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    El espía que volvió de la historia

    Hay libros que son mitos, referencias obligadas, un canon que determina la calidad de otros textos dentro del mismo género. Se trata de verdaderas obras de arte, equiparables a La Gioconda de Leonardo o al concierto de cello de Dvorak. Como tales, siempre ofrecen un nuevo ángulo, una nueva interpretación, una nueva perspectiva.

    Uno de esos libros es El espía que volvió del frío(que en castellano, por razones indescifrables, se llama El espía que surgió del frío), publicado en 1963 por el inglés John le Carré, seudónimo de D.J.M. Cornwell.

    Lo leí hace unos 20 años y —escarmentado luego de varios intentos fallidos por revivir buenos momentos volviendo a una película, a una ciudad o a una amante— dudé antes de bajarlo del estante de la Biblioteca Municipal. No tardé sin embargo en saber que no me sentiría defraudado.

    La historia del veterano espía británico que encara una última y muy arriesgada operación detrás del Telón de Acero, tiene todos los ingredientes para capturar a cualquier mente curiosa y sensible. La disposición del relato, la estructura de la trama, las imágenes del texto, la aceleración de los tiempos, y el contenido en sí, están magníficamente bien logrados.

    Como en muchos buenos libros de suspenso, a un par de docenas de páginas del final el lector no tiene idea de cómo va a terminar la historia. Pero en el caso de El espía…, además, el misterio se vuelve cada vez más espeso. Lo único que se sabe, en realidad, es que cualquier desenlace es posible. Es más: el destino que le espera a Alec Leamas (el espía en cuestión) solo se dirime en la última frase de la obra.

    Hasta aquí, el famoso libro de John le Carré me volvió a atrapar. Pero como buena obra de arte que es, la segunda lectura del mismo, vista a través de los hechos históricos del último cuarto de siglo, me ofreció una perspectiva nueva, fascinante y preocupante.

    El marco de los acontecimientos es la Guerra Fría en su dimensión de contienda sórdida entre aparatos de inteligencia. Personajes que juegan uno o varios roles al mismo tiempo; estrategias de acción basadas en principios ideológicos y —más que nada— en la mixtura psicológica específica de hombres con nombre, apellido y alias a ambos lados del Muro, se conjugan y forman una superestructura al escenario terrenal y rudimentario en el cual se suelen desarrollar los libros de espías.

    Quien no vivió la Guerra Fría puede pensar que John le Carré tenía una frondosa fantasía. Quien la vivió sabe que su relato es una fotografía de aquellos años. Quienes además tuvimos la suerte (sic) de recorrer el territorio al otro lado del Muro en los años del hielo, podemos reconocer miedos, olores y horrores; sentir la angustia de saberse enjaulado y vigilado (“El Partido sabe más de ti que tú mismo”) por un aparato de represión demoníaco, omnipresente e invisible.

    Los capítulos del libro en el cual se narra un juicio político secreto a los dos jefes máximos del contraespionaje de Alemania Oriental son hoy una excelente lección de historia. Apoyado en los testimonios del espía inglés —cuyo objetivo (es decir: el objetivo que le habían dado sus superiores…) era liquidar al jefe del contraespionaje de la RDA—, el vice del mismo servicio acusó a su jefe de traición a la patria. Significaba su muerte.

    Pero si el juicio político comenzó de esa manera, muy pronto giró 180 grados, antes de volver, con pasmosa velocidad, al rumbo inicial, para luego regresar, en una sola frase, a su postura contraria…

    ¿Quién de los dos jefes de la inteligencia de la Alemania comunista era el verdadero traidor? ¿Quién de los dos estaba a sueldo del espionaje británico? ¿A cuál de los dos se condenó a muerte? ¿Qué pasó con Leamas, metido por propia voluntad en ese avispero y usado con igual intensidad por los dos contendientes alemanes y por sus propios superiores ingleses?

    Las respuestas a estas y otras preguntas igualmente inquietantes no serán descubiertas aquí. Pero sí subrayaré la dimensión brutal (por lo enorme y lo violenta) que adquieren los hechos narrados por John le Carré a 25 años de la estrepitosa caída del modelo comunista: junto con el nazismo, el mayor y más sonado fracaso en la historia de los experimentos políticos de la humanidad.

    Rara vez una lección de historia es tan apasionante. Rara vez, la historia reciente aparece tan lejana a la realidad actual. Rara vez sentimos el vértigo de haber vivido —hace solamente un pedazo de nuestras vidas— hechos tan alucinantes.