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    El artesano sin misterios: Marlon Brando y la revolución de la actuación

    Centenario del actor de El Padrino y Nido de ratas

    Qué habría sido de Marlon Brando si no hubiera elegido la actuación. Según sus palabras, solo vislumbraba dos destinos: convertirse en estafador o acabar en la cárcel. En su biografía, Las canciones que mi madre me enseñó (Anagrama, 1994), el actor reflexiona sobre esas posibilidades y reconoce su capacidad para mentir con facilidad, crear la ilusión de realidades ficticias y convencer a otros de su sinceridad.

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    Si bien las habilidades de Brando podrían haberlo llevado por un camino turbulento, él decía que le brindaron la oportunidad de explorar su psique y disfrutar de la introspección. La actuación, creía, le dio dos beneficios principales: la posibilidad de gastar miles de dólares en psicoanalistas y el tiempo libre, que consideraba un lujo.

    A 100 años de su nacimiento, el 3 de abril de 1924 en Omaha, Nebraska, su legado perdura como un gigante que marcó un antes y un después en la actuación. Su éxito temprano consolidó su nombre, pero fue la transformación que imprimió en el arte de interpretar lo que lo distinguió. No solo era un actor talentoso, era un estudioso del comportamiento humano, un observador meticuloso y un ávido lector. Su trabajo le permitió crear personajes complejos y llenos de matices, dotándolos de una humanidad cruda y visceral que nunca antes se había visto.

    Fue un actor versátil y de gran intensidad, incluso excesiva en ocasiones. Ganó dos premios Oscar: uno por Nido de ratas (1954) y otro por El Padrino (1972). En este último caso, rechazó el reconocimiento y aprovechó la ocasión para manifestarse, a través de la activista Sacheen Littlefeather, a favor de los derechos de los indígenas americanos.

    Siempre se lo asoció a la rebeldía. De acuerdo a la crítica estadounidense Pauline Kael, Brando personificó un nuevo arquetipo de héroe estadounidense: el insubordinado cuyos instintos lo orientan en un mundo que parece despreciarlo. Simbolizó la rebelión contra la búsqueda de estabilidad tras la guerra y su presencia dentro de la pantalla evocaba emociones intensas y un aura de peligro, además de un atractivo humorístico en su actitud arrogante y juvenil que resonaba profundamente con la cultura estadounidense que lo vio crecer. En el ensayo Marlon Brando: An American Hero, publicado en 1966, Kael lo destaca como un actor excepcional que desafió las convenciones de Hollywood, y fue incluso más grande que los papeles que interpretó.

    El método Brando

    En el verano de 1943, un joven Brando, de apenas 19 años, llegó a Nueva York con unos pocos dólares en el bolsillo. Había experimentado una infancia turbulenta. Tras ser expulsado de varios colegios, encontró en la actuación una pasión que lo impulsó a dejar su hogar y buscar su propio camino.

    ¿Qué llevó a un chico de granja a convertirse en un artista cosmopolita? En su biografía, el actor lo revela a través de la gratitud. Agradece haberse convertido en actor en una época en la que la profesión comenzaba a volverse más interesante y atribuye parte de este cambio a Stella Adler, actriz y profesora estadounidense.

    Adler es considerada una de las más importantes exponentes del método Stanislavski, un entrenamiento actoral que busca crear personajes creíbles a través de la comprensión de la psicología del personaje, la conexión emocional y la creación de un contexto realista, desarrollado por el ruso Konstantin Stanislavski.

    Bajo la guía de Adler, Brando se inscribió en el Taller Dramático de Erwin Piscator en Nueva York, un punto de inflexión en su trayectoria profesional y personal. Este taller le brindó una formación rigurosa y allí perfeccionó su técnica de actuación, desarrollando una poderosa presencia escénica y un profundo compromiso con la verdad emocional de sus personajes.

    La relación entre Brando y Adler fue fundamental para la revolución de la actuación estadounidense. Juntos, establecieron una forma de trabajo más naturalista y emocionalmente auténtica. Este nuevo enfoque le permitió a Brando alcanzar un nivel de sofisticación que lo llevó a relacionarse con líderes políticos y absorber la cultura judía como suya.

    Durante esta etapa de su vida y carrera, se encontraba constantemente fascinado por las motivaciones humanas, sentía una profunda curiosidad por las personas, por sus pensamientos, sentimientos y motivaciones.

    Esta curiosidad lo llevaba a investigar y comprender a quienes lo rodeaban, incluso a seguir a alguien con persistencia hasta descubrir su verdadera naturaleza y funcionamiento.

    Solía frecuentar las cafeterías en Washington Square, observando a la gente. De acuerdo a lo escrito en Las canciones que mi madre me enseñó, cuando salía con una mujer, intentaba descifrar por qué decidía cruzar las piernas o encender un cigarrillo en cierto momento, o qué significaba si elegía, en un determinado punto de la conversación, aclararse la garganta o apartarse un mechón de cabello de la frente.

    Pasaba tiempo sentado en la cabina telefónica de una tienda de cigarros mirando por la ventana a la gente. En ese destello de tiempo estudiaba sus rostros, la forma en que llevaban la cabeza y balanceaban los brazos; intentaba absorber quiénes eran, desde su historia, su trabajo, si estaban casados o si se encontraban preocupados o enamorados. Intentaba leer su postura corporal, el aumento en la frecuencia de parpadeo de sus ojos y hasta la incapacidad para completar un bostezo. Cualquier cosa que denotara emociones que las personas no quisieran mostrar.

    Al reflexionar sobre el arte de actuar, Brando la describía como “la artesanía menos misteriosa de todas”. Para él, actuar era una habilidad innata que todos poseen desde temprana edad, desde los primeros pasos de un niño que aprende cómo comportarse para llamar la atención de su madre, hasta las interacciones de una pareja casada en la rutina diaria de un matrimonio. La actuación, afirmaba, está presente en todas las facetas de la vida, desde las relaciones personales hasta el ámbito político. La considera un dispositivo social necesario, utilizado para proteger intereses y obtener ventajas en diversas situaciones, y arraigado en todos nosotros de forma instintiva.

    “La mayoría de las personas lo hacen todo el día”, escribió. “Cuando no sentimos las emociones que alguien espera de nosotros y queremos complacerlos, representamos la emoción que creemos que esperan de nosotros; nos mostramos entusiastas ante su proyecto aunque nos aburra. Alguien dice algo que nos hiere pero ocultamos nuestro dolor. La diferencia radica en que la mayoría de las personas actúan de manera inconsciente y automática, mientras que los actores de teatro y cine lo hacen para contar una historia. De hecho, la mayoría de los actores dan sus mejores actuaciones después de que la cámara deja de grabar”.

    Alimentado por sus exploraciones, Brando revolucionó la actuación estadounidense al popularizar “el método”, tanto en el escenario como en la pantalla. Más tarde en su vida rechazó el término y hasta criticó a Lee Strasberg, un director y pedagogo teatral, cofundador del Actors Studio y mentor de Brando. El director y dramaturgo Elia Kazan, quien eligió a Brando para protagonizar la obra de teatro Un tranvía llamado Deseo en 1947, creía que su genialidad se debía a su riguroso entrenamiento con Adler, y no lo consideraba un actor del método en el sentido estricto. Su papel como Stanley Kowalski en la versión cinematográfica de Un tranvía… desató un gran fenómeno cultural, con jóvenes imitando su icónico grito de “¡Stella!” por las calles.

    El punto álgido de la carrera temprana de Brando fue su interpretación de Terry Malloy en Nido de ratas. A lo largo de su trayectoria, Brando recibió ocho nominaciones al Oscar, demostrando su versatilidad al interpretar una variedad de roles.

    La última etapa de su carrera estuvo plagada de controversias, excentricidades y problemas de salud. Sus papeles se volvieron menos frecuentes y su comportamiento errático en los rodajes lo llevó a ser considerado un actor difícil. Sin embargo, aún era capaz de entregar actuaciones memorables como la del Coronel Kurtz en Apocalypse Now (1979), una de sus creaciones más aterradoras y un recordatorio de su capacidad para transformar la pantalla con su presencia.

    Kael describió a Brando como un héroe que desafió las normas y luchó contra la conformidad. Con el tiempo, esa rebeldía llegó a convertirlo en una caricatura, quizás como respuesta a la presión de la industria y las expectativas del público que el actor vivió.

    Antes un ícono de intensidad y autenticidad, se vio atrapado en papeles superficiales, un reflejo de un fenómeno más amplio en la cultura de Hollywood, donde la presión comercial y el conformismo socavaron la grandeza de una industria que tuvo a Brando como uno de sus exponentes legendarios.