Desde rugbiers y cánticos de hinchadas hasta el dios Google

entrevista de Silvana Tanzi 
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Es argentino, pero desde 2005 está radicado en Montevideo. Aquí lo trajo el amor de una uruguaya, se fue quedando y hoy Manuel Soriano (Buenos Aires, 1977) es uno de los escritores uruguayos más prolíficos. Sus cuentos y novelas están escritos con un poder de observación agudo y con la distancia irónica suficiente como para reflexionar sobre temas a veces dolorosos. Le gusta meterse en mundos complicados, sobre todo del deporte. Su primera novela la publicó en 2010 y se llama Rugby, ahora reeditada por Estuario. Narra un día en un partido de rugby y la situación sórdida que ocurre en el tercer tiempo, cuando el espíritu de grupo se desborda y surge la violencia, lo primitivo, lo peor. En 2015 con ¿Qué se sabe de Patricia Lukastik? ganó el Premio Clarín de Novela. Para esa historia hurgó en el costado menos glamoroso del mundo del tenis. Guionista, editor de literatura infantil en Topito Ediciones, tiene también dos libros de cuentos memorables, Variaciones de Koch (2011) y Nueve formas de caer (2018). Este año, Soriano estuvo abocado a la filmación de una serie en blanco y negro llamada Ángel, que aborda temas escabrosos con tono de comedia y que tiene producción cooperativa. Soriano es un tipo arriesgado, como surge de esta entrevista.

—¿Cómo pasaste de la abogacía al mundo literario?

—Estudié Derecho en la UBA, esas cosas que empezás después de terminar el liceo. Allá hay muchas materias opcionales y me di cuenta de que elegía algunas como Derecho y Cine, las materias menos prácticas. Me gustaba escribir la parte de las demandas, pero me molestaba tener que atarme a la jerga y a los hechos. Lo que sí me quedó fue la técnica de argumentación. En las crónicas tengo algo de eso, tratar de convencer, aunque disimuladamente, a alguien de algo. Trabajé muy poco como abogado. En Buenos Aires escribía medio a escondidas. Después me vine a Montevideo con una pareja uruguaya y empecé en un taller literario. Tuve una hija, me separé y desde el 2005 estoy afincado acá.

—Los escenarios de tus obras son, en general, bonaerenses. ¿Mantenés ese vínculo en lo literario?

—En las novelas Rugby y en Fundido a blanco, que tiene algo sobre la Facultad de Derecho y la crisis de 2001, puede ser que todavía esté ahí. Creo que no escribí algo que estuviera centrado en Uruguay, salvo algunos cuentos de balnearios, que son una especie de “no lugar”.

—¿Podés vivir solo de la escritura?

—Bueno, tengo varios quioscos. Lo que he hecho son varios guiones, que los pagan salga o no la filmación. Eso tiene sus pros y sus contras. Junto con Enrique Fernández (director de El baño del papa) hice el guion del libro La fuga de Punta Carretas, de Fernández Huidobro, hace como seis o siete años. Estuvimos un año y medio trabajando, nos pagaron, pero nunca salió la filmación. He dado talleres y ahora estuve muy metido en el tema de Ángel, una serie, como guionista, productor, director. También me compraron los derechos para un audiovisual de Variaciones de Kotch, que está haciendo una productora acá, y de ¿Qué se sabe de Patricia Lukastik?, que lo está haciendo una productora mexicana. Algo que para mí es pasar a otro nivel.

—¿Y cómo llegaste a crear Topito Ediciones? ¿Te atrajo siempre la literatura infantil?

—La verdad que no (se ríe). Yo trabajaba en la distribuidora Disma de Mosca y distribuía, entre otras cosas, libros infantiles. En un momento redujeron personal y me quedé sin trabajo. Mi pareja de entonces, que es ilustradora, había quedado embarazada. Entonces nos presentamos a los Fondos Concursables del MEC y sacamos un premio. Con otro amigo escritor, Horacio Cavallo, decidimos sacar una editorial infantil, sin saber nada de edición y menos de ese género. Empezamos así, fuimos sacando pocos libros por año.

—Tienen libros de formato pequeño, como la colección Mi Primer Libro de… y otros diferentes. ¿Cómo arman las colecciones?

—Nuestro criterio es que los libros nos tienen que gustar. En general tratamos de que también les gusten a los adultos para que sea una lectura compartida. En esa colección, Mi Primer Libro de…, por ejemplo, hay uno sobre figuras del rock. Son los que más hemos vendido, incluso afuera. Es el formato del típico libro de búsqueda. Por ejemplo, en uno de los libros hay que buscar qué personaje no tiene remera y es Jim Morrison. Eso fue lo que llamó la atención. Es el distintivo de esa colección. Dentro de unos meses sacamos uno de Ida Vitale, creo que es el único infantil que escribió. Es un cuento que se llama Un invierno equivocado. Lo publicó en México hace como 20 años y nunca más lo reeditó.

—En Topito publicaste también Inventario de dioses, con ilustraciones de Dani Sharf. Allí mezclan dioses tradicionales con otros muy raros, como Google. ¿Cómo surgió este libro?

—La ilustración en estos libros tiene mucha importancia, más que la escritura. El impacto estético es lo primero. Tratamos de incluir dioses muy distintos, los habituales y los que la gente endiosa. Recuerdo que estaba viendo un stand up de Ricky Gervais y tomé una de sus frases como epígrafe, junto con otro de Borges y de Einstein. Todos están relacionados a qué es un dios y qué es una religión. Gervais dice que hay unos 3.000 dioses entre los que podés elegir. Que los católicos creen en uno y niegan los otros 2.999 y que los ateos lo único que hacen es negar uno más. Esto que es medio en broma y medio en serio, pero lo tomamos como premisa. Elegimos 15 dioses, y otros que no son considerados dioses, pero que la gente endiosa. Pero, por ejemplo, el dios Thor hace 3.000 años fue una especie de Maradona pero en la guerra. Tenía mucha puntería con el arco y flecha, que también era un deporte en ese momento. Por eso lo endiosaron.  El último dios que incluimos es Google. El año pasado estuvimos invitados a la Feria de Frankfurt. Presenté el libro y la mitad eran musulmanes. Al principio se asombraron, pero después todos nos pusimos de acuerdo con el dios Google. Como había mala señal en la feria, estábamos siempre con los celulares en alto para encontrarla. Y esa es la misma imagen que en la ilustración de Dani Sharf (un hombre buscando señal en la cima de una montaña). Al principio me decían cómo iba a endiosar a Google y les llamaba la atención que el gobierno permitiera esta publicación y que hubiera ganado un fondo oficial. Fue un libro con mucho éxito en el exterior.

—El fútbol y en general los deportes aparecen en varios de tus libros. ¿Fuiste o sos deportista?

—Soy un futbolista frustrado. Jugué toda mi vida y hasta el año pasado, pero nunca profesionalmente. Siempre me gustó mucho ver, analizar el mundo alrededor del deporte, estudiar los sistemas que hay detrás. Rugby es una novela muy social, es el deporte en un contexto particular argentino. Por ahí en Francia o Nueva Zelanda es muy distinto. Pero ¿Qué se sabe de Patricia Lukastik? es sobre la crianza de una persona que desde los siete años la ponen a hacer algo repetidamente, en este caso es el tenis, y sobre la relación con su padre por la que nunca termina de salir de ese mundo. Cuando escribí esa novela, me acordé de un libro de James Salter (El solitario) sobre un escalador de los Alpes. Son deportes muy silenciosos y tienen monólogos internos. Eso es lo que quería buscar.

—¿Cuánto investigás sobre esos mundos para escribir las novelas?

—El mundo del rugby no lo investigué demasiado porque lo conocía, pero sí tuve que meterme en el del tenis. Entrevisté a varias exjugadoras. Son mundos muy privados. Están horas solas en una cancha, a veces las ves mover los labios, tienen monólogos internos, incluso un sistema para anularlos y lograr un blanco mental y así no pensar y actuar de manera automática. Quedan un poco locos. Los mexicanos que contrataron la novela para hacer la serie me decían que hubo varios casos de tenistas y de gimnastas que tienen el burnout, se queman la cabeza a los 22 años, por todo ese sistema de presiones, que por otro lado es la única forma de llegar a ese nivel de competencia. Está la película sobre los Williams (Rey Richard: una familia ganadora) que la pintan como una historia épica, pero el padre puso a sus hijas de dos años a hacer abdominales, después fueron virtuosas, pero hay miles que no llegan.

¡Canten, putos! es un libro de crónicas de estadio que hacen hincapié en los cantos de las hinchadas. ¿Cómo llegaste al origen musical de esos cánticos?

—Ese libro fue un descubrimiento. Me pasó que estaba cansado de escribir ficción. A veces se me ocurrían los elementos básicos para un cuento y me daba cuenta de que ya lo había escrito. Encontré algo muy lúdico en rastrear la canción original de algunos cantos de hinchadas, a veces en el origen son canciones de amor o baladas del género melódico internacional. Cuando pasan a la cancha se convierten en agresión, en “te vamos a matar”, en ese tipo de cosas. Me gustan mucho esas transiciones. Traté de comunicarme con los cantantes, a veces tuve buenos resultados, en otras fracasaba y lo mostraba en el libro. Al mánager alemán de Bonnie Tyler, por ejemplo, le escribí para explicar que la canción It’s a Heartache en Rosario la cantaban con la letra: “No se comen, / los gatos no se comen”, que viene de la crisis del 2001. Explicar ese verso solo implicó un mail larguísimo en inglés dirigido a un alemán, era todo muy surrealista. Al final no me importaba si me respondían o no, lo que me importaba era el mail que había escrito con esa explicación. Fue de los libros que más me divirtió hacer.

—El título es arriesgado…

—El título del libro son mutaciones de la lengua. “Putos” tiene el sentido de amargos, de los que no cantan. No está relacionado a la homosexualidad, pero tampoco totalmente desligado. Es un insulto. Una de las crónicas está dedicada a esa obsesión de las hinchadas con las metáforas genitales y anales, que las tienen el 50% de las canciones y es un tipo de humillación. Este libro me permitió irme por las ramas sin ningún tipo de cuidado.

"Salvo algunos muy cerrados, todos admiten que el mundo del rugby es así. Cuando están en grupo o en masa se acercan más al estereotipo. Salen en grupo, de a 20 o 30, van a un boliche, se pelea uno y se pelean los 20, y el que no pelea es un cagón. La paliza que le dieron al pibe en Villa Gesell se repite siempre, debe de haber 10 peleas de esas por fin de semana, lo que pasa es que no terminan con la muerte de alguien"

—Algo que caracteriza tu escritura es usar ironía o humor negro con temas complicados de digerir…

—Cuando empecé a escribir lo hacía exprofeso, pero inevitablemente es el tono que me sale. Escribí una crónica sobre el suicidio en Uruguay para Gatopardo y elegí una cita larga de Louis C.K. que es graciosa y también desoladora. La serie que ahora estoy dirigiendo es también una comedia negra.

—Se acaba de reeditar Rugby una novela de 2010. ¿Sigue vigente el mundo que planteás en torno a ese deporte?

—La novela no la volví a leer entera, pero los temas de fondo siguen vigentes, tal vez más actuales que cuando las escribí. Hace un par de años en Villa Gesell, en Argentina, un grupo de rugbiers mataron a un chiquilín a golpes a la salida de un baile. En ese momento me llamaron de programas para que opinara, yo les dije que no porque no soy opinólogo, solo escritor. También me llamaron para reeditarla o para hacer una obra de teatro. En ese momento tuve emociones encontradas. El fondo de la novela es una violación grupal a dos chicas. Eso siempre ocurrió en ese ambiente, pero desde el 2010 para acá la relevancia mediática creció.

—Tratás mucho sobre la pertenencia a la clase alta y cómo una forma de rebeldía adolescente es mimetizarse con una clase más baja.

—Es una especie de rebeldía que por lo general se encauza y, finalmente, se terminan pareciendo a sus padres. En San Isidro, que es como Carrasco, muchos se hacen hinchas de Tigre, que es un equipo del barrio de al lado. Es un aura rebelde que en cierta forma es funcional al equipo. Si te la querés jugar de Jim Morrison, te hacés hincha de Tigre.

—El protagonista es hijo de peruanos. Una especie de ser fronterizo en ese mundo.

—El protagonista está basado en un pibe que conocí. Tenía algún antepasado indígena y al crecer empezó a buscar su origen y descubrió que era adoptado. Pero dentro del ambiente del rugby era uno más. Después me enteré de que por dentro tenía sus conflictos. No era una cuestión física. Me sirvió que el protagonista tuviera una pata adentro y otra afuera. Me permitía que tuviera una distancia para mirar, sin dejar de ser parte, y también culpable de lo que pasa. Es muy difícil explicarle a un uruguayo a qué le dicen negro en Argentina, tiene un componente de clase importante. A la misma persona la cambiás de bebé y la ponés en un lugar y en el otro y uno pasa a ser negro o no, sin importar el color de la piel. En Uruguay no hay una analogía tan clara.

—No das una imagen muy buena de los rugbiers. ¿Tuviste alguna queja?

—Salvo algunos muy cerrados, todos admiten que el mundo del rugby es así. Cuando están en grupo o en masa se acercan más al estereotipo. Salen en grupo, de a 20 o 30, van a un boliche, se pelea uno y se pelean los 20, y el que no pelea es un cagón. La paliza que le dieron al pibe en Villa Gesell se repite siempre, debe de haber 10 peleas de esas por fin de semana, lo que pasa es que no terminan con la muerte de alguien.

—Debe de ser difícil para rugbiers adolescentes esa demostración de hombría.

—Ahora me enteré de que empezaron a leer Rugby en algunos liceos. Creo que está bueno que les llegue a jóvenes de 16, 17 años. Es la construcción de la masculinidad del grupo que a veces se refleja en los bautismos, aunque creo que se están dejando de usar. Tienen algo del bautismo militar. Hay mucho de esos códigos militares en el rugby.

—¿Estás preparando otro libro?

—Estoy por publicar en Criatura crónicas de espectáculos. Son los que vi en las primeras salidas después de la pandemia, con tapaboca. Lo primero que fui a ver fue ballet, con espacios entre los asientos. Eso me permitió contar cosas que me pasaban en ese momento, en primera persona.

  • Recuadro de la entrevista

Una comedia áspera

Vida Cultural
2022-07-07T00:57:00