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Suena una nota del riff de Richards y comienza a marcar el pulso con el bombo y el hi-hat: un-dos-tres-cua-un-dos-tres-cua, el bajo de Wyman acompaña, cuadradito, y se lanza a sincopar en plan disco. El redoblante, afinado bien agudo, comienza a golpear fuerte y claro, en dos y cuatro. Se suma Jagger con su armónica, mientras Richards y Wood juegan y saltan entre los silencios con sus acordes carrasposos y punteos afilados. Aún no llegamos a los 20 segundos y aún Jagger no cantó I’ve been holdin’ out so long. La canción es Miss You, y ya está armada. En la base de este ensamble rebosante de swing, como en otras decenas de grandes temas de los Rolling Stones, está el sonido simple y claro, tan prístino como el de un jazzero, de la batería de Charlie Watts, el músico inglés que desde 1963 fue el baterista de la mayor banda de rock and roll de la historia (los Beatles son bastante más que una banda de rock, está claro) y que murió el martes 24 a los 80 años.
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“Con inmensa tristeza anunciamos la muerte de nuestro querido Charlie Watts”, anunció la banda al mundo. “Es la primera vez que no estoy a tiempo”, fueron sus últimos dichos públicos, pocas semanas atrás, cuando se anunció que no estaría en la próxima gira de los Stones (que ahora sí, probablemente sea la última) y que sería sustituido por Steve Jordan, el batero de los X-Pensive Winos, la banda alternativa de Keith Richards. Tras más de 15 años de lucha, el cáncer de garganta finalmente le dobló el brazo. De inmediato su rostro sereno y los resúmenes de su vida y su obra invadieron todas las pantallas.
Que siempre fue el más tranquilo de los Stones; que fue un sibarita del blues y del jazz, con sus inicios en la Alexis Korner’s Blues Incorporated y su quinteto jazzero en paralelo a los Stones; que además fue dibujante y diseñador, con influencia decisiva, por ejemplo, en el diseño de los decorados de las grandes giras de estadios, como la mítica Voodoo Lounge, que los trajo por primera vez a Latinoamérica en 1995; que cuando Richards y Jagger vivían en una nube de merca y decidieron grabar un disco en la riviera francesa (Exile On Main Street) él se alquilaba una casa lejos del estudio para estar bien por fuera del aquelarre; que un día le bajó la cara de una piña a Jagger (“¡No me llames tu baterista, vos sos mi puto cantante!”); que con su cara de tío bueno, su vestimenta sobria y su carácter introvertido, con su semblante incómodo, como diciendo “sáquenme de acá”, se ganó el corazón de legiones de fans que le regalaban una y otra vez —por varios cuerpos— el mayor aplauso en la clásica presentación individual (vean el video del show del 95 en Buenos Aires, más de dos minutos de ovación).
Pero lo importante, lo verdaderamente distintivo, es cómo un baterista queda en la historia no solo como uno de los mejores sino como uno de los más influyentes entre sus pares. Allí donde un batero levante el palillo en el cuarto golpe del hi-hat, el que coincide con el redoblante, alguien dirá: “como Watts”. Un baterista que no necesita encaramarse entre paredes de tambores a cada lado; uno que toca sencillo, que evita los solos apoteósicos; que habla solo lo imprescindible, que es capaz de tocar lo-que-la-canción-pide y nada más (no como esos que le imponen a la canción sus caprichos percusivos); ese miembro clave de la banda que, cuando se suma con su entrada a la argamasa instrumental, hace que la canción arranque de verdad.
Y lo fundamental: Charlie fue un batero que imprimió un sonido propio, su sello personal (eso que busca todo artista y pocos consiguen) solo con un par de golpes, como al inicio de It’s Only Rock And Roll (But I Like It), con un par de toques de charleston y bombo (Emotional Rescue), con un pulso invariable (I Can’t Get No) Satisfaction; o solo con una salva de metralla de redoblante, como en tantas y tantas grandes canciones de los Rolling: tantas que se puede hacer una playlist en Spotify solo con las que comienzan con los parches redoblados de Charlie Watts: Mixed Emotions, Respectable, Bitch, Stupid Girl, Rock and a Hard Place, Undercover, Hang Fire, You Got Me Rocking, Dead Flowers, Under My Thumb, por solo mencionar diez.
Tuvimos la suerte de verlo en el Centenario aquel inolvidable 16 de febrero de 2016. Es mentira eso de que con la muerte de los viejos rockeros se muere el rock and roll. Se van a morir Jagger, Richards, Woods y Wyman, se van a morir Paul y Ringo. Pero seguirá habiendo rock en los sótanos de las ciudades cuando suene el un-dos-tres-cua, seguido de incomprensibles alaridos adolescentes.