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Con el auge que tuvo la agricultura en la década pasada los campos uruguayos se vistieron en cada primavera de un color dorado característico de las espigas de los trigales. El cultivo de ese cereal llegó a picos de siembra de casi 600.000 hectáreas y una producción de dos millones de toneladas, en función a un aumento del rendimiento que llegó a unas 3.400 kilos por hectárea, según datos de la Dirección de Estadísticas Agropecuarias (Diea) correspondientes a la zafra 2011-2012.
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Pero a partir de 2013, debido a diversos factores vinculados a la baja del precio internacional de ese grano, a los costos internos y a los consecutivos problemas de calidad generados por el clima lluvioso, hubo un achique de la superficie plantada. En 2016 se plantaron unas 220.000 hectáreas de trigo, lo que representa un área casi similar a 10 años atrás, cuando se sembraron 193.000 hectáreas, de acuerdo con los registros de esa repartición del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca.
La reducción del área de trigo “ha sido una señal mala que expresa un negocio debilitado”, declaró a Campo el técnico de la Oficina de Programación y Política Agropecuaria, Gonzalo Souto.
Souto reconoció que “hay un contexto claro de caída del área total de la agricultura” y que hay algunos cultivos como el trigo que registran varios años de disminución, “lo que es una preocupación adicional porque deja desequilibrado el sistema agrícola en cuanto a la sostenibilidad” del sistema productivo.
“Se requiere cierta paridad entre cultivos de verano (soja, maíz y sorgo) e invierno (trigo, cebada y canola), porque si se desbalancea mucho hay mayor riesgo de dejar suelos descubiertos y de erosión”, advirtió.
Según Diea, la caída del área triguera este año fue de 30% en comparación con la zafra anterior y es la tercera disminución consecutiva.
Si bien la evolución del cultivo muestra una tendencia a la baja en el total de hectáreas, el trigo registró un incremento del rendimiento en las últimas décadas superando los 3.000 kilos por hectárea, cuando hace unos 20 años no superaba los 2.000 kilos.
Por eso es que con la tecnología adoptada y el manejo del cultivo no está en cuestionamiento la condición de exportador de trigo, considerando el saldo exportable que queda luego de satisfacer la demanda interna, explicó Souto.
Planteó que la agricultura en su expansión, y ahora en retroceso, generó cambios en el uso del suelo y “eso es normal porque es un negocio de corto plazo y muy rápidamente reacciona a las condiciones del mercado”.
Al mismo tiempo que creció la agricultura también cambió en múltiples dimensiones la producción agropecuaria uruguaya y trajo nuevos desafíos, comentó.
En ese escenario complicado para la producción agrícola, el técnico de Opypa consideró que “la soja sigue siendo la actividad más atractiva para los agricultores”.
“No se espera que el área crezca pero probablemente se mantenga”, opinó respecto a lo que pueda pasar en la próxima siembra de ese grano, que está por empezar.
El sorgo y el maíz son productos que tienen como destino el mercado interno y ocasionalmente son exportados. Además tienen un menor valor comparativo con la soja en cuanto a precios.
Acerca de algunos cambios registrados a partir de ese nuevo escenario agrícola, Souto destacó que a los contratistas, que son las empresas prestadoras de servicios, “se les caen los clientes y deciden utilizar la maquinaria que tienen para pasar a hacer agricultura”.
Durante el boom de la producción de granos, al inicio de la década pasada, había sucedido lo contrario, ya que algunos productores dejaron de plantar y se dedicaron a realizar tareas de siembra, fumigación y cosecha a grandes firmas concentradas en esa actividad.
Hoy el sector de los contratistas se achicó por dificultades de endeudamiento, debido a la menor rentabilidad del negocio agrícola en Uruguay.