La noticia vino a amargar la tarde del domingo 2, cuando su rostro bonachón invadió las páginas de Internet con comentarios de sorpresa y tristeza. Es que costaba creer que a Philip Seymour Hoffman, uno de los mejores actores de su generación, lo hubieran encontrado muerto esa mañana en su casa de Manhattan. Todo indica que su muerte se debió a una sobredosis, de esas pesadas, y que detrás de la expresión afable del actor de 46 años había un ser atormentado.
El gran público lo conoció en el 2005, cuando ganó un Oscar como mejor actor por su interpretación de Truman Capote en la película de Bennett Miller (“Capote”), pero su trayectoria comenzó mucho antes, con variados papeles secundarios. Actor teatral desde la universidad, en 1991 tuvo su primera aparición en un capítulo de la serie televisiva “La Ley y el orden”. Un año más tarde actuaba en la película “Perfume de mujer”, de Martin Brest, y luego en “Twister” (1996) de Jan de Bont. Pero a Hoffman no se lo recuerda por esos papeles.
Hay que detenerse en su actuación en “Boogie Nights” (1997), de Paul Thomas Anderson, para encontrar el germen de un actor con garra, de esos capaces de representar cualquier papel. En esta historia sobre la vida de un grupo de actores de cine pornográfico, Hoffman interpretó a un operador de sonido, inseguro y retraído, que se enamora de Dirk, el joven estrella del porno. Rollizo, nervioso y con su melena pelirroja, Hoffman se destacó en medio de un elenco de lujo (Mark Wahlberg, Burt Reynolds, Julianne Moore, William H. Macy), y Anderson identificó su talento y lo convirtió en uno de sus actores fetiches.
En 1998 volvió a hacer un papel poco recordado en “Patch Adams”, protagonizada por Robin Williams, pero ese fue también el año de “El gran Lebowski”, dirigida por los hermanos Coen, y allí estaba Hoffman sacando chispas junto a Jeff Bridges, como un asistente solícito que intenta ser agradable.
Un año después integró el elenco de “Magnolia”, la segunda película coral de Anderson. Su papel de enfermero bondadoso y discreto que cuida a un enfermo terminal es una de sus actuaciones más conmovedoras y queribles. Cualquiera quisiera tener a alguien como ese personaje cuando se acerque el momento final.
“Esa película es un orgasmo de placer. Un placer filmado”, dijo Hoffman sobre “Magnolia” en una entrevista con la revista “Esquire” de 2012. Allí también destacó la interpretación de Jason Robards, el célebre actor que murió en 2000, y que representó la agonía de un hombre cuando él mismo estaba muy enfermo. “Recuerdo que él entró y se necesitó una lata de película de 20 minutos para rodar la escena, ese era el tiempo requerido para filmarla. Y él la hizo toda. No pidió que le soplaran una sola frase. (...) Miré a Paul y él estaba completamente atónito. No solamente Robards lo había hecho muy bien, sino que lo había logrado cuando no se encontraba muy bien”.
En 1999 se comprobó la versatilidad de Hoffman. Mientras en “Magnolia” representó a un hombre introvertido, en el mismo año desplegó toda su gestualidad, en el papel excesivamente histriónico de una drag queen, en “Nadie es perfecto”, dirigida por Joel Schumacher y con Robert De Niro como coprotagonista. La película le valió a Hoffman una nominación a mejor actor para el Premio del Sindicato de Actores. La misma organización lo nominó para mejor actor de reparto por su papel en “Casi famosos” (2000), dirigida por Cameron Crowe, donde interpretó a un experiente crítico musical y consejero de un reportero adolescente.
Hizo un personaje antipático en “Embriagado de amor” (2002), también dirigida por Anderson, fue malvado en “Misión Imposible III” (2006) y uno más que desagradable en “Antes que el diablo sepa que estás muerto” (2007), de Sidney Lumet. Un papel diferente, dramático y medido tuvo también ese año en “The Savages”, una excelente película de Tamara Jenkins, en la que interpretó a un profesor universitario que debe encargarse de su padre anciano.
Por “La duda” (2008), de John Patrick Shanley, obtuvo una nominación al Oscar como actor de raparto. Allí fue un sacerdote sospechado de abusar de un niño. Ese año, también se lo vio en un papel protagónico muy raro y exhaustivo en la aburridísima película de Charlie Kaufman “Todas las vidas, mi vida”.
Una de sus últimas actuaciones fue en “The Master” (2012), una nueva realización de Anderson. Junto a Joaquin Phoenix se puso en la piel del retorcido líder de una congregación muy similar a la Cienciología. Y otra vez su nombre sonó en el Oscar por su memorable actuación, nominado como actor de reparto.
“Lo que vives con otro actor en un buen filme o en una obra de teatro, si está bien escrito y tiene algún significado para ambos, se convierte en algo muy íntimo. Sí. Es como decir: ‘Estoy aquí para ti y tú estás aquí para mí’. Y te estás empujando mutuamente, en silencio, hacia adelante y hacia arriba. Los actores realmente buenos llegan a ese punto, y Joaquin es sin duda una de esas personas”, dijo el actor en la entrevista, al comentar el trabajo de su compañero.
Truman-Hoffman.
“Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”. Así se había definido el escritor y periodista Truman Capote. A esa figura, al mismo tiempo genial y mezquina, confidente y chismosa, sensible y extravagante, tuvo que estudiar con lupa Hoffman para la película “Capote”. Su interpretación fue meticulosa en los gestos y sobre todo en el trabajo con la voz, que aprendió a modular para que sonara aguda y molesta, como era la del escritor.
El actor, que siempre tuvo sobrepeso, adelgazó varios kilos para interpretar a Capote, que era un hombre muy menudo. “Mi peso ideal son 93 kilos. Cuando hice Capote estaba súper delgado. Fue el único momento en el que tenía el abdomen marcado. Pesaba 88 kilos. ¿Te lo imaginas? Mido 1.77 metros, es una locura”, le dijo al periodista de “Esquire”.
Por su actuación ganó el Oscar a mejor actor, premio por el que también competían Joaquin Phoenix, Terrence Howard, David Strathaim y Heath Ledger por su actuación en “Secreto en la montaña”, otro actor que falleció muy joven en situaciones similares a las de Hoffman.
Su discurso de agradecimiento al recibir el Oscar fue breve y medido, y se centró sobre todo en su madre: “Crió a sus cuatro hijos sola y merece las felicitaciones por ello. Mis pasiones son sus pasiones. Estoy orgulloso de ti”, le dijo a ella, que estaba allí presente. Y dio toda la sensación de que Hoffman no quería estar en el escenario.
El actor había nacido en Fairport, en el estado de Nueva York, en 1967 y llevaba una mezcla de sangre irlandesa por parte de madre y alemana por parte de su padre. La madre, Marilyn L. O’Connor, fue abogada y activista por los derechos civiles. Ella se separó de Gordon S. Hoffman, un exejecutivo de Xerox, cuando Philip tenía nueve años.
Junto al director Bennett Miller, Hoffman había fundado una escuela de teatro en la Universidad de Nueva York. Por esa época ya había comenzado con su adicción a las drogas. “Comprendo muy bien a esos actores jóvenes que tienen 19 años y que de repente son guapos, ricos y famosos. Si entonces hubiera tenido tanto dinero, hoy estaría muerto”, había dicho Hoffman en una entrevista, palabras que ahora se leen como premonitorias.
Luego de aquellos años universitarios, se rehabilitó y se mantuvo sin consumir hasta el 2013, cuando entró nuevamente en un centro para curarse de su adicción a los medicamentos y la heroína. Unos meses antes de morir, se había separado de su pareja Mimi O’Donnell. Con ella tuvo tres hijos: un varón, Cooper Alexander, y dos hijas, Tallulah y Willa.
Manhattan está agitada en estos días por la muerte de uno de sus valiosos vecinos y por las detenciones de varias personas por tenencia de heroína, indagadas por la muerte del actor. Entre tanto, los seguidores de Philip Seymour Hoffman no pueden consolarse con su pérdida, y algunos lo despiden con los mejores conceptos, como lo hace Jim Carrey: “Querido Philip, un alma muy bella. Para el más sensible de todos nosotros, el ruido puede ser demasiado. Bendiciones”.
Silvana Tanzi
Vida Cultural
2014-02-06T00:00:00
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