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    Heloísa, Chalaloco, Cheché, La cebolla y otras historias a 33 RPM

    Casi 30 años después, los dos nombres más importantes de la música popular uruguaya vuelven a girar a 33 revoluciones por minuto: Jaime Roos y Rubén Rada son los protagonistas de cinco nuevas ediciones en vinilo, el género que volvió desde sus cenizas para darle una inesperada transfusión de dólares a la industria discográfica, un fenómeno que, de a poco, ha comenzado a replicarse también en Uruguay.

    Casi sobre el filo de la Navidad, los sellos Bizarro y Little Butterfly Records enviaron a las disquerías locales tres reediciones de Jaime Roos y dos que tienen a Rubén Rada como protagonista. Bizarro editó dos piedras fundamentales de la obra de Roos: Siempre son las cuatro (1982) y Mediocampo (1984), ambas placas a cargo originalmente de Orfeo. Casi en simultáneo Little Butterfly publicó Descarga, el segundo disco de Tótem, publicado en 1972 por Discos de la Planta, y los registros de dos reuniones emblemáticas de los 80: Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón, firmado a dúo en 1986 entre Jaime Roos y Estela Magnone, y Botija de mi país, el disco a dúo que grabaron Rada y Eduardo Mateo entre 1985 y 1986 y que editó Sondor en 1987.

    El último estreno en vinilo de uno de estos dos músicos fue Cuando juega Uruguay, de Roos, en 1992. Un año antes, Jaime había sido el primero en publicar en CD, con Seleccionado, una de sus primeras recopilaciones. Desde entonces editó todos sus trabajos en CD, y en los últimos cinco años concretó a través de Bizarro la serie Obra completa, que consta de 20 compactos, que se acaba de cerrar con los últimos tres (ver recuadro). La obra de Rada estaba en aquellos años dispersa entre Uruguay, Argentina y México. De hecho, este disco grabado a dúo con Mateo entre la primavera de 1985 y el otoño siguiente fue el último de Rada que se pudo oír en un tocadiscos. Hasta ahora.

    Estas cinco nuevas placas cuentan con un minucioso trabajo de remasterización en alta resolución desde las cintas originales y de reproducción minuciosa de la gráfica original de cada fonograma. Los diseños de portada, contraportada, afiches y librillos interiores fueron copiados de los vinilos de aquel tiempo. En el caso de los tres discos de Jaime, había trabajo adelantado pocos años atrás, para la serie Obra completa. Si bien pertenecen a sellos distintos, las cinco nuevas placas tienen en común el trabajo de arqueología sonora de Mauro Correa, director de Little Butterfly, quien además de las tres obras a cargo de su sello se encargó de la logística de los dos trabajos de Bizarro. Las esferas de plástico negras fueron impresas en una fábrica situada en República Checa, con la que LBR trabaja desde hace más de cinco años.

    “Nunca me hubiera imaginado en los años 80 que en 2020 se iban a publicar vinilos míos que sonaran mejor que los originales, con la presentación gráfica impresa en una calidad notoriamente superior a la anterior, y además con la distribución internacional que nunca tuve”, afirmó Roos en el comunicado promocional enviado por Bizarro. La distribución de sus tres vinilos es del sello holandés Rush Hour, cuyo interés en la discografía de Jaime surgió tras distribuir en Europa el disco América invertida, una selección de temas uruguayos de los 80 publicada en España y Uruguay por LBR y el sello español Vampi Soul en 2019. Uno de esos temas es Tras tus ojos, presente en Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón. Tirando de la madeja, los holandeses se interesaron primero por el disco completo y después por los otros dos para difundirlos en todo el viejo continente. Buen oído el de estos holandeses.

    De Ámsterdam a Montevideo

    Siempre son las cuatro y Mediocampo, ambos publicados originalmente por el sello Orfeo, cuyo catálogo es propiedad de Bizarro, contienen los aceites esenciales de la obra jaimeroosiana y son, para muchos, sus dos grandes obras maestras. El primero, producido en 1982, es el primer disco de Jaime enteramente grabado en Uruguay. Apenas retornó de su estadía de seis años en Francia y Holanda, a sus 28 años, el músico reclutó a los ingenieros de sonido Darío Ribeiro y Luis Restuccia y se internó en el estudio Gente de Jingles con una verdadera selección de los mejores instrumentistas del momento, como Gustavo Etchenique (batería), Andrés Recagno (bajo), Jorge Galemire (guitarra eléctrica) y Carlos Boca Ferreira (percusión). En sus años de diáspora, Roos se había convertido en un músico de culto en Montevideo. Sus tres primeros discos circulaban entre entendidos y ya había llamado la atención su particular mirada, que condensaba la tradición ciudadana rioplatense con una nítida impronta beatle, presente especialmente en el culto a la melodía y a la refinación armónica. Así, dieron el ok para grabar algún pasaje del disco protagonistas de la música nacional de ese entonces como Urbano Moraes, Jorge Lazaroff, Luis Firpo, Mariana Ingold, Estela Magnone y Mayra Hugo (las tres integrantes de Travesía), Gastón Contenti, Andrés Bedó, Gonzalo Moreira, Raúl Medina, Carlos da Silveira, Bernardo Aguerre y Gustavo Ripa.

    Estas nueve canciones, compuestas mayoritariamente en Ámsterdam, están empapadas de bohemia. De hecho, Roos ha contado que el título del disco remite a una anécdota de camaradería según la cual su vida en ese tiempo era una continua madrugada. Junto a las letras y créditos está impresa una leyenda que Jaime vio escrita en un baño de un bar holandés: To be is to do. Shakespeare. To do is to be. Sartre. Do be do be do. Sinatra.

    Siempre son las cuatro es también un disco profundamente uruguayo que contiene candombe (Hermano te estoy hablando, Parece), milongón (La sirena, con fuerte impronta psicodélica), candombe beat (Historias tristes), chamarrita (Chalaloco, de gran influencia piazzolliana) y murga canción (Adiós juventud, el primer gran éxito de la carrera de Jaime, con la murga Falta y Resto en pleno, que llevó al trabajo a recibir en pocos meses el Disco de Oro).

    Esta joyita fonográfica contiene una muestra del mejor pop de Jaime Roos como es Nadie me dijo nada, una de las canciones más extrañas, inquietantes e incluso angustiantes de la música uruguaya, como Desde aquí se ve, y una hermosa balada como Quince abriles, que se convierte en un rabioso rock and roll y hace gala del gran letrista que siempre ha sido Roos: Apareciste entre la gente. / Los labios rojo sangre te hacían juego con el vestido marfil. / Hablamos de tus quince años, / del vals interminable / y del paseo del 19 de abril. / Y poco a poco comprendía que no estabas mirándome a mí. / Y poco a poco comprendía que Los Beatles no hablaban de ti.

    El nuevo vinilo viene con el mismo póster que traía el original, un collage de gran tamaño confeccionado por Jorge Nasser (el diseño gráfico fue uno de sus primeros oficios) con fotos del joven Roos en sus años europeos y de algunos de sus ídolos, como Los Beatles, Eduardo Mateo, los hermanos Fattoruso y el Sabalero. Las tres placas tienen notas en contratapa del periodista y crítico musical Andrés Torrón, en los últimos tiempos convertido en cronista oficial de Jaime Roos. “La oscuridad de la mayor parte de las canciones, el tono desencantado e irónico de sus letras y el lenguaje utilizado son parte de un universo creativo único, pero a la vez intransferiblemente uruguayo. (…) En Siempre son las cuatro Jaime Roos ahondó en su manera única de entender la música desde este lado del mundo, manejando dosis muy personales de cosmopolitismo y localismo, creando una nueva manera de entender nuestra realidad”.

    Nuevamente compuesto en Holanda (debido a un nuevo y último exilio, “sugerido” por el gobierno militar), nuevamente con la dupla Ribeiro-Restuccia en las perillas y nuevamente con nueve temas, Mediocampo fue grabado y publicado en 1984, ya con Jaime definitivamente radicado en Uruguay. Ese retrato de Mario Marotta con la camiseta número cinco de Fénix en la cancha del Centenario —la portada más icónica de su discografía— simboliza tanto su resurgir personal luego de varios años de vida errante como el renacimiento del país tras la dictadura, ya en sus últimos estertores cuando el disco vio la luz.

    Basado en su voz y fraseo realmente insulares —por lo general primero incomprendidos, luego valorados y admirados— y con su popularidad en franco ascenso, Mediocampo consagró a Roos por sus contribuciones originales a la canción uruguaya y aportó varios clásicos a un repertorio que ya estaba estéticamente despegado en la escena local, y comenzaba a llamar la atención en la vecina orilla. Mediocampo contiene algunas de las canciones más importantes de su obra, como Durazno y Convención, Tal vez Cheché (lo más parecido al frenesí del rock and roll que ha dado el candombe) y Los futuros murguistas, con líneas que son puro punk, dignas de los Sex Pistols: Hay tradiciones que están más muertas que un faraón / ¿Quién baila el pericón? / ¿Quien pide que le den la comunión?

    Además, aparecen tres temas que fusionan raíces locales con los estándares globales del pop, que le dan a esta obra una notable modernidad: Victoria Abaracón, Luces en el calabró y Una vez más. Estas dos últimas —junto con Lo que no te di, lo más bolichero de la obra de Jaime— ostentan una instrumentación que marcó la vanguardia tecnológica local, de la mano de uno de los primeros sintetizadores en la discografía uruguaya, instrumento que dominaba la escena del pop-rock ochentoso y que Jaime trajo de Holanda en su último viaje. Sobre el sonido del álbum comenta Torrón: “Emparentado con las tendencias internacionales de la década del 80, hizo que Mediocampo fuera la puerta de entrada al universo Roos para una audiencia más joven que se estaba acercando a la música a partir del rock”.

    Carbón y sal

    En otro plan muy distinto al de sus tres discos anteriores y casi como un proyecto alternativo y decididamente vanguardista, Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón es el disco que Jaime grabó junto con Estela Magnone en 1985 (también por Orfeo) y que ahora llegó al vinilo con la grifa de Little Butterfly, licenciado por Bizarro, publicado en España por el sello Vampi Soul y también con distribución internacional de la holandesa Rush Hour.

    Estas canciones cautivan por su intimidad y despojamiento sonoro, que no hace sino realzar la dimensión lírica de la obra: el piano y los sintetizadores son prácticamente toda la instrumentación que acompaña a este extraño maridaje vocal entre la voz leve y metálica de Magnone con el vozarrón nasal, austero y por momentos áspero de Roos.

    Se podía decir que en términos compositivos se trata de un disco de Magnone, pues es la autora de las 11 músicas, con Jaime a cargo de los arreglos y las letras repartidas en partes iguales. Se destacan, además de la mencionada Tras tus ojos, un hipnótico toco bien al estilo Mateo, vestido solo con suaves arpegios de guitarra acústica, la encantadoramente beatle Carbón y sal, Garabatos (un clásico del repertorio de Estela) y Andenes, otra bella tonada grabada también por Travesía y luego por Roos en su disco de versiones Contraseña (2000). En los créditos vuelve a aparecer Darío Ribeiro en su doble función de ingeniero de sonido y coproductor artístico, junto con Jaime.

    Radeces

    Los otros dos lanzamientos de Little Butterfly son dos tesoros patrimoniales de la inconmensurable obra de Rubén Rada y de la música uruguaya toda: Descarga, el segundo disco de Tótem, de 1972,y Botija de mi país, la reunión en estudio de los creadores de Las manzanas y Yulelé, que datade 1987.

    Casi medio siglo después de su publicación, la recuperación de Descarga se debe, en gran medida, al vínculo entre LBR y una serie de sellos, curadores y productores españoles que están flipando con la música uruguaya de los 70 y los 80. En este caso, el proyecto fue posible gracias al productor fonográfico español Ángel Álvarez, quien se internó en el estudio Lineo 2 de Madrid para lograr esta impecable remasterización desde las cintas magnéticas originales, grabadas en los Estudios ION de Buenos Aires por el uruguayo Carlos Píriz (el mismo técnico que grabó allí mismo Mateo solo bien se lame).

    También es digno de destaque el gran despliegue de diseño, nuevo para esta edición, encargado por LBR al español Marr Balderramo. Es un verdadero placer abrir y leer el hermoso envoltorio de cartulina que cuenta con fotos del archivo personal de Fernando Peláez, el principal historiador del rock uruguayo, quien escribió además una extensa reseña del disco impresa en su sobre interno. He aquí, más allá de la dimensión sonora, otra ventaja del vinilo: recuperar la bella experiencia del ritual de la escucha acompañada de la lectura de las fichas técnicas y la historia del disco en cuestión.

    La banda, un verdadero supergrupo que sumó una poderosa dosis de rock al candombe beat que había acuñado El Kinto, alineó con Rada (voz y percusión), Eduardo Useta y Modesto Rey (guitarras), Daniel Lobito Lagarde (bajo), Mario Chichito Cabral (percusión) y Santiago Ameijenda, un baterista muy dúctil para el toque jazzero, que grabó en sustitución de Roberto Galetti, quien había estado tras los parches en el primer disco del grupo, grabado el año anterior. Con la popularidad de la banda en alza, Descarga fue un éxito inmediato gracias a bombazos que son hasta hoy pilares del repertorio de Rada, como Heloísa, Negro y Orejas, tema de Cabral muy a lo Santana, con un riff inconfundiblemente playero. Además, Descarga tiene grandes canciones que fusionan rock y sonoridades latinoamericanas como Pacífico, Todo mal, la muy bopera Un sueño para Gonzalo y el tema furiosamente eléctrico que da nombre al disco. Pero además de buenas canciones y el notable despliegue de energía de Rada en su canto, la principal virtud del disco es la coherencia de su sonido, de principio a fin, sostenido en ese gran y muy personal guitarrista que fue Eduardo Useta. Que alguien le avise a Santaolalla: en media canción de este álbum hay más rock que en abundantes pasajes de la serie de Netflix.

    Rada & Mateo

    Botija de mi país es el fruto tardío de la amistad que Rada y Mateo forjaron en sus épocas de El Kinto Conjunto, cuando pasaban tardes enteras haciendo canciones efímeras, muchas veces sin anotar nada ni con un grabador que preservara esas melodías. Muchas de las que no quedaron escritas volaron con el tiempo. Aquí están algunas de las pocas que fueron recordadas, grabadas entre 1985 y 1986, cuando ambos músicos volvieron a reunirse tras más de 15 años casi sin verse, y editadas por Sondor en 1987. Según consigna en las notas de esta edición el crítico e investigador Guilherme de Alencar Pinto, pese a que la iniciativa de reunirse partió de ellos dos, las reuniones en el estudio Sondor fueron muy escasas y, en esencia, trabajaron por separado. De los nueve temas, solo en cinco están juntos los dos protagonistas: Botija de mi país, Llamada y Piel de zorro, de Rada, y Para hacer la conga y El Tordo, de Mateo. Este disco, extrañamente olvidado incluso cuando se describe la discografía de ambos, contiene además hermosas canciones como La cebolla, donde Rada ostenta su gutural alarido en falsete, en el clímax interpretativo de su carrera; y algunas piezas relativamente poco difundidas de Mateo como Mirándome, Palo bembé y Pizza para la mañana, temazo de aires jazzeros con un toque progresivo en la que coinciden Ricardo Nolé, Osvaldo Fattoruso y Urbano Moraes —actor protagónico en este disco— y se reedita el entrañable sonido de El Kinto.

    Esta máquina del tiempo permite apreciar rarezas que hoy suenan increíbles por la conjunción de nombres de distintas generaciones de la música uruguaya, como los que forman ese dream team en Piel de zorro: Rada (voz y congas), Mateo (guitarra acústica), Ricardo Lew (guitarra eléctrica), Urbano Moraes (bajo) y Roberto Galetti (batería). Alencar, quien suele ser muy medido en su adjetivación, se permite un derroche de elogios en su reseña: “Este disco es un desborde excepcional e irrepetible de talento, musicalidad, swing, imaginación, ritmo, chispa y vuelo”.