En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
La actriz francesa Adèle Haenel, protagonista del drama histórico Retrato de una mujer en llamas, anunció que abandona la industria del cine. “Ya no hago películas”, dijo recientemente en una entrevista publicada por la revista alemana FAQ. “Por razones políticas. Porque la industria cinematográfica es absolutamente reaccionaria, racista y patriarcal. Nos equivocamos al creer que los poderosos tienen buena voluntad, que el mundo se está moviendo en la dirección correcta bajo su buena y, a veces, torpe gestión. No es así”.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Dos años atrás, en febrero de 2020, cuando Retrato de una mujer en llamas competía por nueve premios César, Haenel protagonizó otro momento en el que dejó en claro no solo su postura sobre la industria cinematográfica de Francia, sino también sobre un director que ha encontrado en ella un refugio de su pasado: Roman Polanski.
El cineasta de origen franco-polaco, encontrado culpable de violar a una menor de 13 años en 1977 y quien hasta el día de hoy enfrenta otras acusaciones de abuso sexual, resultó uno de los ganadores de aquella ceremonia en la que Haenel estuvo presente. Con su última película, J’accuse (Yo acuso), Polanski, quien no participó físicamente de los premios César debido al resurgimiento de múltiples protestas públicas en su contra, se llevó el reconocimiento a Mejor director. En ese momento, Haenel abandonó la premiación al grito de “¡Qué vergüenza!”. La película de Polanski también recibió los galardones a Mejor guion adaptado y Mejor vestuario.
Haenel no ha sido la única artista dentro del ámbito del cine que ha demostrado su rechazo público a la figura de Polanski y a su última película, una coproducción entre Francia e Italia. Durante el Festival Internacional de Cine de Venecia de 2019, la directora argentina Lucrecia Martel, quien presidió el jurado de aquel certamen, decidió no participar de una gala celebratoria de J’accuse. En esa edición de la Mostra, la película se llevó el Gran Premio del Jurado y el Premio Fipresci, otorgado por la Federación Internacional de Críticos de Cine. “Yo no voy a acudir a la gala del señor Polanski porque represento a muchas mujeres, y no querría ponerme de pie y aplaudir. Pero es un diálogo que nos debemos y este es el lugar adecuado”, dijo, en su momento, Martel.
La conversación a la que se refirió Martel, aquella hoy tan repetida que propone la separación (o no) entre el arte y el artista, no ha abandonado a la obra del controversial director desde su lanzamiento en el festival italiano. A través de su recorrido por más de 30 países desde 2019 —Estados Unidos no se encuentra entre ellos, por supuesto—, la última película de Polanski sacudió la industria cultural debido a un relato imposible de distanciar de la vida, y prontuario, de su narrador. En Uruguay, J’accuse se encuentra disponible desde el jueves 19 en las salas de los complejos Life Cinemas Alfabeta y Life Cinemas 21.
“Todos los personajes y acontecimientos en esta película son reales”, advierte el texto introductorio que indica, en mayúsculas, la aproximación opuesta a Hollywood que el cineasta tendrá de esta historia, considerada como uno de los mayores escándalos judiciales en la historia de Francia.
J’accuse comienza así: es el 5 de enero de 1895 y un cielo vespertino está completamente nublado. La tormenta aún no ha llegado. Una plaza pública enorme parece esconder, entre ella y los lujosos edificios que la rodean, numerosos pelotones de soldados cuyas posiciones y vestimentas hacen que casi se camuflen con las paredes del entorno. Las únicas pistas que delatan la posición del ejército son los detalles rojos de sus uniformes azul oscuro. Ante la mirada de cientos de transeúntes atiborrados sobre unas rejas, la milicia comienza con uno de sus tantos rituales sincronizados. Acusado de filtrar secretos militares al imperio alemán, el capitán Alfred Dreyfus, interpretado por el actor y director francés Louis Garrel, es despojado de los botones de su uniforme y su sable es quebrado frente a su cara y arrojado al piso. Ha sido degradado y convertido, oficialmente, en un traidor. “¡Soldados!”, vocifera el acusado, intentando superar sus nervios. “¡Se degrada a un hombre inocente! ¡Se deshonra a un inocente! ¡Viva Francia!”, continúa. El pueblo, del otro lado de la reja, responde con odio. “¡Muerte al traidor! ¡Muerte a los judíos!”.
El caso Dreyfus, la base narrativa de J’accuse, estableció la condena mediante pruebas adulteradas de Alfred Dreyfus, quien fue despojado de su condición de militar y encarcelado en la isla del Diablo, una parte de las colonias francesas en el Caribe, donde sus captores fueron instruidos para no entablar diálogo alguno con el recluso. El hecho reveló una conspiración que implicó a altos mandos del Ejército y que hoy se considera un caso de antisemitismo perpetuado por el Estado francés. El involucramiento posterior del escritor e intelectual Émile Zola, quien escribió una carta abierta dirigida al presidente de esa República y que fue impresa en la primera página del diario L’Aurore bajo el título Yo acuso, expuso las irregularidades del procesamiento judicial de Dreyfus y significó, a su vez, un mojón para el periodismo moderno. Para arribar a ello, sin embargo, Polanski establece un rumbo anclado en la intriga.
Desde el momento posterior a que el Dreyfus interpretado por Garrell es condenado en el vergonzoso acto público, J’accuse revela a su verdadero protagonista: el coronel Georges Picquart, personificado por Jean Dujardin, célebre por su papel en El artista. Tras testificar en el proceso que condenó por traición a Dreyfus, quien fue su exalumno en la escuela militar, Picquart es nombrado jefe de la sección de contrainteligencia del Ejército, donde descubre dos hechos colosales. Los alemanes continúan recibiendo información secreta del Ejército francés y las pruebas utilizadas para condenar a Dreyfus son falsas.
Más que narrar la salvación y redención de sus dos personajes principales, Polanski construye con solvencia un drama de época con todos los rasgos de un suspenso político y de espionaje apoyado en un diseño de producción de altura que propone escenarios despampanantes que son contrarrestados por caracterizaciones despojadas de sentimentalismo. Mientras Dreyfus espera por su libertad, Picquart, quien desde su primer diálogo es presentado como un personaje con sentimientos antisemitas, emprende una cruzada por la búsqueda del verdadero traidor dentro del Ejército francés, así como una absolución para su exalumno.
El mundo militar aquí presente se revela, a fin de cuentas, como cualquier otro conflicto puramente masculino: una lucha donde la concepción del honor y los egos frágiles son indistinguibles entre sí debido a tensiones latentes de una esfera política venenosa e incapaz de reconocer el daño que provoca entre sus integrantes.
Polanski se toma su tiempo con escenas que no se rinden ante el apuro más presente en el cine estadounidense y logra que el relato se construya con una cierta ambivalencia doble en la que la monotonía de la investigación de Picquart se vuelve una experiencia absorbente. Es una película de una escala impresionante, su primera escena así lo remarca, pero que se somete a una claustrofobia reiterada por su uso de interiores, donde los personajes entran y salen con objetivos claros, aunque también con dobles intenciones, y en donde la cámara intenta reparar en los detalles más pequeños. Cartas hechas pedazos o una lupa que revela los rasgos de una caligrafía son objetos que el director resalta para seguir con atención el proceso detectivesco del coronel. El montaje, que abarca casi una década, encuentra un recurso muy inspirado con el fundido entre una escena que se derrite en otra, una señal sobre el peso que el pasado tendrá para definir el futuro de Dreyfus.
En una entrevista posterior a su regreso del Festival de Venecia, Martel volvió a referirse a la película de Polanski, esta vez omitiendo un juicio de valor. La directora reconocía que J’accuse es una película “hecha con mucha maestría” (y lo es) y opinó que Polanski “es una persona que sabe que cometió una falta muy grave y trata al final de su vida de armarse un final perfecto”. Eso, según la directora, es “tristísimo” de ver. No se equivoca. Es difícil mirar J’accuse sin pensar en cuánto de Dreyfus el propio Polanski se ve reflejado. En declaraciones públicas al respecto, el cineasta tampoco se ha ocupado de derribar esta idea.
No quiere decir, de todas formas, que esa experiencia suceda en todo espectador, dado que el resultado final tiene el atractivo suficiente para afirmar que el director, a su edad (88 años), es capaz de generar una producción muy nutrida en lo narrativo y en lo audiovisual, con planos que establecen en múltiples formas las ínfulas del poder y la fragilidad de una estructura que comenzaría a revelar sus peores fallas ante una comunidad históricamente acechada. No se trata de una película que ayude de ninguna manera a pensar diferente sobre el artista, más allá de reafirmar su talento. Como maestro del cine del siglo XX, que aún continúa prófugo de la Justicia, Polanski está condenado a una sola clase de sentencia: ser preso de su pasado. Y de eso, no hay escapatoria.