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    Fantasía, creatividad y ausencias en tiempos de guerra

    El conflicto entre Rusia y Ucrania marcó la Feria del Libro Infantil de Bolonia, la más importante del mundo en ese sector del mercado editorial

    Con su séquito de unicornios, ogros, hadas y otros seres inclasificables urgidos por salvar el pellejo o el planeta, flanqueada por castillos y dinosaurios que emergen de entre las páginas, la Feria del Libro Infantil de Bolonia (BCBF, por sus siglas en inglés) es también un extraño ser, un híbrido con una mitad de fantasía y ensoñación, y otra mitad corpórea poblada de ojos bien abiertos, siempre atentos a los negocios, la venta de derechos y el marketing.

    La 59a edición de la BCBF acaba de ocurrir entre el 21 y el 24 de marzo. Estuvo marcada por la pandemia en retroceso y una nueva guerra en avance: dos amenazas que no son juegos de niños.

    Después de dos años, el evento más importante del mundo en lo que se refiere a libros infantiles volvió a ser un encuentro real de conversaciones cara a cara, ilustraciones pegadas en las paredes y páginas con aroma a tinta fresca. Una vez más, el libro de papel mostró su poderío, como los héroes de las fábulas que lo habitan. Y si algo quedó claro en esos cuatro días es que los cuentos infantiles piden pasar de mano en mano, incluso a riesgo de recibir algún ataque de dedos con chocolate.

    En la BCBF las tapas duras y brillantes ganan por goleada, pero más allá de este predominio del cartón grueso impresiona la oferta de todo tipo y color. Imposible no maravillarse con la variedad de formas, texturas y la inventiva de los creadores para dotar de un poder camaleónico a este objeto que sigue siendo siempre el mismo: un libro de papel.

    No obstante, las alegrías de los reencuentros y la materialidad, la BCBF no fue igual a dos años atrás. Las restricciones que aún persisten por la pandemia (por ejemplo, el uso de máscaras FFP2 durante las largas jornadas) y la guerra entre Rusia y Ucrania pautaron los discursos, las cifras de visitantes y hasta la geografía del recinto. El regreso colmó las expectativas de los organizadores, aunque la página oficial de la BCBF reportó un 25% menos de visitantes en comparación con 2019, último año de feria presencial. Participaron esta vez 1.070 expositores de 90 países, se recibieron 21.432 visitas reales, hubo más de 250 eventos en vivo, entre conferencias y premiaciones, y unos 300 periodistas hicieron la cobertura informativa. Como contrapartida a la baja de visitas reales, las virtuales aumentaron a 2 millones, el doble con respecto a la referencia ineludible de 2019. Aún en baja, las cifras impresionan.

    Lo importante es destacar

    Un corredor de paredes tapizadas de ilustraciones, tarjetas personales, postales y hasta hojas de cuaderno dibujadas a lápiz precede los cuatro pabellones de libros. Captar la atención de agentes y editores es un desafío que emprenden miles de artistas cada año: algunos ya están consagrados o han sido seleccionados por los premios que otorga la BCBF; otros, en cambio, vienen desde el llano y recurren a las carteleras de uso libre para mostrar su arte en esta enredada selva creativa. Las ilustraciones llaman desde la distancia en feroz competencia por atraer la mirada de personas que pasan presurosas y consultan el reloj a menudo (como el conejo de Alicia en el país de las maravillas) para no retrasarse en la próxima cita de negocios. En la BCBF prácticamente no hay niños, son los adultos quienes transitan y definen —tal vez— qué libros leerán los más chicos en los próximos meses, a la hora de irse a dormir.

    Con el café cerca, los agentes literarios conceden citas de 15 minutos o media hora, depende del cliente. Son cientos, tal vez miles. Cada agente regentea una mesa de algo más de un metro cuadrado. En ese tiempo y espacio reducidos se decide el destino de un libro o un proyecto. Mientras se despliega el material libresco sobre la mesa para mostrar sus virtudes, unos y otros esperan un destello de la varita mágica que convierta el manojo de páginas en un best seller infantil, en el nuevo Harry Potter que hará saltar las cajas registradoras, cosa que en general no sucede.

    La guerra impuso sus condiciones

    Si de algo se habló en Bolonia fue de los niños que en ese mismo momento no podían leer un cuento y de las niñas de Afganistán sin derecho a la educación. Casi no hubo discurso ni conferencia que no aludiera a la guerra y los conflictos del planeta.

    Vladímir Putin dio luz verde a la invasión de tropas en Ucrania a menos de un mes del inicio de la BCBF. Para entonces, la mayoría de los estands se había comprometido y la agenda de conferencias estaba en proceso. Aun así y pese a la premura, la BCBF prohibió la presencia de representantes oficiales de Rusia y de editores vinculados al gobierno de Putin.

    La guerra metió su cuña de irracionalidad en la feria. Ya fuera por la ausencia del “estand país” de Rusia o por la autocensura de las editoriales, los creadores rusos (aunque nada tuvieran que ver con el conflicto) ocuparon menos espacio en los estantes. Imposible no recordar a Alexander Pushkin (1799-1837), defensor de la justicia social, revolucionario y precursor de la literatura rusa moderna. Creó un universo de personajes infantiles entre los que destacan un pez de oro, el gallito justiciero, héroes convertidos en insectos, princesas en apuros, reinas malas y príncipes de buen ver. Curiosamente, estuvo a punto de ser deportado a Siberia, pero gracias a sus influencias logró un destino más amable y fue a parar a lo que hoy es Dnipró, en Ucrania.

    Mural contra la guerra. Foto: BCBF

    En la otra cara de la moneda, los ucranianos, aunque visibles en los estantes, tampoco pudieron asistir a la BCBF por estar ocupados en su sobrevivencia. Según una nota de prensa de El País de Madrid algunos escritores ucranianos estaban en el frente de batalla con las armas en la mano mientras se desarrollaba la feria.

    La BCBF apoyó a Ucrania de muchas maneras. Para empezar, el estand de ese país se convirtió en un punto simbólico, un espacio vacío con frases escritas en las paredes: “#StandWithUkraine”, “Do not keep silent” o “Stop Russian Aggression”. Sobre las mesas desnudas, decenas de folletos ofrecían traducciones de libros desde el ucraniano, pedían donaciones o instaban a consultar el catálogo de las editoriales del país.

    Los datos proporcionados por el gobierno de Ucrania aseguran que más de un centenar de niños han muerto durante la invasión. La escritora Masha Serdiuk y la ilustradora Tetiana Laiuzhna, ambas ucranianas, seleccionaron 13 historias de los que ya no están y convirtieron los trágicos relatos en un libro impreso a la carrera. The War: The Children Who Will Never Get to Read Books estuvo a disposición del público (solo unos pocos ejemplares) con el propósito de sensibilizar e impulsar ayudas. Si bien el estand de Ucrania permaneció vacío, hubo una muestra justo en el pasillo de acceso al recinto ferial en la que se expusieron ilustraciones y libros infantiles ucranianos.

    El cómic gana prestigio

    Hace apenas unas décadas los docentes solían desaconsejar la lectura de historietas entre los más chicos. En algunas casas se las llegó a prohibir por considerarlas material de baja calidad literaria. Hoy, la historieta se reivindica, al punto que la BCBF dedicó un espacio exclusivo a la novela gráfica infantil (el Cómics Corner). Si antes se la veía como un enemigo de los buenos hábitos de lectura, ahora el género se expande con el argumento exactamente al revés. En especial, en la franja destinada a niños de entre 6 y 10 años, la historieta se presentó en la BCBF como una puerta de entrada, un material beneficioso para estimular a lectores principiantes. “La tendencia evidente es la explosión del cómic y la novela gráfica infantil. Resulta difícil encontrar un editor que no haya intentado con este lenguaje, desde los históricos del género hasta otros que se aproximan por primera vez, la producción nunca fue tan vivaz y variada”, dice un resumen de lo más destacado de la feria publicado en la página oficial de la BCBF. También, a diferencia de otros tiempos, son las mujeres quienes están detrás de los nuevos vientos del cómic, ya sea como ilustradoras, autoras, editoras o protagonistas de las tiras.

    En cambio, no fue novedad que se mantuviera la creciente oferta de libros infantiles vinculados a la educación ambiental, la gran producción del libro álbum con despliegue de ilustración y textos breves y la amplia representación femenina entre los personajes de las historias. Lo distinto en este último ítem es que las niñas y mujeres protagonistas de relatos ya no deben demostrar sus capacidades extraordinarias. Las heroínas modernas se permiten ser graciosas, desplegar poderes mágicos y hasta pelear en clase. De la niña rebelde a simplemente niña, sin adjetivos, ese parece ser el proceso de transformación de la figura femenina en los cuentos.

    En los últimos dos años hubo un crecimiento de títulos referidos al cambio climático, y esta edición de la BCBF lo confirmó. El matiz viene por el lado del rol que los humanos desempeñan en la Tierra; los libros más recientes estimulan a pensarse como parte de una vasta e intrincada red, aprender de los animales, prestar atención a los alimentos que se llevan a la mesa e incluso considerar los derechos civiles de las plantas.

    La feria ha terminado. Ya fuera del recinto de la BCBF, lejos de sus miles de libros destellantes, permanecen dos efectos antagónicos. Por un lado, la euforia por leer y ver más y más, la constante excitación por descubrir relatos e imágenes del mundo entero, de otras culturas, la alegría de sorprenderse una y otra vez con ilustraciones que saltan de las páginas y se diluyen en el aire. ¿Será posible superar tanta creatividad? Por otro, como todo lo que se ofrece en demasía, una sensación de empacho asoma y deja entrever la nostalgia de hojear un libro con calma, de saborear, leer y releer unas pocas historias bien contadas e ilustradas.

    • Recuadros de la nota

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