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En ocasiones, una película tiene el poder de trascender la pantalla y envolvernos por completo en su atmósfera. The Quiet Girl, ópera prima de Colm Bairéad, logra esta hazaña a medida que sus escenas moldean un silencio que se convierte en un lenguaje de emociones poderosas. Basada en la novela Tres luces, de la consagrada autora irlandesa Claire Keegan, esta película fue la candidata de Irlanda al Premio de la Academia en la categoría de Mejor película internacional en los últimos Oscar.
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La trama de The Quiet Girl ocurre en la Irlanda rural de 1981, específicamente en el condado de Waterford, ubicado en la pintoresca costa sureste de la isla. En medio de una familia numerosa, cuyos vínculos afectivos parecen haberse desintegrado hasta la invisibilidad, se encuentra la protagonista, una niña de 9 años llamada Cáit, interpretada por Catherine Clinch. Tal vez como respuesta a la constante sensación de ser una carga para sus padres y hermanas, Cáit perfeccionó el arte de esconderse de múltiples formas. Principalmente, se reserva sus pensamientos y emociones en un silencio que parece rodearla todo el tiempo.
Sin una razón evidente en un principio, Cáit es destinada a vivir con un matrimonio completamente desconocido, parientes lejanos de sus padres. A medida que el verano se desarrolla bajo esta nueva familia, compuesta por la afectuosa ama de casa Eibhlín y el reservado granjero Seán, Cáit se adentra en un mundo que anteriormente le resultaba inaccesible: un entorno de auténtico amor. No obstante, ese cariño parece tambalear a medida que Bairéad y su equipo de realizadores revelan una atmósfera cargada de soledad, añoranza y una tensión creciente.
The Quiet Girl trata sobre la niñez y la empatía, con una narrativa pausada, desprovista de una banda sonora, se enfoca en la habilidad de la cámara para revelar la presencia o ausencia de significado en los espacios domésticos. Si bien este es un viaje hacia la mente de Cáit, en ese territorio nunca ingresamos por completo, aunque sí se ven los desafíos emocionales y de comunicación que enfrenta. El personaje es una niña cuya voz no es escuchada y, en consecuencia, no es comprendida. La película explora la sencillez de un acto cuya carencia resulta trágica y la película se revela como un viaje emocional devastador que merece ser experimentado.
Bairéad se presenta como un cineasta nuevo por estos lares, pero con una sólida carrera en su industria. Es originario de Dublín y su crianza bilingüe, donde el irlandés y el inglés se entrelazaban, contribuyó a moldear su arte. A lo largo de los últimos quince años, dirigió cortometrajes que ganaron premios y se dedicó a filmar documentales televisivos que hicieron que fuera forjando bases necesarias para una exitosa carrera, que ahora se consagra en su debut en la ficción.
La elección de Bairéad de llevar la obra de Claire Keegan al cine tiene sus raíces en una conexión con la cultura irlandesa. Su primer encuentro con Tres luces fue en 2018, cuando leyó un artículo en The Irish Times que lo incluía en la lista de las diez mejores obras de literatura irlandesa escritas por autoras en ese siglo. Este encuentro dejó una marca en su espíritu creativo, como lo ha expresado en entrevistas. Lo que atrajo de la obra al director fue su trama, centrada en la perspectiva de Cáit, ya que llegó en un momento crucial de su vida, al convertirse en padre. La historia de esta niña, contó, lo envolvió en un torbellino de emociones y empatía, y la necesidad de amor y cuidado que experimenta el personaje se convirtió en un impulso creativo.
La decisión de mantener la cámara en estrecha proximidad a Cáit durante buena parte de la película nos permite experimentar el mundo desde su perspectiva. Los adultos, en ocasiones, aparecen en la imagen desde abajo y a una distancia que nos deja verlos a través de los ojos de la protagonista. Con su mirada reservada, la niña se detiene en detalles que pueden parecer triviales para un ojo maduro, pero que seguramente resultan extraños e intrigantes para un niño, como las discusiones de amantes en un automóvil o las muestras de cariño de un matrimonio en la cocina.
Otro de los aspectos más destacados de la película está en su enfoque en el silencio de Cáit. En contraposición a la convención de ver la quietud como un problema a resolver, la película presenta una perspectiva más matizada. Cuando alguien se aventura a criticar su reservada naturaleza, Seán la defiende argumentando que ella “comunica todo lo que necesita comunicar”.
La actuación de la joven actriz, en tanto, logra transmitir el impacto de una verdadera felicidad cuando esta llega desprovista de preocupaciones en la vida de un niño. Pequeños gestos, como el acto de Eibhlín de ofrecerle un sorbo de agua cristalina del pozo cercano a su hogar o el gesto de Seán al darle una galletita como primera señal de empatía, se convierten en las primeras manifestaciones del afecto que ella necesita con urgencia.
La puesta en escena de la película está diseñada para reflejar la transformación de Cáit a medida que descubre un nuevo mundo en el hogar de sus “nuevos padres”. Cuando llega por primera vez a la casa de esta familia, el enfoque visual se modifica, transmitiendo una sensación de mayor amplitud y posibilidades. En ese momento crucial, finalmente adquiere su propio espacio y el tiempo necesario para la reflexión, un cambio que se plasma de a poco. A lo largo de la película, se recurre también al simbolismo visual, en particular, el uso recurrente de puertas, como metáfora de los sentimientos de la protagonista y su crecimiento emocional.
La película está repleta de detalles que evocan emociones abrumadoras. Desde el momento en que el padre de Cáit la deja en casa de Eibhlín y Seán, se revelan aspectos cruciales de la familia de la que proviene. La indiferencia se hace evidente cuando se lleva la maleta de la niña en el auto, dejándola solo con la ropa que lleva puesta.
Otra escena crucial tiene lugar cuando Cáit descubre el misterio detrás de la familia adoptiva, lo que cambia radicalmente su perspectiva y su relación con la pareja de acogida. La tensión y la emoción se vuelven palpables en este momento, con la dirección de Bairéad que sumerge al espectador en los sentimientos de la protagonista. Esta escena marca un punto de inflexión en la trama y contribuye a la narrativa general.
Es que a pesar de su belleza y calidez, The Quiet Girl también aborda temas oscuros y pesimistas como la soledad, el temor latente y el sufrimiento silencioso de los niños que no reciben amor. El mensaje pesimista de la película, especialmente en su desenlace, se apoya en la realidad de que incluso en los lugares más hermosos pueden surgir futuros oscuros. De todas formas, The Quiet Girl se distingue como una película conmovedora, que exhibe situaciones profundas y universales con destreza. La película cautiva a su audiencia con su narrativa poderosa y las actuaciones de un elenco pequeño pero memorable. Es un estreno que llegó de manera sorpresiva y merece un lugar privilegiado en nuestro circuito de cines.