Cuando su nombre comenzó a sonar en la interna del Frente Amplio como posible candidato a presidente de esa fuerza, los principales líderes de su sector, la Lista 609, no aparecían como los más entusiastas con la idea. De hecho, ese espacio fue de los últimos en sumarse a su candidatura.
Alejandro Sánchez, diputado del Movimiento de Participación Popular de 36 años, afirma que hoy la izquierda tiene “dificultades para comprender sus propios logros” y necesita una nueva agenda de trabajo. Tiene que animarse a discutir que los ricos sean menos ricos, que haya una nueva definición de propiedad privada y un cambio en la Constitución que acompañe una modernización del Estado.
—Usted se presenta como un candidato joven que impulsará una renovación del Frente Amplio, pero la Lista 609 que lo apoya, los primeros lugares están ocupados por los pesos pesados del sector: el ex presidente José Mujica, ministros y senadores. ¿Eso no es una señal de que está costando la renovación?
—El Frente Amplio tiene que construir un proceso de renovación generacional. Y la renovación tiene un componente de recambio generacional y un componente de inclusión de una agenda diferente y formas de hacer política diferente. Me parece que esa es la clave que no está encontrando el Frente Amplio en la actualidad. ¿Y por qué no la está encontrando? La sociedad que tenemos hoy ha cambiado drásticamente, producto de las transformaciones que impulsó el Frente Amplio desde el gobierno. Y hoy la izquierda está teniendo dificultades para comprender sus propios logros. Eso implica repensar la forma de hacer política, darse cuenta de que en la sociedad de hoy pesan otras cosas, como las redes sociales, que generan que la velocidad de la información sea otra, que los códigos sean otros, y eso va a traer de la mano que las formas de participación también cambien. Creo que la izquierda tiene una enorme dificultad con la renovación. Creo que una parte de la izquierda le tiene miedo a la renovación, siente que eso significa la inmediata sustitución, que es la de cambiar a los viejos por los jóvenes. La renovación es generar que nuevos referentes del Frente Amplio empiecen a aparecer.
—El Frente Amplio, después de la renuncia de Líber Seregni, tuvo varios presidentes y parece que ninguno terminó de cuajar. ¿Qué evaluación hace?
—Desde la renuncia de Seregni, que fue el gran dirigente del Frente Amplio y que representó toda una épica y una propuesta, surgió el liderazgo de Tabaré Vázquez, y eso fue una reinvención de la izquierda. Creo que después de Tabaré Vázquez hubo presidentes como Brovetto, al que le tocó una etapa muy difícil porque el Frente Amplio iniciaba el gobierno nacional y se tomó una decisión política —que se podrá compartir o no—de descabezar al Frente Amplio. Es decir, la conducción del Frente Amplio pasó al Consejo de Ministros.
—¿Fue un error?
—Creo que le dio gobernabilidad en un escenario nuevo, con dificultades. En ese momento estaría de acuerdo con la decisión que se tomó; cuando uno lo mira en perspectiva, lo que terminó pasando fue que se debilitó al partido político. Porque la política se trasladó al ámbito institucional del gobierno y eso dejó al partido sin capacidad de funcionamiento y articulación. Eso empezó con el proceso de desmovilización del Frente Amplio, donde la política comenzó a estar ausente del Frente. Entonces el Frente Amplio pierde su rol y su contacto con las diferentes organizaciones sociales. Y además el desarrollo trae nuevos problemas. El medioambiente es hoy un problema central y hay poca reflexión desde la izquierda. Otra discusión que tiene que estar en la izquierda es que la desigualdad es mala.
—¿La izquierda no tiene claro eso?
—Debe ponerlos arriba de la mesa de la sociedad, porque yo vivo en un mundo en el que 300 personas tienen la riqueza de 3.000 millones y eso no es sustentable, no es justo y no es viable. Por tanto se impone poner en debate este tema. Esto lo decía el Batllismo: que los ricos sean menos ricos. ¿Quién dice en Uruguay hoy que los ricos sean menos ricos? Nadie se anima a decir eso. Ese es un debate que debe promover la izquierda, y para mí eso es renovación política.
—¿Y cómo haría ese debate sobre la desigualdad?
—Hay que empezar a discutir los bienes comunes, cómo logramos la distribución de la riqueza y qué entendemos por eso, y cómo generamos las condiciones para que haya igualdad de oportunidades. ¿Y cuál es en el mundo uno de los elementos centrales que produce poder y, por tanto, riqueza, y que cuando genera las condiciones para masificarlo es muy difícil privatizarlo porque está en la cabeza de su pueblo? El conocimiento. Ese es uno de los grandes debates: debemos democratizar el conocimiento. Yo creo que los ricos tienen que ser menos ricos, en Uruguay y en el mundo, si no, hacen este mundo inhabitable.
—¿Al estar en el gobierno se aburguesó el Frente Amplio?
—Ese es uno de los grandes riesgos. No solo del Frente. El debilitamiento de los partidos de izquierda en el gobierno es una lógica común de toda América Latina. ¿Qué es Podemos en España? Es la expresión que le está diciendo a una izquierda demasiado tradicional que dejó de pensar en el futuro. ¿Cuáles son las limitantes de Podemos? No conecta con la sociedad. Yo quiero que el Podemos de Uruguay surja adentro del Frente Amplio, no afuera. No me conforma ser el partido que tiene grandes ideas pero luego no transforma la realidad.
—En su momento el actual ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro, dijo que el Frente Amplio ganó y se quedó sin estrategia. ¿Está de acuerdo?
–Se quedó sin estrategia de acumulación, sin lugar a dudas. Yo discrepo con que nos quedamos sin estrategia al llegar al gobierno. El problema es que el despliegue del programa de gobierno implicaba que la fuerza política no se debilitara y siguiera discutiendo con la sociedad cómo se iba concretando ese programa y cómo se planteaba la segunda etapa, hacia dónde ir después, que es en la discusión en la que estamos ahora. Estoy convencido de que hay que refundar el proyecto porque hay una agenda que se agotó porque la cumplimos; y hay parte de esa agenda que no logramos cumplir del todo, pero hay que decir hacia dónde vamos.
—¿Y qué incluye en esa agenda?
—Creo que el medioambiente es uno de los temas que tienen que estar ahí. El tema de la igualdad, la calidad de los servicios públicos. La izquierda tiene incorporada la idea de la función social de la tierra, pero está incorporando la idea de la reforma urbana. No está incorporando que el suelo urbano es el que está más privatizado y que eso genera un enorme problema de conflicto social porque expulsa a la gente. Si se expanden las áreas metropolitanas eso es insustentable para la sociedad, porque tengo que llevar más servicios, es más costoso. Nosotros deberíamos tener un instituto de la reforma urbana que discutiera de qué manera logramos contener la privatización del suelo urbano y que genere el derecho de la gente a poder disfrutar de la ciudad, acceder a la vivienda. Hay un cuarto elemento, una relación muy compleja: la propiedad urbana está tremendamente concentrada. En el último censo que se hizo, si tomamos Montevideo, retirando las casas ruinosas, si divido la cantidad de hogares y las viviendas que existen, sobran más de 28.000 viviendas. Acá discutimos sobre construir más viviendas pero las viviendas están ahí, lo que pasa es que hay una concentración enorme de las propiedades.
—Uruguay tiene un porcentaje alto de vivienda propia y destaca en el resto de América Latina, lo que quiere decir que va a haber un montón de gente que va a mirar eso de reojo.
—No, no me va a mirar de reojo. Lo que digo es que si tengo que pagar 15 o 20.000 pesos de alquiler esa gente tiene un problema. Hay un componente muy importante que tiene una precariedad mínima. Tenemos un montón de esqueletos en la ciudad, que fueron joda en otras épocas o sucesiones que no terminan, pero no se pueden tocar por la sacrosanta propiedad privada. Nos atamos a defender la propiedad privada a pesar de que la Constitución pone límites en función del interés general. Hay que convencer a la sociedad, porque muchos van a poner el grito en el cielo. Ahí está la discusión sobre nuestro modelo de convivencia y la izquierda ha estado y sigue estando a la defensiva en esos temas.
—Con la seguridad pública parece tener suficiente.
—Estoy hablando justamente de la seguridad pública. Estamos a la defensiva. Ahí hay una fuerte discusión porque hay un debate que viene ganando espacio y es lo que los juristas llaman el derecho de enemigo. Hay toda una teoría del criminólogo italiano del siglo XIX Cesare Lombroso, que dice que los negros eran delincuentes por sus condiciones genéticas. Esa teoría dice que la sociedad tiene un enemigo y entonces tiene que haber un derecho para los que estén integrados a la sociedad, que comparten las pautas, y otro para los que no; entonces tiene que haber un doble estándar. Y esto se nos va metiendo.
—Esa discusión está bien, pero la gente tiene problemas concretos de seguridad.
—Creo que hay que reprimir el delito. Y antes prevenir, porque esa tarea no les corresponde solo a las fuerzas del orden. Decimos que la seguridad solo es un problema de la Policía. Quiero formar y tecnificar a la Policía, como se ha hecho. Tiene que tener formación en derechos humanos. Y hay que meterse con el Poder Judicial, es en una de las cosas que los que administran la Justicia también se equivocan. La otra agenda es discutir cómo modernizamos el Estado, en donde entra toda la discusión de la reforma constitucional. No quiero decir que hay que reformarla mañana. Por ejemplo, hay que discutir el poder de veto del presidente o discutir que tengamos dos Cámaras. Tal vez darle mayores potestades al Poder Legislativo o darle más posibilidades directas para que la gente pueda presentar proyectos al Parlamento. Quiero que la sociedad se exprese sola, con capacidad de iniciativa. La Junta Departamental no es un poder legislativo departamental, y tal vez cambiando eso muchas cosas mejoren, como el contralor. El año pasado, el 67% de los que entraron fueron a dedo en las Intendencias del interior. Por designación directa de los intendentes, que son los patrones de estancia.
—Del uno al diez, donde diez es muy bueno, ¿cómo calificaría a este gobierno?
—Si tengo que calificar a mi gobierno, en todo caso a mí mismo, me calificaría: puede y debe mejorar. Ponele el número que quieras.
—¿Será un seis?
—No sé, preguntale a un docente.