirigía Nelson Ramos. “Muchas veces me preguntan cómo una niña estaba inmersa en un taller de adultos. En ese momento no era común. Mis padres no estaban conectados al ambiente artístico y le recomendaron el taller de cerámica para niños que tenía la esposa de Nelson Ramos. Pero cuando llegué yo no quería la cerámica, quería lo que hacía Nelson”, recuerda Anselmi en un recorrido por la muestra con Búsqueda.
De aquellos años hay algunos registros fotográficos que la muestran con su rostro de niña sentada frente a un lienzo en el taller de Ramos o fotografiada por Alfredo Testoni. “Los inicios y los finales se repiten a lo largo de la historia. Aplicado a la muestra, arranca con los primeros dibujos y las primeras experiencias de taller. Pero hay una trayectoria que va cambiando. No es que siga al maestro en todo momento, aparece o no según la experimentación. No soy de esas artistas que continúan a lo largo de su trayectoria trabajando un mismo estilo. No estoy diciendo que sea peor o mejor, solo que fui cambiando y experimentando con los años”.
En el origen fue el dibujo. Anselmi se para frente a tres de ellos que fueron creados a inicios de los 70. Los hizo con tinta china y acuarela y formaron parte de su primera muestra. Son formas en blanco y negro, arqueadas, con arabescos, en las que a veces parece insinuarse un perfil. Tienen algo de serpiente. Esos dibujos habían permanecido en una carpeta y con motivo de la muestra cobraron una nueva vida. “Como docente, ahora veo cómo se iba dando la composición. Cada uno tiene sus medidas internas, su propia composición que no responde a ningún aprendizaje. Hay gente que tiene la teoría del color o la proporción áurea absolutamente intuitiva, y otra que necesita el rigor de aprenderlo porque no tienen esa intuición. Estos dibujos eran independientes, pero cuando los puse juntos fui viendo la composición, las curvas a la misma altura”.
Estos trabajos tuvieron que pasar por un proceso de restauración porque estaban manchados y con marcas de cinta adhesiva, porque así se pegaban a los distintos soportes. Para Anselmi el trabajo de los restauradores cobra un rol fundamental. “Fue precioso trabajar con un equipo de restauradores idóneos. Con esa paciencia, ese tiempo que no tiene tiempo. Para algunos de los primeros dibujos, que tenían marcas de cinta o puntitos de óxido, trabajé con Alicia Barreto, restauradora en el Museo Figari. Coincidimos en todo lo que me fue sugiriendo para aminorar las manchas. Los artistas trabajamos con materiales sin pensar qué va a pasar dentro de varios años. En los 70 no le dábamos corte al tipo de tinta, usábamos el material que había en los talleres. Por desconocimiento y también como actitud. Ramos decía que había que trabajar con lo que había acá. No había culto a la marca. Después vas aprendiendo que hay papeles específicos para trabajar con tinta china, otros para acuarelas, otros para sacar copias de grabado”.
Para organizar esta muestra, Anselmi pensó primero en el espacio y en cómo seleccionar los trabajos de sus series en función de la gran instalación con la que cierra. El espacio principal lo abarca la obra más reciente, pero el eje son los 10 años en los que más dibujó. “Si tengo que elegir siempre voy a elegir un lápiz y block de papel para dibujar”. La artista recuerda cómo en ese período las galerías seguían el furor por el dibujo. Incluso hubo un movimiento y un nombre significativo: El Dibujazo. “Incluso en el Club de Grabados muchos de sus integrantes se alejaron en los 70 por distintos motivos, políticos o económicos. Entonces ingresó una nueva generación de dibujantes. No desaparecieron las formas tradicionales del grabado, pero sí hubo un cambio formal”. El grabado es otra de las técnicas que reaparecen en distintas etapas de sus obras.
Dentro de ese espíritu de época están sus figuras de animales con actitudes humanas. Hay pájaros o seres indefinidos entre alguna silueta más cercana a lo humano. Todo tiene un aire mitológico y mucho de la iconografía latinoamericana. Anselmi se considera una gran lectora y sus creaciones recibieron la influencia de la biblioteca familiar.
Si algo tiene toda la muestra es la presencia de los árboles, del bosque, de la lluvia. Aunque no aparezca explícitamente en sus obras, esa presencia se siente. Está en la gran obra hecha sobre papel de arroz especialmente para esta muestra y que se eligió para el afiche. Es un dibujo muy delicado en acuarela y tinta china que representa un bosque algo onírico por el blanco y negro.
Y el bosque se siente más aún en la sala grande, donde se exhibe la variedad de formatos. El dibujo siempre permanece, pero también están las instalaciones con materiales diversos, el trabajo con papel y cuero, el collage digital que fue armando con fotos de ella y con dibujos de su abuela Iris. Aparecen también sus trabajos de los años 80 y 90 en los que comenzó a usar técnicas gráficas y de grabado como la monocopia y la estampación.
En una de estas obras usó cuero y papel sobre el que dibujó figuras rupestres que tuvo como inspiración un descubrimiento. “En un verano salió la noticia en el diario de que habían descubierto las cuevas de Chauvet en Francia con antiguas pinturas rupestres. Quedé impactada y entonces hice una gran instalación en Casa Gandhi y fue la primera en la que hubo una interacción con el espacio y con el espectador. En esa exposición hubo un gran rollo de 80 metros de monocopia. La gente podía verlo o retirar un pedacito. No duró ni hora y media. Al final de la bobina había una frase mía, metafórica que hablaba de no dejar nada para el que venía después”.
En Uróboros también hay grandes rollos y obras que incorporan arena de playa y, sobre todo, hay un bosque de tiras de papel. Es una gran experiencia atravesarlo, se siente el sonido similar al rumor de las hojas o más bien de la lluvia. “La fantasía es un lugar en el que llueve”, dice la frase de Italo Calvino que sirvió de inspiración para esta obra que lleva a la reflexión. Este bosque de tiras lo presentó por primera vez en 2005, en la Sala Dodecá y desde entonces Calvino la sigue inspirando.
Radiografías para un cuadro azul
Tal vez el mayor misterio de esta muestra es el gran óleo en tonos de azul que cuelga del techo. Hay toda una historia detrás de ese cuadro que implica al maestro Nelson Ramos. En 1973, Ramos le regaló a Anselmi un lienzo pintado de blanco y sobre él ella pintó su cuadro azul que estuvo colgado en la casa paterna durante años. Cuando se mudaron el cuadro quedó embalado y al decidir incorporarlo a esta muestra, se dieron cuenta de que en la parte de atrás decía “Disloque”, que tenía la firma de Ramos y registrado el año 1968. Todo eso le dio la pista a Anselmi de que debajo del óleo que ella pintó podría haber una obra de su maestro.
“Se lo comenté a Claudia Barra, restauradora del Blanes, y ella me dijo que en esos años las pinturas tenían plomo y que eso permitía la lectura en los aparatos de radiografía, por lo tanto se podía saber si había algo debajo. Conociéndolo a Nelson pensé que por algo había tapado su obra, no le habría interesado seguir trabajando en eso. Claudia ya había sacado radiografías de obras de pinturas pequeñas, pero este era un cuadro muy grande”. De esa forma, se embarcaron en una aventura médica y el cuadro fue sometido a radiografías, que también están expuestas en la sala, y tuvo un paseo por consultorios como si fuera un paciente. “El equipo médico que participó se mostró muy entusiasta”, dice Anselmi al recordar esa experiencia y esa investigación que aún no ha finalizado.
Hay una serie sobre la identidad y otra sobre la ciudad, hay una enagua antigua pintada delicadamente con tipos móviles, hay telas que ocultan y que a su vez dejan ver, hay grabados blancos y otros en metal. Y hay que salir de la sala para escuchar el agua de la fuente y el ruido de los pájaros. Allí, en el panteón techado, hay otro bosque.
“El día de la inauguración se hizo un bosque de luces y se acompañó con la música de Pincho Casanova con truenos y relámpagos”, cuenta la artista. El espacio es ideal para estos paneles colgados de grandes dimensiones que exhibió por primera vez en 2016 en el Museo Nacional de Artes Visuales. La técnica es la monocopia y el material es un vinilo transparente dibujado con tinta. Anselmi usó sus propias manos para crear las figuras. El efecto es sorprendente porque a través de un panel se ven los demás, se superponen en capas y se crea un efecto de profundidad, de obra sin fin.
En una de las paredes está la gran pintura de un árbol caído y si se sigue caminando, está la metamorfosis de la mujer en águila, parte de una serie que aquí se exhibe en cuatro paneles.
Anselmi quiere nombrar a todos los que trabajaron para esta muestra y teme olvidarse de alguien. “Las horas de trabajo fueron incalculables”, dice, y nombra a la directora del Blanes y curadora de esta muestra Cristina Bausero, a la gestión de Eloísa Ibarra, a las restauradoras, al fotógrafo Eduardo Baldizán, al montaje de Javier Tournier. “Y no me quiero olvidar de la ayuda de Ana Feria”. También colaboraron integrantes del Taller Cebollatí, donde enseña desde siempre.
Hay que atravesar las obras de Anselmi para llegar a sus bosques y sentir su esencia circular. Seguramente así se entienda mejor el significado de esa palabra tan extraña que le da título y simbología a la muestra.