—Estos tres problemas van a explotar al mismo tiempo y están, de alguna forma, interrelacionados.
Para mí, la demografía siempre ha sido un factor muy determinante; de hecho, hay quienes dicen que dos terceras partes de todo lo pasa lo explica este factor. El envejecimiento poblacional tiene muchas implicaciones económicas que todo el mundo más o menos las conoce, pero luego también está que llegan las elecciones y los políticos claramente sobrevaloran las preferencias de los mayores.
El tema de la economía digital y la inteligencia artificial tiene cosas muy positivas, pero genera retos complicados: ya la formación no es tanto al principio sino a lo largo de toda la vida, y este tipo de cosas están generando mucha ansiedad en los jóvenes. En los años 80 y 90 la tecnología afectó a muchos trabajadores, pero entonces había músculo fiscal para ampararlos en la seguridad social. Ahora ese músculo ya no está.
El cambio climático es lo que más aterra a los jóvenes. Es un tema que no exige sacrificios a las generaciones presentes, que no estarán vivas cuando se vean las consecuencias.
Alguno podrá pensar que la importancia de los tres temas es distinta, pero lo relevante es que llegan a la vez.
—Habla del “atraco perfecto” a los jóvenes porque, dice, los gobiernos hacen “populismo fiscal” al sostener, con endeudamiento, cierto tipo de impuestos y programas sociales que benefician más a los adultos mayores. ¿Eso no ocurrió siempre?
—Hay un tema de tamaño de las generaciones. Cuando yo era joven, mi generación pesaba mucho y era el 34% del electorado; ahora los jóvenes son el veinte y tanto por ciento.
Los políticos tratan de satisfacer a aquellos grupos que son los que les generan más probabilidades de ganar elecciones; eso siempre ha estado allí. Lo que ocurre ahora es que está mucho más desequilibrada la estructura generacional y no hay un contrapeso electoral en países envejecidos como los europeos. En otros, como Estados Unidos, todavía los jóvenes han tenido algunas cosas que hacer y se piensa por ejemplo que (Donald) Trump no fue reelegido a causa de los jóvenes. Mientras, en el Reino Unido, que ya es un país envejecido, el Brexit fue una imposición de los viejos a los jóvenes.
En países como España, Francia e Italia el peso de los mayores va a seguir aumentando. Por otro lado, los jóvenes tienen menos hábito de votar, se informan más por redes sociales que por los métodos tradicionales, y son generaciones mucho más globalizadas en sus intereses. A su vez, al político los jóvenes no le interesan tanto porque son menos, y si le interesan, se le hace muy difícil poder llegarles.
—Desde el punto de vista de las economías, ¿qué importancia tiene que los gobernantes pongan más foco en los jóvenes?
—Cuando la población y sus cohortes de trabajadores están aumentando el crecimiento de la renta per cápita es muy fácil. Cuando yo era joven, la renta per cápita estaba creciendo porque la demografía estaba a mi favor. Ahora, la renta per cápita ya no crece por la incorporación de gente al trabajo, porque cada vez entra menos, y entonces lo único que queda es que aumente la productividad. Por tanto, las políticas que benefician a los jóvenes —la educación, la formación, la vivienda, la emancipación— son cosas que van a mejorar la productividad. Esto es bueno no solo para ellos, sino para todos. Si gastas en pensiones, la productividad no mejorará.
Por otro lado, cuando la renta per cápita aumenta, la movilidad social absoluta es más fácil de conseguir. Pero cuando la renta se estanca —y en España lo está prácticamente desde la crisis financiera del 2008— eso genera que no haya movilidad absoluta; a lo mejor un hijo supera al padre, pero hay otro que queda en peor situación.
Lo que mejora la vida de los jóvenes mejora la renta per cápita en la economía.
—España y Uruguay tiene similitudes demográficas, por ejemplo, en su pirámide poblacional envejecida y la baja fecundidad. ¿Uruguay debería, como aconseja para España, estimular los nacimientos y atraer inmigrantes?
—Desconozco cuál es la tasa de fecundidad en Uruguay; la de España es de las más bajas del mundo. Cuando se les pregunta a las mujeres españolas cuántos hijos querrían tener y cuántos han tenido, siempre dicen que tuvieron menos de los deseados y por las mismas razones: es muy cara la vivienda, hay muy poca estabilidad laboral y el segmento de trabajo más flexible recae sobre todo en los jóvenes. Por lo tanto, si se dificulta la emancipación, se pospone mucho la fecundidad, y eso lleva a tener menos hijos de los queridos.
El envejecimiento de la pirámide poblacional no viene solo por ese lado, sino también porque cada vez se vive por más tiempo. España tiene lo mejor y lo peor, porque combina las tasas de esperanza de vida más altas —por el sistema sanitario, la socialización, la alimentación, etcétera— con las tasas de fecundidad más bajas.
Si se ayudara a los jóvenes, mejoraría esa tasa de fecundidad. No soy natalista, y no quiero que la gente tenga más hijos de los que desea, pero al menos que tenga los que quiere tener. Esto en España no está ocurriendo.
Y ante un proceso de envejecimiento tan intenso, para un país como España la única vía es atraer inmigrantes. Hoy no se está llevando a cabo una política de inmigración racional y hay un sistema un tanto hipócrita: se los deja entrar, no se les deja trabajar para buscarse la vida y a los tres años se les permite tener un contrato. Además, el populismo hace bastante daño con la idea —compartida por los sindicatos— de que el inmigrante quita trabajo al nativo, lo que en los datos se ve que no es así.
Pero aunque sigan llegando inmigrantes —y, de hecho, España ya está perdiendo población considerando los que ya están entrando— no se conseguirá eliminar el proceso superintenso de envejecimiento.
—Con poblaciones más viejas, se precisará cada vez más gasto en salud, en cuidados y en pasividades. Usted plantea invertir más en los jóvenes. ¿Cómo se zanja ese dilema fiscal?
—Hay cosas inevitables, como que suba el gasto sanitario o en pensiones. Lo que ocurre es que, al menos en España, cuando se está hablando de reformas, como la de pensiones, apuntan a aumentar el gasto. Y es porque, efectivamente, los jubilados pesan mucho en las elecciones.
Al menos debería pensarse en un cierto ajuste en el sistema de pensiones, considerando la longevidad. Si se alargó la vida —y es una buena noticia—, habrá que decirle a mi generación y a las que vengan por detrás que si quieren tener la misma pensión que la de sus padres, dado que van a vivir más, deberán trabajar más años o percibir un poco menos. Como gobernante puedes no hacerlo y decir: “No, a mí me da igual, voy a seguir aumentando ingresos para financiar el gasto y las pensiones”. ¡Pero entonces te comes margen fiscal que se podría utilizar para los jóvenes! Hay que pensar esto desde un punto de vista de justicia intergeneracional.
Esto, en España, por desgracia en la última reforma no se recorrió, aunque sí en la anterior que hizo (José Luis Rodríguez) Zapatero y tuvo en cuenta la justicia intergeneracional. A la hora de votar, está bien pensar en ti mismo y todo el mundo quiere jubilarse lo antes posible con la pensión más generosa. Pero a lo mejor, si eso pasa, no habrá dinero para los jóvenes.
—En el libro dice que la izquierda “defiende subir impuestos —pero solo a los ricos— y aumentar el gasto público”, pero no quiere “adaptar el sistema de pensiones a la nueva longevidad”. La derecha, a su vez, no quiere subir la carga tributaria. ¿Es posible doblegar al Monstruo de las Galletas que menciona, refiriéndose a los políticos que, en su tiempo, devoran todo el margen fiscal pensando en un electorado envejecido?
—El propósito del libro es que los jóvenes y mi generación entiendan lo que está pasando. Al final, esto se soluciona con la ciudadanía votando y pensando más racionalmente lo que quieren votar.
Utilizo el término “atraco perfecto” también porque en España lo que está sucediendo es que ni siquiera se cubre el déficit estructural. Se está aumentando mucho el gasto, no se quiere reformar las pensiones y las subes con la inflación cuando tienes una inflación desbocada… Bueno, claro, hablar de 8,5% como una inflación desbocada cuando tienes a Argentina al lado es complicado… Pero que países como España, Francia o Italia tengan déficit estructural quiere decir que están emitiendo deuda pública, que es una factura futura para los jóvenes: no gastas dinero en ellos y les pasas esas deudas. Una propuesta, que está haciendo también un economista en Italia, es que si se dan gastos adicionales para los mayores, también se den idénticos recursos para los jóvenes, una suerte de regla fiscal intergeneracional.
Por otro lado, para darles más visibilidad a los jóvenes, bajar la edad del voto a los 16 años parece inevitable. En España, donde se puede trabajar a esa edad, no veo motivo para que no puedan votar.
También podría existir algún tipo de institución para alzar la voz por los jóvenes y generar conciencia en los mayores al momento de votar. Con el tema de las pensiones en España, que un representante pueda decir: “Vale, tío, pero lo que estás haciendo es pasarme a mí las facturas”. O sobre el cambio climático: “Si estás haciendo esto, el planeta me lo estás dejando así”.
—España subió su edad mínima de jubilación de 65 a 67 años; con la reforma que acaba de aprobarse Uruguay irá de 60 a 65 de forma gradual. ¿Hasta qué edad habrá que trabajar en el futuro para hacer sostenibles los sistemas?
—¿Por qué 65? Es un error subir la edad para todo el mundo. Lo que tenemos que cambiar es la forma en que nos vamos a jubilar.
Una persona generalmente trabaja 40 horas a la semana —o 38,5 como en España—, y un día, de la noche a la mañana, pasa a trabajar cero porque se jubiló. Se precisa un mecanismo más flexible, que permita pasar de las 40 horas a 30 o 20, compatibilizando la jubilación con el salario activo por el cual sigue aportando. Esto está un poco restringido por las leyes, ya que es parecido a lo de la inmigración: hay una concepción en el mundo de que el número total de horas que se pueden trabajar en la economía está fijo, y que si la trabaja un inmigrante, no la trabajará un nativo, o que si la trabaja un mayor, no la trabajará un joven. Eso es falso.
A lo mejor no se precisa trabajar hasta los 70 años durante 40 horas semanales, pero la persona podría salir gradualmente del mercado laboral de manera compatibilizada con la jubilación. Esto tiene que tener en cuenta la salud real del trabajador —aquellos en peor condición deberían tener algo más generoso al salir del mercado— y el tipo de trabajo, porque no es lo mismo un bombero que un profesor universitario.
—¿Cómo sería el diseño del impuesto a las herencias que propone para tener en cuenta que hoy se hereda a edades avanzadas por la mayor esperanza de vida?
—En España, ahora mismo, hay una confusión muy grande. Una cosa es el Impuesto al Patrimonio: el patrimonio se ha ido acumulando durante toda la vida y se ha ido pagando. Puede haber también un impuesto para las superfortunas.
Pero cuando se habla de una herencia la persona es otra, es la heredera. Y lo que está ocurriendo en países como España es que se está eliminando el impuesto a las sucesiones y no se paga nada. Una forma de reintroducir este impuesto es que si lo hereda el hijo, que pague más —en función de su edad— que si el heredero es el nieto, porque si se recibe la herencia a los 30 años se le da un uso mucho más productivo, ya sea porque ayuda a la emancipación o para montar un nuevo negocio. Si el dinero lo percibe a los 50 o, como en España, a los 60, ¿para qué se va a usar?, ¿para un crucero?, ¿para cambiar la dentadura? Con esta idea, que no es mía, se podría lograr la economía política para hacerlo: si en España yo digo que hay que poner un impuesto a las herencias de padres a hijos, me matan. Pero, si lo dices así, podría tener sentido.