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    El rey de la bazofia

    No cabe ninguna duda: Adam Sandler es el más taquillero de los actores de Hollywood. Y también el más denostado. Sus comedias pedorras, y paso revista: Un papá genial, Como si fuera la primera vez, Spanglish, Clic, No te metas con Zohan, Como niños, Pixeles… son bazofias atómicas pero también las predilectas del gran público, que festeja el abundante condimento de ventosidades y eructos. Es probable que con los millones de dólares que tiene le importe muy poco el desprecio de sus colegas o que la Academia de Hollywood no lo tenga en cuenta a la hora de las nominaciones. El dinero hace olvidar las pocas cosas que no puede comprar. Pero también es probable que Sandler desee un reconocimiento por su trabajo más allá de las risas y los aplausos populares. El hombre ansía una nominación al Oscar. Y casi apostaba a que la tendría gracias a Diamantes en bruto, de los hermanos Josh y Benny Safdie, recientemente colgada en Netflix. Se trata de un thriller sucio, tembloroso, en el cual Sandler es un joyero neoyorquino y apostador compulsivo, un papel serio al que responde muy bien. Si a Sandler le dan un buen guion, como en Embriagado de amor, de Paul Thomas Anderson, el hombre rinde a tope. Condiciones tiene. El tema es sacarlo del confort eternamente adolescente. Anderson, responsable de obras maestras como Boogie Nights, Magnolia, The Master y El hilo fantasma, ha proclamado su admiración por el comediante, a quien llevó al museo de las grandes secuencias del cine gracias a la escena en que debe descargar su ira en el baño de un restaurante y destrozarlo.

    Un día antes de la última ceremonia de las tan preciadas y doradas estatuillas, Adam Sandler recibió el Spirit Award al mejor actor de cine independiente por Diamantes en bruto. Subió corriendo al escenario con alegría y excitación, les agradeció algo nervioso a todos los presentes por la distinción, en especial a los hermanos Safdie, bromeó sobre su condición de comediante masivo y a propósito del ninguneo al que lo someten sus pares hollywoodenses, y agregó con voz impostada:

    —Dejemos que esos idiotas hijos de puta celebren sus Oscar mañana.

    Aplausos.

    Diamantes en bruto, luego de una breve introducción en una mina de Etiopía, sigue con una toma que no haría cualquier estrella celosa de su imagen: sobre una camilla, de espaldas, Sandler es sometido a una colonoscopía. Vemos su interior: partículas, piedras, diamantes que viajan como asteroides por el universo, toda la porquería que junta un organismo y que en la pantalla luce como la Vía Láctea. A partir de allí el hombre —y la película— no paran, literalmente. Todo es al mango, con la cámara muy cerca —a veces encima— de los protagonistas. Sandler es Howard Ratner, el joyero judío de Manhattan con una perita y un andar nervioso a lo John Turturro que saluda a la pasada a otros colegas del ramo (¿Qué tal, fulano? ¡Me alegro de que hayas vuelto a ser judío!), empeña un anillo, cuenta dinero y lo mete en un sobre, apuesta a que el basquetbolista Kevin Garnett (que se interpreta a sí mismo y está bárbaro) hará equis tantos y tomará equis rebotes, festeja una cena familiar sin quitar la vista del celular, discute con sus empleados, espía a su amante, sale disparado a la calle para hacer otra apuesta, vuelve a la joyería a la misma velocidad y abre una caja con… ¡pescados!, relojea a los clientes, otra vez en la casa de empeños a discutir el porcentaje a pagar, otra vez en su casa para darle un ligero beso a su esposa, llega tarde y fastidia a toda una fila de padres en la obra teatral de su hija, discute a los gritos con Eric Bogosian (que es familiar y también acreedor), lo amenazan, se defiende a los gritos, vuelve a la calle. No hay respiro. Voltaje cocainómano sin que veamos una sola raya. La vida es corta, dolorosa y después te mueres. Un estilo a lo John Cassavetes, solo que un tanto más prolijo en su factura. El latido de una ciudad, que es el correlato de su corazón.

    Los Safdie hacen una ficción de envoltura documental, áspera, cortante. Sí, tienen humor, pero el mínimo necesario para poder realizar la vivisección de un tremendo drama. Filman policiales desesperados, se meten en la vida de jóvenes yonquis. Cinemateca exhibió dos películas suyas en festivales: El placer de ser robado y Go Get Some Rosemary. Los primeros planos de los actores siempre los muestran algo sucios, algo sudorosos, muy desnorteados. Y en semejante empuje por un cine autoral convencieron a Sandler de que él podía ser este joyero ludópata, despreciable, peligroso, frágil. El dinero y las joyas quedan; a nosotros nos entierran.

    Volvamos a Sandler, el hombre que huye de la prensa, el cantante, el republicano defensor de Trump, el que no olvida que lo echaron de Saturday Night Live, el que produce sus propias películas, el que está casado hace años con la misma mujer y el que trabaja con sus amigos Chris Rock, Kevin James, Steve Buscemi (el intelectual del grupo) y Rob Schneider (un Sandler más subido de tono y reventado).

    Hizo un contrato con Netflix por 225 millones de euros a cambio de cuatro películas. En 2019 salieron Diamantes en bruto y Criminales en el mar, una comedia en su clásico estilo, con Jennifer Aniston, que fue la película más vista de Netflix en Estados Unidos. Sandler hace y la gente compra. Sigamos así: una de autor y varias de arena. Nunca dejará su papel de payaso que conecta con total naturalidad con las audiencias. Es lo que siente, es lo que sabe hacer. Pero cuando le dan una oportunidad, como en Los Meyerowitz, de Noah Baumbach, no la desaprovecha. Sandler también es un diamante en bruto.