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    El infinito asombro de un escultor

    Eduardo Díaz Yepes en el Museo Torres García

    La calle está desierta. Ni los cuidacoches, ni los vendedores tradicionales de los sábados en la peatonal. En la esquina de la Peatonal Sarandí y Bacacay se escucha una voz entusiasmada que sale de algún parlante estratégico. “Aaaaayyyy, a punto estuvo Uruguay de concretar”. Traducido, casi gol de Uruguay. La sub 20 hacía un buen partido en Turquía. En la Ciudad Vieja ni los perros. Todo el mundo en los boliches, a la espera de la hazaña. De pronto, la quietud futbolera es sacudida por algunas voces que llegan desde una calle lateral. Aparece un grupo de turistas. Algo hablan en inglés, y con mapas y paquetes en la mano van derecho al Museo Torres García. Ni un solo comentario futbolero. Dentro, una chica se prepara a vender souvenirs, libros y tarjetitas con los diseños del gran maestro del constructivismo. Hay gente, hay movimiento. Es parte de un recorrido que tiene una parada en la identidad nacional, tan centrada hoy en lo futbolero. Lo curioso es que dentro, los espera una sorpresa, además de la exposición permanente sobre Torres y las bondades del magnífico edificio con su vieja escalera de madera y sus cuatro pisos de arte.

    En el amplísimo hall, una foto de un hombre delgado parece desafiar la mirada helada de una cabeza que lo enfrenta. Es un hombre en su taller, a punto de asestar otro toque en la escultura que parece modelar. Es un momento genial que expresa el desafío en el que el artista lo reinterpreta, casi en el momento en que la escultura parece decirle que está bien así, que ya existe, que tiene la fuerza necesaria para sobrevivir. Delgado, de lentes, el creador está pensativo, fuma en pipa, mira fijamente los ojos de su creación. Puede ser parte de un juego o una pose. Lo cierto es que la imagen es perfecta. Habla de un trabajo en caliente, de un instante antes donde el hombre reconocía la imagen y desnudaba el secreto de su creación, hasta ese momento en el que la sutileza tal vez exija el puntillazo final. Hay que estar atento, es el todo o nada, es la lucidez en un detalle decisivo, es un gesto, es el momento del gol.

    Acompaña esta foto enorme, un video con otras obras y una escultura ubicada en el medio de una fuente llena de peces. Seguro que cualquier visitante uruguayo reconoce esta obra. Es el emblemático “Homenaje a los caídos en el mar”, instalado en la Plaza Virgilio, visitado desde siempre por parejas que se acercan a disfrutar de una de las vistas más espectaculares de Montevideo. Es otra marca registrada del formidable Eduardo Díaz Yepes (Madrid 1909-Uruguay 1978), escultor español que se radicó en Uruguay a fines de los años 40. Su vida y obra también son parte de un patrimonio nacional que marca una época esencial para la cultura uruguaya contemporánea.

    Al llegar al tercer piso, la mirada de la foto parece extenderse hacia el espectador. Hay cabezas con miradas penetrantes, cabezas como máscaras estilizadas, con rostros de una potencia arrolladora. No es solo la mirada, esa que enfrentó al artista y que ahora parece desafiar al visitante. Son los rasgos, es el detalle de una cabeza poderosa como la de Artigas, en un retrato de notable novedad, de estilo incomparable, entre la visión clásica y una fuerte mirada interior, personal, subjetiva.

    Son también los retratos dimensionados de Olimpia (1933 y 1944), su mujer, cargada de emoción, las de sus hijos, en trabajos más pequeños, las de personajes más referenciales como Vaz Ferreira (1958) y Santiago Ramón y Cajal (1934) o el de Julio Suárez (1935). Hay también figuras de vírgenes, delicadas y sutiles, puestas con luces sugerentes en un evidente juego de sombras que realzan el misterio y la presencia casi teatral de la creación. Hay un punto entre la frialdad del gesto y la materia trabajada con rugosidad, con pliegues que desnudan el alma de la obra, la hacen cálida o dramática, trágica o simplemente bella. Desde lo histórico, desde la figura humana o en sus monumentos o esculturas más desprendidas de referencias, Yepes fue de los escultores que procesaron el cambio histórico de la estatua a la escultura. Fue el que trajo en su experiencia formativa europea la llave para entrar directamente al modernismo y superar la vieja tradición afirmada en las obras de Juan Manuel Ferrari (1874-1916), José Luis Zorrilla de San Martín (1891-1974) o José Belloni (1882-1965). El paso entre la exterioridad y la mirada interior, entre la fuerza de la expansión y el retrato, lo subjetivo.

    Yepes viaja a Uruguay por primera vez con Torres García, a quien conoció en España. Fue en el 34, allí seguramente recoge los restos de la euforia centenaria y recorre las calles y parques, las esquinas y cementerios, los lugares públicos donde descansa la monumentalidad nacional. Vuelve a España, pelea en la guerra, pasa un tiempo en la cárcel y luego viaja a Francia y de nuevo a Uruguay, donde se instala definitivamente junto a su esposa Olimpia Torres, hija del maestro.

    En el 38, Torres construye su “Monumento cósmico” instalado en el Parque Rodó. Como tanto aporte constructivo, esto significa un paso removedor para la nueva escultura nacional. Desde entonces, el arte público ya no será lo mismo. La reverencia histórica pasa a otro plano y las nuevas tendencias abren un panorama de pasos trascendentes, de caminos que todavía transitan los artistas con insospechada originalidad. En ese sitio se instala Yepes, considerado en el mundo uno de los grandes escultores de su tiempo y de un legado que es imprescindible valorar.

    Hay figuras como el famosísimo Cristo (1952) de Atlántida, construido para la iglesia de su amigo Eladio Dieste. Dicen que las monjitas lo pusieron en un rincón porque no les gustaba. “Es arte”, cuenta que les dijo Olimpia. Es cierto, arte más allá de la devoción, de lo religioso. Ese Cristo aparece en la muestra como un símbolo de la magnífica capacidad creativa de Yepes. Hay que verlo y remover algunas cuestiones sobre la identidad nacional, la identidad de credos, la que se juega en la representación o en un gol de la sub 20. “It’s great”, dijo la turista. Al salir, se topó con un montón de chicos que llegaban apilados por un guía. Eran del interior, de paseo en vacaciones. Iban contentos a ver los rostros y las miradas de Yepes, el escultor español que se hizo uruguayo. A ver a este artista que una vez dijo: “Un escultor es un señor o señora que tiene entre sus manos la nada o el todo del espacio, y un infinito asombro que debe renovarse cada día de su vida”. Ni más, ni menos.

    “Yepes, la emoción del espacio”. Museo Torres García (Peatonal Sarandí 683). De lunes a sábados de 10 a 18 h. Hasta fin de año.