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    Historias que vienen del frío

    Katja Kettu y Sissel-Jo Gazan, dos escritoras nórdicas, estuvieron en Montevideo

    Las dos son escritoras exitosas en sus países y sus novelas han recibido varios premios. Las dos vienen del frío y de sociedades que lograron un bienestar envidiable, pero tienen estilos y temáticas muy diferentes. Sissel-Jo Gazan nació en Dinamarca en 1973, aunque desde hace años vive en Berlín. Hija de una feminista que le inculcó independencia y fuerza para hacer lo que quisiera, primero fue escritora, después estudió ciencias, hasta convertirse en doctora en Biología, y en el transcurso fue madre soltera de una niña y luego se casó y tuvo otros dos hijos. Y sobre temas científicos giran sus novelas policiales, dos de ellas traducidas al español y publicadas en 2015 por Alfaguara: La golondrina negra y Las alas del dinosaurio, esta última ganadora del premio a la mejor novela negra danesa. Aunque sus historias tienen todos los ingredientes del género policial, Gazan es contraria a las clasificaciones literarias y prefiere llamarlas simplemente novelas.

    Por su parte, Katja Kettu, nacida en 1978, es una finlandesa con varias inquietudes: integra el grupo Confusa de música punk, es docente de guiones de cine y dirige videos musicales. Su novela La comadrona (Alfaguara, 2014) se ha traducido a más de catorce idiomas y se está adaptando para llevarla al teatro y al cine. Ambas escritoras participaron en la Feria Internacional del Libro y mantuvieron con Búsqueda la siguiente entrevista

    Sissel-Jo Gazan

    —La literatura policial nórdica muestra varios conflictos sociales en sus tramas. ¿Se puede seguir hablando de un estado de bienestar en sus países?

    Kettu: —Finlandia tiene una historia muy corta, el año que viene cumple cien años, y estoy muy orgullosa del nivel de educación que se ha alcanzado y también de los beneficios que tienen las familias cuando nacen los bebés, porque los padres pueden cuidarlos en sus casas. Son logros importantes. Pero ahora Finlandia está luchando para poder mantener ese nivel que logró. Es un momento de crisis: el gobierno está haciendo recortes en los derechos sociales y está amenazando el estado de bienestar. Sería un desastre si se llega a aumentar la brecha entre pobres y ricos. Soy socialdemócrata y creo que hay que luchar por mantener y mejorar la situación, no tirar lo que se logró. Mi padre nació en el campo, proviene de un origen muy humilde, y gracias a los beneficios sociales pudo estudiar y hoy es cirujano. Me da mucha tristeza que los finlandeses se olviden de que pasaron un período de guerra, que sufrieron mucho y que no hace tanto de eso.

    Gazan: —La buena repu­tación de un país se va forjando en muchos años, lleva tiempo alcanzarla, pero también se puede perder en un plazo corto. Lamentablemente, Dinamarca desde hace más de una década viene perdiendo su buena reputación porque se está volviendo una sociedad de derecha que se olvida de los beneficios sociales.

    La comadrona se ubica en Laponia, en 1944, y cuenta la relación entre una partera y un oficial nazi. ¿Fueron comunes esos vínculos?

    K.: —Toda Europa vivió una primavera de horror en 1944, pero en particular en esa zona de Finlandia. El apoyo que dio Finlandia a los nazis fue un tabú en aquel entonces, y lo sigue siendo. La protagonista se enamora de un soldado alemán, lo que no era nada raro porque hubo miles de soldados alemanes en Laponia, que tiene una población muy pequeña. Entonces, todos los que vivían allí tenían alguna relación con un alemán. Cuando terminó la guerra, Finlandia tuvo que reconstruir sus relaciones con la URSS y olvidarse y esconder aún más el vínculo que había tenido con la Alemania nazi. Pero los alemanes habían quemado Laponia, la habían destrozado. Y quienes más sufrieron fueron las mujeres, porque tuvieron hijos con los alemanes. Mi idea no era solo escribir lo que pasó en esa guerra, sino en las guerras en general. Qué pasa con las mujeres, con los prisioneros, con los niños en un estado de guerra.

    —¿Por qué eligió como protagonista a una partera?

    K.: —En Laponia siempre se la consideró una persona importante. Allí hay muchas creencias y se pensaba que la partera tenía poderes mágicos. Escogí a una comadrona porque en aquella época era un personaje independiente, y como le tenían miedo, le daban mucha libertad de movimiento. Ellas tenían la vida y la muerte en sus manos y se creía que eran pequeñas brujas. Me inspiré en las cartas que dejó mi abuela, una mujer que fue de mucha influencia en mi vida. Ella trabajó en la frontera durante la guerra, en un hospital, y desde allí le escribía a su hermana. Me impresionaron esas cartas por su pasión por la vida en medio de la muerte. Su mensaje era “hay que aprovechar el hoy”.

    —Han calificado su narrativa como “grotesca” y de “realismo mágico”, una expresión que en Latinoamérica se relaciona con García Márquez. ¿Está de acuerdo con esa definición?

    K.: —Dicen eso y estoy contenta porque es algo que traté de lograr. Estoy cansada del realismo lacónico que es bastante común en Finlandia. Han catalogado mi literatura de realismo mágico lapón, y García Márquez es uno de mis escritores favoritos. Escribo novelas que implican estudios profundos de la historia, pero lo que pretendo es construir un universo paralelo, no quiero que sean como un documental. Si lo que hago es grotesco no lo sé, quiero que mis novelas se lean como algo muy lindo y muy feo a la vez, porque así son los acontecimientos que cuento, por eso uso un lenguaje que mezcla lo culto y lo vulgar. Si con grotesco quieren decir algo que rompe con lo establecido, entonces sí, mis novelas son grotescas. Yo quería romper con las historias de los ganadores, quería darles voz a los que perdieron.

    —Canta en una banda de punk. ¿Cómo valora al grupo ruso Pussy Riot?

    K.: —Yo podría ser una Pussy Riot (se ríe). Ellas están haciendo algo muy importante, no tanto desde el punto de vista musical, sino en lo performático para denunciar lo que está pasando en su sociedad. Muestran lo ridículo del sistema y su autoritarismo, por eso tuvieron tanta publicidad y también por eso fueron castigadas.

    —Gazan, usted comenzó publicando novelas y después decidió estudiar ciencias. ¿Cómo unificó esas dos vocaciones?

    G.: —Publiqué tres novelas antes de iniciarme en la ciencia. Quería estudiar medicina, pero como había sido estudiante de lenguas, tuve que estudiar matemática, física y química para estar habilitada y entrar en la Facultad. Entonces comenzaron a advertirme que no iba a poder escribir y ser doctora. Me desilusioné, pero no quería perder esos estudios, entonces me incliné hacia la biología e incorporé el mundo de la ciencia a la literatura.

    —Algunas reseñas de Las alas del dinosaurio la ubican como un thriller científico. ¿Está cómoda con ese calificativo?

    G.: —La gente ama categorizar, pero yo no estoy de acuerdo con esa definición. Lo que escribí fue una novela, sin calificativos. Se desarrolla en el campus de una universidad donde ocurre un asesinato y la protagonista se dedica al estudio de las aves, como hice yo. Empecé a escribir la novela cuando llevaba la tesis a medias, y lo hice en secreto para que mi director pensara que estaba totalmente centrada en el trabajo. Me parece que lo que yo escribo es un tipo diferente de género policial, aunque algunos han dicho que no son novelas policiales porque no siguen determinadas reglas. Pero muchos han entendido mi ficción como una expansión del género, como un enriquecimiento. Tampoco estuve demasiado pendiente de esas reglas, simplemente empecé a escribir.

    —En esa historia la política invade el terreno académico. ¿Usted vivió esas situaciones?

    G.:—En Dinamarca son justamente los políticos los responsables de los cortes presupuestales. Lo que está sucediendo ahora es que quieren resultados de los investigadores en tiempos cada vez más cortos y se los compensa de acuerdo con la rapidez. Esto crea competencia y una atmósfera horrible entre investigadores, que empiezan a fijarse en las “recompensas”: “Él tiene mejor microscopio que el mío”, “él tiene más estudiantes de doctorado que yo”. Por eso el campus fue un escenario perfecto para mi novela, porque es un centro de conflictos. Estamos creando una sociedad sin expertos porque a los políticos no les gustan los expertos, y si no los hay, nadie sabe nada y se pierde el conocimiento.

    —Para escribir La golondrina negra viajó con un grupo de inmunólogos a África. ¿Cómo fue esa experiencia?

    G.: —Estuve diez días en África porque recibí una carta de una doctora que estaba haciendo una investigación. Normalmente tengo rechazo por quienes me invitan a observar su trabajo porque a veces quieren que haga una novela con su tema, y eso me aburre mucho. Pero esa vez me interesaba la investigación y el lugar. Pude estar detrás de esos detalles que no aparecen en las investigaciones y son los que me dieron material para la novela.

    —Acaba de morir Hanning Mankell. ¿Qué significó para ustedes y para la novela negra nórdica?

    K.: —Sin duda abrió el camino de la novela negra nórdica, pero lo que más me gusta de su literatura es su conciencia social. En todos sus libros se preguntó: “¿Qué está pasando en Suecia?”. Es una pregunta que yo misma me he hecho en el último tiempo: ¿qué está pasando en Finlandia?, ¿por qué surgen esos grupos racistas?, ¿por qué el país está dividido? Por eso es importante que haya escritores como Mankell.

    G.: —Me enteré apenas llegar aquí de su muerte y estoy muy sorprendida y apenada. Leí mucho a Mankell y para mí es un escritor clásico de novelas policiales. Pero me parece que el verdadero renovador del género fue Stieg Lar­sson, quien le agregó un mayor peso a la denuncia social en sus historias de crimen.