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Autores aspiran a recibir 80% de los ingresos generados por las nuevas plataformas de música
imagen de El tsunami digital
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Fines de febrero del año 2000. Santana arrasa en los Grammy con su disco Supernatural. Tras la premiación, varios peces gordos del negocio discográfico aprovechan su presencia en Los Ángeles para reunirse en un hotel de Beverly Hills, alertados por un nuevo fenómeno digital. Querían conocer mejor de qué se trataba un servicio de distribución de archivos de música llamado Napster, que permitía compartir canciones. La historia que cambió para siempre el negocio de la música fue recreada por el periodista tecnológico Joseph Menn en su libro All the Rave. Los jefazos le pidieron a un empleado que descargara el software en una computadora y les hiciera una prueba. Buscaron 20 canciones y las encontraron todas. Quizás, anticipando el oscuro panorama que se les venía, un ejecutivo de Sony preguntó si entablar una demanda sería suficiente para evitar lo inevitable. Acababan de descubrir el dispositivo de discos digital infinito: era gratuito y se abría a todo el mundo con la fuerza de un tsunami. Arrasó todo, derechos de autor incluidos.
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“Durante esa difusión intensa e indiscriminada de archivos musicales sin ninguna paga, los autores perdieron todo. La industria discográfica, que durante décadas tenía una carrera ascendente, cayó. No había nada capaz de hacer frente a aquel movimiento tan intenso”, dijo en Montevideo a principios de diciembre Juca Novaes, un abogado brasileño especializado en derechos de autor y vicepresidente de la Alianza Latinoamericana de Autores y Compositores de Música (Alcam). Junto a Novaes estuvo el chileno Alejandro Guarello, presidente de Alcam. Ambos dieron una charla en la Asociación General de Autores del Uruguay (Agadu), donde expusieron las desigualdades en la industria de la música desde los tiempos de Napster hasta el actual reparto de ingresos por vía digital.
A casi 20 años de aquel big bang discográfico, hoy la música se convirtió en un producto al alcance de cualquiera. Y los servicios de streaming como Apple Music, YouTube, Deezer o Spotify, su principal plataforma para ganar dinero. “La industria musical actual está tratando a los creadores como mercancía. La música está vendiéndose de esa manera. Sony, Universal y Warner concentran todo el sistema. Estas alianzas están poniendo el ojo en los nuevos sistemas de música. Spotify distribuye sus ganancias de una forma bastante particular: el 97% es para los sellos discográficos y solo el 3% para los creadores. ¿Por qué? Spotify no es solo de los señores suecos que lo inventaron. Las tres grandes multinacionales también son propietarias”. Las palabras de Guarello se fundamentan en una investigación del economista canadiense Pierre-É. Lalonde, que arroja datos concretos sobre el negocio del streaming, algo que los músicos y autores consideran una amenaza.
Para los creadores, las plataformas de música digital infravaloran la labor de los titulares de derechos, que deberían recibir al menos el 80% de los ingresos generados por estos servicios. Además, los servicios de música digital “se basan en una cadena de valor abusiva que (…) ha desembocado en el trato preferente a los grandes sellos discográficos a costa de los creadores e intérpretes”. Mientras los productores están ganando cada vez más, los autores están ganando cada vez menos. “Debe haber un comercio justo o no hay ningún otro camino para que los creadores puedan seguir escribiendo”, advierte Novaes.
El negocio de las discográficas históricamente se basó en la venta física. Con el CD sumido en el olvido, las plataformas digitales son la tendencia. Sin embargo, para la gran mayoría de los músicos locales las ganancias son mínimas y por eso tratan de buscar otras formas de recibir mejores regalías. Diego Drexler, uno de los participantes del evento como secretario general de Alcam, resume el problema de la mayoría de artistas en Uruguay. “Hoy en día, casi todos nos hemos transformado en artistas independientes. Hacemos nuestros discos y tenemos los masters. Después, vamos y negociamos con un sello si lo distribuye. Por lo general, nos olvidamos del entorno digital. Sin embargo, a través de un agregador musical, si se hacen las cosas bien, se puede llegar a obtener hasta el 88% de las regalías. Es por eso que al socio de Agadu, que es independiente, se le da la posibilidad de subir sus discos a estas plataformas digitales y tener ese tipo de beneficios, antes de decir ‘bueno, ningún sello me quiere editar, lo subo a YouTube para que lo escuchen’”.
Hay un público nuevo que consume cada día más música online, pero ese fenómeno no se traslada a una retribución justa para creadores y productores. “Las tres grandes multinacionales —dice Guarello— son conscientes de ser injustas. No lo dicen públicamente, claro. Está en ellos cambiar. ¿Ustedes creen que cambiarán?”. “Nooo...”, contestaron los autores y compositores reunidos.