Décimo encuentro de Desayunos Búsqueda con Roberto Canessa y Pablo Vierci

escribe Silvana Tanzi 
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La historia es conocida, lleva 50 años en la sociedad uruguaya y fuera de fronteras. Los padres se la han contado a sus hijos y seguramente llegará a sus nietos. Y cada vez que se escucha, se lee o se ve en la pantalla vuelve a estremecer. Hay una forma lineal de contarla que podría resumirse en un vuelo de la Fuerza Aérea Uruguaya que partió desde el Aeropuerto de Carrasco rumbo a Chile el 13 de octubre de 1972, pero nunca llegó porque chocó con la cordillera de los Andes. Viajaban 45 personas, entre ellos, los integrantes del equipo de rugby del Old Christians Club del Colegio Stella Maris. Regresaron a Montevideo 16 jóvenes, después de sobrevivir en la montaña 72 días.

La historia más compleja es la que han ido contando con los años los sobrevivientes en libros propios o en entrevistas para otros autores o cineastas. Entonces aparecen varios relatos que narran el padecimiento personal y colectivo a 4.000 metros de altura, con temperaturas que llegaban a los 30 grados bajo cero, con poco oxígeno, sin abrigo ni comida. Ese grupo de muchachos, que estaban en sus 20 años, formaron una comunidad muy unida y organizada que mantuvieron con los años.

Sobre lo que significó aquella experiencia, sobre cómo se fue asimilando y narrando en estos 50 años, sobre el duelo propio y el de los familiares de los fallecidos, Roberto Canessa conversó en el décimo encuentro de Desayunos Búsqueda. Desde España, participó de la entrevista por Zoom Pablo Vierci, autor de La sociedad de la nieve, el libro publicado en 2008 en el que reunió por primera vez a todos los sobrevivientes que contaron su propio relato y que ahora tiene su adaptación en cine dirigida por Juan Antonio Bayona.

“El impacto impresionante del accidente sacudió al grupo, como si le hubieran puesto un desfibrilador. Lo que había sido un grupo de amigos se tuvo que reciclar en una sociedad de la nieve, donde surgieron códigos que no estaban escritos en ningún lado. Fue toda una transición: primero, la espera a que te vengan a buscar, después, con el paso de los días, te das cuenta de que eso no va a suceder y que eventualmente vas a tener que salir por ti mismo. Cuando se moría alguien no te daba lástima por él porque ya estaba muerto, te daba lástima por ti porque estabas en la lista de espera. Fue un proceso de cambio de la sociedad civilizada a la sociedad de la nieve”, explicó Canessa.

Él tenía 19 años en ese momento y estaba estudiando segundo año de Medicina. Con los años se convirtió en un prestigioso pediatra cardiólogo. En la montaña, adquirió un rol importante en la asistencia de los heridos, para el que aún no estaba preparado. “Con Gustavo Zerbino (otro estudiante de Medicina) y un poco con Diego Storm (quien falleció el 29 de octubre en el alud) éramos los atrevidos de la medicina. Yo al día siguiente del accidente vi cómo los heridos más graves se habían muerto y sentí como una paz porque no iban a sufrir más. Nosotros no teníamos cómo cuidarlos”.

Canessa tiene larga experiencia en escenarios, encuentros, empresas y reuniones en las que transmite lo que le dejó la montaña como enseñanza. Habla con gran naturalidad, hace algunos chistes y su discurso, fuera de toda solemnidad, no deja a nadie indiferente. En medio de la entrevista, se iluminó su celular y dijo: “Me está llamando Carlos Páez. ¿Qué hago? ¿Le contesto o no le contesto? Ustedes no saben lo que es convivir 72 días con él, ni idea de lo que es Carlitos Páez (el público ríe). Todos metidos en lo que quedaba del avión y él diciendo: ‘Mi padre tiene un amigo dueño de una fábrica de helicópteros y de pronto nos manda uno para que nos busque’. Yo le digo a la gente que no esperen a los helicópteros”.

Para Canessa lo que sucedió en los Andes fue un experimento sobre el comportamiento humano y ellos eran unos cobayos. En ese experimento, cada uno ponía su impronta, su componente, y algunos le ponían humor a la desgracia. “Hay que tener sentido del humor, hay que reírse. Entre lo sublime y lo ridículo no hay diferencia”.

Era un grupo de jóvenes creyentes, que por momentos se aferraban a la fe y por momentos se sentían abandonados por Dios: “El ser humano cuando está devastado enseguida le pide a Dios que lo ayude. Es algo ancestral. Yo le decía a Dios: ‘No sé qué vas a hacer conmigo, no soy tan bueno, no voy tanto a misa, pero tampoco soy tan malo. Hágase tu voluntad en el Cielo como en la Tierra, pero yo me quiero quedar acá, aunque allá arriba sea mucho mejor, dejame quedarme en este lado. No pretendo que me saques, pero sí que me dejes salir’”.

En esa situación terrible, en la que tenían que organizar una nueva forma de vida y administrar la muerte, ni siquiera tenían espacio para enojarse o para expresar en voz alta su angustia. “Teníamos tanto para hacer que no había tiempo para deshacer”, fueron las palabras de Canessa.

Después de la montaña

Canessa dice que se arrepiente de una decisión que tomó en la montaña: “Tendría que haber salido para Argentina. En tres días estábamos afuera. Claro que no se podría haber hecho la película y todo eso. El piloto (Dante Lagurara) murió diciendo que habíamos pasado Curicó, el tipo estaba convencido, pero fue el piloto que chocó el avión. Cuando tenés asesores no les creas del todo, hay que creerles un poquito, nada más (risas del público)”.

Él recuerda la fascinación que sintió al salir de la montaña, al caminar esos 10 días con Fernando Parrado en busca de ayuda, al llegar a Chile y encontrarse con el arriero Sergio Catalán, al haber enviado los helicópteros para rescatar a los otros 14 sobrevivientes. “Me sentía contento, orgulloso conmigo mismo. Volví enseguida al club. Teníamos que rehacer el cuadro, estaban los chiquitos Nicola, cuyos padres se habían muerto en la montaña. Ibas a su casa y siempre estaba lleno de amigos. Cuando las casas están llenas de amigos y llegan los papás todos se van, pero acá no había papás. Tipos importantísimos en el Christians, como José Campiotti (presente en el público), nos pusimos al hombro a estos niños”.

Contar cómo se alimentaron en la montaña fue un tema difícil que no evadieron. Canessa sentía que tenía que contárselo personalmente a los familiares de quienes habían muerto. “No pretendía que me entendieran, porque cada uno siente como le parece. Pero sí decirles la verdad. El mundo me importaba un pito, si nos habían dado por muertos, ¿quiénes eran para juzgarnos si no habían estado ahí?”.

El mensaje público lo dieron en una conferencia en la que recibieron el apoyo de algunos familiares de quienes no habían regresado y del Old Christians. “Cuando salí me abrazó el padre de Arturo Nogueira y me dijo: ‘Mi hijo no está, pero estás vos’. Toda esa energía positiva que nosotros recibíamos se transmitía en todo el equipo y en las obras que se fueron haciendo. Vimos cómo surgía del dolor de las madres la Biblioteca Nuestros Hijos, un capítulo importantísimo para ellas”.

Numa y la película

Canessa leyó todos los libros que se escribieron sobre los Andes y vio todas las películas. La sociedad de la nieve la vio cuatro veces. “Todavía no me alcanza. Esto es como el Titanic, si querés saber, tenés que verte las películas, leerte los libros para poder acercarte al hecho. Dicen que soy un marketinero inmundo porque dije que aprendí más de los Andes con la película que cuando estuve allá. Y es verdad. No me daba cuenta de lo fermental, de los diálogos maravillosos que tenían Arturo Nogueira, (Rafael) el Vasco Echavarren. Eran el alma de lo que estaba pasando. Eso lo capta la película de Bayona, igual que lo gigantescamente espantosa y bella que es la montaña, cómo ruge y te sentís aterrado, y de repente sale un sol maravilloso que no podés creer”.

Desde el Zoom, Vierci explicó el largo proceso de la película con Bayona, desde el primer mail que recibió del director en 2011. “La idea era darles voz a los que nunca la tuvieron. El héroe generalmente está vinculado con la épica, pero en el camino muchos otros hicieron, lo dieron todo y entregaron la posta para que otros siguieran. Siento que la película es como una flecha que estamos introduciendo al mundo, con la impronta uruguaya. Sin la menor megalomanía, eso es peculiar y está en la película. Nadie se siente más que nadie”.

En 2002, cuando se cumplieron 30 años del accidente, Vierci publicó un pequeño ensayo en el Qué pasa, suplemento de El País, que se titulaba Nosotros, los otros. Era la historia contada desde el punto de vista de los muertos. “Desde hace 20 años para mí era imprescindible ese punto de vista. Cuando empezamos en 2016 mi rol era de productor asociado en lo creativo. Siempre sugería usar el punto de vista de uno de los que murieron en el alud. Pero Bayona tuvo la magnífica idea de que se contara con el punto de vista del último que murió, que fue Numa Turcatti. Él acompaña toda la peripecia, es el ejemplo perfecto del héroe que se sacrifica pero no tiene la recompensa, el que muere en la orilla. El hecho de que él narre la historia deja muy claro esa consubstanciación, para mí única, de que los vivos y los muertos son uno”.

Ese concepto que es filosófico y religioso fue un acuerdo que hicieron algunos de los que murieron con los que seguían vivos. Gustavo Nicolich, que murió en el alud, escribió una carta en la que decía que si llegado el momento tenía que entregar su cuerpo, lo haría gustoso. “Es algo muy disruptivo para ese momento. Fue antes de la donación de órganos, para el 72 era absolutamente innovador. Yo me salí del guion porque cuidaba más a los personajes (sobrevivientes o muertos) que a la película. Era algo inconsciente. Terminé siendo una especie de sostén de la adaptación de la historia”, contó Vierci.

Sobre el personaje de Turcatti y su relevancia en la película, Canessa dice que le dio un poco de celos. “Somos humanos”, dijo. “Lo que pasa es que Numa era demasiado buena gente. El amor al prójimo es quererlo como a vos mismo, pero Numa quería al prójimo más que a sí mismo. Se inmoló por todos, se entregó totalmente. Por eso a mis nietos les digo que tienen que soñar con los angelitos y a veces con los diablitos. Numa tiene autoridad moral para decir un montón de cosas que las sigue diciendo aún después de que se muere. Es una manifestación artística de Bayona. Yo al principio quería un documental, pero esta es una película que tiene que sorprender. Esto es una obra de arte, por los escenarios, por la música”.

Para ambos entrevistados, la película está ayudando a cicatrizar las heridas de quienes perdieron a sus familiares en la montaña, que ahora están más unidos con los sobrevivientes. El 1º de setiembre hicieron una proyección en el Movie Center con familiares de todos y con los sobrevivientes. En total se reunieron 360 personas, y para Vierci fue uno de los momentos más emocionantes. “Es difícil de explicar esa emoción colectiva. Es terminar de hacer un duelo, un proceso complejo porque algunos empezaron a hacer el duelo recién ahora. La película abre puertas que estaban entrecerradas o bloqueadas. Ahora estamos en una especie de gran comunión, en una liga emocional, espiritual”.

Vida Cultural
2023-12-14T00:45:00