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    El más apuesto de los feos

    Para muchos, uno de los mejores policiales negros de todos los tiempos. No sé si tanto, pero sí sé que es uno de los mejores papeles de Humphrey Bogart en la piel de Dixon Steele, un guionista de Hollywood que antaño fue celebrado y hoy está en la sombra.

    Steele conduce su auto descapotable por la noche de Los Ángeles, cuando los edificios art déco como la Union Station, el Ayuntamiento o el Title Guarantee Building eran las estrellas arquitectónicas de la ciudad. Una glamorosa Los Ángeles en blanco y negro perfectamente servida para un policial, que también es una breve epopeya de amor desencantado. Steele se detiene en un semáforo donde hay otro descapotable con una pareja. La mujer lo reconoce y le dice que trabajó en una película escrita por él. “Ah, ya”, responde el guionista. El marido —o amante— de la dama cree que el otro conductor está flirteando y lo desafía a aparcar el coche y dirimir el asunto en la vereda. “Por qué no ya mismo”, le responde el guionista y abre la puerta de su coche abruptamente para emprenderla contra el hombre celoso, que mete la primera y se retira presuroso. Pesado, Steele. Luego lo vemos en la barra de un bar con otra gente de cine. Cambia unas palabras con un amigo actor y borrachín, discute con un director a quien acusa de hacer siempre “la misma película” y falta muy poco para que la cosa llegue a las manos. Violento, Steele. Esa misma noche le ofrecen adaptar una extensa novela —ya lo huele— sin ninguna calidad literaria. Un best seller con más seller que best. Como la joven encargada del guardarropas lo ha leído y se ha entusiasmado, Steele la invita a su casa para que le resuma la historia y así evitar la lectura de semejante plomazo. Se confirma su intuición: la anécdota de amoríos y desencuentros es realmente bobeta, y para colmo de males el personaje principal es un bacteriólogo. “¡Un bacteriólogo!”, bufa Steele sirviéndose un trago (hoy bufaría más que nunca). No hay ningún intento de seducción, por lo cual una vez concluido el resumen de la muchacha, Steele le da dinero para un taxi y la acompaña hasta la puerta. Al día siguiente ella aparece asesinada en una cuneta y Steele es el principal sospechoso. En el mismo edificio, esas casas tipo coloniales de Los Ángeles que dan a un jardín central, vive una rubia que una vez fue actriz (Gloria Grahame) y ahora también está en el lado de la sombra.

    In a Lonely Place (1950, en Qubit, estrenada en Montevideo como Muerte en un beso) es ideal para Bogart. Resume lo que el actor siempre tuvo para convertirse en una auténtica estrella y clásico de la pantalla, con un merecido Oscar por La reina africana (1951), de John Huston, una estatuilla que, según Spencer Tracy, sirvió a Bogart para sujetar una puerta de su casa.

    Bogart, Bogie para sus amigos, personificaba la entereza y el arrojo, la dureza y la ironía pero también una fina sensibilidad oculta. Era un duro con corazón, y aquí está más violento que nunca, dejando espacio para un costado de afectos auténticos y genuinos que la vida, por una u otra razón, le ha impedido manifestar en plenitud. Detrás de su temple de acero, una enorme tristeza. Según Raymond Chandler, no tenía necesidad de empuñar una pistola para imponer presencia. Para la actriz Louise Brooks, era el papel más parecido al Bogart real. También dicen que sus mejores amigos eran guionistas y que él mismo, si hubiese tenido talento para las letras, hubiese integrado el mundo del cine desde ese costado. Dio decenas de batallas por sus derechos y los derechos de quienes trabajaban en esa picadora de carne que es la industria del cine. Iba por su cuarto y último matrimonio, con Lauren Bacall, quien lo acompañaría hasta su muerte a los 57 años, ocasionada por un furibundo cáncer de esófago que lo transformó prácticamente en un esqueleto irreconocible.

    Por otro lado llegaba el realizador Nicholas Ray, para los críticos franceses de Cahires du Cinéma un autor, es decir, un cineasta con una visión personalísima del cine. Ray es bastante irregular, pero sumaría en su haber otras dos perlas: Johnny Guitar (Mujer pasional, 1954), un desusado western con la dueña de la Pepsi Cola y fatal Joan Crawford y el simpático Sterling Hayden, y Rebelde sin causa (1955), con el iconográfico James Dean.

    El papel protagónico femenino sería para Bacall, pero Warner se negó a prestar a su estrella para la ignota productora Santana y el papel finalmente recayó en Grahame, que en ese momento era la esposa de Ray. El matrimonio entre la actriz y el director iba barranca abajo, por lo que una de las líneas más célebres del guion también se ajusta a la vida real. Steele ha trabajado en la adaptación sin parar y sin dormir y lee para Grahame: “Nací cuando ella me besó; morí cuando me dejó; viví unas cuantas semanas mientras me quiso”. Ideal para la película, para Ray y Grahame, y también para Bogart. El guionista de In a Lonely Place era Edmund North, amigo de Bogie desde los años 30, y le habían encargado adaptar una novela de Dorothy Hugues. Quién es el verdadero autor del parlamento, no importa. Lo dice Bogie y ya está.

    Debemos reconocerle a Nicholas Ray el mérito de haber hecho una película muy valiosa sobre el lado amargo y salvaje de Hollywood. Pero más debemos agradecerle a Bogart su complejo papel de guionista violento, un actor que se volvió inmenso gracias a El bosque petrificado (1936), El halcón maltés (1941), Tener y no tener (1944), Al borde del abismo (1946), Huracán de pasiones y El tesoro de la Sierra Madre (ambas de 1948), entre muchos otros títulos, e inmortal gracias a Casablanca (1942). Un fumador empedernido, un bebedor sin fondo (tres martinis en las comidas, y después, muchos más), un profesional implacable (“A las seis de la tarde me voy”, decía en el plató de rodaje, y siempre cumplía), según Lauren Bacall el hombre apuesto más feo de todos.