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“Un artista, un curador, tres asistentes, veinte planos, setenta minutos”. Así se anuncia la película del director argentino Ignacio Masllorens. Es la número tres (en números romanos) de una historia que parece muy simple pero que revela un profundo amor por ese hombrecito especial que ocupa el centro de esta especie de documental entre absurdo y caricaturesco. Es la historia de un viejito de gabardina y sombrero que insiste en cambiar esculturas de lugar. Ese señor terco que habla en español con divertido acento alemán es nada menos que Martín Blaszko (Berlín 1920-Buenos Aires 2011). La escena es frente a la terraza del Malba (Museo Latinoamericano de Buenos Aires). En el 2010 el Museo del empresario Eduardo F. Constantini ofreció un homenaje a uno de los escultores contemporáneos más importantes de la Argentina. Las esculturas son impresionantes, aunque la muestra quedó corta y el homenaje un poco breve para la obra de este hombre que todavía peleaba a pie firme por sus convicciones.
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Hay otras películas o videos del mismo realizador sobre esta cautivante y divertida figura del arte argentino contemporáneo, pintor y escultor y uno de los nombres más valiosos del arte geométrico latinoamericano, vinculado de muy joven al famoso y revolucionario grupo Madi (fines de los años 40, principios de los 50), comandado por el uruguayo Carmelo Arden Quin (Rivera 1913-Francia 2010). La geometría se impone sobre la materia, la forma lidera la impronta de un arte de claras connotaciones lineales, de colores, de formas, de planos y marcos recortados y rechazo de todo tipo de ilusión o representación de la realidad.
Una importante muestra de trabajos de su última etapa se presenta desde este jueves 24 de abril en la galería Xippas Arte Contemporáneo de la Ciudad Vieja (Bartolomé Mitre y Rincón). Más de cuarenta cuadros de pequeño y mediano formato y varias esculturas de grandeza y sólida belleza a pesar de su pequeñez. Un ejemplo de su propia teoría. La cuenta en otra película del mismo director. “¿Vos querés saber la diferencia entre grande y monumental?”, le pregunta a la interlocutora en un plano cerrado y con su fuerte acento germánico. “Tomo el té y te cuento”. Se toma su tiempo y su taza de té entera, con grandes tragos, y explica: “Si uno se siente el centro del universo nunca hará una obra monumental. Si uno siente su pequeñez frente a lo grandioso de la naturaleza y el cosmos, es muy posible que haga una obra monumental”. No importa si es grande o pequeña. Importa la relación que el artista tenga con el resto de la creación. “¿Está claro? Acepto críticas”. Esta obra que se percibe en pequeñas y monumentales dosis es un disfrute para la percepción, la misma que el artista entendía alejada de la caprichosa subjetividad. La percepción tiene sus reglas y permite disfrutar y compartir la belleza como una experiencia universal del ser humano. Para Blaszko, eso explica la permanencia de las obras de arte y que el hombre siga admirando obras milenarias.
Son apenas formas, puras formas de colores y líneas sobre el papel blanco o en el espacio, construidas a partir de extremos o simples opuestos, en composición casi musical como las de Wassili Kandinsky (Rusia 1866-1944) o en el aire como los móviles de Alexander Calder (Estados Unidos 1898-1976), por nombrar a dos creadores de cierta empatía con la cosmovisión del artista. Sobre el papel dibuja y pinta figuras sueltas en delicado equilibrio, figuras que parecen moverse sobre el espacio plano. Provocan cierta tensión en el espectador, sostenidas apenas por la fragilidad de las líneas finas y rectas y el peso de los colores y los suaves contornos. Donde hay peso oscuro de un lado y formas más complejas o negros densos, hay en otros puntos figuras más simples o livianas, líneas movedizas, trazos curvos o pequeños, líneas rectas que envuelven un poco de color claro, lanzados en el espacio con cierto toque de azar para que las propias imágenes encuentren su equilibrio. Pero se mueven, en casi todos los dibujos parecen moverse, danzan, se deslizan.
Las pequeñas esculturas de bronce son otra cosa. Piezas densas, monumentos de un cuerpo que precisa el vacío y la soledad para apreciarse. Es una muestra del mundo bipolar que trazó en el espacio, de las fuerzas encontradas y forzadas a convivir en armonía. Tensión y placer al mismo tiempo.
“El artista, como el médico, quiere paliar el dolor humano”, dice en la primera de esa serie de documentos sobre su vida y obra que puede verse en Internet (vimeo.com). A través de su delicadísima armonía, estos trabajos parecen calmar cierto dolor existencial ante el caos y el permanente desequilibrio cotidiano. El viejito canchero responde sonriente pero categórico a cada pregunta que le hace su interlocutor. Su figura es la de un abuelo bonachón de mirada cálida y sonrisa acogedora. Pícaro, pocos pelos revueltos y nariz grande y determinante. Habla de sus teorías, del arte y los artistas. Recuerda su encuentro con Marc Chagall (Rusia 1887-1985) en París, cuando él tenía 19 años y le pedía una recomendación para conseguir la residencia. Chagall le dijo que lamentablemente no podía dársela porque “incluso mis colegas no me reconocen como pintor”. Pero le dio un consejo que siguió en su larga vida de artista: “Seguí tu camino, dibujá, trabajá y viví de otra cosa”. Así lo hizo y cuando llegó a Buenos Aires, poco tiempo después, se dedicó a la peletería junto a su hermano. En el sótano del negocio puso su taller, donde dedicaba al arte su mayor y más privado esfuerzo.
Cuenta también que al encontrarse frente al Obelisco valoró por primera vez el gran significado que tiene el arte en el contexto urbano, la enorme importancia de la identidad. Es la “única vivencia que provoca el secreto acuerdo con el mundo”. “Frente a la obra de arte”, dice, la gente “cambia de actitud”. Frente a esta muestra, se renueva ese acuerdo con la más profunda experiencia estética. Y como decía el propio Blaszko, uno goza de “un excitante espectáculo”. Pequeño pero monumental.
Martín Blaszko en Xippas Arte Contemporáneo, Bartolomé Mitre 1395. Hasta el 20 de julio. De martes a viernes de 11 a 18 hs. Sábados de 11 a 15.