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    El mundo en un tablero

    Hay varios motivos para recomendar esta miniserie. El primero: despierta interés y hasta entusiasmo por el ajedrez en quienes no saben nada de este juego. El segundo: tiene una historia potente y dramática, narrada con agilidad y una impecable reconstrucción de época. El tercero y más importante: la protagonista es la actriz estadounidense Anya Taylor-Joy (La bruja), un nombre que cada vez se verá más en las pantallas. Todo el combo hace de Gambito de dama uno de los estrenos más atractivos de este año en Netflix.

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    Detrás de esta historia está la novela del escritor estadounidense Walter Tevis (The Queen’s Gambit, 1983), que fue adaptada por Scott Frank y Allan Scott. El título de la novela y de la miniserie de siete capítulos alude a una de las aperturas cerradas que se utiliza en las partidas de ajedrez: gambito de dama.

    La historia se desarrolla en los años 60, aunque va y viene en el tiempo con los recuerdos de su protagonista, Beth Harmon (Taylor-Joy), una niña que queda huérfana a los ocho años y termina internada en un orfanato católico. Lo más valioso que adquiere en ese lugar es la amistad con Jolene, una niña más grande y con larga experiencia en burlar autoridades del hospicio, y las enseñanzas del señor Sheibel, el conserje taciturno y solitario que le enseña ajedrez en el sótano de la institución. De esa época también Beth adquiere una fuerte adicción por los tranquilizantes que los cuidadores les suministraban a las niñas.

    Muy pronto Beth demuestra su extraordinario talento para el ajedrez. Es una niña prodigio que heredó la inteligencia matemática de su madre. La actriz Isla Johnston interpreta con una sorprendente sutileza expresiva a la Beth de ocho años, silenciosa, testaruda, observadora. Todo el dolor de la pérdida y la rabia acumulada está en su rostro. El de Johnston es otro nombre para anotar.

    De noche, y gracias a las pastillas verdes, el techo del enorme salón donde duerme con las otras huérfanas se transforma para ella en un tablero de ajedrez. Allí empieza a practicar las jugadas y a planificar su estrategia. Al otro día el conserje queda deslumbrado.

    Cuando llega a la adolescencia, una pareja la adopta. Entonces Beth pasa a vivir en una casa confortable de Kentucky y a tener otra madre, la señora Wheatley (Marielle Heller), tan necesitada de cariño como ella. La relación entre la adolescente y su madre adoptiva se va haciendo cada vez más rica. Las dos comparten adicciones, soledades y abandonos, y aprenden a complementarse.

    Beth comienza a ganar campeonatos de ajedrez y se convierte en la campeona de Kentucky, en la adolescente que destaca en un ambiente de hombres. Así, torneo tras torneo, llega al Abierto de Estados Unidos. “Me siento segura en un mundo de solo 64 cuadrados”, le dice Beth a una periodista de la revista Life. “Puedo controlarlo, puedo dominarlo. Es predecible. Si me lastimo solo yo tengo la culpa”. En primera plana sale su foto con los trofeos. Los títulos destacan su condición de mujer, pero a ella eso no le importa. Beth quiere que nombren a su mentor, al señor Sheibel, y a sus habilidad con la defensa siciliana. Pero eso llegará después de muchas partidas, mucho alcohol y muchas pastillas verdes. “La creatividad y la psicosis suelen ir de la mano”, le dice la periodista. Y bastante de eso hay en esta historia.

    Después de ver el primer capítulo ocurre algo inevitable: averiguar si realmente existió la jugadora de ajedrez Beth Harmon. Porque la historia está narrada de tal manera que parece tomada de una vida real, pero nunca hubo una Harmon. El personaje sí fue elaborado con un poco de varios ajedrecistas, Bobby Fisher es uno de ellos, y también el propio Tevis, el creador de la historia.

    Lo otro inevitable es averiguar quién es Taylor-Joy, esta joven de ojos rasgados, mirada penetrante y movimientos de gato. Ella nació en Miami en 1996, es hija de un banquero argentino-escocés y de una madre de ascendencia inglesa y española. La familia se mudó a Argentina cuando ella era bebé y allí vivieron hasta sus seis años. Luego se trasladaron a Londres. Taylor-Joy habla perfecto el español, con tono y modismos porteños. En algunas entrevistas que se pueden ver en YouTube dice que le encantan las empanadas y que se las “morfa” cuando va a Buenos Aires, y mezcla su relato con muletillas rioplatense y el sonido fuerte de la y.

    Fue primero modelo, pero ahora está dedicada a la actuación. Ha trabajado sobre todo en películas de terror (Split, Glass), aunque su última actuación es en Emma, basada en una novela de Jane Austen, que se estrenó en febrero de este año en Inglaterra y Estados Unidos.

    En Gambito de dama, la presencia de Taylor-Joy llena la pantalla. Cargado de matices, su personaje pasa de la locura a la ternura, de la concentración absoluta en las jugadas a la furia, que se manifiesta en todo su cuerpo. Esta es la historia de una rara que pelea contra sus demonios y contra el recuerdo de su propia madre: “Algún día estarás sola, así que tendrás que pensar cómo cuidarte”, es una de las enseñanzas que le dejó, junto con un miedo terrible por la pérdida.

    Pero esta historia no es ni sórdida ni lacrimógena, tiene el tono justo para que la protagonista brille en la escenografía de grandes espacios de los hoteles de los torneos. Allí solo se escuchan murmullos asordinados o el sonido del reloj de cada jugada. Afuera de esos recintos está la música y la moda de los años 60. En ese ambiente, Beth se vuelve un personaje famoso y glamoroso con sus vestidos y peinados elegantes.

    Rodeado de silencio y miradas fijas en el tablero, el ajedrez encierra una pasión callada en quienes lo siguen y practican. Ese sentimiento está muy bien creado en la serie. Quienes rodean a Beth le enseñan que el ajedrez es estudio, estrategia, anticipación, intuición: es inteligencia puesta en acción. Todos ellos tienen algo de frikis, sobre todo Benny (Thomas Brodie-Sangster) y Harry (Harry Melling), dos amigos de Beth que la admiran y la ayudan en su última batalla en Moscú.

    “Hace 20 años que no hay estadounidenses que puedan ganarles”, le dice un amigo a Beth. “Los rusos son letales”, agrega. Su máximo rival es Vasily Borgov (Marcin Dorocinski), un hombre maduro y experiente que siempre viaja acompañado por la KGB por si intenta escaparse. Para Beth, el ruso juega de una forma “burocrática”, es poco imaginativo y nunca demuestra debilidad. Es un invencible, y ella le teme.

    La serie tiene un final predecible, de guerra fría, aunque con algunas sorpresas. Lo mejor: una plaza de Moscú con decenas de veteranos barbudos sentados frente a un tablero de ajedrez. Sí, es un final un poco trillado, pero también conmovedor.