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    Hace 50 años, Uruguay decretó feriado nacional para recibir a Charles De Gaulle, que quiso competir con la hegemonía estadounidense

    El rochense Domingo López Delgado esperaba su turno en el Club Uruguay para recibir una medalla de manos del general Charles de Gaulle por haber combatido por Francia en la II Guerra Mundial.

    Era el viernes 9 de octubre de 1964. El general había llegado el día anterior a Montevideo en la primera visita oficial de un presidente de su país a Uruguay. No se trataba de la primera vez que López Delgado iba a recibir un reconocimiento en público ni que veía al general, pero aun así estaba bastante nervioso.

    Del primer discurso que oyó dicho por De Gaulle, a su llegada a Londres en 1941, no había entendido ni media palabra, pero igualmente se había emocionado al escuchar el himno galo, La Marsellesa.

    Ahora, mientras esperaba saludar al general, su mente se trasladó a aquellos días de junio de 1942, cuando casi murió de sed mientras servía una pieza de artillería, cercado por soldados enemigos en la fortaleza construida en el desierto libio.

    A López y al rosarino Fulvio Zerpa les había tocado tomar parte de una de las batallas más heroicas de la guerra contra el nazismo.

    Ambos, inscriptos como voluntarios, habían sido entrenados en Inglaterra antes de ser enviados al frente africano igual que alrededor de 90 combatientes provenientes de Uruguay. El destino colocó a estos dos voluntarios en Bir Hakeim, un punto de agua abandonado en medio del desierto donde se produjo un encarnizado y crucial combate. Entre el 26 de mayo y el 11 de junio de 1942, la 1ª Brigada francesa libre bajo el mando del general Pierre Kœnig (parte de la Legión Extranjera) resistió los ataques de los ejércitos motorizados italiano y alemán, la Deutsche Afrika Korps, al mando del general Erwin Rommel, conocido como “El zorro del desierto”.

    López y Zerpa, junto a otros miles de soldados franceses, españoles, árabes, judíos y de diversas nacionalidades, habían contribuido a detener la soberbia de Rommel y Hitler. Lo habían hecho en defensa de la Francia Libre, Inglaterra y en definitiva de toda la humanidad.

    Eso era lo que venía a homenajear De Gaulle aquella lluviosa mañana de octubre hace 50 años, en medio de un viaje bastante atípico.

    Un Lincoln para De Gaulle.

    “Gracias por el recibimiento amistoso que en mi persona hacéis a Francia. Vuestro ideal es el nuestro: independencia, libertad, progreso”, fueron las primeras palabras del visitante apenas bajó del avión.

    El presidente blanco del Consejo Nacional de Gobierno, Luis Giannattasio, que según el diario comunista “El Popular” unos años antes había donado un anillo de oro para apoyar al fascista italiano Benito Mussolini, había decretado feriado nacional y dado la orden de recibir a su par francés con esmero. Una Comisión de Damas había ayudado a acondicionar y adornar con flores y banderas la casa presidencial de Suárez y Reyes, donde se alojarían, con cama especial, el jefe de Estado de 1.95 de altura y su esposa. Horas antes de la llegada a Carrasco, había pasado por la Aduana un lujoso Lincoln Continental descapotable, desde el cual el presidente francés saludó luego a los uruguayos desafiando el mal tiempo y posibles atentados durante los traslados que realizó en las 47 horas de visita al país.

    La gira de De Gaulle por América Latina fue una de las más largas que se conozcan (ver recuadro) y tuvo como principal objetivo intentar un reposicionamiento de Francia en un continente con influencia hegemónica de Estados Unidos desde la posguerra.

    La misión, que no pocos catalogaron de megalómana y poco realista, se produjo en un contexto histórico especial. En medio de la llamada Guerra Fría, Francia había sido el primer país de Occidente en reconocer a la China de Mao Tse-tung, al punto que algunos analistas ven en De Gaulle a un adelantado que posibilitó la apertura al mundo de la nación que entonces contaba ya con 600 millones de habitantes.

    En un viaje previo a México —según relató el presidente de la Fundación De Gaulle, Michel Afrol, durante una conferencia el pasado 14 de julio en el Teatro Solís— el general había dado un discurso en castellano en la plaza del Zócalo con una convocatoria popular que los periodistas compararon con la visita del asesinado presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy.

    El presidente francés hizo también otro gesto: devolvió las banderas militares que Napoleón III se había llevado en la guerra que libró contra México.

    La competencia de baja intensidad entre Francia y Estados Unidos impregnó toda la gira. “Francia sí yankees no” se oyó en Bogotá. Pero la carrera de interponer una tercera opción de latinidad “entre la bandera roja y la de las estrellas” parecía perdida aun antes de comenzar. Por otra parte, salvo un acuerdo para la construcción del metro de México, el resto de la gira tuvo un carácter tibio, con un cierto énfasis político y cultural pero poco más. Además, unos cuantos de los países visitados vivían bajo dictaduras, si bien De Gaulle, más preocupado por el concepto de nación que por las ideologías, no tuvo inconveniente en entrevistarse con dictadores como Alfredo Stroessner, en Asunción, o Humberto Castelo Branco, en Brasilia.

    El efecto Cuba.

    Respecto a Estados Unidos, explicó a Búsqueda el profesor del Liceo Francés Florian Herber, De Gaulle mantuvo una postura crítica y se diferenció al salir de Indochina, desarrollar un poderío atómico propio y no seguir todas las pautas militares de la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN), aunque sin llegar al extremo de no apoyar a Washington en momentos clave como la crisis de los misiles soviéticos en Cuba en 1962.

    La visita a Uruguay, junto a la que realizó a Chile, fue la más exitosa en cuanto a respaldo popular, según evaluó entonces la prensa francesa.

    De Gaulle llegó a Montevideo preparado para encontrar un país amigo, en el que Francia tenía mucho peso histórico (el francés era la principal lengua extranjera que se enseñaba en los liceos hasta la década de 1990) pero muy conmocionado desde el punto de vista social debido a reivindicaciones salariales. Además, apenas un mes antes, el gobierno colegiado blanco, con apoyo de consejeros colorados, se había sumado al coro de los países del continente que, presionados por Washington, rompieron relaciones diplomáticas con Cuba y, entre otras cosas, la Policía había reprimido con dureza la despedida del embajador Aldo Rodríguez Camps en Carrasco.

    Sin embargo, aun debajo de paraguas, miles de uruguayos dieron una cálida bienvenida al anciano visitante y no hubo incidentes como en Argentina y Brasil.

    La prensa local reaccionó de manera diversa a la llegada del héroe de la Francia Libre. El vespertino batllista “Acción” dio gran destaque a toda la gira, contó a sus lectores con detalle el pasaje del presidente francés por Uruguay y la región e incluso publicó un suplemento especial.

    “El Popular”, en cambio, publicó un artículo muy crítico escrito por el dirigente comunista francés Jacques Duclos, que definió al visitante como “personero de intereses imperialistas franceses”, editorializó contra “el mito del gaullismo” y concluyó que su visita “solo deja discursos”.

    Soñar.

    Los efectos de la revolución cubana, con la que De Gaulle mantenía lazos, ya se hacían notar también en Uruguay. En los días previos a la llegada de De Gaulle, dos universitarios —Jorge Manera y Julio Marenales— habían sido detenidos por el asalto a un banco y la Policía tenía pistas de que no se trataba de delincuentes “comunes” sino el embrión de lo que luego se llamó MLN-Tupamaros.

    Durante una conferencia que ofreció ayer miércoles 23 en la Alianza Francesa de Montevideo, el profesor Herber analizó el proyecto del ex presidente.

    “Una vez acabada la Guerra de Argelia (1954-1962) De Gaulle se sintió mucho más libre para proseguir su gran proyecto: devolver a Francia su independencia nacional y su grandeza, volver a dar a Francia un estatuto de potencia tan grande como inspiradora para el mundo. Este proyecto —explicó— podía parecer completamente irrealista. (…) Francia no podía competir con sus recursos humanos, económicos, financieros mucho más limitados ni con su ejército, un enano en comparación con los arsenales estadounidenses y soviéticos”.

    Herber señaló que, sin embargo, De Gaulle, en la década de 1960, y especialmente después de 1962, multiplicó las iniciativas llenas de audacia, los discursos y los viajes para alcanzar su objetivo.

    El conferencista, que definió a De Gaulle como el hombre que modernizó a Francia en el siglo XX, intentó también extraer algunas conclusiones del viaje de medio siglo atrás vigentes hoy: “Una de las cosas a rescatar es el valor de la diversidad y de la palabra en un mundo en el cual el lenguaje de los políticos es de bajo nivel y los países se rigen antes que nada por criterios de negocios. De Gaulle —opinó el académico— quiso dotar a Francia de objetivos altos, para hacerla soñar”.