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Hay una imagen de guardaespaldas presidencial que ha proyectado el cine, las series de Netflix y hasta los informativos de la televisión en esos fugaces momentos, paneos rápidos de cámara, en los que se los ve ahí en un segundo plano, desapercibidos, casi invisibles, detrás de los mandatarios.
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La imagen siempre suele ser la misma. Trajes y lentes oscuros que esconden detrás a seres sin gestualidad alguna, fríos, robóticos, serios, impersonales, demasiado concentrados en observar todos los movimientos que rodean a su custodiado, dando discretas órdenes a través de intercomunicadores disimulados en sus solapas. O más aún, con más épica si la situación y el deber llama: corriendo raudos para tirarse sobre el presidente y sacarlo de acción ante un atentado a los tiros, protegiéndolo y subiéndolo velozmente a una camioneta blindada, un helicóptero, lo que sea que lo deje a salvo. Pero no. Esto es Uruguay. Esto es a otra escala. La figura del custodio del presidente es otra. Ciertamente no anda ni se la ve tan preocupada por esquivarle balazos a su jefe. Su labor pasa mucho más por conducir el auto oficial, ocuparse de una logística mínima de traslados, abrirle el camino cuando llega a un lugar concurrido y hasta cebarle algún que otro mate en los tiempos muertos de una espera larga o en los viajes en la ruta. Guardaespaldas a la uruguaya. Pero, ha quedado demostrado en estos últimos días, a veces acá mismo hay algunos giros que parecen sacados de una película de intrigas y espionaje.
Alejandro el Fibra Astesiano se crio en un complejo de viviendas en Millán y Lecocq. Un tipo “tranquilo”, “bien de barrio”, “laburante”, le dicen a Búsqueda algunos de los que lo conocieron desde pequeño.
“El clásico grandote y bueno, que saltaba a defender a los más chicos cuando había problemas”, describen otros. Se hizo policía. Y siempre en ese rol, asociado a la seguridad, se fue acercando al Partido Nacional desde muy joven. Primero como militante, después ya como un funcionario al servicio de distintos actores políticos de primera línea. Astesiano fue escalando posiciones de privilegio. Comenzó a militar en la barra que acompañaba a la dirigente herrerista de Montevideo Nené Villanueva a principios de la década de los 90. “Era de esos jóvenes que se ofrecían a hacer tareas de seguridad”, confió a Búsqueda un legislador blanco que lo conoce desde esa época. Luego pasó a un rol más activo y formal.
Alejandro Astesiano custodia al Lacalle Pou durante su asunción, marzo 2020. Foto: Pablo Vignali / adhocFOTOS
En 1999 trabajó como chofer del entonces candidato a vicepresidente Sergio Abreu. Ahí, en esas vueltas de campaña plagada de actos y viajes al interior del Uruguay, se conoció con el actual mandatario Luis Lacalle Pou. Astesiano siguió siendo una de esas figuras recurrentes y cercanas a los políticos en campañas electorales. En el año 2009 integró el equipo de seguridad de la fórmula presidencial compuesta por el expresidente Luis Alberto Lacalle Herrera y Jorge Larrañaga.
Un tipo “entrador”, más bien callado y efectivo en su trabajo, se fue ganando la confianza de Lacalle Pou. Primero como parte de su seguridad durante la campaña del 2014 y después ya en un rol más jerárquico en la del 2019. En el 2020 asumió como jefe de custodios de Presidencia. Tanto en las giras de campaña, como hasta ahora mismo con un despacho propio en la Torre Ejecutiva, El Fibra fue una persona de extrema confianza para Lacalle Pou.
“Era muy efectivo en el trabajo, la relación personal era muy buena, cumplía su función a cabalidad”, dijo el presidente, un poco aturdido por la noticia en la primera conferencia de prensa del lunes 26. Casi siempre de buen talante, con bromas ocasionales, muy lejos de la imagen impersonal y robótica que transmiten los guardaespaldas del cine, Astesiano estaba integrado a la cotidianidad y rutina del presidente. Esto era así por el propio carácter cercano y campechano de Lacalle Pou, que lo incluía en momentos distendidos y de relativa intimidad, como un desayuno en un hotel del interior, un almuerzo en alguna parrillada en la ruta o en las vacaciones que se tomó junto con sus hijos en Costa Rica, la última escala antes del “balde de agua fría” que recibió a su regreso en la residencia de Suárez y Reyes.