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    Consecuencias del alambrado

    El alambrado de los campos, que comenzó a producirse sobre fines de la década de 1870 y principios de 1880, fue, después de la introducción del ovino, “el segundo elemento transformador de la estructura económica rural”, según expresa el historiador Benjamín Nahum, en un profundo trabajo sobre las consecuecias del alambrado en el Uruguay.

    Relata que gracias a él se pudo dividir la estancia en potreros, lo que habría de permitir una mejor alimentación del ganado y habilitar al estanciero para emprender el largo y costoso proceso del cruzamiento, que culminaría con la modificación completa de la ganadería basada en el primitivo vacuno criollo.

    Por eso es que Nahum lo considera como el elemento técnico básico de nuestra modificación de estructuras.

    “Lo que el tractor fue para los países agrícolas, lo constituyó el alambre para el nuestro ganadero”.

    Le atribuye a la Asociación Rural del Uruguay el mérito de haber previsto sus ventajas e impulsado su adopción. Uno de sus prohombres, Lucio Rodríguez Diez, lo definía con suma claridad en 1880: “El empotreramiento debe traer, como consecuencia lógica, la pradera artificial y el cultivo de forrajes apropiados para la clase de ganados que se quieran cuidar; ya dedicándolos al engorde o a la cría”.

    Los estancieros progresistas comprendieron estas ventajas, y desde los primeros años del alambrado empezaron a utilizarlo de acuerdo con esas normas, expresa el historiador.

    Destaca que el alambrado trajo una importantísima consecuencia jurídica para el medio rural: consolidó el régimen vigente de la propiedad de la tierra, al delimitar real y efectivamente cada predio.

    Para el grupo social de los grandes estancieros, que había alcanzado la hegemonía económica, nada más lógico que buscar el afianzamiento de sus bienes, oponiéndose a todas las situaciones que antes, cuando ascendían, los favorecieron, y ahora, que ya habían llegado, los perjudicaban.

    El alambrado, al fijar el límite preciso y cerrar la gran propiedad, eliminó la posibilidad del pastoreo en lo de los vecinos que utilizaban los productores con poco campo.Con ello se eliminaba también la posibilidad de la pequeña explotación ganadera, desaparecían el minifundista y el agregado.

    Dice Nahum que Domingo Ordoñana, el principal ideólogo de la Asociación Rural, no tenía reparos en confesar que ese había sido uno de sus objetivos fundamentales al pugnar por la implantación del alambrado, desalojando a esos hombres de la explotación pecuaria.

    “Las consideraciones que hemos aducido nosotros para prestigiar el cierro de la propiedad, más bien fueron de orden moral que de orden físico, porque con el cierro queda la división bien hecha entre los que son terratenientes y los que viven en la condición de agregados, y estos, que son numerosos, deben perder toda esperanza de ser ganaderos, ni de ser útiles en la ganadería industrial y deben necesariamente doblar la cabeza sobre el arado, que es su vida y su porvenir”.

    Todos vieron en ese hecho la concreción de su derecho de propiedad, no vigente aún con plenitud.

    Y todo el país vio con ellos que el alambrado terminaba con una época y abría otra distinta, principalmente por esa reafirmación de un derecho que les era más vital que cualquier otro, apunta el historiador.

    Incluso un periódico urbano como “La Democracia”, anotaba en 1881: “... los alambrados han dado por tierra, con respecto a los campos, con todos los usos y todos los vicios del antiguo sistema, como el arma de precisión, o sea el Remington ha dado en tierra con el reinado de la chuza. El alambre en el reino económico ha realizado el fenómeno que el Remington realiza en el orden político.

    El alambre eliminó mucho trabajo: el ganado no se podía escapar, ni se podía mezclar, ni se podía perder. Muchos peones fueron despedidos, igual que puesteros y agregados.

    Aunque no hay datos fidedignos que permitan certificarlo, Nahum llegó a la conclusión de que sobre una probable población rural de 400.000 personas en los alrededores de 1880, unas 40.000 estaban desocupadas, lo que constituye un 10%.

    La solución agrícola

    Los rurales aquilataron la gravedad de la situación.

    Pensaron que la solución consistía en que la población rural desocupada se dedicara a la agricultura, en tierras públicas, renunciando definitivamente a la ganadería.

    Era necesario que no solo cambiara de ocupación sino también de hábitos de vida.

    La agricultura sedentarizaba, aquietaba, tranquilizaba al gaucho y al peón, obligándolos a formar familia, a apartarse de las revoluciones, a no pesar sobre los estancieros.

    Con esa solución, Nahum concluye que los rurales conseguían dos fines: reservarse para sí la actividad más lucrativa, y tranquilizar la campaña transformando sus hábitos de vida.

    Ordoñana acuñó la famosa frase de “cambiar el lazo por la coyunda”, símbolo de su designio transformador de la vida rural al empujar al peón desocupado y al agregado, de la ganadería a la agricultura.

    Para el historiador esto último constituye el primer indicio de una idea que comenzaba a germinar en la mente de los rurales: traer inmigrantes agricultores que “contagiaran” sus hábitos de trabajo, su pacifismo, y sus conocimientos técnicos a la población nacional.

    ¿Por qué fracasaron las pocas colonias que lograron nacer, a pesar de todo?, se pregunta.

    Y concluye: “En primer lugar, el mal uso que de su dinero hacía el Gobierno de Santos —y las administraciones posteriores variarán poco este rasgo— conllevaba la ruina de todos los proyectos.

    Falta de recursos, falta de instrumentos de labranza, falta de un mínimo encuadre administrativo, las colonias no podían subsistir.

    El Gobierno quiso recurrir a las tierras fiscales, pero se encontró con que estas no existían o se las ocultaba”.

    Finalmente, Nahum menciona un tercer factor causal en el fracaso de la colonización: la resistencia del peón, del agregado, del minifundista expulsado, a convertirse en agricultor.

    Durante toda su vida centró su actividad y su esfuerzo en torno al vacuno, miró como tarea de “gringos” la agricultura, ¿cómo podiá volcarse a ella voluntariamente?

    Además, no poseía ni conocimientos ni práctica agrícola y escaso o ningún apoyo material del gobierno o de particulares, por lo que era imposible que se le facilitara el camino hacia un cambio de ocupación, señala.

    ¿Qué significó este hecho para el país y qué puntos de contacto tuvo con situaciones similares en Europa o Estados Unidos?

    A estas preguntas responde: “Allá el tractor hizo innecesarios a los labradores con sus tradicionales arados. Pero el labrador estadounidense, desplazado del campo, encontró su salida en la fábrica urbana, sedienta de mano de obra.

    Aquí, en el Uruguay del 70, ¿qué industria existía?, ¿qué salida quedaba para el peón que durante generaciones había vivido de y para el vacuno, sin otros conocimientos que los que daba la estancia o el puesto?

    Ninguna, porque no se puede considerar el ejército o el rancherío como solución económica, ni para el hombre ni para el Uruguay”.

    Y esta es la segunda consecuencia de signo negativo —la primera fue la consolidación del latifundio— que hay que atribuir al alambrado, según señala Nahum.

    Y agrega: “Esto no significa un ataque al cercamiento.La economía nacional no tenía salida si no se desarrollaba y modificaba; ese desarrollo no podía hacerse en la época más que por intermedio de las formas progresistas del capitalismo emprendedor; por lo tanto, los perfeccionamientos que este introdujera para conseguir aquellos fines, tienen que ser válidos desde el punto de vista histórico”.