En un foro que tuvo a Lacalle Pou como protagonista, Uruguay se opuso a que haya cambios institucionales en la Celac

Federico Castillo, enviado a Buenos Aires 

Las salas de prensa en los grandes hoteles durante las cumbres de jefes de Estado funcionan más o menos así: muchos periodistas dispersos y ruidosos, varios con la cabeza enterrada en sus celulares o en sus computadoras, otros tomando café, conversando, yendo y viniendo, intercambiando datos, matando el tiempo, esquivando el tedio. Hasta que de repente algunos de los dirigentes políticos de mayor o menor relevancia que están del otro lado de las cintas que cortan el paso, del lado donde las cosas están ocurriendo, se atreven a traspasar hacia la zona de guerra. Y ahí el cardumen. La manada en acción. La marabunta voraz de cámaras y micrófonos que se atropellan para conseguir una declaración, una palabra, algo. Son pocos los gobernadores o funcionarios que deciden cruzar la frontera y someterse voluntariamente a ese caos donde los periodistas gritan las preguntas en distintos idiomas al mismo tiempo. En la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que se llevó adelante el martes 24 en Buenos Aires, el presidente Luis Lacalle Pou fue el único de los 33 jefes de Estado que lo hizo. Y entonces el caos, que luego se resolvió en una conferencia de prensa algo más ordenada y formal.

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