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A finales de los 80 trabajaba en una librería del Centro de Montevideo. El horario era extenso, de 9 a 19 horas entre semana e incluía además medio horario los sábados, de 9 a 13. Cada uno de esos sábados, tras bajar la cortina metálica del local, caminaba un par de cuadras y me tomaba el 169 para ir hasta el Barrio Reus, donde vivía con mis padres. Uno de esos sábados del mes era distinto: era el sábado en que al quiosco de la esquina de Rondeau y Uruguay llegaba desde Argentina la revista Fierro. La Fierro era junto con la revista brasileña Bizz una de mis fuentes esenciales para abrirme a lo que ocurría fuera de aquel Uruguay ferozmente gris de la posdictadura. Era donde se podían descubrir artistas, dibujantes, guionistas, bandas y movidas culturales que ocurrían en Buenos Aires, Río de Janeiro, Londres o Nueva York. La Fierro y la Bizz eran dos ventanas al mundo, tan lejano en aquel entonces.
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Hoy, tras más de 20 años de implantación de Internet, en donde todo está disponible a dos clics de distancia, puede parecer exagerada la idea pero, lo juro, para mí no lo era. En las páginas de la revista Fierro, editada por Juan Sasturain (quien ya estaba escribiendo sus maravillosas novelas protagonizadas por el detective Etchenique), eran publicados un montón de artistas argentinos nuevos como El Tomi, Pablo de Sanctis, Carlos Nine y Esteban Podetti, entre otros. Pero también artistas que venían del cómic, de aventuras y de ficción más clásico, que hasta ese momento se concentraba en la también argentina revista Skorpio. Gente como Francisco Solano López, Alberto Breccia, Carlos Muñoz y otros encontraban también su lugar en una revista que parecía tener como premisa divulgar un cómic sin superhéroes. O con superhéroes que no sabían que lo eran ni se comportaban como tales.
En medio de ese pelotón de “clásicos modernos” se destacaba la obra de Juan Giménez, especialmente su maravillosa serie Basura, una oscura distopía con guion del también argentino Carlos Trillo, que hoy podría parecer redundante (aunque premonitoria) pero que en aquel 1988 contaba con pocos antecedentes. Seguramente porque las visiones de un futuro poco luminoso apenas comenzaban entonces, y apenas un Mad Max o una Blade Runner despuntaban en esa dirección. En Basura, como en estos días, el uso de mascarillas es habitual entre la población. Claro, no entre toda la población, sino entre los privilegiados que aún pueden llevar una vida más o menos normal entre el cúmulo de desperdicios de todo tipo que satura la mayor parte del planeta. Basura que en muchas ocasiones incluye desechos radioactivos que son arrojados sin miramientos sobre aquellos que a duras penas sobreviven en los inmensos basurales que alguna vez fueron ciudades. Tratándose de un mundo saturado por la basura, la obsesión por la limpieza, la pureza y la salud marcan a las clases altas, quienes viven literalmente por encima del resto. Por cierto, Basura fue editada en formato libro en Uruguay por Belerofonte en 2015, en blanco y negro, tal como fue publicada en Fierro. La decisión fue de Giménez, quien prefería ese formato y no en color, como fue editado el libro en Europa.
Por supuesto, a esa altura de su trayectoria Giménez estaba lejos de ser un desconocido en el mundo del cómic. Como muchos de sus compatriotas colegas de generación, varios de quienes serían sus colaboradores a lo largo de los años, se había trasladado a Europa y allí había entrado en contacto con la potente industria francesa del cómic. Y aun antes de viajar a Europa, ya había publicado en revistas argentinas como Frontera, Misterix y Hora Cero. Apenas llegado al viejo continente encontró su lugar en la revista francesa Métal Hurlant y fue en Francia donde recibió en 1994 el prestigioso premio Bulle d’Or, en 1994. Por cierto, en 1990 ya había recibido el Yellow Kid norteamericano a Mejor dibujante extranjero, suerte de Oscar del cómic en ese país. De su relación con la revista Métal Hurlant se derivaría su presencia en la película Heavy Metal, basada en la versión estadounidense de la revista y en la que se haría cargo del diseño y el storyboard de uno de los mejores segmentos del filme, el del taxista Harry Canyon. Esa película fue para muchos de nosotros, la puerta de entrada al cómic y se puede decir que esperándonos en la puerta estaba Giménez, junto a Moebius, Jean Giraud y Richard Corben, entre otros cracks de entonces.
Su presencia en Francia le abrió puertas también en España, donde residía y donde publicó en 1982 Cuestión de tiempo, una serie de relatos cortos construidos alrededor de la idea del viaje en el tiempo, mostrando la parte decadente o “proletaria” del mismo. Giménez siempre fue pródigo mostrando el lado oscuro de la ciencia ficción, ignorado por las producciones mainstream de entonces, más preocupadas por las naves que por los efectos sociales negativos del uso de la tecnología. El argentino era un especialista en las distopías resultantes del uso desmedido y poco razonado de los avances tecnológicos, y aunque era buenísimo imaginando y dibujando naves y toda clase de maquinarias, siempre supo acompañarlas de una fuerte crítica a su lógica deshumanizante.
Luego de Basura vendría una de sus colaboraciones más celebradas, esta vez junto con el chileno Alejandro Jodorowsky. Partiendo de un personaje secundario creado por este último en 1981, el dúo comenzó a publicar la saga La casta de los metabarones, primero en Francia, a través de la editorial de Métal Hurlant, y luego en la española Ediciones B. La colaboración se inició a comienzos de los 90 y continuó hasta 2003, dejando como resultado los primeros ocho libros de la serie. De gran éxito, la serie ha sido traducida al inglés, alemán y polaco y dio lugar al juego de rol The Metabarons Roleplaying Game. Un libro con entrevistas a Jodorowsky y Giménez, que incluye además bocetos e ilustraciones inéditas, fue publicado en 2002 por la española Norma Editorial.
Personalmente, creo que los mejores trabajos de Giménez fueron los que firmó junto con sus compatriotas Eduardo Barreiro (autor de la extraordinaria Parque Chas, junto con Eduardo Risso) y Carlos Trillo (gran colaborador del notable dibujante Horacio Altuna). Fallecido el 2 de abril en su natal Mendoza, a causa de la enfermedad pandémica Covid-19, Juan Giménez fue uno de los mejores representantes de la que probablemente sea la más sólida generación del cómic argentino, la que entendió que su arte no tenía más fronteras que la propia imaginación.
Pasaron más de 30 años desde aquellos sábados especiales en que la Fierro llegaba a mis manos y aún sigo agradeciéndole a Juan Sasturain y los suyos la posibilidad de conectar con esos otros mundos extraños. Mundos que parecían lejanos pero que estaban allí, en mis manos, mientras el ómnibus rodaba en dirección al palacio de mármol que corona avenida del Libertador y Juan Giménez iba sentado al lado mío.