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Laurent Bouzereau es un guionista y documentalista francés. Su vinculación con la industria cinematográfica estadounidense tiene ya varios años y resulta del hecho de haberse dedicado a realizar documentales del tipo “detrás de la escena” de muchísimas películas de notorios directores. Trabajó prácticamente sobre todas las películas de Steven Spielberg y por eso no es raro que este, como productor ejecutivo, haya elegido al francés para armar el documental Cinco volvieron (Five came back, EEUU, 2017), estrenado por Netflix, basada en un libro de Mark Harris que vio la luz en 2014 con gran éxito de crítica.
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Se trata de ver cómo, cuándo y con qué inconvenientes la industria del cine de Hollywood se enroscó y se comprometió con la lucha antinazi en la II Guerra Mundial. Para ello la película sigue el derrotero de cinco grandes directores: John Ford (1894-1973), William Wyler (1902-1981), John Huston (1906-1987), Frank Capra (1897-1991) y George Stevens (1904-1975). Lo hace a través de un relato donde a cada uno de esos talentos se le asigna una pareja viviente: de Ford habla Paul Greengrass; de Wyler se ocupa Steven Spielberg; de Huston, Francis Ford Coppola; de Capra lo hace Guillermo del Toro y de Stevens, Lawrence Kasdan. En los momentos en que ninguno de ellos habla, el relato continúa con imágenes y la deliciosa voz en off de Meryl Streep.
La miniserie tiene dos episodios de 45 minutos cada uno y un tercero y final de poco más de una hora. Por momentos, el relato se hace un poco desordenado y reiterativo. No obstante, el material es muy útil para rescatar y conocer varias cuestiones. El hecho más descollante es lo que Hollywood demora en jugarse a través del cine en contra de la Alemania nazi. Si bien la industria tenía el apoyo de la política, donde un grupo de “aislacionistas” profesaban la neutralidad en el conflicto, lo cierto es que Hollywood no lo hacía tanto por convicción política sino para cuidar el mercado alemán, donde su cine se colocaba muy bien. Y eso pese a que los capos de la industria eran casi todos judíos. Resulta hasta hilarante ver el escándalo que en 1941 provoca la exhibición de El sargento York, de Howard Hawks, con Gary Cooper en el protagónico. York era un hombre pacífico, lector de la Biblia y practicante de los Evangelios, pero puesto al frente de una trinchera con un rifle se transformaba en una eficacísima máquina de matar. Eso provocó un revuelo político donde Lowell Mellett, una suerte de censor oficial designado por Roosevelt, acusó a la industria de Hollywood de instigar a la guerra y romper la neutralidad. Fue necesario que el 7 de diciembre de 1941 los japoneses atacaran Pearl Harbor para que el gobierno despertara de su siesta neutral y le declarara la guerra a Japón, Alemania e Italia.
Es curioso ver a estos cinco artistas mayores vestir con la mayor naturalidad el uniforme militar. Es que cuando ellos aceptan la misión de ir al frente a filmar, automáticamente se les confiere a todos el grado de oficiales. De todos ellos, el que menos sale al frente es Capra, que asume de entrada el compromiso de hacer el documental Why We Fight(Por qué peleamos) en siete capítulos. Wyler filma el documental Memphis Belle (1942) y más tarde registrará escenas de la liberación de Roma. Huston hará La batalla de San Pietro (1946), que es una mezcla de recreación de escenas bélicas pero con muertos reales filmados por un Huston recién llegado al campo de batalla y antes de comenzar con la hechura del documental. En el mismo año, realiza Let there be Light (Que haya luz). En ambas películas, Huston tiene problemas con las Fuerzas Armadas por la potencia de sus imágenes, particularmente en Let there be Light, que se ocupa de las secuelas en los soldados que vuelven de la guerra. Tras un juicio de 35 años que finalmente ganó, su película recién pudo exhibirse al público en 1981.
Ford es el primero en utilizar el color para un documental de guerra en La batalla de Midway (1942). Más tarde, junto a George Stevens, será destinado a filmar el desembarco en Normandía. El impacto de la carnicería del “Día D” hace que Ford —que era un alcohólico— se encierre a beber durante tres días para luego volver a EEUU. Stevens seguirá a París y luego irá a Alemania, donde registrará las escenas para su película Campos de concentración nazi (1946).
Conscientes o no, hay un par de miradas burlonas a la naciente industria norteamericana del documental: el asombro de todos ante la perfección narrativa alcanzada en 1934 por la alemana Leni Riefenstahl con su pieza propagandística nazi El triunfo de la voluntad y ocho años más tarde, en 1942, la constatación en Londres mirando el crudo de Desert Victory, de que los ingleses filmaban mejores documentales que los yanquis.
Los cinco realizadores vuelven de la guerra diferentes a como se fueron, y en general evitarán hablar de ello. George Stevens, que era un brillante director de comedias livianas y musicales, intentará a su regreso del frente retomar esa línea pero no le será fácil después de haber visto lo que vio. En 1959 deja otro testimonio de aquella experiencia con El diario de Ana Frank. En 1946, William Wyler realiza Los mejores años de nuestra vida, un ícono antibélico en la historia del cine que ese año barre con los Oscar ganando a la Mejor película, el Mejor director, el actor principal (Fredric March), el secundario (Harold Russell), el guion, la banda sonora y el montaje.
Es una lástima que la filmografía de estos cinco cineastas —donde hay tanto y muy bueno para revisitar— sea tan escasa o nula en Netflix. Sí se agregaron a la cartelera dos documentales referidos en esta nota: Nazi Concentration Camps (Stevens) y Let there be Light (Huston).