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    Con “Star Trek: Strange New Worlds” la serie regresa a su canon original

    Ubicada temporalmente antes que la entrega original, tiene humor y un tono optimista
    Columnista de Búsqueda

    Una de las mejores cosas que tenía la serie original de Star Trek era su evidente espíritu de aventura. No había casi un solo capítulo en el que los protagonistas no tuvieran que actuar de manera veloz y contundente ante un peligro o una situación y que ese conflicto no fuera resuelto de manera satisfactoria. Apelando siempre a las normas de la Federación y la Flota Espacial, que se parecían mucho a las que oficialmente pregonaba Estados Unidos en aquel entonces: buscar el entendimiento, dialogar, intentar llegar a acuerdos e invitar a sumarse al modelo de gestión amistosa y comercial de las relaciones entre planetas que ofrecía la Federación. Y, si no se llegaba al acuerdo, bastaba con soltar un par de torpedos de fotones desde el Enterprise, con todo el dolor en el corazón.

    Las sucesivas ediciones de la franquicia fueron apuntalando otros aspectos. Así, en The Next Generation apareció una mayor complejidad dramática en los personajes, aunque sin perder nunca el norte de la aventura. Star Trek: Enterprise, por su lado, enfatizó de nuevo en el carácter lúdico de la serie, con unos personajes efectivos y bastante obvios, sin preocuparse demasiado por los matices emocionales. A su vez, las películas que se hicieron sobre la serie fueron desparejas y nunca alcanzaron el nivel de relevancia que tenía y siguen teniendo las series, a pesar de haber tenido sus propios tropezones. Por eso, después del cúmulo de lágrimas y sensibilidad woke que viene siendo Star Trek Discovery, es más que bienvenido el regreso al canon tradicional a la pantalla en la onceava versión de la serie, Star Trek: Strange New Worlds.

    Aclaremos que lo primero que uno debe hacer al mirar una serie de Star Trek es suspender la incredulidad. Para disfrutar del programa es necesario asumir las premisas de la franquicia, y estas incluyen un puñado de cosas que son una fija, aunque cambien la fecha de producción, los personajes y las intenciones de los realizadores. Estas son: 1) todas las especies que los miembros del Enterprise van encontrando o conocen respiran el mismo aire que los humanos; 2) lo mismo ocurre con todos los planetas que se encuentran, por lo cual nunca usan casco ni se tienen que preocupar por enfermar o morir; 3) las diferencias entre especies se reducen a tener unas antenas o un par de protuberancias en la cara, o, si acaso, tener un color de piel verdoso pálido; 4) todas las especies son compatibles, por lo cual las parejas interespecies son habituales; 5) los aspectos técnicos del viaje en el espacio o de las armas, trajes, vehículos son dados y no se explican; 6) de manera firme y a la vez amable, la Federación se dedica a exportar el modelo de comercio y democracia que, como se dijo, se supone que hace Estados Unidos. Si uno acepta este juego de reglas, arbitrarias y por completo alejadas de la ciencia ficción dura, está listo para entrar en la lógica trekkie.

    Así, mientras en Discovery todo era (¿es?) una suerte de combate ideológico subterráneo por el liderazgo y por demostrar una sensibilidad acorde con los tiempos, en esta nueva versión los roles de mando son claros y no están en cuestión. Acá el capitán de la Enterprise es Christopher Pike, y además de que nadie cuestiona su mando tiene una excelente mata de pelo gris en la frente. Tan arquetípico como los capitanes interpretados por William Shatner en la original, Patrick Stewart en The Next Generation o Scott Bakula en Enterprise. El personaje interpretado por Anson Mount ofrece sin embargo algunos bonus: tiene tanta confianza en su liderazgo que no necesita ejercerlo de manera evidente, le encanta cocinar y lo hace para beneplácito de su tripulación y, a la vez que lidera el equipo, es capaz de ponerse en el lugar de los otros. Nada de eso es presentado en forma de conflicto a resolver, es simplemente lo que Pike es. Por cierto, es bastante evidente que Mount disfrutó un montón haciendo un personaje que, junto con su buen talante, debe convivir con la certeza de que tendrá un final terrible.

    Es interesante también el giro que la serie propone para el personaje del señor Spock. Quizá por estar ubicada temporalmente antes que la original, el Spock de Strange New Worlds es un adulto joven que aún se debate entre su rigidez vulcana y su más flexible humanidad. Hijo de Vulcano y de Humana, Spock vive tironeado entre la contención y la emocionalidad, sin lograr resolver del todo el asunto en las dos temporadas de la serie. Esa tensión da lugar a varios de los momentos más románticos y cómicos, algo que uno no veía venir si se guiaba por el Spock original, maravillosamente interpretado por Leonard Nimoy. El Spock que propone Ethan Peck suele tragarse sus dudas, pero a la vez vive acosado por ellas. Excepto, claro, cuando se trata de tomar decisiones relativas a su rol de responsable científico de la nave, en donde siempre resuelve de manera nítida los problemas que enfrentan las misiones del Enterprise.

    El elenco principal se completa con cuatro personajes femeninos que, de distintas maneras, demuestran tener un firme carácter. En primer lugar, está Christina Chong como La’an Noonien-Singh, la nueva jefa de seguridad de la nave. Descendiente de un proverbial villano de la serie, Khan Noonien Singh, interpretado por Ricardo Montalbán, La’an vive en constante conflicto con esa herencia. No menos importante es el rol de Rebecca Romijn como Una Chin-Riley o Número Uno, la segunda en el mando de la nave y mentora de La’an. Uno es firme en sus decisiones y, pese a llevarse muy bien con Pike, no duda en contradecirlo cuando le parece necesario. El cuarteto femenino principal lo completan Celia Rose Gooding como Nyota Uhura, una cadete especializada en lingüística que es la responsable de las comunicaciones de la Enterprise, y Melissa Navia como Erica Ortegas, la experimentada pilota que lleva la nave por todo el espacio de la Federación. Las dos se caracterizan por ser muy capacitadas en su tarea y por ofrecer soluciones imaginativas cuando estas son necesarias. Last but not least, el doctor Joseph M’Benga, interpretado por Babs Olusanmokun, y la enfermera Christine Chapel, interpretada por Jess Bush, aportan una faceta “civil” al elenco, en el sentido de lograr mirar más allá de lo que dicta el protocolo de la flota con su mirada claramente humanista.

    Estos son los personajes con los que Star Trek: Strange New Worlds construye su trama, que puede ir desde el rescate de un planeta a punto de ser arrasado por una supernova hasta los conflictos amorosos de Spock y su prometida vulcana. Lo interesante es que el aire de cine de matiné que siempre ha tenido la serie en sus mejores versiones hace que todo eso funcione de manera precisa y sin resultar contradictorio. Un detalle es que, aunque la serie usa el arco largo para desarrollar el carácter de los personajes y algunos de sus conflictos, la mayor parte de los episodios son autoconcluyentes. Con un aire definitivamente más optimista que Discovery, con elementos de comedia y algún escueto patinazo (el capítulo que de a poco se va convirtiendo en un musical es terrible), Star Trek: Strange New Worlds es una serie muy disfrutable que remite a un tiempo más inocente, en donde la ironía no era la norma y uno podía creer que los extraterrestres se diferenciaban de nosotros tan solo por tener antenas.