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Según la definición de la Real Academia Española, la primera acepción de extrapolar es “aplicar a un ámbito determinado conclusiones obtenidas en otro”. Es precisamente en ese sentido que funciona la miniserie Mundos alienígenas, estrenada hace algunas semanas por Netflix. De hecho, el resumen que propone la plataforma en el sitio de la miniserie se parece bastante a esa idea: “Aplicando las leyes de la Tierra al resto de la galaxia, esta serie fusiona realidad y ficción para imaginar la vida alienígena en otros planetas”.
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Pese a que suele confundírsela con la ciencia ficción, la divulgación científica sobre temas astronómicos o, como en este caso, sobre la posibilidad de vida en otros planetas, no es exactamente lo mismo. Lo que propone la ciencia ficción es una trama ficticia basada o derivada de ciertos aspectos o conceptos relacionados con la ciencia. Por supuesto, tras cien años de historia como género, la ciencia ficción es muchísimo más que eso y ha terminado por incluir desde la llamada ciencia ficción dura de Arthur C. Clarke en Las fuentes del paraíso, donde describe el emplazamiento científicamente más viable para una especie de ascensor al espacio exterior, hasta los paisajes interiores delirantes de Brian Aldiss o J. G. Ballard, pasando por el ciberpunk de William Gibson o la poesía en prosa de Ray Bradbury. Es decir, desde descripciones centradas en las ciencias duras hasta textos en los que la ciencia (o el futuro, que no es lo mismo) es o puede ser apenas una nota al margen.
Lo que separa Mundos alienígenas de la ciencia ficción de cualquier clase es que, pese a que especula, nunca se aparta demasiado de la base científica de la que parte. Lo que hace es, precisamente, extrapolar a partir de los datos disponibles y ofrecer una visión de esos mundos posibles. Y si bien tiene momentos claramente artísticos, nunca se aleja demasiado del sitio en donde la plantan los datos duros. El balance de la serie es justamente sostener la divulgación como centro. Para eso, antes de mostrar el resultado de esa extrapolación, que bordea la especulación pura, debe contarnos de manera bastante exacta cuál es su punto de partida científico, cuáles son los elementos realistas de los que se parte para luego dejar volar la imaginación. Es decir, cómo logra sostenerse en la evidencia disponible y no ser pura ficción narrativa. Cómo logra ser siempre un documental de divulgación y no ciencia ficción, a pesar de sus “desbordes” artísticos.
En el primero de los cuatro capítulos que la componen, se explica cómo los exoplanetas, es decir, planetas ajenos al sistema solar, pueden ser ese lugar idóneo donde también se puede haber desarrollado la vida. Para ello el programa entrevista al astrofísico suizo Didier Queiroz, descubridor del primer planeta ajeno al sistema solar, quien explica cuáles fueron las herramientas que se usaron para detectarlo. La serie arranca así con un argumento sólido que pronto se vuelve interdisciplinario cuando lo explicado por Queiroz se cruza con un puñado de conceptos científicos que funcionan en varios niveles: por ejemplo, al partir de la idea de que en todos esos planetas exista, como en la Tierra, una vida basada en el carbono. Y luego, a partir de esa idea, imaginar cómo sería la vida en esos mundos ajenos, extrapolando el patrón que esta ha seguido de acuerdo a las leyes físicas que imperan en la Tierra.
Así, en el exoplaneta Atlas, el primero que es mostrado en la serie, la gravedad es más intensa que en nuestro mundo y eso hace que su atmósfera sea densa, propicia para la evolución de especies aéreas. Las semillas flotan por millones en la atmósfera del planeta, alimentando a herbívoros de gran tamaño, quienes a su vez son depredados por otros animales que usan gases para elevarse y luego atacar tal como lo hacen las aves de rapiña en la Tierra.
Cada uno de los planetas descritos tiene una particularidad que permite a los creadores jugar en los límites de la ciencia y la especulación: el segundo de ellos es Janus, que siempre presenta la misma cara al sol, forzando a las especies a una capacidad de adaptación extrema entre el calor y el frío constantes, debiendo adaptarse también a un tercer ecosistema que se desarrolla en la zona de penumbra. Luego sigue Edén, un planeta que siempre recibe luz y energía de un sistema de estrellas doble, lo que hace de él un lugar más que propicio para la vida. En ese capítulo resuena especialmente la voz del ecologista Thomas Crowther, especialista de Naciones Unidas en bosques.
El último planeta que muestra la serie es Terra, hogar de una especie inteligente, superavanzada (tanto su estrella como el planeta son el doble de antiguos que nuestra Tierra y su Sol), que debe trasladarse en masa a otro planeta porque el suyo está a punto de ser devorado por su decadente gigante roja. Aquí destaca la charla con el astrobiólogo Doug Vakoch, quien se extiende sobre la posibilidad de comunicarse con otras especies inteligentes.
Es verdad, la serie no siempre ofrece argumentos contundentes sobre los carnívoros de Janus, por qué tienen cinco patas y no seis o 10. O la razón, recurriendo a un tópico viejísimo de la ciencia ficción más clásica, por la que los seres superinteligentes de Terra decidieron abandonar sus cuerpos y vivir para siempre dentro de una pecera individual, puro intelecto nutrido por incontables robots que operan a su servicio y que los apilan en gigantescos invernaderos.
En todo caso, lo cierto es que incluso en esos casos de “baratura” en la solución es posible ver más lógica que capricho: ninguno de los seres mostrados en esos planetas parece obra de la arbitrariedad de la ficción, sino resultado de una proyección de los factores que generaron esas formas de vida en la Tierra. Ciencia dura otra vez. Capítulo aparte es el diseño de esos mundos y sus seres, un auténtico goce estético para los fans de la animación digital y que, aun si no existiera la sólida base científica como respaldo, justificarían por sí solos ver la serie.
Producida en el Reino Unido, narrada por la actriz británica Sophie Okonedo, Mundos alienígenas es una buena puerta de entrada a la ciencia y la especulación científica sobre las posibilidades de vida en otros mundos, bien diseñada, bien narrada, con sólidas bases de divulgación y especialmente atractiva para un público no especializado. Son solo cuatro capítulos de 40 minutos cada uno, que valen y mucho la pena.