En la trinchera
¿Qué puede hacer un profesor cuando un estudiante de segundo de liceo apenas puede escribir su nombre? Es un caso extremo, y no es lo general, pero en algunos liceos hay un par de estudiantes por clase con estas limitaciones. A la profesora María Marcela Ríos Sassine le ha ocurrido en el liceo de la Curva de Maroñas. “Hay una población que está quedando aislada y no se sabe cómo atenderla. Cada vez es más difícil dar clase. En lengua y comprensión lectora tienen serios problemas. Uno de los desafíos es hacerles entender que manejar la lengua oral y escrita importa, que no es un tema menor”.
La docente es egresada de Humanidades en la licenciatura de Literatura, opción docencia, y también de Lingüística y de la Tecnicatura en Corrección de Estilo. Con un grupo de colegas de Lingüística está elaborando un diccionario de términos plancha a partir de entrevistas a estudiantes de Secundaria.
“La brecha es cada vez más grande entre los que pueden escribir solo su nombre y los que están en el nivel que les corresponde. Con mis colegas sentimos que a los estudiantes se les miente. Hay mucha presión institucional para que pasen de año. Entonces, si los pasás de curso, les estás diciendo a los estudiantes que tienen los conocimientos necesarios, y eso no es así”, explica.
Ríos Sassine nació en Uruguay, pero vivió desde los cinco meses hasta los 14 años en el Líbano, de donde viene su familia materna. Habitualmente aplica ejercicios en el liceo, que aprendió como escolar en el Líbano, donde tenían libros en los salones de clase y escribían una página sobre alguno de ellos todas las semanas. Ahora ve con preocupación la falta de hábitos de lectura en sus alumnos y la falta de curiosidad por lo que ocurre más allá de su barrio. “Algunos chiquilines no conocen el Centro. Tienen un mundo reducido y nada de eso ayuda a trabajar los problemas de lenguaje, porque consideran que con su jerga alcanza”.
La profesora también ha dado clases de español en Estocolmo y ofició de nexo para la inserción de la migración árabe en Upsala. Eso le dio una visión de la situación educativa sueca, que comparte, aunque parezca extraño, problemas con la uruguaya. “Por lo menos en 2015 había una preocupación por el nivel en lengua y matemática con el que llegan los estudiantes a la Universidad. Son problemas similares a los de acá, aunque no tan profundos”.
“La brecha es cada vez más grande entre los que pueden escribir solo su nombre y los que están en el nivel que les corresponde. Con mis colegas sentimos que a los estudiantes se les miente. Hay mucha presión institucional para que pasen de año. Entonces, si los pasás de curso, les estás diciendo a los estudiantes que tienen los conocimientos necesarios, y eso no es así”.
En este panorama, parece clave la formación docente que se hace en el Instituto de Profesores Artigas (IPA) y en los Centros Regionales de Profesores (CERP), que funcionan en cuatro departamentos. También hay cursos semipresenciales de formación docente. Por año, se titulan unos 700 estudiantes, una cifra que no alcanza para cubrir las vacantes. Algunas asignaturas, como Matemática, tienen muy pocos titulados, y lo mismo ocurre con Idioma Español, opción de la que se reciben unos 30 estudiantes por año en todo el país.
Ivanna Centanino es profesora de didáctica de Idioma Español en el IPA y de cursos semipresenciales, además es autora de libros de texto de la asignatura. Concuerda con otros colegas en que la principal dificultad de los estudiantes está en el acceso al lenguaje formal, pero pone el énfasis en la responsabilidad docente. “Como profesora de didáctica me preocupa que no se asuma que más que un déficit de los estudiantes es un problema de los profesores. Es notorio que el buen docente logra cosas increíbles. Tengo estudiantes de cuarto año que dan clase y reman con enormes dificultades, pero igual logran resultados increíbles y muestran con orgullo lo que escriben sus alumnos”.
En la escritura, que exige una elaboración mayor al lenguaje oral, es donde quedan plasmadas las dificultades. “Cuando escriben te das de cara con los problemas de todo tipo. Para empezar, no han tenido exigencia y oportunidad de desarrollar con extensión las ideas. Leen fragmentos. Les he preguntado a docentes de otras asignaturas dónde estudian sus alumnos. Y me dicen que estudian en lo que llaman ‘repartidos’, unas fotocopias con un collage de textos, a veces sin fuentes. De por sí los libros de textos ya son escuetos. Esos son los modelos a los que están expuestos los estudiantes”, explica.
Centanino considera que falta intervención de los docentes para guiar a sus estudiantes porque muchos consideran que explicar cómo desarrollar un tema o cuál es el léxico específico de su asignatura, es enseñar español. “El conocimiento se construye lingüísticamente, entonces eso no se puede saltear. Los estudiantes no tienen un conocimiento innato para desarrollar un trabajo escrito”.
Universitarios
En la Tecnicatura Universitaria en Corrección de Estilo, que funciona en la Facultad de Humanidades, la profesora Pilar Chargoñia se ha encontrado con problemas similares a los de Secundaria. La carrera está recibiendo a estudiantes recién egresados de Bachillerato, a diferencia de lo que ocurrió cuando comenzó hace diez años con alumnos mayores con experiencia laboral en la corrección. “Algunos de los estudiantes jóvenes muestran inseguridades al escribir; les falta costumbre de expresarse en un registro formal. La comprensión lectora se resiente por la escasez de vocabulario y la falta de lecturas selectivas, por lo que deben consultar mucho los diccionarios”, explica Chargoñia.
La carrera promueve habilidades avanzadas en ortografía y ortotipografía para mejorar la calidad editorial de las publicaciones, por lo tanto el desafío de los docentes es fortalecer esas áreas: “La meta es ofrecer a la cultura, a través de los egresados, el valor que merece: buenos libros, bien editados”.
“Algunos de los estudiantes jóvenes muestran inseguridades al escribir; les falta costumbre de expresarse en un registro formal. La comprensión lectora se resiente por la escasez de vocabulario y la falta de lecturas selectivas, por lo que deben consultar mucho los diccionarios”.
Otra es la preocupación de Nicolás Trajtenberg, docente de grado y posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales. “La falta de argumentación lógica es un problema entre mis estudiantes. Es difícil enseñar y que articulen en sus respuestas un razonamiento complejo, que implica que la persona identifique no solo antecedentes sino que piense que el mundo es complejo e implica multicausalidad. Para mí es lo más grave y el desafío más importante. Tenemos que hacernos un mea culpa por la formación que brindamos. Está muy bueno que demos contenidos teóricos, pero hay que profundizar mucho más en la teoría de la argumentación, la estructura lógica, la identificación de falacias, cuándo una evidencia respalda o no un enunciado, cuándo alguien tiene o no la carga de la prueba. Esto es lo que me tiene más preocupado”.
Para Trajtenberg, esta situación tiene consecuencias en el debate público, donde ha visto carencias en la argumentación en políticos y académicos. “Cuando algo cuestiona mis hipótesis, mi ideología o mis valores, el reflejo rápido es transformar al otro en una caricatura. Es fundamental fomentar en los estudiantes la importancia de analizar ideas que consideramos intolerables o que van en contra de lo que nosotros pensamos. Que sean conscientes de que uno siempre tira hacia el lado de sus convicciones. Hay que enseñar a no ser negacionista de hipótesis diferentes, siempre está bueno revisar las creencias y si la base empírica está bien o no. Es por ahí lo que veo más importante. ¿Cómo hago para ayudar a formar un recurso humano que sea lo más valioso posible, que tenga un espíritu crítico que permita entender mejor la realidad?”.
El primer bastión
La Universidad mira a Secundaria que a su vez mira a Primaria. Todos piensan en qué parte del eslabón se están haciendo mal las cosas y la conclusión, entre los entrevistados para este artículo, es que en toda la cadena hay errores.
Sebastián Pedrozo es escritor de literatura infantil-juvenil y maestro desde hace más de 15 años. Ha enseñado en varias escuelas y en los últimos años en Ciudad de la Costa en los grados superiores. “En la escuela sentimos que tenemos mucha responsabilidad y que no podemos hacerlo solos. Posiblemente, los niños egresan sin lo básico, pero la escuela es un bastión de escribir y hablar bien”.
Él también encuentra que se ha borrado la frontera entre el lenguaje coloquial y formal entre sus alumnos. En ese sentido, ve una laxitud mayor en la informalidad del lenguaje que usan los maestros en la clase. “Con esto no quiero decir que los docentes hayamos contribuido a que el lenguaje formal no se use, pero cuando la informalidad llega al docente, quiere decir que la sociedad está realmente hablando con una pobreza de vocabulario alarmante”. Y es justamente en el vocabulario donde encuentra la mayor dificultad, porque impide la comprensión de textos, sobre todo cuando son informativos o de carácter científico.
“En la escuela sentimos que tenemos mucha responsabilidad y que no podemos hacerlo solos. Posiblemente, los niños egresan sin lo básico, pero la escuela es un bastión de escribir y hablar bien”.
En 2005, Pedrozo hizo una investigación en la escuela en la que trabajaba sobre comprensión lectora en este tipo de textos. “Cuando les ponía un problema matemático, resolverlo era secundario porque había un problema anterior: no entendían el enunciado. Había entonces que eliminar la dificultad lingüística para que el niño accediera a la dificultad matemática”.
Los maestros aún no saben si el lenguaje que se usa en redes sociales está influyendo en la escuela. De todas formas, Pedrozo recuerda una salida que hizo hace unos años con sus estudiantes a ver una exposición fotográfica que le resultó significativa. Una alumna le dijo: “Maestro, empecé a mirar las fotos y mentalmente estaba buscando el botoncito de ‘me gusta’”. Esta experiencia la asocia con el empobrecimiento general para explicar los detalles. “Parece una broma, pero el ‘me gusta’ termina por vaciar esa expresión, engloba una cantidad de significados para los que antes teníamos que buscar las palabras para explicarlo y eso tiene que tener un impacto en la escritura”.
Como una de las soluciones, propone que se trabaje mucho más vocabulario y que se fomente la conciencia ortográfica, lingüística y gramatical. “El niño puede leer un montón de literatura, pero si no tiene conciencia de que el lenguaje tiene un código a ser respetado, no lo va a adoptar porque no se adquiere por ósmosis”.
En su libro La seducción de las palabras, el periodista Álex Grijelmo dice: “Las palabras arraigan en la inteligencia y crecen con ella, pero traen antes la semilla de una herencia cultural que trasciende al individuo. Viven, pues, también en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria. Y a veces despiertan, y se muestran entonces con más vigor, porque surgen con la fuerza de los recuerdos descansados”. El problema es cuando las palabras faltan porque nunca llegaron o se fueron para ya no volver. Todo indica que es cada vez más ardua la tarea de maestros y profesores para recuperarlas.
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